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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El viajero (15 page)

BOOK: El viajero
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Ahora intervino Mathieu:

—Pero es que no hace falta fingir eso, nadie te lo exige. Con la personalidad que tienes, ¿cómo es posible que todavía pienses que eso es necesario para que te acepten los demás? En muchos aspectos, lo que despiertas es lo contrario: envidia.

—En cierto modo, todos llevamos nuestra propia silla de ruedas dentro —concluyó Pascal pensando en sus problemas—. Y nunca sabes cuándo tu vida puede dar un giro total, además...

Pascal afirmaba aquello último con toda la intención, rememorando su viaje al Mundo de los Muertos.

—Mírame —insistió Mathieu—. ¿Te parece que la doble vida que llevo es fácil? En muchos momentos mataría por poder enamorarme de una chica y vivir una vida tranquila...

«Una vida convencional», tradujo Pascal para sus adentros, «eso es lo que pretende decir Mathieu. En el fondo, todos queremos pasar desapercibidos. Vivir así es más fácil».

Los tres se miraron, y acabaron por echarse a reír.

—Esto parece una terapia de grupo —culminó Dominique moviendo la cabeza con incredulidad—. ¿Cómo hemos llegado a este punto tan penoso?

—La culpa es tuya —le acusó Pascal, despeinándolo hasta que el otro se defendió—. Que llevas unos días más tonto...

Dominique tuvo que reconocer que Pascal estaba en lo cierto. «Tan exacto como inevitable», pensó.
El factor Michelle
lo condicionaba todo.

—¡Por los paralímpicos de la amistad! —brindó alzando su lata vacía—. Gracias, tíos. De verdad. A veces, uno pierde la perspectiva y necesita apoyo, eso es todo.

Se había ruborizado un poco, pues le daba vergüenza haber perdido la compostura de aquel modo.

—Pues aquí nos tienes —terminó Pascal, secundado al momento por Mathieu.

Sonó el timbre y la gente empezó a dirigirse hacia las aulas. Dominique, haciendo un gran esfuerzo para evitar males mayores, hizo una seña a Pascal, que se acercó.

—Oye —le susurró—. He comprobado la Tabla, y Michelle y tú sois muy compatibles. Tengo buenas vibraciones sobre lo que tú y yo sabemos.

—Ojalá, porque esta espera es una tortura. Por cierto, ¿sabes algo de Michelle? ¿Por qué no ha venido hoy?

Dominique, dadas las circunstancias, prefería no saberlo.

—Ni idea —reconoció—. Ayer curró con Mathieu hasta tarde, igual se ha quedado en casa para dormir...

Pascal, impidiendo a tiempo un bostezo, pensó que eso era justo lo que él tendría que haber hecho.

—No, ella siempre viene a clase.

Entraron en el aula.

En el exterior, el cielo de París empezaba a nublarse. Al final de la mañana les llegaría el rumor de que en el cadáver de Henri Delaveau no habían encontrado ni una gota de sangre.

* * *

Aquella tarde de lunes transcurría sin más novedades. Aunque todavía no había conseguido localizar a Michelle, Pascal no insistió, por miedo a que su amiga lo interpretase como que la estaba presionando. Quizá lo que ocurría era que ella había decidido tomarse un día de soledad para reflexionar y darle, al fin, una respuesta. Por eso mismo, Dominique también se abstuvo de intervenir; respetaría el retiro que Michelle, por lo visto, había decidido permitirse, algo que a él no le costaría porque, en el fondo, prefería no inmiscuirse en aquel asunto que se veía incapaz de sobrellevar con naturalidad debido a sus sentimientos hacia ella.

Para Pascal, además, la proximidad de un inminente segundo viaje al Mundo de los Muertos lo eclipsaba todo. Esa tarde, tras una necesaria siesta, se encontraba en el portal de la casa de Jules. Inquieto, acababa de presionar el botón correspondiente del telefonillo —después de media hora de intentos fallidos en los que acababa alejándose de la puerta—, y esperaba. La primera maniobra que se le había ocurrido tras su viaje al Mundo de los Muertos era acudir a la Vieja Daphne, ya que parecia saber tanto sobre lo que le iba a ocurrir. Pero había sido incapaz de encontrar el local donde estuvieron con ella. Dominique lo había llevado por intrincados callejones de la zona medieval de París, en el barrio de Le Marais, y él se sentía incapaz de recordar el camino. Tampoco quería preguntárselo a su amigo, que era demasiado suspicaz y haría preguntas.

—¿Sí?

Parecía la voz del colega de Michelle.

—¿Jules?

—Sí, soy yo.

—Soy Pascal Rivas —tragó saliva; llegaba el momento de soltar la mentira, a ver si colaba—. Es que el otro día, en tu fiesta, me dejé algo en el desván, cuando me disfrazaba. ¿Te importa si subo ahora a recogerlo?

—No, qué va. Te abro.

Sonó un breve pitido y, al poco rato, Pascal ya ascendía por las escaleras que conducían a las buhardillas. El problema era que Jules lo acompañaba. ¿Cómo se lo quitaría de encima?

