El tercer brazo (4 page)

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Authors: Jerry Pournelle Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El tercer brazo
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La silla de viaje de Bury, cerca de la cabecera de la mesa, ocupaba el espacio de dos sillas normales. Le daba una sensación de aislamiento, algo que él recibía con beneplácito, pero aún le permitía la conversación.

La carne del fantasma de la nieve se sirvió cortada en tiras delgadas con zanahorias, nabos y unas raíces desconocidas de vegetales. El plato era lo suficientemente picante como para despertar a los muertos. La carne era dura. No era de extrañar que hubiera que cortarla fina. Los dientes de Bury la atravesaron bastante bien, pero eran más duros y afilados que los dientes con los que había nacido.

—¿La Compra de Maxroy fue introducida en el Imperio hace cincuenta años? —preguntó.

—En realidad no llega a cuarenta —respondió el Gobernador Jackson. Comía con la mano izquierda; habían colocado sus cubiertos invertidos.

Bury asintió despacio.

—Pero tengo entendido que aún hay un considerable sentimiento a favor de la causa Exterior.

El Gobernador Jackson extendió las manos de forma expresiva. Daba la impresión de que jamás se encogía de hombros.

—No es lo que parece —protestó—. Nuestro pueblo —en especial en el interior— tiende a pensar de Nueva Utah más como el Cielo que como un simple planeta. Habitable de polo a polo, y cubierto de plantas verdes y animales salvajes.

—¿Y no es así? —preguntó Bury.

—He leído los viejos registros —repuso el Gobernador Jackson—. Es un planeta. Con más superficie terrestre que la Compra, montañas más altas e incluso menos minerales próximos a la superficie. Quizá permanecieron fundidos más tiempo. El clima es más extremo. ¿Le apetece un poco de vino, Su Excelencia?

—No, gracias.

—Oh, es cierto, los musulmanes no beben —dijo la señora Muller—. Lo había olvidado.

—Probablemente la mayoría no lo hace —comentó Bury—. Igual que la mayoría de los judíos no come cerdo. —Se había dado cuenta de que tanto el Gobernador como su esposa estaban bebiendo agua mineral con gas—. Gobernador, ¿habría razones poderosas para que los Exteriores desearan comerciar con la Compra?

—Es muy posible, Excelencia —repuso el Gobernador—. Nueva Utah es bastante deficiente en ciertos materiales y elementos orgánicos. Por ejemplo, no tienen nada de selenio. Necesitarán suplementos de comida.

—Sólo unas pocas toneladas al año —indicó Norvell White Muller—. Un par de cargamentos de naves, y el beneficio de esas naves… —Se pasó la lengua por los labios—. Si el Imperio los dejara, los habitantes de Utah también comprarían suministros médicos.

El Gobernador Jackson se rió.

—La Marina no puede prescindir de naves para enviármelas —dijo—. De modo que me es imposible meter a Nueva Utah en el Imperio a la fuerza…

—Ni siquiera puede llegar hasta allí —se rió entre dientes la señora Muller.

—Bueno, nosotros podemos, pero estoy de acuerdo, no es fácil. Dos saltos más allá de unas funestas enanas rojas, luego atravesar un sistema grande y brillante de clase E con sólo un planeta, que además es una bola de roca. Hubo una expedición unos años antes de que yo llegara aquí —Jackson se mostró pensativo—. La Marina tiene registros que muestran que no siempre fue tan difícil.

—Creo que yo también oí hablar de eso —dijo Bury.

—De cualquier modo, mientras no tenga naves de la Marina, el embargo comercial es la única arma de la que dispongo para incorporar a Nueva Utah. Lo único que deben hacer es unirse al Imperio y podrán acceder a todo el comercio que deseen.

—La mano que aprieta es que no quieren —comentó Renner.

Jackson se rió.

