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Authors: Ken Follett

El tercer gemelo (18 page)

BOOK: El tercer gemelo
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—No es posible que sea él, Lisa —dijo Jeannie.

—¿Qué quieres decir?

—Sus pruebas demuestran lo contrario. Y pase algún tiempo con él, tengo un pálpito.

—Pero yo le reconocí. —Lisa parecía molesta.

—Estoy atónita. No lo entiendo.

—Esto tira por tierra tu teoría, ¿no es cierto? Tú querías un gemelo que fuese bueno y otro que fuese malo.

—Sí, pero un contraejemplo, una excepción no refuta una teoría.

—Lamento que esto amenace tu proyecto.

—Esa no es la razón por la que digo que no es él —suspiró Jeannie—. Rayos, tal vez lo sea. Ya no sé nada. ¿Dónde estás ahora?

—En casa.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, ahora que él está entre rejas, me encuentro estupendamente.

—Parece tan simpático...

—Esos son los peores, me lo dijo Mish. Los que en la superficie parecen perfectamente normales son los más arteros y los más despiadados, y disfrutan haciendo sufrir a las mujeres.

—Dios mío.

—Me voy a la cama, estoy agotada. Sólo quería decírtelo. ¿Qué tal tu velada?

—Así, así. Mañana te lo cuento.

—Sigo queriendo ir contigo a Richmond.

Jeannie quería llevarse a Lisa para que le ayudara en la entrevista a Dennis Pinker.

—¿Te sientes con ánimos?

—Sí, realmente quiero continuar llevando una vida normal. No estoy enferma, no necesito ningún periodo de convalecencia.

—Dennis Pinker será probablemente un doble de Steve Logan.

—Lo sé. Puedo arreglármelas.

—Si estás tan segura...

—Te llamaré temprano.

—De acuerdo. Buenas noches.

Jeannie se dejó caer pesadamente en la silla. ¿Sería posible que la seductora naturaleza de Steve no fuera más que una máscara? Jeannie pensó que en tal caso ella debía de ser una mala juez de personas. Y quizá también una científica igualmente mala: acaso todos los gemelos idénticos resultaban igualmente criminales. Suspiró.

Su propio progenitor delincuente se sentó junto a ella.

—Ese profesor es un tipo agradable, ¡pero seguramente es más viejo que yo! —dijo—. ¿Tienes con él una aventura o qué?

Jeannie arrugó la nariz.

—Al cuarto de baño se va por ahí, papá —dijo.

13

Steve se encontraba de nuevo entre las paredes amarillas de la sala de interrogatorios. En el cenicero seguían las mismas dos colillas de cigarrillo. La habitación no había cambiado, pero el sí. Tres horas antes era un ciudadano respetuoso de la ley, inocente y cuyo delito más grave había sido conducir a noventa y cinco kilómetros por hora en una zona de noventa. Ahora era un violador, arrestado, identificado por la víctima y acusado formalmente. Ahora estaba atrapado por la máquina de la justicia, en la cinta transportadora. Era un criminal. Por mucho y por muy repetidamente que se recordase que no había hecho nada malo, le resultaba imposible sacudirse de encima el complejo de infamia e ignominia.

Un poco antes había visto a la mujer detective, la sargento Delaware. Ahora el otro policía, el hombre, entró en el cuarto, también cargado con una carpeta azul. Era de la misma estatura que Steve, pero mucho más corpulento y ancho de espaldas. Llevaba muy corto el pelo gris acero y lucía un bigote hirsuto. Tomo asiento y sacó un paquete de cigarrillos. Sin pronunciar palabra, sacó un pitillo, lo encendió y dejó caer la cerilla en el cenicero. Luego abrió la carpeta. Dentro había otro formulario más. El encabezamiento de este rezaba:

TRIBUNAL FEDERAL DE MARYLAND
POR........(CIUDAD/CONDADO)

La mitad superior estaba dividida en dos columnas tituladas DEMANDANTE y ACUSADO. Un poco más abajo decía:

Pliego de cargos

El detective empezó a rellenar el impreso, sin abrir la boca. Tras escribir unas cuantas palabras levantó la hoja blanca de arriba y comprobó cada una de las cuatro hojas para copias con papel carbón: verde, amarillo, rosa y marrón.

Leyéndolo al revés, Steve vio que el nombre de la víctima era Lisa Hoxton.

—¿Cómo es? —preguntó.

El detective le miró.

—El cabrón se calla —dijo.

Dio una chupada al cigarrillo y continuó escribiendo.

Steve se sintió denigrado. Aquel hombre se complacía en ultrajarle y él no podía hacer nada para impedirlo. Era otra fase en el proceso destinado a humillarle, de hacerle sentirse insignificante e impotente. Hijo de puta, pensó, me gustaría encontrarte fuera de este edificio, sin esa maldita pistola que llevas.

El detective empezó a especificar las acusaciones. En la casilla número uno anotó la fecha del domingo, luego, «en el gimnasio de la Universidad Jones Falls, Baltimore (Maryland)». Un poco más abajo escribió: «Violación, primer grado». En la casilla siguiente puso el lugar, repitió la fecha y, a continuación: «Asalto e intento de violación».

