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Authors: Michael Bentine

El templario (23 page)

BOOK: El templario
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Si agregamos a esto su devota fe en lo justo de la causa del islam, tendremos a un líder capaz de hacer retroceder a las hordas de las cruzadas que habían saqueado y asolado el medio Oriente.

Allá en Tiberias, Abraham-ben-Isaac le describió a Simon el jefe sarraceno en estos términos:

—Salah-ed-Din nació en 1138, en una familia compuesta de siete hermanos y una hermana. Su padre era Ayyub-ibn-Shadhy, un oficial del séquito de Zengi, el atabeg de Mosil. Su madre era Nejm-ed-Din. Su padre había sido alcaide de Tekrit, una fortaleza donde Zengi se había refugiado después de una desastrosa derrota. Cuando a Zengi le cambió la suerte, recordó que en una ocasión le debió la vida a Ayyub-ibn-Shadhy y le incorporó a su séquito.

«Aunque el padre de Saladino era mahometano, él era kurdo, del clan Rawadiya. Gente aguerrida y cortés, poseían un gran sentido del honor y la hospitalidad. Saladino heredó todas las virtudes tribales de su padre.

«El nombre completo de Saladino es Yusuf Salah-ed-Din, que significa «el honor de la fe». Es un nombre que bien se merece.

«En todo el medio Oriente, Simon, no encontrarás hombre más devoto, caballeroso y honorable. Además de estas cualidades, posee el coraje de un león del desierto y la obstinación de una mula. Es sin duda un adversario formidable en quien la cristiandad pueda clavar sus garras.

«Osama, príncipe de Sheyzar, eminente erudito y filósofo, tomó al inteligente hijo de Ayyub-ibn-Shadhy bajo su protección. Osama era un mago supremo, con gran penetración para juzgar el carácter de la gente. En el joven Yusuf, entonces sólo un muchacho, el sabio mago debió de reconocer todas las cualidades de grandeza. Saladino tenía sólo trece años cuando se conocieron; sin embargo, Osama presintió el destino del chico. Tú, Simon, serías afortunado si conocieras a un hombre como él.

—Ya le he conocido —repuso Simon, con sinceridad—. ¡Vos, mi maestro, Abraham-ben-Isaac sois mi Osama!

El viejo filósofo se sintió complacido, pero meneó la cabeza.

—Yo no me encuentro en el mismo plano de evolución que Osama, príncipe de Sheyzar. Él tiene la suerte de ser lo que los cristianos tratáis de santos.

Durante sus muchas conversaciones con Abraham, Simon aprendió muchísimas cosas más sobre Saladino. Supo de la educación que recibió el líder, en Baalbeck y Damasco, en sus tempranos años en la corte de Nur-ed-Din. Este atabeg era uno de los hijos de Zengi que, en 1146, fue asesinado, y Nur-ed-Din se hizo cargo de todo el séquito de su asesinado padre para que le sirviesen.

Nur-ed-Din, como su padre Zengi, había reconocido las cualidades del joven Saladino, aun en aquella temprana edad.

Durante la primera Cruzada, con los avatares de la guerra rápidamente cambiantes, Saladino era demasiado joven para tomar parte activa en ella; pero, como las fortunas de su padre prosperaron bajo el régimen de Nur-ed-Din, también mejoró su suerte.

Su capacidad para absorber conocimientos muy pronto le hizo abandonar la universidad y, cuando fue bastante mayor para servir al hijo del viejo benefactor de su padre, Nur-ed-Din tuvo conocimiento de que era un brillante comandante de tropas. A partir de aquel momento, el ascenso a capitán y luego a comandante de caballería también llamó la atención del colega de Nur-ed-Din, Shirkuh, un general sarraceno de gran osadía y capacidad, lejanamente emparentado con Saladino. La estrella de Yusuf Salah-ed-Din comenzó a brillar para que todo el mundo la viese.