—Tal vez. Han tenido tiempo suficiente para cambiar de parecer. Pero toda la cuestión es académica, porque el punto de Salto directo desapareció hace ciento treinta años, durante las Guerras de Secesión. Doce años atrás les envié un embajador, en una nave mercante… una de las suyas, señor Bury. No hubo suerte.

«Las estrellas se desvían —pensó Bury—. Los puntos de Salto dependen de las luminosidades dentro de un patrón de estrellas. Van y vienen…» ¿Por qué ese pensamiento de pronto hizo que el borde del pelo de su cuello quisiera erizarse? Diminutas sombras de seis extremidades se agitaron en su mente…

En el otro lado de la mesa oyó a Renner murmurar:

—¿Jackson y Weiss?

—Me parece que hubo algún tráfico —continuó el Gobernador Jackson—. hasta que la Marina regresó hace cuarenta años. Nueva Utah habría pagado mucho por fertilizantes. Pero ¿con qué? Y el viaje es demasiado largo…

La carcajada de Renner cortó toda la conversación. En el silencio, éste explicó:

—Trataba de recordar dónde le había conocido.

El Gobernador también estaba riéndose, con la cabeza echada hacia atrás. Su esposa emitió una risita.

—¿Gobernador? ¿Señor? Observé sus manos —comentó Renner—. Así. —Empujó la silla y se levantó; no importaba que estuvieran en medio del postre. La mano derecha alzada, cerrándose—: «Por un lado, un precio alto por el fertilizante». —La mano derecha bajó casi hasta la cadera, se cerró de nuevo. Bury asintió—. «Por otro, no parece que tengan nada con lo que pagar» —dijo Renner. Extendió la mano izquierda, los dedos juntos en parejas, como una mano con tres dedos gruesos—. «La mano que aprieta, de todos modos está demasiado lejos.» ¿Lo he dicho bien?

—Vaya, sí, sir Kevin. Mi esposa intentó quitarme la costumbre…

—Pero todo el planeta la emplea. ¿La aprendió aquí o en Paja Uno?

La visión de Bury se hizo borrosa. Extrajo la manga de diagnóstico del brazo de su silla e insertó el brazo, con la esperanza de que nadie lo notara. Parpadearon unos puntos anaranjados, y sintió el frescor de una inyección tranquilizante.

—Estaba seguro de que usted no me reconocería —dijo el Gobernador—. No podía recordar dónde me había conocido, ¿eh?… ¿Bury? ¿Se encuentra bien?

—Sí, pero no comprendo.

—Usted era un pasajero de honor, y sir Kevin el Jefe de Navegación, y Weiss y yo sólo éramos técnicos espaciales. Estaba seguro de que usted no me reconocería. Pero bajamos a Paja Uno, y nos quedamos hasta que el capitán Blaine decidió que no nos necesitaban y nos envió de regreso. Weiss cogió la costumbre de los alienígenas, los pajeños. Una mano, otra mano, la mano que aprieta, y se encogían de hombros con los brazos porque sus hombros no se mueven. Yo lo aprendí de él. Aparecimos en los holorreportajes cuando luchábamos contra los Exteriores, y yo casi no he dejado de hacerlo desde que Esparta me nombró Gobernador, y supongo… Todo el planeta, ¿eh?

—Por lo menos, toda Río Pitchfork —indicó Renner—. Desde arriba hasta abajo, desde la colina hasta el desecho, han adoptado esa lógica aristotélica de tres lados. Usted no sólo es el gobernador, también es una estrella de los hologramas.

El gobernador pareció avergonzado, pero complacido.

—Es así en los mundos fronterizos. Sir Kevin, Excelencia, ha sido un absoluto placer verles de nuevo después de tanto tiempo. —Como iguales, pero no lo dijo.