Cogió una hoja suplementaria y añadió dos cargos más: «agresión» y «sodomía».

—¿Sodomía?—dijo Steve en tono cargado de sorpresa.

—El cabrón se calla.

Steve estuvo en un tris de asestarle un puñetazo. Esto es deliberado, se dijo. El tipo trata de provocarme. Si le sacudo, tendrá una excusa para llamar a otros tres fulanos que me sujetarán mientras él me muele a patadas. No, no lo hagas.

Cuando hubo terminado de escribir, el detective volvió los dos formularios y los empujo a través de la mesa, hacia Steve.

—Te has metido en un buen lío, Steve. Pegaste, violaste y sodomizaste a una chica...

—No hice nada de eso.

—El cabrón se calla.

Steve se mordió el labio y guardó silencio.

—Eres basura. Eres mierda. Las personas decentes ni siquiera querrán estar en la misma habitación que tú. Has pegado, violado y sodomizado a una muchacha. Sé que no es la primera vez. Llevas haciendo lo mismo una temporada. Eres astuto, lo planeas con anticipación y hasta ahora siempre te salió bien. Pero esta vez te han echado el guante. Tu víctima te ha identificado. Otros testigos te sitúan en las proximidades de la escena del crimen. Dentro de una hora, más o menos, en cuanto el comisario de guardia haya firmado y de a la sargento Delaware la orden de busca y captura, te llevaremos al hospital Mercy, te haremos un análisis de sangre, te pasaremos el peine por tu vello púbico y demostraremos que tu ADN coincide con el que se encontró en la vagina de la víctima.

—¿Cuánto tardará esa... prueba del ADN?

—El cabrón se calla. Estás atrapado, Steve. ¿Sabes lo que te espera?

Steve guardó silencio.

—La sentencia por una violación en primer grado es cadena perpetua. Vas a ir a la cárcel. ¿Y sabes lo que te va a pasar allí? Vas a comprobar a que sabe la medicina que estuviste administrando. ¿Un jovencito tan agraciado como tú? Miel sobre hojuelas. Te van a sacudir, violar y sodomizar. Vas a descubrir cómo se sintió Lisa. Sólo que en tu caso será durante años y años y años.

Hizo una pausa, cogió el paquete de tabaco y ofreció un cigarrillo a Steve.

Sorprendido, Steve denegó con la cabeza.

—A propósito, soy el detective Brian Allaston. —Encendió un pitillo—. En realidad no sé por qué te cuento esto, pero hay un modo de que la cosa mejore algo para ti.

Steve enmarcó las cejas, curioso. ¿Qué venía ahora?

El detective Allaston se puso en pie, anduvo en torno a la mesa y se sentó en el borde de su superficie, con un pie en el suelo y muy cerca de Steve. Se inclinó hacia delante y habló en voz un poco más baja.

—Deja que te eche una mano. La violación es coito vaginal con empleo o amenaza de empleo de la fuerza, contra la voluntad o sin el consentimiento de la mujer. Para que sea violación en primer grado ha de existir un factor agravante como secuestro, desfiguración o violación por parte de dos o más personas. Las penas por violación en segundo grado son menores. Es decir, que si consigues convencerme de que lo tuyo sólo fue violación en segundo grado, podrías hacerte un inmenso favor.

Steve no dijo nada.

—¿Quieres contarme lo que sucedió?

Por fin, Steve habló:

—El cabrón se calla —dijo.

Allaston entró en acción con celeridad. Quitó la nalga de encima de la mesa, agarró a Steve por la pechera de la camisa, lo levantó de la silla y lo proyectó contra la cenicienta pared del bloque. La cabeza de Steve salió despedida hacia atrás, chocó contra el muro y produjo un angustioso repique. Fue un impacto muy duro. Al detective Allaston le sobraban algunos kilos y su condición física era bastante deficiente: Steve sabía que tumbar a aquel hijo de puta sólo le llevaría unos segundos. Pero tenía que controlarse. Todo lo que podía esgrimir era su inocencia. Si golpeaba a un policía, al margen de si este le había provocado, sería culpable de un delito. Y entonces lo mismo podía rendirse ya. De no contar con aquel sentido de justa indignación que lo mantenía a flote, podría darse por perdido. De modo que permaneció allí derecho, rígido, con los dientes apretados, mientras Allaston lo separaba de la pared y lo volvía a golpear contra ella, dos, tres, cuatro veces.

—Ni se te ocurra hablarme así otra vez, capullo —advirtió Allaston.

La cólera de Steve empezó a diluirse. Allaston ni siquiera le estaba haciendo daño físico. Comprendió que todo aquello era teatro. Allaston interpretaba un papel y lo estaba haciendo fatal. Era el tipo duro, en tanto que Mish era la detective buena. Pero ambos tenían el mismo objetivo: convencer a Steve para que confesara haber violado a una mujer a la que nunca llegó a conocer y que se llamaba Lisa Margaret Hoxton.

