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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El trono de diamante (31 page)

BOOK: El trono de diamante
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—Ciertamente —concedió Emban—. No obstante, si se tratara de defender la fe elenia, preferiría confiar en los altivos pandion que en otros personajes que podría mencionar. Ciertamente, los viejos odios se difuminan lentamente, pero los que han surgido recientemente son incluso más dañinos. Me han llegado noticias sobre lo que acontece en Elenia y no resulta difícil adivinar quién saldría beneficiado si los pandion cayeran en desgracia.

—¿Osáis acusar al primado Annias? —gritó Makova, al tiempo que se ponía de pie con los ojos desorbitados.

—Oh, sentaos, Makova —le recomendó Emban, molesto—. Vuestra sola presencia tiene un efecto contaminante sobre nosotros. Todos los ocupantes de la sala saben perfectamente quién dirige vuestras actuaciones.

—¿Deseáis deshonrar mi persona?

—¿Quién financió el nuevo palacio que os habéis hecho construir? Hace seis meses vinisteis a pedirme dinero y ahora parecéis andar sobrado de él. ¿No es un tanto curioso? ¿Quién os subvenciona, Makova?

—¿A qué vienen esos gritos? —preguntó una débil voz.

Sparhawk dirigió la vista al trono dorado que ocupaba el ala frontal de la estancia. El archiprelado Cluvonus se había despertado y parpadeaba confuso mientras miraba a su alrededor. La cabeza del anciano se tambaleaba sobre su escuálido cuello y sus ojos aparecían nublados.

—Se trata de una discusión animada, Su Santidad —le informó Dolmant suavemente.

—Os habéis atrevido a despertarme —protestó petulantemente el archiprelado—, con el sueño tan agradable de que disfrutaba.

Después levantó la mitra, la arrojó al suelo y se volvió a arrellanar en su sillón haciendo pucheros.

—¿El archiprelado nos concedería unos momentos para escuchar el asunto de que versa la conversación? —inquirió Dolmant.

—No —espetó Cluvonus—. Ya es suficiente.

A continuación prorrumpió en una risa aguda, como si su pataleta infantil hubiera sido un magnífico chiste. Después las carcajadas se amortiguaron, y, finalmente, observó a los presentes con el entrecejo fruncido.

—Quiero volver a mi habitación —declaró Cluvonus—. Salid todos de aquí.

La jerarquía se puso en pie y comenzó a desfilar.

—Vos también, Dolmant —insistió el archiprelado con voz excitada—. Enviadme a la hermana Clentis. Es la única persona que se preocupa realmente por mí.

—Como desee Su Santidad —se resignó Dolmant mientras ejecutaba una reverencia.

—¿Cuánto tiempo hace que se comporta de este modo? —preguntó Sparhawk a Dolmant cuando se encontraban afuera.

—Un año, aproximadamente —repuso el patriarca con un suspiro—. Su mente se enturbiaba paulatinamente, pero hasta hace un año su senilidad no había alcanzado estos extremos.

—¿Quién es la hermana Clentis?

—Su enfermera. En realidad, su dueña.

—¿El pueblo es consciente de su estado?

—Corren algunos rumores al respecto: sin embargo, hemos conseguido mantenerlo en secreto —explicó Dolmant, suspirando de nuevo—. No lo juzguéis sólo por su reciente actuación, Sparhawk. Cuando era más joven, hizo honor al cargo que ocupa.

—Lo sé —asintió Sparhawk—. ¿Cómo se encuentra físicamente?

—Bastante mal. Está muy débil. No durará mucho tiempo.

—Tal vez por ese motivo Annias ha puesto en acción sus recursos con tanta rapidez —apuntó Sparhawk mientras cambiaba de mano su plateado escudo—. Lo cierto es que el factor tiempo le favorece.

—Sí —acordó Dolmant, con semblante sombrío—. Por esa razón el resultado de vuestra misión resulta crucial.