—Esta bendición tuvo un doble filo —rió Abraham, al llegar a esa parte de la vida de Saladino—. La fama ganada en el campo de batalla y la evidente inteligencia del joven comandante de caballería no sólo le convirtieron en un valioso elemento para los hijos de Zengi, sino que también le marcaron como a un posible futuro rival. Saladino era lo suficientemente listo como para darse cuenta de la situación y depuso cualquier pretensión que pudiese tener de alcanzar el poder. Sirvió a los hermanos lealmente y bien, y con absoluta dedicación. Los hijos de Zengi, que siempre estaban alerta para detectar cualquier indicio de traición, reconocieron la honestidad de Saladino y su caballeroso comportamiento No pudieron descubrir falta alguna en él, de manera que pudo vivir con honor y fortuna. Aquélla era una época difícil para los hombres inteligentes, sobre todo con la demostrada capacidad para ganarse el respeto y el afecto de sus tropas.

Saladino era, sobre todas las cosas, un musulmán devoto y un aplicado estudiante de la divinidad y de la teología. Le encantaba escuchar a los eruditos, citar pasajes del Corán, y su inflexible ortodoxia le protegía como un escudo.

—Era un jeque ambicioso, que buscaba poder, fama y riquezas —siguió diciendo Abraham—. Saladino era un apasionado creyente en el islam y, por encima de todo, sólo deseaba ser un instrumento de la Voluntad de Alá. Como discípulo de Ibn-aby-Usrun, el gran sabio teólogo de su época, y como estudiante preferido de Osama, Saladino ya había emprendido el ancho camino del gnosticismo. Por eso, Simon, Saladino es el verdadero líder de los sarracenos: porque es honesto, valiente, justo y misericordioso.

«Por ello, respétale, hijo mío, pues él es tu más grande adversario. La cristiandad tiene un valioso oponente en Saladino, el «Honor de la Fe». —Abraham hizo una pausa—. Mis voces me dicen que un día vosotros dos os conoceréis. Sé que el acontecimiento determinará tu destino.

Simon de Creçy nunca olvidó las palabras de Abraham-ben-Isaac. Le volvieron a la memoria mientras ayudaba a Belami a instruir a sus nuevas tropas. En esencia, las tácticas del veterano eran simples, y por consiguiente impecables.

Su «columna volante» estaba compuesta de excelentes soldados de caballería y de infantería bien entrenados; la única dificultad radicaba en el hecho de que éstos retrasaban a los primeros. Pero Belami no tardó en resolver el problema.

Basándose en un pasaje del libro sobre las tácticas que empleaban las legiones romanas cuando utilizaban tropas mixtas, el astuto y viejo soldado entrenó a sus hombres para que actuasen al unísono. Cuando los soldados de caballería iban montados, un infante corría junto a cada caballo, aferrándose al estribo del jinete. Ello significaba que la columna volante en patrulla sólo podía avanzar a la misma velocidad con que podía correr un soldado de infantería o un arquero; sin embargo, cuando los de caballería desmontaban, para llevar al paso a sus monturas, los de infantería, después de un breve descanso, podían alcanzarles fácilmente.

Durante un ataque real, los mejores arqueros montaban a la grupa de los caballos de los lanceros turcos, para descabalgar a último momento y brindar apoyo en el ataque final con lluvias de flechas. Ello requería una intensa instrucción, mucho renegar y violentas peleas, pero afortunadamente la táctica resultó efectiva.

La columna volante de Belami avanzaba casi tan rápidamente como lo había hecho originalmente sin la infantería. El astuto veterano había encontrado una solución viable al problema que el Gran Maestro le había planteado, que era precisamente lo que el inteligente y viejo caballero templario sabía que pondría en práctica. Arnold de Toroga no era ningún imbécil.