—Corta ese mal rollo, detective —dijo Steve—. Ya sé que eres un violento hijo de perra al que le crecen cerdas en las fosas nasales, del mismo modo que sabes también que si estuviéramos en cualquier otro sitio y no llevases al cinto ese pistolón, te iba a sacudir una paliza de muerte, así que vamos a dejar de ponernos a prueba.

Allaston puso cara de sorpresa. Sin duda había supuesto que Steve estaría demasiado asustado para hablar. Le soltó la pechera de la camisa y se encaminó a la puerta.

—Me dijeron que eras un enterado —declaró—. Bueno, permíteme decirte lo que voy a hacer para que tu educación sea un poco más completa. Vas a volver a las celdas y te vas a pasar allí cierto tiempo, pero esta vez vas a tener compañía. Verás, las cuarenta y una celdas vacías de ahí abajo están todas fuera de servicio, así que vas a tener que compartir la tuya con un prójimo llamado Rupert Butcher, conocido por el apodo de Gordinflas. Tú te consideras un hijo de puta de pronóstico, pero te garantizo que él es mucho peor.

Se ha caído de una juerga de alucine que ha durado tres días, así que no veas cómo le duele el coco. Anoche, aproximadamente a la misma hora en que tú te entretenías prendiendo fuego al gimnasio y colándole a la pobre Lisa Hoxton tu asqueroso cipote, Gordinflas Butcher acuchillaba a su amante por el procedimiento de clavarle repetidamente una horca de jardinero. Disfrutaréis con vuestra mutua compañía. Vamos.

A Steve no le llegaba la camisa al cuerpo. Todo su valor se había derramado como si acabasen de quitar un tapón y se sentía indefenso y vencido. El detective le había humillado pero en ningún momento le amenazó con lesionarle gravemente; pero una noche con un psicópata era algo realmente peligroso. El tal Butcher (Butcher significa «carnicero») ya había cometido un asesinato: si sus meninges tenían capacidad para pensar racionalmente comprendería que poco iba a perder cometiendo otro.

—Aguarda un momento —pidió Steve con voz temblona.

Allaston dio media vuelta, muy despacio.

—¿Y bien?

—Si confieso, tendré una celda para mí solo.

En la expresión del detective se hizo patente el alivio.

—Desde luego —su voz se había hecho amistosa de pronto.

El cambio de tono encendió el resentimiento de Steve.

—Pero si no confieso, Gordinflas Butcher me asesinará.

Allaston extendió las manos en gesto de impotencia. Steve notó que su miedo se transformaba en odio.

—En ese caso, detective —silabeó—, que te den por culo.

La expresión de sorpresa volvió al rostro de Allaston.

—Hijo de mala madre —insultó—. Veremos si estás tan animado dentro de un par de horas. En marcha.

Llevó a Steve al ascensor y lo acompañó hasta el bloque de celdas. Allí estaba Spike.

—Mete a este borde con Gordinflas —le encargo Allaston.

Spike enarcó las cejas.

—Tan mal fue la cosa, ¿eh?

—Sí. Y a propósito... Steve tiene pesadillas.

—¿Ah sí?

—Si le oyes gritar... no te preocupes, sólo es que está soñando.

—Comprendo —repuso Spike.

Allaston se retiró y Spike condujo a Steve a la celda.

Gordinflas estaba acostado en la litera. Era de la misma estatura que Steve, pero mucho más robusto. Parecía un culturista que hubiera sufrido un accidente automovilístico: el tejido de su ensangrentada camiseta se tensaba sobre los abultados músculos. Yacía tendido de espaldas, con la cabeza hacia el fondo del calabozo y los pies colgando por el extremo del camastro. Abrió los ojos cuando Spike abrió la puerta y entró Steve. El carcelero cerró de golpe, con estrépito, y echó la llave. Gordinflas abrió los ojos y echó un vistazo a Steve.

Steve sostuvo la mirada durante un momento.

—Dulces sueños —deseó Spike.

Gordinflas volvió a cerrar los párpados.

Steve se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, y se dedicó a observar al dormido Gordinflas.

14

Berrington Jones condujo despacio rumbo a su casa. Se sentía decepcionado y aliviado al mismo tiempo. Como una persona a régimen que se pasa todo el camino hacia la heladería luchando a brazo partido con la tentación y luego se encuentra el local cerrado, Berrington tuvo la sensación de que acababa de librarse de algo que le constaba no debía hacer.

Sin embargo, no se encontraba más cerca que antes de resolver el problema del proyecto de Jeannie y seguía subsistiendo el peligro de que se descubriera el pastel. Quizá debió de dedicar más tiempo a interrogar a Jeannie y menos a pasárselo bien. Enmarcó las cejas, perplejo, mientras aparcaba el vehículo y entraba en la casa.

Dentro reinaba el silencio; sin duda Marianne, el ama de llaves, se había ido a dormir. Pasó al estudio y comprobó el contestador automático. Sólo había un mensaje.

«Profesor, aquí la sargento Delaware de la Unidad de Delitos Sexuales, que llama en la noche del lunes. Le agradezco su colaboración.»

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