El último argumento de los reyes (22 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
5.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

El Archilector Sult estaba de pie contemplándolos con gesto iracundo, como un pastor ante un rebaño de ovejas díscolas, con su blanca toga llena de arrugas y sus blancos cabellos alborotados. Era la primera vez que Glokta le veía desarreglado.
Debe de estar paladeando al fin el gusto de la sangre. De la suya. Sería capaz de echarme a reír, si no fuera porque también yo siento en la boca ese horrible regusto salado.

—Brock tiene setenta y cinco —bufaba Sult para sí mientras sus manos, enfundadas en sendos guantes blancos, se retorcían a su espalda—. Brock setenta y cinco. Isher cincuenta y cinco. Skald y Barezin cuarenta por barba. Brock, setenta y cinco... —mascullaba las cifras una y otra vez como si fueran una fórmula mágica capaz de protegerle de todo mal.
O de todo bien, quizá
—. Isher, cincuenta y cinco...

Glokta tuvo que reprimir una sonrisa.
Block primero, luego Isher, a continuación Skald y Barezin, mientras la Inquisición y el poder judicial se pelean por las migajas. Pese a todos nuestros esfuerzos, las cosas siguen poco más o menos igual que cuando comenzó este desagradable baile. Bien podríamos habernos ahorrado las molestias y habernos hecho con el control del país entonces. Bueno, a lo mejor todavía estamos a tiempo...

Glokta carraspeó ruidosamente y Sult giró de golpe la cabeza.

—¿Quiere aportar algo?

—En cierto modo sí, Eminencia —Glokta procuró que su tono fuera lo más servil posible—. Hace poco he recibido cierta información bastante... inquietante.

Sult torció el gesto y señaló los papeles con la cabeza.

—¿Más inquietante que esto?

Igual, por lo menos. Al fin y al cabo, quienquiera que gane las elecciones tendrá muy poco tiempo para celebrarlo si una semana después se presentan aquí los gurkos y nos pasan a todos a cuchillo.

—Se me ha indicado que... los gurkos se están preparando para invadir Midderland.

Se produjo un silencio tenso.
Una reacción poco prometedora, pero una vez izadas las velas ya no hay marcha atrás. ¿Qué otra cosa se puede hacer sino poner rumbo hacia la tempestad?

—¿Invadirnos? —repuso desdeñoso Goyle—. ¿Con qué?

—No es la primera vez que oigo decir que disponen de una flota.
Un intento desesperado de parchear un navío que hace aguas
. Una flota de un tamaño bastante considerable que han ido construyendo en secreto desde la conclusión de la anterior guerra. No nos costaría demasiado hacer ciertos preparativos; de ese modo, si al final vienen los gurkos...

—¿Y si se equivoca? —el Archilector lucía un ceño de los que hacen época—. ¿De dónde ha sacado esa información?

Ah, no, eso sí que no. ¿Carlot dan Eider? ¿Viva? ¿Cómo es posible? Hallado un cadáver flotando junto a los muelles...

—De una fuente anónima, Archilector.

—¿Anónima? —Su Eminencia entrecerró los ojos y le lanzó una mirada fulminante—. ¿Pretende que en unas circunstancias como las actuales acuda al Consejo Cerrado para informarle de la existencia de un rumor sin confirmar obtenido por medio de una fuente anónima?
Las olas anegan la cubierta...

—Simplemente quería prevenir a Su Eminencia de la posibilidad de que...

—¿Cuándo se supone que vienen?
La vela desgarrada tremola en medio de la galerna...

—Mi informante no me...

—¿Dónde desembarcarán?
Los marineros caen gritando desde las jarcias...

—Una vez más, Eminencia, no puedo...

—¿De qué contingentes disponen?
El timón se rompe entre mis manos temblorosas...

Glokta hizo una mueca de dolor y optó por permanecer mudo.

