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Authors: Mario Conde

Tags: #Ensayo

El Sistema (48 page)

BOOK: El Sistema
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Es importante fijarse en los hechos y especular lo menos posible. El hecho es que el Banco de Santander ofreció un precio que negaba el valor atribuido a Banesto por el Banco de España. Claro que solo aplicó una ley: la del mercado, y se ajustó en su valoración a la efectuada previamente por el mercado. Es lógico pensar que el presidente del Santander sabía que Banesto valía mucho más, pero esa es su obligación: hacer buenos negocios para los accionistas de su banco, y comprar Banesto a ese precio desde luego lo era, aun cuando la sangría de depósitos hubiera sido tan importante como la que se produjo después de la intervención. ¿Cuánto habría valido Banesto sin esa caída de depósitos? Tampoco lo sé, pero me parece que el lector convendrá conmigo en una palabra: más.

Pero el problema que se planteó fue todavía superior: el mercado no solo aceptó como correcto ese precio pagado por el Banco de Santander sino que, en un ejercicio de racionalidad, situó el precio de la acción en casi 1350 pesetas en los días inmediatamente sucesivos, a pesar de que las noticias políticas y económicas de España no eran las más propicias para que subiera la Bolsa. Esta alza cogió por sorpresa al Sistema. Había que conseguir dos cosas: primera, justificarla; segunda, reducirla.

Lo primero se intentó afirmando que el alza era debida a que el mercado valoraba muy positivamente la compra por el Banco de Santander, de tal forma que la capacidad de gestión de este banco era lo que justificaba el precio de Banesto. No dudo de la capacidad gerencial del Banco de Santander y ni siquiera de que su prestigio pueda haber afectado al precio de las acciones de Banesto. Pero creo que el lector convendrá conmigo en que es legítimo plantearse la siguiente pregunta: si el mercado cree que algo vale cero, ¿estaría dispuesto a pagar cientos de miles de millones de pesetas por el mero hecho de que lo comprara una buena entidad financiera? Sinceramente, creo que no. Lo que subyacía, como ya se había demostrado con anterioridad a que el Banco de Santander hiciera su aparición en escena, es que el mercado no creía las cifras del Banco de España. Lo que puso de manifiesto el precio pagado por el Banco de Santander es precisamente que el mercado estaba en lo cierto cuando no hizo caso de las recomendaciones del propio presidente nombrado por el Banco de España de que Banesto valía 400 pesetas por acción. Razonó como era previsible: si el Banco de Santander estaba dispuesto, en las condiciones de que se trataba, a pagar 800 pesetas por acción, lo lógico era pensar que Banesto valía mucho más. Y eso, sencillamente, es lo que el mercado pensó.

No dejan de llamarme la atención algunos artículos aparecidos en el diario
El País
que, además de expresar su consternación por el precio alcanzado por Banesto, insistían en que se trataba de un valor excesivo, que no tenía correspondencia con la realidad del banco ni con las expectativas de rentabilidad futura a corto plazo. Pero el mercado parecía no hacer caso, como si quisiera ver en esos mensajes una finalidad de otra naturaleza distinta a la puramente informativa. Banesto, con un gran volumen de negociación, seguía subiendo. Lo que el Banco de España valoró en cero, el mercado, al precio de 1300 pesetas por acción, le atribuía un valor de casi 800 000 millones de pesetas.

El Fondo de Garantía de Depósitos invirtió 180 000 millones de pesetas en la ampliación de capital de Banesto y vendió las acciones compradas a 400 pesetas al precio de 800 pesetas al Banco de Santander, obteniendo, en pocos días, una plusvalía de 170 000 millones de pesetas. Supongo que el lector convendrá conmigo en que algo extraño parece latir debajo de esta operación. Razonemos conjuntamente por unos minutos.

El Banco de España dijo que era imprescindible una ampliación de capital de Banesto por un importe de 180 000 millones de pesetas. No nos distraigamos ahora con la cifra ni con su porqué. Admitámosla a efectos dialécticos. La pregunta que surge es ¿quién va a cubrir esa cifra? Parece lógico que sean los dueños de una sociedad los que tengan, en primer término, la posibilidad de hacerlo, sobre todo cuando esa posibilidad está, además, garantizada por precepto legal a través del derecho de suscripción preferente. Si Banesto necesita —a juicio de la autoridad que había intervenido— 180 000 millones, lo lógico —además de legal— es preguntar a los accionistas de Banesto si quieren o no cubrir la ampliación. Por ello, antes de reanudar la cotización de las acciones de Banesto, solicitamos por escrito a la Comisión Nacional del Mercado de Valores que se respetara el derecho de preferente suscripción de los accionistas del banco. Al día siguiente de ese escrito, se reunió el Consejo Ejecutivo del Banco de España con carácter extraordinario y acordó abrir expediente a los antiguos administradores de Banesto...

