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Authors: Irving Wallace

El Séptimo Secreto (46 page)

BOOK: El Séptimo Secreto
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Para asegurarse de que no descubrirían el cuerpo de Schmidt antes de que los vapores mortales penetraran por el ventilador, Foster buscó alguna forma de ocultar el cuerpo del policía. Luego recordó que había pasado delante del dormitorio de Hitler en el vestíbulo. Agarró a Schmidt por debajo de las axilas y con gran esfuerzo arrastró el inerte cuerpo a través de la sala y el vestíbulo hasta el dormitorio de Hitler. Abrió la puerta, empujó a Schmidt dentro y volvió a cerrarla.

Recostado contra la puerta, Foster se permitió unos momentos de respiro. Luego, al recordar que el tiempo se agotaba y que podría quedar atrapado junto con los demás, se puso en acción. Con cierto esfuerzo, caminó hasta la puerta adyacente y entró en el dormitorio de Eva.

No estaba seguro de lo que iba a encontrar. ¿La había despertado quizá la pelea tan cercana, volviéndola a la normalidad?

Era increíble, pero Eva yacía allí, tan pacíficamente como la había dejado. Tenía los ojos aún vidriosos, en un mundo perdido, felizmente ignorante de lo que acababa de suceder fuera de la habitación.

Foster recogió la linterna, la guardó en un bolsillo y se volvió a acercar a Eva.

De pie a su lado, repitió lo que había dicho antes:

—Eva, te voy a desatar, y luego los dos vamos a dar un paseo. Ella le miró parpadeando con incomprensión.

Lo más rápidamente posible, Foster empezó a desatarla de la cama.

Eva estaba atolondrada y sumisa, y no opuso ninguna resistencia.

Foster la llevaba cogida por el brazo mientras atravesaban el búnker secreto. El guardia de servicio se puso respetuosamente firme cuando reconoció a Eva Braun, pero ignoró a Foster ataviado aún con el uniforme de centinela nazi.

Cuando Foster hubo llegado al altillo con Eva, echó una mirada hacia atrás. Entonces pudo distinguir lo que antes le había pasado por alto: otros dos soldados de servicio en el extremo opuesto, con ninguno de los cuales se había cruzado antes al acompañar a Emily ni ahora mismo al pasar con Eva.

Eva había dado señales de incomprensión, pero había actuado con obediencia cuando él dijo que era preciso abandonar el búnker, que había sido su hogar desde el final de la guerra, y penetrar a rastras por el oscuro túnel. Con sus ropas en una mano y su linterna en otra, Foster se había contorneado detrás de ella. Había encendido la linterna, para poder cerrar el agujero del búnker y volver a poner la losa en su sitio.

Luego apremiándola amablemente e iluminando con la linterna el cemento del suelo enfrente suyo la había dirigido por la ruta subterránea, ahora ya conocida, hasta el boquete que conducía al viejo dormitorio de Hitler, dentro del búnker más pequeño del Führer.

Eva había atravesado el boquete de rodillas, con Foster arrodillado también detrás suyo.

Había dejado la linterna en el suelo, de modo que su luz abarcara parte del boquete, y había levantado la segunda losa inclinándola hacia la abertura. Él solo había conseguido con todas sus fuerzas volver a poner la losa en su sitio, empujándola con la rodilla para que encajara sólidamente. Luego, recogió la linterna, apartó a Eva del escritorio y reuniendo las fuerzas que le quedaban, empujó el gran mueble contra la pared. El séptimo búnker estaba realmente sellado.

Dirigió el rayo de la linterna, formando un arco, en torno al polvoriento dormitorio lleno de telarañas para orientarse. Cuando la luz se posó sobre el perfil de la cama de Hitler, Foster creyó oír un grito sofocado.

Conducía a Eva por la puerta hacia lo que había sido la sala de estar del Führer en los últimos meses de la guerra.

