Read El vencedor está solo Online
Authors: Paulo Coelho
Cuando se ve ante un túnel sin salida, lo mejor es dejar que su pensamiento vague un poco, mientras el inconsciente trabaja. Abre una nueva pantalla en el ordenador, con los gráficos de la Bolsa de Valores de Nueva York. Como no tiene dinero invertido en acciones, eso no podía ser más tedioso, pero era así cómo actuaba: la experiencia de muchos años analiza toda la información que ha conseguido hasta el momento, y la intuición va formulando respuestas, nuevas y creativas. Veinte minutos después, vuelve a mirar los informes; su cabeza ya está vacía otra vez.
El proceso dio resultado: sí, había algo en común en todos los crímenes.
El asesino tiene una gran cultura. Debe de haberse pasado días, semanas en una biblioteca, estudiando la mejor manera de llevar a cabo su misión. Sabe cómo usar venenos sin correr riesgos, y seguro que no ha manipulado directamente el cianuro. Conoce bastante bien la anatomía humana como para clavar un estilete en el lugar exacto, sin encontrar ni un hueso en el camino. Aplica golpes mortales sin mucho esfuerzo. Pocas personas en el mundo conocen el poder destructivo del curare. Posiblemente, leyó sobre crímenes en serie y sabía que la firma siempre lleva al agresor, de modo que cometía los asesinatos de manera aleatoria, sin respetar un modus operandi.
Pero eso es imposible: sin duda alguna, el inconsciente del asesino debía de estar dejando una firma, que todavía no ha sido capaz de descifrar.
Hay algo más importante aún: tiene dinero. El suficiente para hacer un curso de sambo y tener un conocimiento absoluto de los puntos del cuerpo necesarios para paralizar a la víctima. Tiene contactos: no ha comprado esos venenos en la farmacia de la esquina, ni siquiera en el submundo del crimen local. Son armas biológicas altamente sofisticadas, que requieren cuidados en la manipulación y en la aplicación. Debe de haber utilizado a otras personas para conseguirlas.
Finalmente trabaja con rapidez. Lo que hace que Morris concluya que el asesino no se va a quedar demasiado tiempo por allí. Puede que una semana, tal vez unos días más.
¿Adónde podría llegar?
Si no es capaz de llegar a una conclusión ahora, es porque se ha acostumbrado a las reglas del juego. Ha perdido la inocencia que tanto les exigía a sus subordinados. Eso es lo que el mundo le exige a un hombre: que se convierta en mediocre a medida que pasa la vida, para que no lo vean como algo exótico, entusiasmado. Para la sociedad, la vejez es un estigma, y no una señal de sabiduría. Todo el mundo piensa que alguien que ha superado la barrera de los cincuenta, ya no está en condiciones de seguir la velocidad con la que las cosas pasan en el mundo de hoy.
Obviamente, ya no puede correr como antes y necesita gafas para leer. Sin embargo, su mente está más afinada que nunca, o al menos eso quiere pensar.
Pero ¿y el crimen? Si es tan inteligente como piensa, ¿por qué no es capaz de resolver lo que antes parecía tan fácil?
No puede llegar a ninguna conclusión por el momento. Tiene que esperar a que haya algunas víctimas más.
Una pareja pasa sonriendo y le dice que es un hombre con suerte: ¡dos hermosas mujeres a su lado!
Igor da las gracias; realmente necesita distraerse. Dentro de poco se va a dar el tan esperado encuentro, y aunque es un hombre acostumbrado a aguantar todo tipo de presión, recuerda las patrullas en las cercanías de Kabul: antes de cualquier misión más peligrosa, sus compañeros bebían, hablaban de mujeres y de deporte, charlaban como si no estuvieran allí, sino en sus ciudades natales, alrededor de una mesa con la familia y los amigos. De ese modo, apartaban el nerviosismo, recuperaban sus verdaderas identidades, y se sentían más conscientes y más atentos a los desafíos a los que se iban a enfrentar.
Como buen soldado, sabe que el combate no tiene nada que ver con la lucha, sino con alcanzar un objetivo. Como buen estratega —al fin y al cabo, surgió de la nada y transformó su pequeña compañía en una de las empresas más respetadas de Rusia—, es consciente de que ese objetivo debe ser siempre el mismo, aunque muchas veces la razón que lo lleva hasta él se va modificando con el paso del tiempo. Eso le ha pasado hoy: llegó a Cannes por un motivo, pero al empezar a actuar se dio cuenta de las verdaderas razones que lo motivaban. Había estado ciego durante todos esos años, y ahora podía ver la luz; por fin se había producido la revelación.
Y, precisamente por eso, tiene que llegar hasta el final. Tomó sus decisiones con coraje, desapego, y a veces con una cierta dosis de locura; no la que destruye, sino la que lleva al ser humano a dar pasos más allá de sus límites. Siempre lo ha hecho en la vida; venció porque ejerció su locura controlada en el momento de tomar decisiones. Sus amigos pasaban del comentario «te estás arriesgando demasiado» a la conclusión «estaba seguro de que dabas el paso correcto» a una velocidad nunca vista. Era capaz de sorprender, innovar y, sobre todo, de correr riesgos necesarios.