Cuando Reinaldo de Chátillon finalmente botó su pequeña flota y partió siguiendo la costa del mar Rojo, se enfureció al comprobar que una columna volante de los templarios a menudo seguía paralelamente su curso por tierra. Cada objetivo que elegía se le tornaba imposible de saquearlo sin ser descubierto. Sólo cuando dividió a la flota en dos partes, logró el airado De Chátillon desembarcar y saquear los puertos del mar Rojo, principalmente sobre el costado de África.

Belami no podía detener a los dos bandos de asaltantes, pero lograba hacerles las cosas difíciles a ambos. El resultado fue que sólo un número muy reducido de objetivos elegidos por los corsarios fueron saqueados o sitiados, como Aydhab en la costa africana. Esta táctica dilatoria dio tiempo al almirante Lulu, comandante de una flota egipcia, para desplegar sus naves y obligar a levantar el sitio de Eyla. Los corsarios aún tuvieron ocasión de atacar y hundir un barco de peregrinos árabes que navegaba hacia Jedah, sin que hubiera sobrevivientes, y prendieron fuego a naves ancladas en Al-Hawra y Yambo. El mundo musulmán estaba horrorizado, pero, de no haber sido por la presencia de Belami en muchos de esos objetivos, la matanza hubiera sido mucho peor. Una y otra vez, la columna volante de los templarios frustró el ataque y la matanza que pretendían llevar a cabo los francos. Naturalmente, De Chátillon estaba furioso y, al fin, tuvo que suspender los ataques espontáneos en la zona del mar Rojo.

El momento culminante llegó cuando el almirante Lulu desembarcó con sus tropas, las hizo montar en caballos beduinos que consiguió en el lugar y desmembró a los corsarios de De Chátillon en el cañón de Rabugh. Reinaldo de Chátillon salvó la vida por un pelo y la mayoría de sus hombres fueron muertos. El Señor de Kerak entonces se retiró apresuradamente a su fortaleza en Kerak de Moab, que era tan inexpugnable como puede serlo un castillo.

Puede parecer extraño que la misión de Belami consistiera en interceptar a las fuerzas francas, pero tales eran los intrincados juegos políticos de la época. Belami no había perdido ni un solo hombre, ya fuese de caballería o de infantería, pero había evitado matanzas en gran escala de personas inocentes a manos del Señor de Kerak. Eso sólo había mitigado el fuego de la venganza de Saladino y, vitalmente, brindó a Arnold de Toroga más tiempo para reforzar su guarnición en Jerusalén.

La Pax Saracénica quedó hecha añicos; la Jehad estaba a punto de estallar, y el 29 de septiembre de 1183, el comandante sarraceno cruzó el río Jordán, asoló la fértil llanura de Ghaur y saqueó la ciudad de Beysan, que había sido abandonada por sus defensores cristianos.

Luego avanzó por el valle de Jezreel y acampó junto al Pozo de Goliat. Saladino había arrojado el guante.

Belami regresó volando a Jerusalén e informó al Gran Maestro de los templarios.

—Pero, Belami —protestó Simon—, ¿de qué lado estamos nosotros?

—Ciertamente no en el de De Chátillon, mon brave. Ese bastardo asesino ha roto la tregua y traicionado la causa cristiana. Habría sido capaz de asesinar a cada hombre, mujer y niño de aquellas ciudades indefensas del mar Rojo. La suerte de esta guerra política ha cambiado y ahora tenemos que enfrentar la ira de Saladino. Pero por lo menos nosotros no somos asesinos de criaturas.

El veterano tenía razón, y Simon y Pierre así lo comprendieron.

—Esos cruzados políticos me superan —dijo Pierre de Montjoie, con voz lastimera—. Pero es mejor formar parte de una Cruzada para llevar el cristianismo a los paganos, que ser marcados como asesinos de niños por la historia.

—Lo que demuestra —dijo Belami, con una sonrisa—, que no eres tan idiota como a veces me lo pareces.