Esta vez iluminó lentamente toda la habitación con el haz de la linterna, deteniéndose sobre el sofá, la silla rota, las paredes, el escritorio, el lugar donde había estado colgado el cuadro de Federico el Grande y, finalmente, sobre el propio rostro de Eva.

Su cara estaba cenicienta, paralizada, y la oyó gritar sofocadamente una segunda vez, más alto. Se tapó la boca con las manos crispadas y al final sus palabras pasaron a través de sus dedos:

—El búnker del Führer —dijo—. La sala de estar, nuestra sala.

Foster se preguntó si los cuarenta años se habían esfumado y Eva estaba reviviendo lo que había vivido entonces, sus momentos más felices con Hitler, su tan deseado matrimonio, la recepción de la boda con la plana mayor y los aduladores.

—¡Oh, Dios mío! —susurró—. ¿Qué han hecho?

—Entraron los rusos —dijo Foster flemático.

—Los muy animales —dijo ella con un estremecimiento.

Y Foster comprendió que había vuelto al presente, que los efectos de la droga se habían desvanecido totalmente y había recobrado sus sentidos.

Parpadeó ante el rayo de luz que la enfocaba y preguntó:

—¿Quién es usted? ¿Cómo me ha traído hasta aquí? Quiero volver...

—No puede volver —dijo Foster secamente—. Aquello es el pasado. —Luego añadió—: El pasado está muerto, o lo que queda de él morirá en pocos minutos. Tengo otros planes para usted. —Sostuvo su Luger en la mano libre para que ella pudiera verla, y enfocó el haz de luz hacia adelante—. Ahora vamos hacia arriba, vamos a subir las escaleras hasta la vieja salida de emergencia.

—¿Por qué?

—Quiero saber la verdad, Eva. Toda la verdad.

—No le diré nada, ni una palabra. Y mi nombre... mi nombre es Evelyn Hoffmann —le recordó con arrogancia.

—¡Adelante! —ordenó en tono brusco empujándola con la pistola.

Ella avanzó y Foster la siguió a través de la sala de recepción hasta la escalera, y luego hasta la parte superior de los escalones de cemento.

Ante el último agujero de acceso al montículo, ella se detuvo.

—¡Salga! —ordenó, apretando contra su espalda la boca de la Luger.

Eva, dando tropezones, salió al aire frío de la noche, y se quedó muy quieta en la zona inmediatamente próxima al montículo de tierra, en el interior de la zona fronteriza de Alemania oriental. Estaba oscuro, pero no del todo. Unas cuantas rendijas de luz iluminaban algunas partes del campo, procedentes de las torres de control de Alemania oriental.

—¡Emily! —gritó Foster, recorriendo con su linterna un semicírculo para vislumbrar a Emily, que le había prometido que volvería a esperarle.

Pero no había nadie a la vista, por ninguna parte.

Se preguntó angustiado qué le había sucedido a Emily, y si había conseguido salir de Berlín oriental y ponerse en contacto con Tovah y Golding y los agentes del Mossad.

Quería que Emily estuviera allí, asegurarse de que estaba sana y saber que finalmente iba a representarse el epílogo a la historia de Hitler.

Sostuvo la Luger en una mano, dejó la linterna en el suelo y con su mano libre se quitó torpemente su uniforme nazi y se puso sus ropas de trabajo. Cuando hubo terminado no había signo alguno de Emily. Los minutos pasaban de prisa y Rex comenzaba a desesperarse.

Y entonces vio, a cierta distancia, a través del campo, una luz que parecía acercarse. Se estaba acercando, oscilando a medida que se aproximaba. Era alguien que llevaba una linterna y cuando estuvo más cerca pudo distinguir que era una mujer.

Sabía que era, por fin, Emily.

De pronto, oyó una fuerte explosión a sus espaldas y a unos veinte metros de distancia la luz cayó bruscamente al suelo y la persona que la llevaba también.

