El Valle del Issa

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Authors: Czeslaw Milosz

Tags: #Relato, Histórico

BOOK: El Valle del Issa
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«El valle del Issa ha estado siempre habitado por una ingente cantidad de demonios»
Así empieza una de las descripciones que hace el narrador del entorno en que vive Tomás, el niño lituano que protagoniza esta historia. Al igual que Milosz, Tomás habita un mundo donde todavía no han llegado los ritos religiosos tradicionales, y un tiempo, a principios de nuestro siglo, en que la naturaleza producía un éxtasis pagano y un horror maniqueo. La historia de «El valle de Issa» también está poblada por la imaginería propia de un poeta, y por innumerables anécdotas que, sin dejar de remitirnos a referencias autobiográficas, están lejos de ser comunes y corrientes.

Czeslaw Milosz

El Valle del Issa

ePUB v1.2

Banbaal
12.02.12

Título original: Dolina Issy

1ª edición: marzo 1981

© Czeslaw Milosz

Traducido del polaco por Anna Rodón Klemensiewich

Tusquets Editores, Barcelona, 1981

1

Debemos empezar por la descripción de la Región de los Lagos en la que vivía Tomás. Estas regiones de Europa estuvieron mucho tiempo cubiertas de glaciares, y en su paisaje se advierte la crudeza del Norte. La tierra, general­mente de arena y piedras, es apta tan sólo para el cultivo de patatas, centeno, avena y lino. Esto explica que el hombre haya respetado los bosques que moderan en cierta medida el clima y protegen de los vientos del mar Báltico. Los árboles más comunes son el pino y el abeto, aunque también hay sauces, encinas y arces; faltan las hayas, que crecen mucho más al sur. Se puede viajar por estos bosques durante mucho tiempo sin que se canse la vista, porque, a semejanza de las ciudades humanas, las comunidades arbóreas poseen propiedades inconfundibles; forman islas, franjas, archipiélagos, surcados aquí y allá por caminos con rodadas marcadas en la arena, alguna que otra casa, o un viejo horno para resina, cuyas paredes derruidas van siendo recubiertas por la vegetación. Y siempre, desde una colina, se abre de pronto la inesperada visión de la azulada superficie de un lago con la blanca manchita, casi imperceptible, de un somormujo y una hilera de ánades sobrevolando los juncos. En los pantanos, se crían cantidades de pájaros; en primavera, en el pálido cielo azul, resuena un intermitente rumor — el «va-va» de las becadas—, sonido producido en el aire por sus plumas remeras, cuando realizan sus monótonas acrobacias amorosas. El débil susurro y el farfullar de los urogallos, como si a lo lejos hirviera el horizonte, y el croar de millares de ranas en los prados (su número determina el de las cigüeñas, que tienen sus nidos sobre los tejados de las casas y de los pajares) componen las voces de esta estación en la que, al fundirse bruscamente las nieves, empieza a florecer el ranúnculo y el mezereón, pequeñas florecillas lila-rosáceas que brotan de los arbustos aún sin hojas. Dos estaciones caracterizan esta región, como si hubiese sido creada para ellas: la primavera y el otoño; largo, generalmente bueno, envuelto en un olor a lino húmedo y en el sonido de golpes de espadilla y de ecos lejanos. Las ocas se sienten entonces inquietas e intentan, torpemente, emprender el vuelo, como si quisieran seguir a las ocas salvajes que las llaman desde arriba. A veces, alguien trae a casa una cigüeña con el ala rota que ha podido salvarse de la muerte que, en cambio, le ha tocado en suerte a su compañera de viaje y que, incapaz de volar hasta el Nilo, es liquidada a picotazos por las guardianas de la ley. Corre la voz de que un lobo se llevó un cochinillo. Desde los bosques llega la música de los perros de caza: con voces de soprano, bajo y barítono, ladran sin dejar de correr, persiguiendo la presa y, por el tono, puede saberse si siguen la pista de una liebre o de una cierva.