Todos esos acontecimientos ocurrieron en el transcurso de muchos meses y si bien pareció una pérdida de tiempo para los dos jóvenes servidores, lo cierto es que convirtió a la columna volante de Belami en una de las más efectivas unidades tácticas de ultramar. No tardaría en ser puesta a prueba en el campo de batalla.

Saladino resultaría ser un duro adversario. El hecho de que Zeng, el atabeg, hubiese sido asesinado por su propia gente, mantenía a Saladino en alerta constante. Los Asesinos del culto de Sinan-al-Raschid habían efectuado dos intentos y estuvieron a punto de cumplir su misión con éxito. En el último atentado, fue la capucha de malla de Saladino, que le cubría la cabeza y el cuello, lo que detuvo el golpe. Estuvo tan cerca de la muerte, que desde entonces mantuvo una constante vigilancia incluso sobre sus compañeros de más confianza, puesto que uno de los atacantes fue un miembro de su guardia personal.

Ahora que había declarado abiertamente la Jehad, el líder sarraceno se mantenía doblemente vigilante.

Su última victoria contra los cruzados, antes de la tregua, había tenido lugar en «La locura del rey Balduino», el Castillo de los Pesares en el Vado de Jacobo. Saladino sitió la fortaleza durante cinco días. Al fin, los gruesos muros cayeron, al ser socavados por los zapadores sarracenos, que luego prendieron fuego a los soportes de madera del interior de los túneles.

Al quinto día, había entrado en el castillo; liberó a los prisioneros musulmanes y luego derribó toda la fortificación. Desde entonces, reinó una tregua con altibajos hasta que se declaró la Guerra Santa.

Durante otra batalla previa —un ataque combinado de fuerzas de los templarios, hospitalarios y francos al campamento de Saladino en la Pradera de las Fuentes, cerca de Mesafa—, Saladino derrotó a los cruzados y capturó a sus jefes. Entre éstos se encontraban Raimundo III de Trípoli, Balián de Ibelin, Balduino de Ramia y Hugh de Tiberias. Además de estos importantes caballeros francos, tomó Prisioneros a los maestros de ambas órdenes militares. Odó de Saint Amand había sido uno de ellos.

Todos los caballeros salvo Odó fueron liberados, a cambio de un rescate y de la solemne promesa de no continuar la lucha contra Saladino. Sólo de Saint Amand se negó a formular este sagrado juramento y tampoco quiso ofrecer rescate.

—El dinero de los templarios no me pertenece para que pueda utilizarlo en mi propia liberación —había dicho con tono desafiante

Saladino había quedado admirado del coraje feroz del Gran Maestro en la batalla y, una vez más, le ofreció la libertad sin rescate si hacía el juramento. Odó de Saint Amand rehusó de nuevo, y falleció en prisión a causa de las fiebres, en Damasco, unos meses más tarde.

Saladino lamentó su muerte y le enterró con todos los honores, como correspondía a un valiente y caballeroso adversario. Posteriormente, los demás hidalgos renegaron de sus promesas y se complotaron contra Saladino durante la tregua. Su arzobispo les absolvió a todos.

Cuando Belami contó a Simon las circunstancias de la muerte de su padre, había puesto el acento en la generosidad de Saladino.

—¿Durante cuánto tiempo fue Gran Maestro mi padre? —preguntó Simon.

—Desde 1171 hasta 1179; ocho años consagrados al servicio de la Orden. Cuando tú naciste, en 1163, tu padre era caballero templario. En los siguientes ocho años, a raíz de su destreza, brío y valor, llegó a ser Gran Maestro de la Orden del Templo. Tuvo la muerte de un soldado, Simon. Saladino le respetó y le honró no sólo como soldado, sino también como erudito. El líder sarraceno le dio a tu padre todas las posibilidades para que pagara un rescate o diese su palabra de honor a cambio de su libertad. Saladino es tan caballeroso como el mejor de nuestros caballeros cristianos, si no más.

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