—Así que eso es todo lo que había —dijo Renner. Se arrellanó en el gran sillón relajador en el estudio de Bury y dejó que el masaje empezara mientras levantaba una copa de coñac de verdad—. Jackson y Weiss tuvieron éxito y se convirtieron en estrellas tri-vi. Chicos locales triunfadores. De modo que todo el mundo los imitó. ¡Vaya! Y pensar que les conocimos entonces. —Se rió de repente—. ¡Weiss debió haber vuelto loco a su Fyunch(click) imitándolo de esa manera! Se supone que es al revés.

—Ingenuo —Bury se dejó hundir con cuidado en su sillón y apretó dos veces el botón para pedir café.

—¿Cómo ingenuo? Has oído al Gobernador.

—Le oí explicar un hábito peculiar —repuso Bury en voz baja—. No oí una explicación de por qué hay tanto dinero en este sistema.

—Es verdad —reconoció Renner.

—Ha estado en Paja Uno —comentó Bury—. El Gobernador en persona. Él y Weiss tuvieron dinero para comprar y equipar una nave espacial. Nunca ha habido mejor hombre para esconder Relojeros capturados. O a un Ingeniero, o…

Renner se rió.

—¡Bury, eso es grotesco!

Se reclinó de nuevo en el sillón y lo dejó trabajar mientras recordaba a los pajeños miniatura. Alienígenas pequeños, no inteligentes de verdad, pero capaces de manipular tecnologías más allá de lo que Renner hubiera visto jamás. ¡Oh, de acuerdo, habían sido valiosos! Y destruyeron el crucero de combate MacArthur. No obstante…

—Horace, eres clínicamente paranoide desde bastante antes de conocerte. Blaine dejó sueltos a los Relojeros en su nave, pero, por Cristo, ¡era imposible meter pajeños en la Lenin! ¡Los marines no dejaban entrar nada a menos que pasara por una inspección molécula a molécula!

—No imposible. Yo mismo lo hice. —Las manos de Bury apretaron los apoyabrazos del sillón.

Renner se irguió de golpe.

—¿Qué?

—Habría funcionado. —Bury aguardó en el momento en que Nabil entró en la habitación con una adornada cafetera de plata y tazas finas—. ¿Café, Kevin?

—Sí. ¿Sacaste de contrabando a un pajeño?

—Lo hicimos, ¿verdad, Nabil?

Nabil sonrió con melancolía.

—Excelencia, ésa es una ganancia que me complace que jamás obtuviera.

Era una libertad que por lo normal Nabil no se habría tomado; pero Bury sólo experimentó un escalofrío y sorbió su café. Llevaba puesta la manga de diagnóstico.

—Bury, ¿qué demonios…?

—¿Te he conmocionado después de veinticinco años? Los Relojeros eran potencialmente lo más valioso que yo hubiera visto nunca —comentó—. Capaces de componer, reparar, reconstruir e inventar. Me pareció una locura no guardar una pareja. Y así lo preparamos: una pareja de Relojeros en animación suspendida, oculta en un tanque de aire. El tanque de aire de mi traje presurizado.

—¿A tu espalda? —Si Bury estaba mintiendo, lo hacía bien. Pero él no mentía bien—. No tienes Relojeros. Si no, yo lo sabría.

—Por supuesto que no —repuso—. Tú conoces parte de la historia. La MacArthur estaba perdida para nosotros, los Relojeros andaban desperdigados como locos por toda la nave, modificando las máquinas para su propio uso, matando a los marines que se asomaban a sus nidos. Pasamos por cables de la MacArthur a la Lenin. Largos cables parecidos a telarañas con pasajeros ensartados como abalorios. El universo nos rodeaba y el gran globo de Paja Uno se veía abajo, todo círculos, los cráteres dejados por sus guerras. La bola enorme de una nave se acercó. Podía sentir la riqueza y el peligro que llevaba a la espalda, los marines delante, y el riesgo de quedarme sin aire demasiado pronto. Había aceptado ese riesgo. Entonces…

—Entonces miraste hacia atrás. Como Orfeo.

—Dio la casualidad de que el sol brilló directamente en el visor del hombre que iba detrás de mí.