—En tal caso, tenga la amabilidad de abstenerse de distraernos con rumores —soltó Sult con los labios contraídos en un gesto de infinito desprecio.
El navío desaparece bajo el embate inmisericorde de las olas, su cargamento de valiosas advertencias es consignado a las profundidades y en cuanto al capitán... bueno, nadie le echara de menos
. ¡Los asuntos que nos ocupan son bastante más apremiantes que una fantasmagórica horda de gurkos!

—Desde luego, Eminencia
¿Y a quién ahorcarán si aparecen los gurkos? Vaya una pregunta más tonta, al Superior Glokta, por supuesto. ¿Por qué no nos advirtió ese maldito tullido?

La mente de Sult ya había vuelto a su sempiterno recorrido circular.

—Contamos con treinta y un votos y Marovia dispone de poco más de veinte. No es suficiente para incidir en el resultado —sacudió la cabeza con gesto grave mientras clavaba sus ojos azules en los papeles.
Como si bastara mirarlos de distinta forma para modificar su terrible aritmética
—. No es suficiente en absoluto.

—A menos que llegáramos a un acuerdo con el Juez Marovia —volvió a producirse un silencio, más tenso aún que el de la vez anterior.
Demonios, me parece que lo he dicho en voz alta
.

—¿Un acuerdo? —bufó Sult.

—¿Con Marovia? —chilló Goyle con los ojos desorbitados por la sensación de triunfo.
Cuando las opciones más seguras se han agotado, hay que correr riesgos. ¿No fue eso lo que me dije a mí mismo mientras cabalgaba por el puente en dirección a las masas de gurkos que aguardaban en la otra orilla? En fin, rumbo a la tempestad otra vez...

Glokta respiró hondo.

—El puesto de Marovia en el Consejo Cerrado no está más seguro que el de cualquier otro de sus miembros. Es posible que hayamos estado actuando en contra de sus intereses, pero sólo por una simple cuestión de hábito. En lo que respecta a esta elección nuestros objetivos coinciden: asegurarnos que sale elegido un candidato débil que permita mantener el actual equilibrio de fuerzas. Juntos tendríamos más de cincuenta votos. Y eso podría bastar para inclinar la balanza a nuestro favor.

Goyle dio rienda suelta a su desdén.

—¿Aunar fuerzas con ese hipócrita amante de los campesinos? ¿Se ha vuelto usted loco?

—Cierre el pico, Goyle —Sult se quedó mirando con ferocidad a Glokta durante unos instantes, frunciendo el labio con gesto pensativo.
¿Planteándose mi castigo, quizá? ¿Otro latigazo verbal? ¿O un latigazo real? O mi cadáver hallado flotando...
—. Tiene razón. Vaya a hablar con Marovia.

¡Sand dan Glokta vuelve a ser un héroe!
Goyle estaba boquiabierto.

—Pero... Eminencia.

—¡Pasó el tiempo del orgullo! —gruñó Sult—. Debemos aprovechar cualquier posibilidad que sirva para alejar a Brock y a los demás del trono. Debemos llegar a acuerdos, por muy dolorosos que sean, y aliarnos con todo aquel que podamos. ¡Adelante! —bufó por encima del hombro mientras se cruzaba de brazos y se volvía hacia el crujiente despliegue de papeles—. Cierre un trato con Marovia.

Glokta se levantó con rigidez de la silla.
Una pena tener que abandonar tan grata compañía, pero cuando el deber llama...
Obsequió a Goyle con la más escueta de sus sonrisas desdentadas, agarró el bastón y se dirigió renqueando hacia la puerta.

—¡Una cosa más, Glokta! —se volvió de nuevo hacia la sala con una mueca de dolor—. Es posible que los objetivos de Marovia y los nuestros coincidan de momento. Pero no podemos fiarnos de él. Ándese con cuidado.

—Por supuesto, Eminencia.
Siempre lo hago. ¿Qué otra cosa puedo hacer si cada paso que doy es un martirio?

