En caída libre (30 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

BOOK: En caída libre
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—Oh, no —comenzó a decir Ti—, espere un minuto…

—…y necesitamos desesperadamente una pieza de recambio. Si podemos localizar un espejo vórtice en un almacén de Rodeo…

—No lo hará —interrumpió Ti—. Las reparaciones de las naves de Salto se llevan a cabo únicamente en los talleres orbitales del Distrito en Orient IV. Todos los depósitos se encuentran allí. Lo sé porque en una ocasión tuvimos un problema y tuvimos que esperar cuatro días para que una tripulación de reparaciones llegara desde allí. Rodeo no tiene nada que ver con las naves de Salto, nada. —Cruzó los brazos.

—Me lo temía —dijo Leo—. Bien, existe otra posibilidad. Podríamos intentar fabricar uno nuevo, aquí, en este momento.

Ti tenía la expresión de un hombre que estaba chupando un limón.

—Graf, no se pueden soldar esas cosas con un pedazo de hierro. Sé muy bien que las hacen de una sola pieza. Las juntas parecen impedir el flujo. Y ese succionador tiene tres metros de ancho en el extremo superior. Lo que utilizan para sellarlos pesa varias toneladas. Y la precisión requerida… Nos llevaría seis meses llevar a cabo un proyecto de esa naturaleza.

Leo tragó y juntó las manos, con los dedos abiertos. Si hubiera sido un cuadrúmano, se habría sentido tentado a duplicar el cálculo.

—Diez horas —dijo—. Es cierto, me gustaría tener seis meses. Abajo. En una fundición. Con una prensa de aleación de acero enorme. Y un mecanismo para enfriar el agua y un equipo de colaboradores y fondos ilimitados… Estaría preparado para hacer diez mil unidades. Pero no necesito diez mil unidades. Hay otro modo. Una acción rápida y precaria. Eso es todo lo que vamos a poder hacer con el tiempo que tenemos. Pero no puedo estar aquí arriba, fabricando un espejo vórtice, y al mismo tiempo allí abajo rescatando a Tony. Los cuadrúmanos no pueden ir. Te necesito, Ti. Te hubiera necesitado para pilotar la nave de todas maneras. Ahora te necesito para hacer algo más.

—Mira —comenzó a decir Ti—. La teoría era que yo iba a quedar fuera de todo esto, limpio, porque GalacTech pensaría que me habíais secuestrado y os habría hecho saltar porque me habríais apuntado con una pistola en la cabeza. Una situación simple, creíble. Esto se está complicando demasiado. Aun si pudiera realizar una acrobacia de esa envergadura, no van a creer que lo hice bajo presión. ¿Qué me impediría volar hacia abajo y entregarme? Ése es el tipo de preguntas que van a hacerme. Puedes apostar el pellejo. No, maldición. Ni por amor ni por dinero.

—Lo sé —murmuró Leo—. Ya te ofrecimos las dos cosas.

Ti le miró, pero escondió la cabeza para evitar la mirada de Silver.

Una voz aguda resonó en el corredor.

—¿Leo? ¡Leo!

—¡Aquí! —respondió. ¿Qué pasaría ahora?

Uno de los cuadrúmanos más jóvenes apareció y se abalanzó nadando hacia ellos.

—¡Leo! Le hemos buscado por todas partes. ¡Venga pronto!

—¿Qué sucede?

—Un mensaje urgente. Por el intercomunicador. Desde Rodeo.

—No respondemos a ningún mensaje. Incomunicación total, ¿recordáis? Cuanta menos información les demos, más tiempo les va a llevar imaginar de qué se trata todo esto.

—¡Pero es Tony!

A Leo se le contrajeron las entrañas y se lanzó tras el mensajero. Silver, pálida, lo siguió y detrás de ella, todos los demás.

La imagen del holovídeo se aclaró y mostró una cama de hospital. Tony estaba apoyado en el respaldo y miraba directamente a la pantalla. Llevaba camiseta y shorts. Tenía un vendaje blanco en el bíceps inferior izquierdo y la rigidez de torso indicaba que tenía vendajes debajo de la ropa. Tenía la frente arrugada y un leve rubor no llegaba a esconder su palidez. Movía los ojos azules de un lado a otro con cierto nerviosismo. A la derecha de la cama estaba de pie Bruce Van Atta.