Pero allí, en Cannes, tal vez por culpa del ambiente, que le era totalmente desconocido, se había arriesgado de manera innecesaria. Estaba confuso con la falta de sueño, y todo podría haber acabado antes de lo planeado. Y si eso hubiera ocurrido, nunca habría llegado al momento de lucidez que ahora hace que vea con otros ojos a la mujer de la que creía estar enamorado, que merecía sacrificios y martirio. Recuerda el momento en que se acercó al policía para confesarle sus actos. Fue entonces cuando empezó la transición. Fue entonces cuando el espíritu de la chica de las cejas espesas lo protegió y le explicó que estaba haciendo lo correcto, pero por razones equivocadas. Acumular amor significa suerte; acumular odio significa calamidad. El que no reconoce la puerta de sus problemas, la deja abierta y las tragedias pueden entrar.
Él había aceptado el amor de la chica. Era un instrumento de Dios, enviado para rescatarla de un futuro sombrío; ahora ella lo ayudaba a seguir adelante.
Es consciente de que, por más precauciones que haya tomado, puede que no haya pensado en todo, y todavía puede ver interrumpida su misión antes de ser capaz de llegar al final. Pero no hay por qué preocuparse o qué temer: ha hecho lo que ha podido, actuó de manera impecable, y, si Dios no quiere que termine su trabajo, debe aceptar Sus decisiones.
«Relájate. Habla un poco con las chicas. Deja que tus músculos descansen antes del golpe final, así estarán mejor preparados.» Gabriela —la joven que estaba sola en el bar cuando llegó a la fiesta— parece extremadamente excitada, y siempre que un camarero pasa con una bandeja, le devuelve su copa, aunque todavía esté por la mitad, y coge otra.
—¡Helada, siempre helada!
Su alegría lo contagia un poco. Por lo que ha contado, acaban de contratarla para una película, aunque no sabe el título ni el papel que va a hacer, pero según sus palabras, «será la actriz principal». El director es conocido por la capacidad que tiene para seleccionar buenos actores y buenos guiones. El actor principal, al que Igor conoce y admira, inspira respeto. Cuando ella menciona el nombre del productor, él hace un gesto con la cabeza, como diciendo «sí, sé quién es», pero sabiendo que ella va a entender «no sé quién es, pero no quiero parecer un ignorante». Habla sin parar sobre habitaciones llenas de regalos, la alfombra roja, la reunión en el yate y la selección absolutamente rigurosa, los proyectos que tiene para el futuro.
—En ese momento, hay miles de chicas en esta ciudad, y millones en todo el mundo, a las que les gustaría estar aquí hablando contigo, pudiendo contar estas historias. Mis oraciones han sido escuchadas. Mi esfuerzo ha sido recompensado.
La otra chica parece más discreta y también más triste, puede que por su edad y por la falta de experiencia. Igor estaba justamente detrás de los fotógrafos cuando ella pasó, vio que gritaban su nombre, que la entrevistaban al final del «pasillo». Pero, al parecer, la otra gente de la fiesta no sabía de quién se trataba; tan asediada al principio, y de repente dejada a un lado.
Con toda seguridad, fue la chica habladora la que decidió acercarse a preguntarle qué hacía allí. Al principio le molestó, pero sabía que si no fuera por ellas, otra gente sola iba a hacer lo mismo para evitar dar la impresión de que está perdida, aislada de este mundo, sin amigos en la fiesta. Por eso aceptó su conversación, mejor dicho, aceptó la compañía, aunque su mente estuviera concentrada en otra cosa. Dio su nombre (Gunther), les explicó que era un empresario alemán especializado en maquinaria pesada (un tema que no le interesa a nadie), y lo habían invitado algunos amigos esa noche. Se iba al día siguiente (lo que esperaba que fuese verdad, aunque los caminos del Señor son inescrutables).
Cuando supo que no trabajaba en la industria del cine, y que no iba a estar en el festival durante mucho tiempo, la actriz estuvo a punto de marcharse, pero la otra lo impidió, alegando que siempre está bien conocer a gente nueva. Y allí estaban los tres: él esperando al amigo que no llegaba, ella esperando a un asistente que había desaparecido, y la chica callada sin esperar absolutamente nada, sólo un poco de paz.
Todo sucedió muy de prisa. La actriz debió de notar una mota de polvo en la chaqueta del esmoquin, acercó su mano antes de que él pudiera reaccionar y se quedó sorprendida:
—¿Fumas puros?
Menos mal: puros.
—Sí, después de la cena.
—Si queréis os invito a los dos a una fiesta en un yate esta noche. Pero antes tengo que localizar a mi asistente.
La otra chica le sugiere que no se apresure. En primer lugar, acababan de contratarla para una película y aún faltaba mucho para poder rodearse de amigos (o entourage, la palabra universalmente conocida para los parásitos que pululan en torno a las celebridades). Debía ir sola, seguir las normas del protocolo.