El despacho privado del Juez Supremo era una sala del tamaño de un granero, con un techo cubierto de vetustas molduras festoneadas y plagado de sombras. Aunque aún no era demasiado tarde, las gruesas matas de hiedra que bordeaban las ventanas y la mugre de los paneles de cristal tenían al lugar sumido en una especie de crepúsculo permanente. Inestables montañas de papel se amontonaban por todas partes. Fajos de documentos atados con cintas negras. Pilas de libros de contabilidad encuadernados en cuero. Montones de pergaminos polvorientos redactados con florida caligrafía curva y estampados con sellos de lacre y relucientes dorados. El equivalente en leyes al valor de un reino, se diría.
Y, de hecho, probablemente lo sea
.

—Buenas tardes, Superior Glokta. —Marovia estaba sentado ante una larga mesa puesta para comer, próxima a una chimenea apagada, cuyos platos relucían en medio de la penumbra iluminados por la luz vacilante de un candelabro—. Espero que no le importe que coma mientras hablamos. Estaría más cómodo cenando en mis aposentos, pero últimamente casi siempre acabo comiendo aquí. Ya sabe, hay tanto que hacer. Y, por si fuera poco, parece que uno de mis secretarios ha decidido cogerse unas vacaciones sin avisarme.
Unas vacaciones en el suelo de un matadero obtenidas por intermediación de los intestinos de una piara de cerdos
—¿Me acompaña? —Marovia señaló un gran trozo de carne, casi cruda, que flotaba en un jugo sanguinolento.

Glokta se relamió sus encías desnudas mientras iniciaba la maniobra para acomodarse en una silla que había al otro lado de la mesa.

—Me encantaría, Señoría, pero las leyes de la odontología me lo impiden.

—Ah, claro. Unas leyes que ni siquiera un Juez Supremo puede burlar. Le compadezco, Superior. Uno de mis mayores placeres es un buen corte de carne, y cuanto más sangriento mejor. Enséñele sólo la llama, eso es lo que siempre le digo a mi cocinero. Enséñele sólo la llama.
Qué curioso. Yo también les digo a mis Practicantes que empiecen así
. Y, dígame, ¿a qué debo esta visita inesperada? ¿Viene por iniciativa propia o por apremio del Archilector Sult, su jefe y mi estimado colega del Consejo Cerrado?

Su acérrimo y mortal enemigo del Consejo Cerrado, querrá decir.

—Su Eminencia está al tanto de mi presencia aquí.

—¿Ah, sí? —Marovia trinchó otra loncha y la acercó goteando al plato—. ¿Y con qué mensaje le envía? ¿Algo relacionado con el asunto que se tratará mañana en el Consejo Abierto quizá?

—Me ha estropeado la sorpresa, Señoría. ¿Le puedo hablar con claridad?

—Si sabe hacerlo...

Glokta mostró al Juez Supremo su sonrisa desdentada.

—El tema de las elecciones es un desastre para los negocios. Todo son dudas, incertidumbres, preocupaciones. Eso no favorece a nadie.

—A unos menos que a otros —el cuchillo de Marovia rechinó sobre el plato al tratar de cortar una tira de grasa del borde de un trozo de carne.

—Desde luego. Pero ningún riesgo es mayor que el que corren los que se sientan en el Consejo Cerrado y quienes se esfuerzan por servirles. Es poco probable que siguieran teniendo las manos tan libres como hasta ahora si unos hombres tan poderosos como Brock o Isher subieran al trono.
Lo más seguro es que alguno de nosotros no durara más allá de una semana
.

Marovia ensartó una rodaja de zanahoria con el tenedor y se la quedó contemplando con semblante avinagrado.

—Un estado de cosas lamentable. Hubiera sido mejor para todos que Raynault o Ladisla siguieran con vida —pareció cavilar un instante sobre lo que acababa de decir—. Bueno, al menos que siguiera vivo Raynault. Pero la elección tendrá lugar mañana, por mucho que nos mesemos los cabellos. A estas alturas no es fácil encontrar un remedio para eso —dejó de mirar la zanahoria y volvió la vista hacia Glokta—. ¿O es que tiene usted alguna sugerencia?

—Señoría, usted controla entre veinte y treinta votos en el Consejo Abierto.