La fauna de estas tierras es mixta, aún no del todo nórdica. Se encuentra algún que otro lagópodo, pero hay también perdices comunes. La ardilla, en invierno, tiene el pelo grisáceo, aún no es del todo gris. Hay dos clases de liebres: las comunes, que tienen el mismo aspecto en verano y en invierno, y las albinas, que mudan el pelaje y pasan inadvertidas en la nieve. Esta coexistencia de especies distintas ofrece un buen tema de estudio para los naturalistas, y la cosa se complica aún más por el hecho de que, como dicen los cazadores, hay generalmente dos variedades de liebres: la de campo y la de bosque, que además se cruzan a veces con la albina.

Hasta hace poco el hombre de estas regiones fabricaba en casa todo lo que necesitaba. Se cubría con un tejido grueso que las mujeres extendían sobre la hierba y rociaban con agua para que se blanqueara al sol. En la estación de los cuentos y de las canciones, ya bien entrado el otoño, los dedos extraían el hilo de la madeja de lana acompañados por el rítmico golpear del pedal de la rueca. Con este hilo las mujeres tejían paños en sus tela res caseros, conservando cada una celosamente el secreto de sus dibujos: cuadritos, espigas, este color para la trama, aquél para la urdimbre. Las cucharas, las cubas, los utensilios caseros se labraban también en casa, igual que los zuecos. En verano, solían llevar un calzado trenzado con líber de tilo. Sólo después de la primera guerra mundial aparecieron las primeras cooperativas lecheras y los centros para la compra de carne y trigo: también las necesidades de los habitantes de las aldeas comenzaron a ser distintas.

Las casas, de madera, van cubiertas, no de paja, sino de tablillas de pino. Una percha transversal, apoyada sobre una horquilla, de uno de cuyos extremos cuelga un peso y del otro un cubo, sirve para sacar el agua del pozo. La gran ilusión de las mujeres es poseer un jardincillo delante de casa. Crían en él dalias y malvas: plantas altas que crecen pegadas a la pared, no las que sólo adornan la tierra y no pueden verse desde el otro lado de la cerca.

De este panorama general pasemos ahora al valle del río Issa que, bajo muchos aspectos, constituye una excep­ción en la Región de los Lagos. El Issa es negro, pro fundo, de curso lento, y sus riberas están cubiertas de mimbres; a veces, hasta desaparece bajo las hojas de los lirios de agua: serpentea por los prados, y los campos, que se inclinan suavemente sobre cada una de sus orillas, poseen una tierra muy fértil. Es un valle privilegiado, gracias a su tierra de mantillo, más bien rara en esos parajes, sus frondosos vergeles y quizá a su aislamiento del resto del mundo, que jamás supuso un inconveniente para sus habitantes. Las aldeas son más ricas que en otros lugares, situadas, o bien junto al único camino ancho a lo largo del río, o bien más arriba, en terrazas; de noche, con las luces de sus ventanas, se miran unas a otras a través del espacio, que repite, como una caja de resonancia, el repicar del martillo, los ladridos de los perros y las voces de sus habitantes; quizá por esto sea tan conocida esta región por sus canciones antiguas que se cantan a voces, nunca al unísono, rivalizando con la aldea de en frente, en busca de un final más bello, dejando que la frase se extinga lentamente. Los estudiosos del folklore han recogido junto al Issa muchos temas que se remontan hasta los tiempos paganos, como la historia de la Luna (que, entre nosotros, es de sexo masculino) que sale del lecho nupcial donde ha dormido con su esposa, el Sol.