Pero no solo los accionistas de Banesto sino también el mercado podía haber aportado los fondos que el Banco de España consideraba necesarios. Es razonable pensar, a mi juicio, que si el mercado valoraba en 800 pesetas la acción de Banesto, igualmente estaría dispuesto a acudir a esa ampliación de capital. Pero el Banco de España no aceptó el planteamiento: ni los accionistas de Banesto, ni el mercado. Tenía que ser el Fondo de Garantía de Depósitos quien comprara las acciones de Banesto al precio de 400 pesetas por acción. Para ello hubo que hacer dos cosas: primera, modificar la ley a posteriori
...;
segunda, presentar el asunto a los accionistas de Banesto de la siguiente manera: o se acepta el plan del Banco de España o disolución del banco...

¿Cuál era el razonamiento del Banco de España? Dado que el Fondo de Garantía va a tener que invertir dinero en Banesto, y dado que el 50 por ciento del dinero es público, queremos garantizarnos la recuperación del máximo posible. Con todos mis respetos, creo que es un sofisma. ¿Por qué sabía el Banco de España que los accionistas o el mercado no iban a acudir a la ampliación de capital? ¿Cómo podía conocer a priori el precio al que supuestamente esa suscripción de acciones se iba a producir? Sinceramente, creo que no es así. ¿Qué hubiera sido lo lógico? A mi juicio, es muy claro: admitamos —como decía antes, a efectos puramente dialécticos— que Banesto hubiera necesitado los 180 000 millones de pesetas. Acudamos, por tanto, al mercado en busca de ese dinero, incluso advirtiendo de que si el mercado no es capaz de cubrirlo, el Banco de España lo haría a través del Fondo de Garantía al precio de 400 pesetas por acción.

¿Qué habría ocurrido? No lo sé, pero sí es razonable pensar una cosa: es posible —sobre todo a la vista del precio que tienen actualmente las acciones de Banesto— que el mercado hubiera pagado mucho más dinero de las 400 pesetas que abonó el Fondo de Garantía. ¿Cuánto más? Nadie lo sabe, porque no se quiso conceder esta oportunidad. Supongamos que se hubieran pagado 1000 o 1200 pesetas. ¿Quién hubiera sido el beneficiario en esta hipótesis? Primero, los accionistas de Banesto. Segundo, el Estado español, porque en tal caso no hubiera tenido que invertir una sola peseta de dinero público en «salvar» Banesto; el mercado hubiera solucionado el problema. ¿No parece lógico que fuera el Banco de España el primer interesado en que no existiera dinero público en esta operación? A mí, sinceramente, me parece que sí.

Pero todavía el asunto es un poco más complejo. Para excluir el derecho de preferente suscripción era necesario que los auditores de Banesto dijeran que el «verdadero valor» de Banesto era 400 pesetas por acción. Yo pensaba que Price Waterhouse no iba a emitir un informe semejante, sobre todo cuando pocos meses atrás, con ocasión de la ampliación de capital de Banesto, había afirmado que el «verdadero valor» era de 1900 pesetas por acción. Me resultaba algo extraño que una empresa tan seria pudiera actuar así. Pero lo cierto es que ese informe fue emitido, y si el lector lo analizara detenidamente comprobaría que no solo parece que el precio es de 400 pesetas por acción, sino incluso cero, como decía el Banco de España. Una vez más, Miguel Martín tenía razón cuando el día de la intervención me insistió en que las auditorías dirían lo que ellos dijeran.

Entonces, ¿por qué no se concedió esta oportunidad? ¿Por qué se modificaron leyes para mantener la postura del Banco de España? Solo puedo comprenderlo si admitimos que lo que el Banco de España quería era no solo «salvar» Banesto, sino, sobre todo, adquirir el paquete mayoritario de acciones para que el futuro dueño fuera precisamente quien el Banco de España dijera. Otra cosa no me parece razonable.

Lo cierto es que el mercado negó varias veces al Banco de España, los «comentarios» y «manifestaciones de criterio» de la Inspección, al presidente de Banesto nombrado por la autoridad monetaria y los comentarios de algunos especialistas. ¿Está equivocado el mercado? Creo que lo que ocurre es, como decía anteriormente, que el Sistema estaba funcionando en un modelo de economía abierta y eso dificulta operaciones como la que estamos analizando.

