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Authors: Paulo Coelho

El vencedor está solo (18 page)

BOOK: El vencedor está solo
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Frases. La Celebridad recordó su verso favorito, un poema que había aprendido en el colegio y que lo asustaba a medida que pasaba el tiempo: «Tendrían que dejar a un lado todo lo demás, pues yo tengo la pretensión de ser su patrón único y exclusivo. » Decidir algo era tal vez la cosa más difícil en la vida de un ser humano; a medida que la actriz contaba su historia, él se veía a sí mismo reflejado.

La primera gran oportunidad, también gracias a su talento como actor teatral. La vida, que cambiaba de un momento a otro; la fama, que crecía a más velocidad que su capacidad para adaptarse a ella, de manera que acababa aceptando invitaciones a lugares a los que no debía ir, o rechazando reuniones que le habrían ayudado a ir más allá en su carrera. El dinero, que, aunque no fuera mucho, le daba la sensación de que lo podía todo. Los regalos caros, los viajes a un mundo desconocido, los aviones privados, los restaurantes de lujo, las suites de hotel que se parecían a las habitaciones de reyes y reinas que solía imaginar en su infancia. Las primeras críticas: respeto, elogios, palabras que tocaban su alma y su corazón. Las cartas que le llegaban de todo el mundo y que al principio contestaba una a una, concertar citas con las mujeres que le enviaban fotos, hasta que descubrió que era imposible mantener ese ritmo. Su agente no sólo se lo desaconsejaba, sino que lo amedrentaba diciéndole que podía estar cayendo en una trampa. Aun así, seguía sintiendo un placer especial cuando se encontraba con los fans que seguían cada paso de su carrera, abrían páginas en Internet dedicadas a su trabajo, distribuían pequeños periódicos que contaban todo lo que sucedía en su vida —mejor dicho, las cosas positivas— y defendiéndolo de cualquier ataque de la prensa, cuando el papel elegido no se celebraba como era debido.

Y los años seguían pasando. Lo que antes era un milagro o una oportunidad del destino por la que había jurado no dejarse esclavizar empezaba a convertirse en su única razón para seguir viviendo. Hasta que ve un poco más allá y el corazón se encoge: «Esto puede acabarse algún día.» Aparecen otros actores jóvenes, que aceptan menos dinero a cambio de más trabajo y visibilidad. Oye comentarios de la gran película que lo ha proyectado, que todos citan, aunque haya hecho noventa y nueve películas más pero nadie se acuerde demasiado bien.

Las condiciones económicas ya no son las mismas, porque pensó que era un trabajo que nunca se iba a terminar y forzó a su agente a mantener el precio por las nubes. Resultado: cada vez lo llaman menos, aunque ahora cobre la mitad por participar en una película. La desesperación empieza a dar sus primeras muestras en un mundo que hasta entonces estaba hecho de esperanza por llegar cada vez más lejos, más alto, más rápido. No puede desvalorizarse de un momento a otro; cuando aparece un contrato cualquiera, tiene que decir que le ha gustado mucho el papel y que ha decidido hacerlo de cualquier manera, aunque el salario no sea equiparable a lo que acostumbra a cobrar. Los productores fingen que se lo creen. El agente finge que ha conseguido engañarlos, pero sabe que su «producto» tiene que seguir viéndose en festivales como ése, siempre ocupado, siempre amable, siempre distante, como todos los mitos.

El asesor de prensa le sugiere que se deje fotografiar besándose con alguna actriz famosa, lo cual le puede suponer alguna portada en revistas de escándalos. Ya se han puesto en contacto con la persona escogida, que también necesita publicidad extra; es cuestión de elegir el momento adecuado durante la cena de gala de esa noche. La escena debe parecer espontánea, tienen que estar seguros de que hay algún fotógrafo cerca, aunque ambos no puedan, de ninguna manera, «percatarse» de que los están vigilando. Más tarde, cuando se publiquen las fotos, saldrán de nuevo en los titulares negando lo sucedido, diciendo que es una invasión de su intimidad, sus abogados abrirán procesos contra las revistas y los asesores de prensa de ambos intentarán mantener el asunto vivo el mayor tiempo posible.

En el fondo, a pesar de los años de trabajo y de la fama mundial, su situación no era muy diferente de la de la chica que tenía delante. «Tendrás que desistir de todo, yo seré tu único y exclusivo patrón.»

Gibson interrumpe el silencio que se había instalado durante treinta segundos en ese escenario perfecto: el yate, el sol, las bebidas heladas, el chillido de las gaviotas, la brisa soplando y apartando el calor.

—En primer lugar, creo que te gustará saber qué papel vas a hacer, ya que el título de la película puede cambiar hasta el día del estreno. La respuesta es la siguiente: vas a actuar con él.

Y señala a la Celebridad.

—Es decir, uno de los papeles principales. Y tu siguiente pregunta, lógicamente, será: ¿y por qué yo, y no una celebridad femenina?

—Exacto.