2

Una de las particularidades del valle del Issa es que en él viven más demonios que en otros lugares. Es posible que los sauces carcomidos, los molinos y la maleza de las orillas sean especialmente acogedores para estos seres que se aparecen tan sólo cuando ellos lo desean. Los que lo han visto dicen que el demonio es más bien pequeño, del tamaño de un niño de nueve años, que lleva un frac verde, chorrera, el pelo recogido en forma de cadogán, medias blancas y que, con la ayuda de unos zapatos de tacón alto, procura ocultar las pezuñas, de las que se avergüenza. Hay que aceptar estas explicaciones con cierta reserva. ¿Quién sabe si los demonios, conocedores de la supersticiosa admiración de la gente por los alemanes —hombres expertos en comercio, investigación y ciencia—, no tratarán de darse importancia vistiéndose como Emmanuel Kant, de Koenigsberg? No en vano, junto al Issa, al que posee una fuerza impura se le llama también el «alemancillo», dando a entender con ello que el demonio es un aliado del progreso. De todos modos, cuesta creer que pudieran vestirse así cada día. Por ejemplo, uno de sus entretenimientos favoritos consistía en bailar en los cobertizos donde se agrama el lino y que suelen estar en las afueras del pueblo: ¿cómo podrían, con sus fracs, levantar esas nubes de polvo y agramiza, sin preocuparse por mantener un aspecto respetable? ¿Y por qué, al estar dotados de una especie de inmortalidad, habrían elegido precisamente un traje del siglo dieciocho?

En realidad, nadie sabe hasta qué punto pueden cambiar de aspecto. Cuando una joven enciende dos velas, en la vigilia de San Andrés, y se mira en el espejo, puede ver su futuro: el rostro del nombre al que unirá su vida, y a veces hasta el rostro de la muerte. ¿Será el demonio disfrazado, o actuarán otros poderes mágicos? Y ¿cómo distinguir a los seres aparecidos con la llegada del cristianismo, de los antiguos, de los de siempre, de la bruja del bosque, que intercambia a los recién nacidos en sus cunas, o de los duendecillos que, por la noche, salen de sus palacios, ocultos en las raíces de los saúcos? ¿Se comunicarán de algún modo entre sí los demonios y estos otros seres más recientes, o estarán simplemente allí, unos junto a otros, como ocurre con los arrendajos, los gorriones y las cornejas? ¿Dónde estará el país en el que se refugian unos y otros cuando la tierra se ve aplastada por hileras de tanques, cuando los que van a ser fusilados cavan sus propias tumbas junto al río, mientras, entre sangre y lágrimas, penetra la Industrialización en la aureola de la Historia? ¿Podríamos imaginar una especie de congreso que se celebrara en las cavernas situadas en lo más hondo de la tierra, allí donde el calor pasa a ser insoportable debido al fuego del centro líquido del planeta; un congreso en el que centenares de miles de pequeños demonios, vestidos de frac, serios y cariacontecidos, escucharan a los oradores que representan al comité central de los infiernos? Supongamos que los oradores anuncien que, por el bien de la causa, se prohibirá corretear por los bosques y praderas, que el momento exige otros medios y que los mejores especialistas actuarán a partir de entonces de manera que la mente de los mortales ya no pueda sospechar su presencia. Se oirían aplausos, pero no espontáneos, porque los congresistas comprenderían que fueron necesarios tan sólo en un primer período, que el progreso los ha relegado a oscuros abismos y que ya no podrán seguir contemplando puestas de sol, ni el vuelo del martín pescador, ni el brillo de las estrellas ni cualquier otra maravilla del mundo inconmensurable. Los campesinos del valle dejaban antaño, junto a la puerta de sus casas, un recipiente lleno de leche para las apacibles serpientes de agua, que no temían a los hombres. Luego se convirtieron en fervientes católicos, y la presencia de los demonios les recordó la lucha por el dominio final del alma humana. ¿Qué será de ellos en el futuro? Al hablar de todo esto, no se sabe qué tiempo escoger, si el presente o el pasado, como si lo que fue no perteneciera totalmente al pasado mientras éste perdure en el recuerdo de las generaciones (o tan sólo en el de un cronista).

¿Acaso los demonios han escogido el Issa por sus aguas? Se dice que éstas poseen unas propiedades que influyen en el carácter de los que nacen junto a sus orillas. Suelen ser excéntricos, intranquilos, y sus ojos azules, su pelo claro y su complexión más bien pesada dan una falsa idea de buena salud nórdica.

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