El objetivo básico, como explicaba al comienzo de este apartado, era, según el gobernador del Banco de España, mantener al Banesto en cuanto entidad como banco independiente. Hoy ya forma parte, como filial, de la estructura de grupo del Banco de Santander. Es posible que, vistas las consecuencias del acto de intervención y fundamentalmente el daño a la marca y la retirada de depósitos, no existiera otra solución. Pero sí había otra opción: la que pretendió explicar J. P. Morgan al Banco de España y que esta institución no quiso escuchar. A pesar de todos los intentos para evitarlo, a pesar de la indudable merma de valor que supone la retirada de casi un billón de pesetas en depósitos, las acciones de Banesto se acercan a las 1300 pesetas, lo cual significa que el banco sí tenía un valor real, que el mercado no ha creído las cifras de saneamiento y que los factores políticos de la operación se manifiestan de forma espontánea entre la sociedad. Banesto ha dejado de ser un banco independiente. Las intervenciones bancarias, sobre todo cuando tienen un componente político tan claro, nunca conducen a resultados positivos. Eso lo debería haber sabido el Sistema. Probablemente no lo ignorase, pero el asunto principal era el que fue. Si se podía conservar Banesto, mejor, porque, en ese caso, a una operación política se le superpondría otra financiera: dominar uno de los grandes bancos españoles. Pero si solo se conseguía la primera, el objetivo era suficiente. Por eso me gustaría terminar este apartado transcribiendo las palabras finales del gobernador en su comparecencia del día 30 de diciembre de 1993 ante el Parlamento español:

Hemos operado en base a una información obtenida por la Inspección del Banco de España, en la que tenemos una confianza enorme, y hemos actuado con nuestro buen saber o entender. Nos podremos haber equivocado —sería muy triste— o podremos haber acertado pero, desde luego, puedo asegurarles a ustedes que en esto nada tiene que ver ningún elemento político desde ningún ángulo y en ninguna dirección.

A la vista de lo sucedido, el lector sabrá juzgar si se ha acertado o errado y si existían o no elementos políticos desde algún ángulo o en alguna dirección.

5. RAZONES DE UN SILENCIO

En las páginas anteriores he tratado de demostrar la existencia de una actuación de naturaleza política tendente a provocar el acto de intervención que, finalmente, se dictó el día 28 de diciembre de 1993. Sin embargo, es lícito que el lector se pregunte por qué en la rueda de prensa celebrada el 11 de enero de 1994 no expuse claramente la línea argumental que se describe en este capítulo. La razón es tan simple como la siguiente: no podía hacerlo.

El acto de intervención se había dictado y era irreversible. Cualquiera que hubiera sido mi argumentación sobre lo sucedido y la capacidad de convencer a la opinión pública sobre nuestras razones, argumentos y cifras, la intervención de Banesto era un hecho consolidado. Una actuación coordinada del Banco de España, del Gobierno, del sistema financiero y de los partidos políticos no admitía marcha atrás. Por tanto, la primera reflexión interior era el convencimiento acerca de la incapacidad para devolver las cosas a su estado originario.

Por tanto, nuestro objetivo no podía consistir en alcanzar lo imposible sino, admitiendo que los hechos no tenían marcha atrás, procurar que se causara el menor daño posible a los colectivos interesados: accionistas y empleados de Banesto. Sin duda pesó en el tono y fondo de la intervención ante los periodistas y la opinión pública en general una voluntad expresa de no causar daño innecesario a la imagen de nuestro país. Es indudable que una rueda de prensa catastrofista, llena de acusaciones políticas, relatando aspectos concretos que pusieran en tela de juicio al Banco de España y a las autoridades económicas, hubiera constituido un altavoz de grandes proporciones al escándalo que, por sí sola, la intervención había provocado. Si eso hubiera servido para recuperar el banco es posible que lo hubiéramos intentado, pero —como decía— la conciencia de la irreversibilidad nos intensificaba el deseo de no causar perjuicios adicionales.

Si el Banco de España y el Sistema habían sido capaces de intervenir Banesto en la forma y manera en que lo habían hecho, parecía lógico pensar que fueran capaces de cualquier otra cosa con tal de tener razón, con tal de «hacer buena» la decisión tomada. No era descartable —incluso— que llegaran a proponer la disolución de Banesto, por muy descabellado que nos pueda parecer en los momentos actuales. Si el razonamiento formal de la Inspección era que Banesto había perdido su capital y reservas, proponer la disolución podría presentarse como un «razonamiento técnico» congruente con el postulado de partida. Ello, además, hubiera contado con el beneplácito de algunas instituciones financieras que, argumentando sobre el exceso de oficinas y de oferta bancaria existente en nuestro país, habrían aplaudido la desaparición física de Banesto.

Tal hipótesis habría supuesto la pérdida absoluta del capital para los accionistas de Banesto y del puesto de trabajo para sus empleados. Por tanto, no teníamos derecho a utilizar unos argumentos de defensa que podían haber provocado un resultado tan desastroso. El paso del tiempo demostraría muchas cosas y en ese momento se podría argumentar de forma diferente, cuando ya el riesgo de disolución de Banesto hubiera pasado. Por eso, hoy, en las páginas de este libro, puede relatarse lo sucedido sin riesgo de que el Sistema pueda caminar por senderos apocalípticos en cuanto a Banesto se refiere.

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