Marovia se encogió de hombros.

—Cuento con una cierta influencia, no lo voy a negar.

—El Archilector, por su parte, puede disponer de treinta votos.

—Tanto mejor para Su Eminencia.

—No necesariamente. Si se mantienen enfrentados, como han hecho hasta ahora, sus votos no tendrán ningún valor. Uno irá a parar a Isher, el otro a Brock, y todo quedará como estaba.

Marovia suspiró.

—Un triste final para nuestras brillantes carreras.

—A no ser que aúnen fuerzas. De esa forma podrían contar con sesenta votos entre los dos. Casi tantos como los que controla Brock. Los suficientes para llevar al trono a Skald, o a Barezin, o a Heugen, o incluso a un desconocido, dependiendo de cómo se desarrollaran las cosas. Alguien que fuera más fácilmente influenciable en el futuro. Alguien que tal vez decidiera conservar el Consejo Cerrado tal como está en lugar de nombrar uno nuevo.

—Un Rey que nos hiciera a todos felices, ¿eh?

—Si tuviera a bien manifestar su preferencia por uno u otro candidato, yo me ocuparía de transmitírselo a Su Eminencia.
Nuevos pasos que dar, nuevas voluntades que ganarse, nuevas decepciones. Oh, quién pudiera tener un gran despacho para sí solo y pasarse todo el día cómodamente sentado mientras unos imbéciles acobardados suben trabajosamente mis escaleras para acoger mis insultos con una sonrisa, deleitarse con mis mentiras y rogarme que les conceda mi envenenado apoyo
.

—¿Quiere que le diga lo que a mí me haría feliz, Superior Glokta?

Ahora tocan las reflexiones de otro viejo estúpido enamorado el poder.

—No faltaba más, Señoría.

Marovia dejó caer los cubiertos en el plato, se recostó en su asiento y exhaló un prolongado suspiro.

—Lo que me gustaría es que no hubiera Rey. Lo que me gustaría es que todos los hombres fueran iguales ante la ley, que todos tuvieran voz en el gobierno de su propio país y que pudieran elegir a sus líderes. Me gustaría que no hubiera ni Rey ni nobles, y que el Consejo Cerrado fuera elegido por los ciudadanos y tuviera que responder de su gestión ante ellos. Un Consejo Cerrado abierto a todos, por así decirlo. ¿Qué opina de eso?

Opino que algunas personas dirían que lo que acaba de decir tiene cierto tufillo a traición. Las demás dirían simplemente que es una locura.

—Me parece, Señoría, que es una idea ilusoria.

—¿Y eso por qué?

—Porque la gran mayoría de la gente prefiere mil veces que se le diga lo que tienen que hacer a tener que tomar sus propias decisiones. Obedecer es fácil.

El Juez Supremo se rió.

—Tal vez tenga razón. Pero las cosas están cambiando. Esta rebelión que hemos tenido me ha convencido de ello. Las cosas están cambiando, paso a paso.

—Estoy convencido de que la subida al trono de Lord Brock es un pequeño paso que ninguno de nosotros quiere que se dé.

—Lord Brock es un hombre de firmes convicciones, sobre todo en lo que respecta a su propia persona. Debo admitir, Superior, que argumenta las cosas de una manera muy convincente —Marovia se arrellanó en su silla, juntó las manos sobre su vientre y miró fijamente a Glokta entornando los ojos—. De acuerdo. Puede decirle al Archilector Sult que por esta vez podemos hacer causa común. Si se presenta un candidato neutral que cuente con apoyos suficientes, mis votos se emitirán en el mismo sentido que los suyos. ¿Quién me lo iba a decir? El Consejo Cerrado actuando unido —sacudió lentamente la cabeza—. Extraños tiempos estos que corren.

Other books

The Lonely Silver Rain by John D. MacDonald
Parthian Vengeance by Peter Darman
Roman Blood by Steven Saylor
Up Close and Dangerous by Linda Howard
Monstrous by MarcyKate Connolly