—No estoy seguro de dónde me lo dejé, así que estaré buscando —se inventó Pascal—. Si tienes cosas que hacer, no te preocupes, que te aviso en cuanto termine.

Jules dudó un instante, pero entonces la estridente llamada de un teléfono en el piso de abajo le hizo decidirse:

—De acuerdo, Pascal. Estoy en la puerta de la derecha, ¿vale?

—Bien. Tardaré muy poco, supongo. Muchas gracias.

Jules le abrió la puerta del desván con su llave y desapareció escaleras abajo. Una vez dentro de las buhardillas, Pascal se giró hasta localizar el majestuoso arcón medieval, que permanecía en aquel lugar olvidado por todos. Si hubieran sabido siquiera la antigüedad del baúl, ya lo habrían vendido por una fortuna.

Pascal se aproximó hasta la Puerta Oscura. En teoría, una vez convertido en Viajero, aquel umbral se mantendría siempre abierto para él. Pronto lo comprobaría, si es que su primera experiencia había sido real.

Cuando rozó con los dedos su tapa maciza de madera labrada, se le erizó la piel. Todo allí se le antojaba solemne, se encontraba ante el sagrado umbral de la muerte. Dejó abierto el arcón. En su interior volvía a distinguir los ropajes de la desaparecida bisabuela Lena mezclados con los atavíos que él había rescatado del Mundo de los Muertos. Se disponía a devolverlos aprovechando su segundo viaje a aquel recóndito lugar. No creyó que Jules fuera a echarlos en falta.

Se introdujo en el baúl procurando controlar el ritmo de sus pulsaciones, que empezaba a desbocarse. No se había quitado la mochila que llevaba a la espalda. Alcanzó la tapa y en seguida le invadió la ya familiar sensación de verse a oscuras dentro de un ataúd. Cerró los ojos y procuró pensar en el destino de aquel viaje para evitar la incipiente claustrofobia que ya empezaba a acariciarle el estómago. Preparándose para los embates del trayecto, se acurrucó entre la ropa y se protegió la cabeza con los brazos.

Pascal era consciente de que podía no ocurrir nada. Si era así, en medio de la decepción aceptaría que todo había sido un sueño; se debió de dormir aquella noche, mientras elegía el atuendo para la fiesta de Halloween, y cuando descubrió el traje cortesano del siglo dieciocho, su imaginación hizo el resto. Y lo olvidaría todo, dando gracias por no habérselo comentado ni a Dominique ni a Michelle. Se habría ahorrado un soberano ridículo.

Transcurrieron varios minutos, y reinaba la calma más absoluta. La cosa pintaba mal. ¿Y si, encima, subía Jules y lo pillaba dentro del arcón?

El primer movimiento brusco de aquel mueble cortó de cuajo sus temores. Una bruma mágica surgía de la oscuridad. Las vibraciones se sucedieron, aunque con menor virulencia de la que recordaba Pascal, que seguía con los ojos apretados. Ya no había duda. No había sido un sueño, él era el Viajero, el Elegido. ¿Qué le ocurriría en su segunda visita al Mundo de los Muertos?

Entonces cayó en la cuenta de que, si de verdad se dirigía al Mundo de los Muertos, podía encontrase con el profesor Delaveau. Sintió un escalofrío. Si así ocurría, a lo mejor el reciente fallecido le facilitaba información sobre sus asesinos y podía ayudar a la policía...

* * *

Dominique se aproximaba al instituto, decidido a probar su invento aquel lunes por la tarde. Su primera idea había sido que lo experimentase Pascal —a pesar de su evidente enamoramiento—, pero no había logrado dar con él. En casa no estaba, y tenía el móvil fuera de cobertura. Al final, harto de esperar, se había lanzado él solo a la aventura, dispuesto a demostrar al mundo que era un genio.

Así, además, se distraería; lo necesitaba.

Dominique detectó pronto la presencia de Marie en el vestíbulo del
lycée
. La chica, una atractiva alumna un año menor, se encontraba consultando una corchera en la que permanecía clavado el calendario escolar.

Aunque no se conocían, él ya la tenía vista y se había informado sobre ella lo suficiente como para clasificarla en su Tabla de Estrategias con cierta seguridad: se trataba de una chica categoría H, miedosa.

Dominique repasó el perfil de chico que debía utilizar para iniciar el asedio: el tipo I, líder, contaba con buena nota, pero la mejor puntuación se la llevaba el XI, valiente-protector. Lógico. Aunque, ¿cómo dar la impresión de seguridad a una chica yendo en silla de ruedas? Había que intentarlo. Puso gesto de H-XI y se acercó.

—Hola —saludó Dominique al llegar hasta ella—. Tú eres Marie, ¿verdad?

La aludida se volvió, sorprendida.

—Hola. ¿Te conozco?

—Tenemos algún amigo común —mintió—. Yo soy Dominique, voy a
quatriéme
.

—Qué tal.

Se dieron dos besos, y el chico inició su intento de asustarla para poder ayudarla después:

—Qué fuerte lo de Delaveau, ¿verdad? ¡Desangrado!