—Viste ojos diminutos…

—¡Que el genio te lleve, Kevin! ¡Después de todo, es mi pesadilla! Tres pares de ojos diminutos me miraron desde el visor. Les tiré mi maletín. Llevé el brazo a mi espalda, solté uno de mis tanques de aire y se los arrojé.

El traje lo esquivó —eran torpes, fue un milagro que consiguieran llegar a moverlo—, esquivó el maletín y quedó en posición perfecta cuando el tanque aplastó el visor.

—Yo mismo he padecido esa pesadilla dos veces, de tanto que la he oído. Bury, te habrías merecido agarrar el tanque de aire equivocado.

—No era el peor de mis miedos. El visor se aplastó y una veintena de pajeños de clase Relojera salió expulsada y se agitó con violencia en el vacío, y con ellos iba una cabeza dando vueltas. Así es como consiguieron pasar por la inspección de marines. Y yo habría logrado pasar ese tanque de aire por la inspección de marines de la Lenin.

—Quizá.

—Y quizá yo no fui el único. En Paja Uno había dos técnicos espaciales. Todos comprobamos lo útiles que eran los Relojeros cuando eran usados de forma adecuada por la clase pajeña de los Ingenieros. ¿Consiguió alguno de ellos ocultar a Relojeros? ¿O a Ingenieros, o a Amos?

—Resulta difícil refutarlo, Bury, pero en realidad no tienes ningún motivo para pensar así. A propósito, no le cuentes esa historia a nadie más.

Bury le lanzó una mirada iracunda.

—A ti no te la he contado en veinticinco años. Kevin, tenemos una ventaja. Si esa forma de pensar de tres manos se diseminó porque había pajeños por los alrededores… de cualquier clase… entonces sé quién es culpable. El Gobernador dice que él y su compañero impusieron esa moda. Estaría mintiendo, poniendo una pantalla.

—Tal vez no. Podría creer de verdad…

—Kevin…

—O quizá fue Weiss. De acuerdo, de acuerdo. Aún seguimos sin saber lo del flujo de dinero. Desconocemos adónde fueron los Cargamentos cuando el capitán Fox usó su lanzador. Necesitamos averiguarlo.

—Primero debes informárselo a la Marina. Por si desapareciéramos.

—Bien. Y luego encontraré una manera de perseguir a Exteriores, y tú encuentra una forma de perseguir a pajeños, y estaré en Escocia antes que tú. Ahora me voy a la cama. Cuando me hallaba en la sauna, juré que me acostaría sobrio.

—… Sí.

3
El Gusano del Magüey

Los hombres han muerto de cuando en cuando,

y los gusanos los han comido, pero no por amor.

W
ILLIAM
S
HAKESPEARE

Como gustéis, Acto 4, Escena 1

Ruth Cohen abrió el camino escaleras abajo hacia el sótano de la Residencia del Gobernador. Dos marines estaban sentados en el extremo más apartado de un corredor largo y de paredes vacías. Uno se puso en posición de firme. El otro permaneció ante su consola.

—Identidad, capitán de fragata, por favor.

Aguardó mientras Ruth miraba en el lector de patrón retinal y colocaba la mano en la Identiplaca.

«Ruth Cohen, capitán de fragata, Marina Imperial. Acceso ilimitado a los sistemas de seguridad», dijo la caja.

—Ahora usted, señor.

—No me conocerá —informó Renner.

—Señor…

—Conozco el procedimiento, sargento. —Renner miró en la caja. Una luz roja danzó recorriendo sus ojos.

«Patrón grabado. Sujeto desconocido», anunció la caja.

El marine tocó unos botones en su consola. Una puerta se abrió para revelar una antecámara pequeña que se parecía mucho a una esclusa de compresión. Mientras Renner y Cohen entraban, el marine dictó: «Capitán de fragata Cohen y sujeto identificado como Kevin Renner, civil, Autonética Imperial, entraron en cuartos de seguridad…».

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