—Muy bien, Dolmant —dijo otro eclesiástico que se unió a ellos—. Ha sido una mañana muy interesante. ¿Hasta qué punto estaba Annias involucrado en la confabulación?

—No he mencionado para nada al primado de Cimmura, Yarris —protestó Dolmant con burlona inocencia.

—Aunque hayáis evitado aludirlo, todo lo expuesto concurre con nítida claridad hacia su persona. No creo que a ningún miembro del consejo le haya pasado inadvertido el trasfondo.

—¿Conocéis al patriarca de Vardenais, Sparhawk? —preguntó Dolmant.

—Hemos coincidido en alguna ocasión —respondió Sparhawk, al tiempo que se inclinaba levemente ante el eclesiástico, acompañado del ruido metálico producido por la armadura—. Su Ilustrísima —lo saludó.

—Me alegra volver a veros, Sparhawk —replicó Yarris—. ¿Cómo se desarrollan los acontecimientos en Cimmura?

—De manera forzada —repuso Sparhawk.

—Supongo que habéis previsto que Makova informará de todo lo ocurrido esta mañana a Annias —indicó Yarris a Dolmant.

—Mi intención no se dirigía a mantenerlo en secreto. Annias se puso en ridículo. Si consideramos sus aspiraciones, este aspecto de su personalidad resulta relevante.

—En efecto, Dolmant. Os habéis procurado un nuevo enemigo en esta sesión.

—De todos modos, Makova no me ha profesado nunca gran aprecio. Por cierto, Yarris, Sparhawk y yo desearíamos tratar con vos de cierta materia.

—¿Sí?

—Está relacionada con otra de las estratagemas del primado de Cimmura.

—No debemos escatimar esfuerzos para desbaratársela.

—Estaba seguro de que responderíais así.

—¿Qué se propone en esta ocasión?

—Presentó un certificado de matrimonio falso al consejo real de Cimmura.

—¿Quién se ha casado?

—La princesa Arissa, y con el duque Osten.

—Esa pretensión es ridícula.

—La princesa Arissa la consideró de la misma forma.

—¿Estáis dispuesto a jurarlo?

Dolmant hizo un gesto afirmativo.

—Mi testimonio será corroborado por Sparhawk —añadió.

—Sospecho que su meta se orienta a legitimizar a Lycheas.

Dolmant asintió nuevamente.

—Bien, veamos si podemos frustrar su objetivo. Vamos a hablar con mi secretario para que extienda el documento pertinente. —El patriarca de Vardenais ahogó una risita—. A Annias no le sonríe la suerte desde hace una temporada. Con éste serán dos los planes fallidos. Conservad la armadura, muchacho —le sugirió a Sparhawk—. Annias podría decidir decoraros con una daga la zona que media entre vuestras paletillas.

Tras haber realizado el informe relativo a la afirmación de la princesa Arissa, se separaron del patriarca de Vardenais y caminaron por el corredor hasta la nave de la basílica.

—Dolmant —dijo Sparhawk—, ¿podríais explicar el motivo de la presencia de tantos estirios en Chyrellos?

—Me han llegado noticias. Se comenta que han venido para ser educados en nuestra fe.

—Sephrenia afirma que esa excusa es absurda.

—Probablemente tiene razón —asintió Dolmant con tristeza—. Pese a haber dedicado a ello toda mi vida, hasta el momento no he conseguido convertir ni a un solo estirio.

—Se hallan muy vinculados a sus dioses —arguyó Sparhawk—. No es mi intención ofenderos, Dolmant, pero al parecer existe una estrecha relación personal entre los estirios y sus dioses. Tal vez nuestro Dios es más remoto.

—Hablaré de ello con el Altísimo en nuestra próxima conversación —prometió Dolmant con una sonrisa—. Estoy convencido de que tiene en cuenta nuestras opiniones.