Foster, en un ataque de miedo, apretó con fuerza la empuñadura de su Luger y se precipitó hacia la luz del suelo, convencido de que habían disparado a Emily.

Pero ella estaba ya de pie cuando llegó, buscando a tientas la linterna.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, ayudándola a mantenerse en pie y sujetándola.

—He tropezado con algo, eso es todo. Me he dañado un poco la rodilla, pero nada más. Gracias a Dios que conseguiste salir sin problemas.

Cogió la linterna y llevó a Emily apresuradamente hacia la excavación abierta en el montículo.

—He sonsacado a Eva casi todo lo que queríamos saber. Podemos conseguir el resto después. Lo principal es que planean resucitar el Nacional Socialismo en Alemania. Quieren estar preparados para tomar el poder otra vez. Hitler soñaba en una inevitable guerra nuclear entre Rusia y los Estados Unidos, como ya sabes. Quieren estar a punto para cuando suceda. Me dio todos los detalles.

—¿El nazismo de nuevo en Alemania? —dijo Emily con incredulidad—. No puede ser. Deben de estar locos.

—Están obsesionados. Fue la última de las grandes esperanzas de Hitler. Dime, ¿te pusiste en contacto con Tovah y su grupo del Mossad?

—Sí. Tovah dijo que hablaría con Golding para que reuniera a los agentes del Mossad y las provisiones de gas, y se dirigieran al café Wolf y al sistema de ventilación del búnker. Si todo ha ido bien...

—¿Quieres decir si no han sido descubiertos por la policía de Schmidt?

—Schmidt. ¿Qué haremos con Schmidt?

—Ya está resuelto. Apareció en el búnker. Fue un poco peliagudo en algunos momentos, pero por suerte yo tenía la edad y la velocidad de mi lado. Le dejé inconsciente allí abajo. Si Golding consigue lo del gas, acabará también con Schmidt.

—Bueno, confiemos en que estén derramando ya el gas dentro del búnker. A menos que haya algún error, todos esos nazis estarán muertos en pocos minutos.

Foster estaba satisfecho.

—Después, el ejército alemán puede sacar los cuerpos y ventilar el sitio. Entonces, tendrás todos tus documentos y tendrás a Eva Braun...

—¡Eva! —exclamó Emily—. ¿Dónde está?

—Pues aquí, conmigo —dijo Foster indeciso—. La saqué... estaba aquí ahora mismo...

Agitó su linterna buscándola.

Pero Eva Braun ya no estaba allí.

—¡Se ha ido! —exclamó Emily—. En cuanto le diste la espalda, se debió de largar.

—No conseguirá ir muy lejos en esta zona de seguridad.

—No podemos quedarnos aquí parados. Tratemos de encontrarla —insistió Emily.

Foster lo pensó un momento.

—Ahora no, Emily —decidió finalmente—. Nosotros solos no. No podemos dar vueltas por aquí buscando a Eva. —Intentó mirar en la semioscuridad—. No te preocupes por ella. No va a llegar muy lejos. La atraparán. Espera a que los alemanes orientales den con ella.

—Pero nosotros la necesitamos.

—Y la tendremos cuando la hayan detenido. —Cogió a Emily por el brazo y la llevó corriendo hacia la caseta de guardia de Alemania oriental—. Primero, asegurémonos de que Golding recibió el mensaje y puso en marcha el plan. Eso es lo que debemos saber ahora.

Cuando hubieron pasado la caseta de los guardias, Foster cambió de idea.

—Emily, sigue tú sola. Coge mi coche con tus documentos y acércate al café Wolf. Descubre si el final ha sido feliz. Yo cogeré un taxi y te seguiré en seguida. Ahora quiero quedarme merodeando por aquí un ratito más. Empiezo a echar de menos a Eva. Tal vez tenga la oportunidad de verla. Por favor, vete, Emily. Me reuniré contigo en seguida... y, por si acaso, ten cuidado.