—Explicación: el precio. En el caso del guión que me han encargado dirigir, y que será la primera película producida por Hamid Hussein, tenemos un presupuesto limitado. Y la mitad está destinada a la promoción, no al producto final. Por tanto, necesitamos a una celebridad para atraer al público, y a alguien desconocido y barato, pero que obtendrá la proyección que merece. Eso no sólo pasa hoy: desde que la industria del cine empezó a mandar en el mundo, los estudios hacen lo mismo para mantener viva la idea de que fama y dinero son sinónimos. Recuerdo, cuando era pequeño, que veía aquellas grandes mansiones de Hollywood, y pensaba que los actores ganaban una fortuna.

«Mentira. Sólo diez o veinte celebridades de todo el mundo pueden decir que ganan una fortuna. El resto viven de las apariencias; la casa es alquilada por el estudio, los modistos y los joyeros les prestan su ropa, los coches se los ceden por determinados períodos de tiempo, de modo que se los asocia con el lujo. El estudio paga todo lo que significa glamour, y los actores ganan un salario pequeño. Ése no es el caso de la persona que está aquí sentada con nosotros, sino que será tu caso.

La Celebridad no sabe si Gibson está siendo sincero, si realmente creía que estaba ante uno de los mejores actores del mundo, o si estaba siendo sarcástico. Pero eso no tiene la menor importancia siempre que firmen el contrato, que el productor no cambie de idea en el último momento, que los guionistas sean capaces de entregar el texto el día previsto, que se cumpla rigurosamente el presupuesto y se ponga en marcha una excelente campaña publicitaria. Ya había visto cómo se interrumpían cientos de proyectos; formaba parte de la vida. Pero después de que su más reciente trabajo hubiera pasado casi desapercibido entre el público, necesitaba desesperadamente un éxito arrollador. Y Gibson podía hacerlo.

—Acepto —dijo la chica.

—Ya hemos hablado con tu agente. Firmarás un contrato exclusivo con nosotros. En la primera película ganarás dos mil dólares al mes durante un año, y tendrás que ir a fiestas, ser promocionada por nuestro departamento de relaciones públicas, viajar a donde te digamos, decir lo que queramos y nunca decir lo que piensas. ¿Está claro?

Gabriela asiente con la cabeza. ¿Qué más podía decir: que dos mil dólares es el salario de una secretaria en Europa? Lo tomas o lo dejas, y ella no quería mostrar sus dudas: evidentemente entendía las reglas del juego.

—Entonces —continúa Gibson, vivirás como una millonaria, te comportarás como una gran estrella, pero no olvides que nada de eso es verdad. Si todo sale bien, aumentaremos tu salario a diez mil dólares en la próxima película. Después volveremos a hablar, ya que siempre tendrás un único pensamiento en la cabeza: «Algún día me vengaré por todo esto.» Tu agente, está claro, escuchó nuestra propuesta; ella ya sabía qué podía esperar. No sé si tú lo sabías.

—Eso no importa. Tampoco pretendo vengarme de nada.

Gibson fingió que no escuchaba.

—No te he hecho venir para hablar de la prueba: fue excelente, lo mejor que he visto en mucho tiempo. Nuestra encargada de seleccionar a los actores piensa lo mismo. Te he llamado para que quede claro, desde el primer momento, qué terreno pisas. Muchas actrices y actores, después de la primera película, tras darse cuenta de que tienen el mundo a sus pies, quieren cambiar las reglas. Pero han firmado contratos, saben que eso es imposible, y entonces sufren crisis depresivas, autodestructivas, cosas de ese tipo. Hoy en día nuestra política ha cambiado: os explicamos claramente lo que va a suceder. Tendrás que convivir con dos mujeres: si todo sale bien, una de ellas será la que todo el mundo adora. La otra es la que sabe, en todo momento, que no tiene ningún poder en absoluto.

»Así pues, te aconsejo que antes de ir al Hilton para recoger la ropa para esta noche pienses bien en todas las consecuencias. En el momento en el que entres en la suite, cuatro copias de un enorme contrato te estarán esperando. Antes de firmarlo, tu vida te pertenece y puedes hacer con ella lo que quieras. En el momento en que pongas tu firma en el papel, ya no serás dueña de nada; controlaremos desde tu corte de pelo hasta los lugares en los que debes comer, aunque no tengas apetito. Evidentemente podrás ganar dinero en publicidad, utilizando tu fama, y es por eso por lo que la gente acepta estas condiciones.

Los dos hombres se levantan.

—¿Quieres actuar con ella?

—Será una actriz excelente. Ha mostrado emoción en un momento en el que todos quieren demostrar eficacia.

—No creas que este yate es mío —dice Gibson, después de llamar a alguien para que la acompañe a la lancha que la llevará de vuelta al puerto.

Ella captó la indirecta.

15.44 horas

—Subamos al primer piso a tomar un café —dice Ewa.

—Pero el desfile es dentro de una hora, y ya sabes cómo está el tráfico.

—Tenemos tiempo para un café.