—Una afirmación un tanto presuntuosa, ¿no creéis? —señaló Sparhawk, riendo.

—Sí, en efecto. ¿Cuánto tiempo calculáis que deberéis esperar antes de partir hacia Borrata?

—Varios días. Odio perder el tiempo, pero los caballeros de las otras órdenes deben cubrir un largo recorrido para llegar a Chyrellos, y debo aguardarlos. Esta espera comienza a impacientarme; sin embargo, me temo que no existe alternativa —apretó los labios—. Creo que dedicaré mi tiempo a merodear un poco; así permaneceré activo. Además, esa oleada de estirios han despertado mi curiosidad.

—Sed cauteloso en las calles de Chyrellos, Sparhawk —le aconsejó seriamente Dolmant—. Puede ser arriesgado para vos.

—Últimamente el mundo entero se ha vuelto peligroso. Os mantendré al corriente de mi investigación —aseguró Sparhawk antes de alejarse por el pasillo con el martilleo de las espuelas sobre el suelo de mármol.

Capítulo 13

Era casi mediodía cuando Sparhawk regresó al castillo. Aunque había cabalgado lentamente por entre las bulliciosas calles de la ciudad santa, prestó escasa atención a las afanosas multitudes que las transitaban. El deterioro del archiprelado Cluvonus lo había entristecido. A pesar de haber escuchado los últimos rumores, lo había conmocionado observar de cerca el estado del anciano.

Se detuvo ante el portalón y siguió con indiferencia los pasos del ritual de entrada. Kalten lo esperaba en el patio.

—¿Cómo ha ido? —inquirió su amigo.

Sparhawk desmontó pesadamente y después se quitó el yelmo.

—No estoy seguro de que hayamos influido sobre quienes no comparten nuestros criterios —repuso—. Los patriarcas que respaldan a Annias continúan fieles en su apoyo; los que se oponen a él se mantienen de nuestro lado, y los neutrales siguen sin decantarse.

—¿Ha resultado una pérdida de tiempo, entonces?

—Creo que no completamente. Después de esta reunión, a Annias le será más difícil captar nuevos votos.

—Falta congruencia entre las dos opiniones que expones. —Kalten miró con detenimiento a su amigo—. Estás de mal humor. ¿Qué ha ocurrido realmente?

—Cluvonus estaba presente.

—Asombroso. ¿Qué aspecto tenía?

—Desastroso.

—Tiene ochenta y cinco años, Sparhawk. No podías esperar que presentara una imagen imponente. Por si no lo recuerdas, la gente envejece.

—Ha perdido el control de su mente, Kalten —le informó con tristeza Sparhawk—. Parece haber regresado a la infancia. Dolmant cree que no va a durar mucho.

—¿Tal mal está?

Sparhawk cabeceó a modo de asentimiento.

—En consecuencia, necesitamos llegar a Borrata y regresar con toda la celeridad posible, ¿no es cierto?

—Es urgente —acordó Sparhawk.

—¿Crees que deberíamos adelantarnos? Los caballeros de las restantes órdenes pueden darnos alcance posteriormente.

—Me gustaría poder hacerlo. Odio pensar en Ehlana sentada sola en aquella sala del trono, pero estimo que es preferible aguardar. Komier tenía razón al referirse a una muestra de fuerza conjunta. Por otra parte, en ocasiones las otras órdenes se han mostrado algo susceptibles. No conviene comenzar nuestra alianza con una ofensa.

—¿Habéis hablado tú y Dolmant con alguien respecto a Arissa?

—El patriarca de Vardenais se encargará del caso.

—Por lo tanto, sientes que has desperdiciado el día.

—Quiero sacarme esto de encima —declaró Sparhawk con un gruñido, mientras repiqueteaba con los nudillos el peto de su armadura.

—¿Te desensillo el caballo?

—No, volveré a salir. ¿Dónde está Sephrenia?

—Creo que en su habitación.