12

Foster permaneció en el exterior de la zona fronteriza de Alemania oriental durante varios minutos después de que Emily hubiese partido hacia el café Wolf, y estuvo mirando a través de la valla metálica próxima a la cancela, donde montaban guardia tres soldados y el oficial al mando. Foster vigilaba cualquier movimiento en la semioscuridad del campo, que le pudiera dar algún indicio de la reaparición de Eva Braun.

Pero nada, no había ninguna señal visible de Eva por ninguna parte. En aquellos minutos, Foster comprendió que la esposa de Hitler no se dejaría ver. Sin embargo tampoco podría huir, de eso estaba seguro. La mujer estaba acorralada y cuando comenzara a brillar la luz del sol la localizarían, la detendrían y caería en manos de los alemanes orientales. Foster sabía que, al margen de lo que pasara, Eva Braun no se les escaparía. Cuando el día estuviera más avanzado, él o Emily comunicarían al profesor Blaubach la verdadera identidad de la mujer detenida. Foster podía imaginar ya la atónita sorpresa de Blaubach. Pero, de momento, Foster no tenía ninguna esperanza, ni ningún motivo, para continuar allí esperando. Un asunto mucho más inmediato ocupaba su pensamiento. Tenía que saber si los nazis del subterráneo habían sido ejecutados. Deseaba no haber dejado su coche a Emily, o al menos haberla acompañado cuando se dirigía al café Wolf. Necesitaba un coche.

Foster comenzó a caminar rápidamente hacia el oficial al mando apostado en la cancela, un tal comandante Janz, una persona bastante agradable que hasta entonces le había tratado con amabilidad. Cuando el comandante Janz le vio acercarse, aseguró su carabina soviética SKS que colgaba de su hombro y fue a encontrarse con Foster a mitad de camino.

—He estado esperando aquí a que uno de mis colegas termine y salga, pero me temo que no puedo quedarme más tiempo —explicó Foster—. ¿Sería posible avisar a un taxi? Ya sé que es mala hora, pero debe de haber algún taxi por la zona.

—Desde luego —dijo el comandante—. Haré que uno de mis hombres llame al hotel Palast. Debe de haber taxis allí esperando un viaje de regreso a Berlín oeste.

El comandante Janz llamó a un guardia y le dio orden de telefonear a un taxi para Herr Foster.

Foster se lo agradeció y reanudó su vigilancia a través de la alambrada. De nuevo, la lúgubre oscuridad no le dio ninguna pista del paradero de Eva Braun.

De pronto notó que el comandante Janz estaba a su lado diciendo:

—Ningún problema. Dentro de diez o quince minutos vendrá un taxi.

—Se lo agradezco mucho —dijo Foster.

El comandante se quedó un momento mirando a Foster.

—¿Todo va bien?

—Todo bien, gracias.

Pero al alejarse de la alambrada, Foster no estaba seguro de que todo fuese bien... todavía, para él o para cualquiera de los demás. Dependía de lo que estaba pasando en las profundidades del búnker secreto. Porque si Schmidt y sus fanáticos habían escapado a la exterminación, pronto se pondrían en acción para cazar a Emily, a él mismo, y también a Tovah y a Kirvov, para vengarse y matarlos.

Al volante del Audi de Foster, Emily se dirigió hacia Berlín occidental. Una vez más tuvo que detenerse en el punto de control Charlie, más rato de lo habitual debido a la hora de su aparición, pero en cuanto la dejaron pasar apretó el acelerador, recorriendo a toda velocidad las calles vacías en dirección a su destino.

Cuando llegó a Askanischer Platz y buscó un lugar donde aparcar sólo tenía una cosa en la cabeza. Rezaba fervientemente porque Tovah se hubiese podido poner en contacto con Golding, porque éste hubiera podido reunir la ayuda de los luchadores del Mossad y porque hubiesen conseguido con éxito liquidar a los dementes ocultos bajo la ciudad.

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