Marie, que ya había vuelto de nuevo los ojos hacia la corchera, se giró otra vez hacia él.

—Pero ¿es que es verdad? —preguntó con cara de espanto—. Pensé que era un rumor tonto...

Dominique negó con la cabeza, muy serio.

—Pues no, es cierto. Un amigo que tengo en la policía me lo ha dicho.

Otra mentira. Pero es que tener amigos en la policía podía contribuir a que Dominique irradiase sensación protectora.

—Qué pasada... —ella se había llevado una mano a la boca—. ¿Por qué haría eso alguien? Pobre hombre...

Dominique pensó que Marie, con su pequeña estatura y su gesto inocente, estaba más guapa cuando se preocupaba.

—Lo peor no es eso —continuó él creciéndose—. Lo peor es que los asesinos siempre vuelven al lugar del crimen —miró a su alrededor—. Quizá esté ahora aquí, en el instituto, recreándose. ¿Has visto a alguien desconocido, alguien que no te suene?

La chica aumentó su gesto de miedo. Enfocaba con sus hermosos ojos muy abiertos a todo el que cruzaba el vestíbulo.

—No... la verdad es que no me he fijado...

Dominique se daba cuenta de que la cosa iba bien, pero todavía era imprescindible consolidar el estado de temor de Marie:

—Según me ha dicho mi amigo, se trata de un crimen ritual. Por eso lo han desangrado como a un cerdo.

—¿Ritual?

—Sí, algo así como una ceremonia con sacrificios humanos. A lo mejor han hecho aquí una misa negra, y los asesinos son satánicos.

El semblante impresionado de la chica advirtió a Dominique de que había llegado el momento de lanzar el órdago:

—Está anocheciendo, ¿has venido sola?

Marie asintió en silencio, la viva imagen del arrepentimiento.

—Es que no me habían contado nada de eso.

—Ha sido una imprudencia. Pero no te preocupes; yo ya me iba, así que te espero y te acompaño a casa —ella no pareció muy convencida, como era de esperar, así que Dominique completó la oferta con algo de información falsa—. Esos asesinos buscarán a gente que vaya sin compañía, es menos arriesgado. Juntos no somos interesantes para ellos.

Ella dudó un momento, pero acabó asintiendo. El chico esbozó una sonrisa rebosante de confianza.

—Tranquila, no pasará nada. Te lo prometo.

Dominique confirmaba su valoración; se encontraba ante una genuina chica H.

* * *

—Murió desangrado, pero no se le sometió a ningún tipo de maltrato antes —afirmó el forense, rodeando la mesa de autopsias donde permanecía el cadáver tumbado—. No tiene ningún otro daño en el cuerpo: órganos, músculos y huesos están bien, y tampoco se ha detectado ninguna otra lesión interna. El cráneo estaba en perfectas condiciones. Ni siquiera la piel muestra hematomas, así que no recibió golpes ni se le ató.

Marguerite se aproximó a la mesa envuelta en una bata blanca y se inclinó sobre el cuerpo.

—Bueno, y qué me quieres decir —soltó inquieta—. ¿Que se sometió a la extracción de sangre de forma voluntaria? ¿Una especie de donante tan generoso que regaló sus cinco litros? Espero que no me hayas hecho venir solo para eso.

—No, hay más.

Marguerite se irguió para mirarlo bien.

—Venga, suéltalo. No hemos avanzado nada en la investigación, así que cualquier cosa que me digas será todo un adelanto.

Pareció que al médico le costaba hablar. Miraba su instrumental, como ausente.

—¿Qué te pasa, Marcel? Estamos los dos solos, hace años que trabajamos juntos. ¿Ocurre algo?

El forense suspiró, dándose por vencido:

—¿No te has preguntado a través de qué parte del cuerpo le sacaron la sangre?

La detective se encogió de hombros.

—Eso es cosa vuestra, aunque cuando echamos una ojeada al cadáver en la escena del crimen, no vimos heridas.

Marcel asintió.

—Es que no las hay, como te he dicho antes. El problema está en que es imposible desangrar a una persona sin causar herida. Científicamente imposible. La única posibilidad sería una hemorragia interna que hubiera canalizado hacia un orificio natural, pero no es el caso.

—No será tan difícil, si lo han hecho —Marguerite se estaba impacientando—. Déjate de rodeos, Marcel. Cada minuto cuenta, y los medios de comunicación ya han empezado a incordiar. El plato es muy suculento para esas hienas, y algo habrá que ofrecerles.

—Lo que sí he visto son dos minúsculas heridas —reconoció el forense sin mirarla—. Están en el cuello, sobre la yugular.

—¡Pues ya está! —celebró Marguerite—. ¿Por qué no has empezado por ahí? ¿No es esa una vena muy importante? Desde ella sí se puede desangrar a un tipo, ¿no?

—Sí, se puede. Incluso he detectado una lesión en la propia vena. Pero hay un problema: las cicatrices que muestran las heridas, teniendo en cuenta que son profundas y que se trata de un individuo sano, requieren al menos una semana de antigüedad.

—¿Cómo?

El doctor ofrecía la misma imagen desconcertada:

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