Suben la escalera, giran a la derecha, van hasta el final del pasillo, el guardia de seguridad de la puerta ya los conoce y simplemente los saluda. Pasan frente a algunos escaparates de joyas —diamantes, rubís, esmeraldas— y salen de nuevo al sol de la terraza del primer piso. Allí, la famosa marca de joyas alquilaba todos los años el espacio para recibir a amigos, celebridades, periodistas. Muebles de buen gusto, un gran bufet con manjares selectos que se reponen constantemente. Se sientan a una mesa protegida con una sombrilla. Se acerca un camarero, piden agua mineral con gas y café expreso. El camarero les pregunta si desean algo del bufet. Le dan las gracias pero dicen que ya han comido.

Al cabo de menos de dos minutos vuelve con lo que le han pedido.

—¿Está todo bien?

—Perfecto.

«Está todo fatal —piensa Ewa—, Salvo el café.»Hamid sabe que algo raro le pasa a su mujer, pero deja la conversación para otro momento. No quiere pensar en eso. No quiere arriesgarse a oír algo como «voy a dejarte». Es lo suficientemente disciplinado como para controlarse.

En una de las otras mesas está uno de los estilistas más famosos del mundo, con su máquina fotográfica a su lado y la mirada distante, como el que desea dejar claro que no quiere que lo molesten. Nadie se acerca, y cuando alguien pretende aproximarse a él, la relaciones públicas del local, una simpática señora de cincuenta años, le dice amablemente que lo deje en paz, que necesita descansar un poco del constante asedio de las modelos, los periodistas, los clientes, los empresarios.

Recuerda la primera vez que lo vio; hace tantos años que parece una eternidad. Ya llevaba en París más de once meses, tenía algunos amigos en el sector, había llamado a varias puertas, y gracias a los contactos del jeque —que había dicho no conocer a nadie en el sector pero que tenía amigos en otros puestos de poder—, consiguió un empleo como dibujante en una de las más respetadas marcas de alta costura. En vez de hacer sólo los esbozos basados en los materiales que tenía delante, solía permanecer en el taller hasta altas horas de la noche, trabajando por cuenta propia con las muestras del material que había llevado consigo de su país. Durante ese período tuvo que volver dos veces: la primera porque se enteró de que su padre había muerto y le había dejado como herencia la pequeña empresa familiar de compraventa de tejidos. Antes incluso de tener tiempo para reflexionar, se enteró por un emisario del jeque de que alguien se encargaría de administrar el negocio, invertirían lo necesario para que prosperase y todos los derechos seguirían a su nombre.

Preguntó la razón, porque el jeque había demostrado un absoluto desconocimiento o desinterés por el tema.

—Una firma francesa, fabricante de maletas, pretende instalarse aquí. Lo primero que han hecho es buscar a nuestros proveedores de tejidos, prometiendo que iban a usarlos en alguno de sus productos de lujo. Así pues, ya tenemos clientes, honramos nuestras tradiciones y mantenemos el control de la materia prima.

Volvió a París sabiendo que el alma de su padre estaba en el Paraíso y que su memoria permanecería en la tierra que tanto había amado. Siguió trabajando fuera de su horario, elaborando diseños con motivos beduinos, probando muestras que había llevado consigo. Si dicha firma francesa —conocida por su atrevimiento y su buen gusto— estaba interesada en lo que producían en su país, seguramente en breve la noticia llegaría a la capital de la moda y la demanda sería grande.

Todo era una cuestión de tiempo. Pero, por lo visto, las noticias corrían rápidamente.

Una mañana lo llamó el director. Por primera vez entraba en esa especie de templo sagrado, la sala del gran modisto, y se quedó impresionado con la desorganización del lugar. Periódicos por todas partes, papeles apilados encima de la mesa antigua, una cantidad enorme de fotos personales con celebridades, portadas de revista enmarcadas, muestras de material, y un bote lleno de plumas blancas de todos los tamaños.

—Eres muy bueno en tu trabajo. He echado un vistazo a los esbozos que dejas allí expuestos para que todo el mundo pueda verlos. Debes tener más cuidado con eso; nunca se sabe si alguien cambiará de empleo mañana y se llevará las buenas ideas a otra marca.

A Hamid no le gustó saber que lo estaban espiando, pero guardó silencio mientras el director hablaba.

—¿Por qué digo que eres bueno? Porque vienes de una tierra donde la gente se viste de forma distinta y empiezas a entender cómo adaptar eso a Occidente. Sólo hay un problema: aquí no podemos encontrar ese tipo de tejido. Esa clase de dibujo tiene connotaciones religiosas; la moda es sobre todo la vestimenta de la carne, aunque refleja bien lo que el espíritu quiere decir.

El director se dirigió a uno de los montones de revistas que había en una esquina y, como si supiera de memoria todo lo que allí había, sacó algunas ediciones, probablemente compradas en los bouquinistes, los libreros que desde la época de Napoleón muestran sus libros a orillas del Sena. Abrió un antiguo París Match con Christian Dior en la portada.

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