—Ordena que ensillen su caballo.

—¿Va a ir a algún sitio?

—Probablemente —respondió Sparhawk antes de encaminarse a las escaleras para entrar en el edificio.

Un cuarto de hora después llamó a la puerta de la cámara de Sephrenia. Se había desprendido de la armadura y llevaba una cota de malla bajo una anodina capa gris que no lucía ninguna insignia de su rango ni de su orden.

—Soy yo, Sephrenia —dijo a través de los paneles de la puerta.

—Entrad, Sparhawk —respondió la mujer.

Avanzó con calma hacia el interior de la habitación.

Sephrenia se encontraba sentada en una amplia silla, con Flauta arrellanada en su regazo. La pequeña dormía con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

—¿Ha sido favorable la visita a la basílica? —preguntó.

—No sabría concretarlo —repuso—. Los eclesiásticos son muy hábiles para ocultar sus emociones. ¿Averiguasteis algo ayer, cuando Kalten os acompañó, sobre los estirios que han acudido a Chyrellos?

La mujer realizó un gesto afirmativo.

—Están concentrados en el barrio contiguo a la Puerta del Este. Comparten en comunidad una casa allí. No obstante, no logramos encontrarla.

—¿Por qué no intentamos localizarla? —sugirió Sparhawk—. Necesito ocupar mi tiempo. Me siento intranquilo.

—¿Intranquilo vos, Sparhawk? ¿El hombre de piedra?

—Supongo que se debe a la impaciencia. Querría partir de inmediato hacia Borrata.

Sephrenia asintió con la cabeza. Después se levantó y depositó suavemente a la niña sobre el lecho y la cubrió amorosamente con una manta de lana gris. Flauta abrió brevemente sus oscuros ojos, sonrió y volvió a conciliar el sueño. La mujer besó la menuda cara y se volvió hacia Sparhawk.

—¿Vamos, pues?

—Le tenéis mucho cariño a la pequeña, ¿verdad? —preguntó Sparhawk mientras recorrían el pasillo que daba al patio.

—Se trata de un sentimiento más profundo. Tal vez lo comprenderéis algún día.

—¿Tenéis algún indicio de dónde puede hallarse ese albergue de estirios?

—Hablé con un tendero del mercado situado cerca de la Puerta del Este. Vendió un buen número de lonjas de carne a los estirios. El recadero que las entregó sabe dónde se encuentra la casa.

—¿Por qué no se lo preguntasteis?

—Ayer no estaba allí.

—Quizás hoy haya acudido al trabajo.

—Podemos intentarlo.

Entonces Sparhawk se detuvo y la observó fijamente.

—No es mi intención tratar de sonsacaros los secretos que habéis decidido no revelar, Sephrenia, pero ¿podríais distinguir entre un ordinario campesino estirio y un zemoquiano?

—Es posible —admitió—, a menos que hayan tomado medidas para ocultar su verdadera identidad.

Descendieron hasta el patio, donde Kalten los aguardaba con
Faran
y el blanco palafrén de Sephrenia. El festivo caballero mostraba una expresión de enfado en su rostro.

—Tu caballo me ha mordido, Sparhawk —dijo con tono acusador.

—Lo conoces bastante bien como para no darle la espalda. ¿Te ha lastimado?

—No —admitió Kalten.

—Entonces, sólo jugaba. Demuestra el afecto que siente por ti.

—Gracias —respondió Kalten secamente—. ¿Quieres que os acompañe?

—No. Queremos pasar inadvertidos, y en ciertas ocasiones tienes dificultades para actuar con discreción.

—Me conmueve lo encantador que resultas a veces, Sparhawk.

—Hemos jurado decir siempre la verdad —replicó éste mientras ayudaba a alzarse a Sephrenia; a continuación, montó él—. Si no hay contratiempos, volveremos antes de que anochezca.

—Por mí no os apresuréis.

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