La actriz le agradece el consejo. Pasa otro camarero; la copa de champán está por la mitad, pero la coloca en la bandeja y coge otra llena.
—Creo que también deberías dejar de beber tan rápido —dice Igor/Gunther, cogiendo delicadamente la copa de su mano y tirando su contenido por la balaustrada. La actriz hace un gesto de desesperación, pero después se conforma: se da cuenta de que el hombre que está a su lado sólo quiere su bien.
—Estoy muy alterada —confiesa—. Tengo que calmarme un poco. ¿Me darías de fumar uno de tus puros?
—Lo lamento, sólo tengo uno. Y, además, está científicamente probado que la nicotina es estimulante, y no calmante.
Puro. Sí, la forma era parecida pero, aparte de eso, ambos objetos no tenían nada más en común. En el bolsillo superior izquierdo de su chaqueta llevaba un supresor de ruidos, también llamado silenciador. Una pieza de aproximadamente diez centímetros de largo que, una vez acoplada al cañón de la Beretta, guardada en el bolsillo del pantalón, podía hacer un gran milagro: convertir el «¡bang!» en «pufff...».
Eso porque algunas leyes simples de física entraban en acción al disparar el arma: la velocidad de la bala disminuía un poco porque tenía que atravesar una serie de anillos de goma, mientras los gases del disparo llenaban el compartimento hueco alrededor del cilindro, se enfriaban rápidamente e impedían que el ruido de la explosión de la pólvora se oyera.
Pésimo para tiros a larga distancia, porque interfiere en el curso del proyectil. Pero ideal para disparos a quemarropa.
Igor empieza a impacientarse; ¿habrán cancelado la invitación? ¿O será que —se siente perdido por una fracción de segundo— la suite en la que dejó el sobre era precisamente en la que ellos estaban hospedados?
No, no puede ser; sería muy mala suerte. Piensa en la familia de los que han muerto. Si su único objetivo todavía fuese reconquistar a la mujer que lo había abandonado por un hombre que no la merecía, todo ese trabajo habría sido inútil.
Comienza a perder su sangre fría; ¿será ésa la razón por la que Ewa no ha intentado ponerse en contacto con él, a pesar de todos los mensajes que le ha enviado? Llamó dos veces a un amigo que tenían en común y le informó de que no había novedad alguna.
La duda se va convirtiendo en seguridad: sí, la pareja ya estaba muerta en ese momento. Eso explicaba la repentina salida del «asistente» de la actriz que está a su lado. El abandono completo de la chica de diecinueve años que había sido contratada para aparecer al lado del gran estilista.
¿Quién sabe si Dios no lo estaba castigando por haber amado tanto a una mujer que no lo merecía? Fue su ex mujer la que usó sus manos para estrangular a una chica que tenía toda la vida por delante, que podría haber descubierto la cura para el cáncer o la manera de hacer que la humanidad fuese consciente de que está destruyendo el planeta. Aunque Ewa no supiera nada, fue ella la que lo estimuló para usar los venenos; Igor estaba seguro, absolutamente seguro, de que nada de aquello sería necesario, un simple mundo destruido y el mensaje llegaría a su destino. Llevó todo el arsenal consigo, sabiendo que todo aquello no era más que un juego; al llegar al bar al que había ido a beber champán antes de ir a la fiesta, descubrió allí su presencia, entendería que la perdonaba por toda la maldad y la destrucción que había causado a su alrededor. Sabe, gracias a investigaciones científicas, que las personas que han pasado mucho tiempo juntas son capaces de presentir la presencia del otro en un mismo ambiente, aunque no sepan exactamente dónde está.
Eso no sucedió. La indiferencia de Ewa la noche anterior —o tal vez el sentimiento de culpa por lo que le había hecho— no dejó que presintiese al hombre que fingía esconderse detrás de una columna, pero que tenía en su mesa revistas de economía escritas en ruso, pista más que suficiente para el que siempre está buscando a alguien que ha perdido. Una persona enamorada siempre cree ver en la calle, en las fiestas, en los teatros, al gran amor de su vida: puede que Ewa hubiera cambiado su amor por el brillo y el glamour.
Empieza a calmarse. Ewa era el veneno más poderoso que había sobre la faz de la Tierra, y si la había matado el cianuro, no era nada. Merecía algo mucho peor.
Las dos chicas seguían hablando; Igor se aparta, no puede dejarse dominar por el pánico a haber destruido su propia obra. Necesita aislamiento, frialdad, capacidad de reaccionar con rapidez ante el súbito cambio de rumbo.
Se acerca a otro grupo de personas, que hablan animadamente sobre los métodos utilizados para dejar de fumar. Sí, ése era uno de los pocos temas preferidos en ese mundo: demostrarles a los amigos que son capaces de tener fuerza de voluntad, hay un enemigo que hay que vencer y pueden dominarlo. Para distraerse, enciende un cigarrillo, sabiendo que eso es una provocación.