—Has tardado bastante tiempo en responder a nuestra llamada, Graf —dijo Van Atta. Sonreía con un deje de afectación.

Leo tragó.

—Hola, Tony. No nos hemos olvidado de ti aquí arriba. Claire y Andy están bien y juntos…

—Estás aquí para escuchar, Graf, no para hablar —interrumpió Van Atta. Operó un control—. Así está mejor, acabo de cortar tu audio, así que puedes ahorrarte la saliva. Muy bien, Tony —Van Atta apuntó al cuadrúmano con una varilla de color plateado. ¿Qué pretendería?, se preguntó Leo, con temor—. Explícale lo que tenías que decirle.

Tony volvió a mirar a la imagen silenciosa de la pantalla y dilató los ojos. Respiró profundamente y comenzó a hablar.

—No importa lo que estéis haciendo, Leo, seguid adelante. No os preocupéis por mí. Que Claire escape… que Andy escape…

La imagen se esfumó de repente, pero el canal de audio permaneció abierto durante un momento. Emitió un ruido extraño, un grito y la voz de Van Atta que decía:

—¡Quédate quieto, maldita mierda!.

Luego también desapareció el sonido.

Leo se descubrió aferrado a una de las manos de Silver.

—Claire venía hacia aquí —dijo Silver, en un tono grave—, para poder escuchar la llamada.

Leo la miró.

—Creo que es mejor que vayas a distraerla.

Silver asintió al comprender el mensaje.

—Muy bien.

Se alejó.

La imagen regresó. Tony estaba acurrucado silenciosamente en el extremo opuesto de la cama, con la cabeza gacha. Las manos le cubrían el rostro. Van Atta le estaba mirando y se balanceaba furioso, sobre sus talones.

Evidentemente, el chico es un poco lento —le dijo Van Atta—. Yo lo haré breve y claro, Graf. Puedes retener a tus rehenes, pero si llegaras a tocarlos, podrías ser juzgado en cualquier corte de la galaxia. Yo tengo un rehén al que le puedo hacer lo que me plazca y bajo el amparo de la ley. Y si crees que no lo haré, intenta comprobarlo. Ahora bien, vamos a enviar una nave de Seguridad allí arriba en poco tiempo, para reestablecer el orden. Y tú vas a cooperar. —Levantó la varilla plateada y apretó algo. Leo vio salir una chispa eléctrica de la punta—. Este es un mecanismo simple, pero me puedo volver realmente creativo, si me obligas. No me fuerces a hacerlo, Leo.

—Nadie te está forzando a… —comenzó a decir Leo.

—Ah —Van Atta lo interrumpió—, espera un minuto… —tocó el control de su pantalla—, ahora habla, así puedo oírte. Y es mejor que sea algo que quiera oír.

—Nadie aquí puede forzarte a hacer nada —dijo Leo irritado—. Cualquier cosa que hagas, la haces por voluntad propia. Nosotros no tenemos ningún rehén. Lo que tenemos son tres voluntarios, que decidieron quedarse… supongo que por el bien de sus conciencias.

—Si Minchenko es uno de ellos, será mejor que te cubras la espalda, Leo. Al diablo con la conciencia. Lo que quiere es no desprenderse de su pequeño imperio. Eres un tonto, Graf. Acérquese —hizo un movimiento fuera de la pantalla—, venga a hablarle en su mismo idioma, Yei.

La doctora Yei apareció en la pantalla, se enfrentó a los ojos de Leo y se humedeció los labios.

—Señor Graf, por favor, no siga adelante con toda esa locura. Lo que intenta hacer es increíblemente peligroso, para todos los que están involucrados… —Van Atta acompañaba sus palabras mientras agitaba la varilla eléctrica sobre su cabeza, con una sonrisa. Ella lo miró con irritación, pero no dijo nada y siguió adelante con lo que estaba diciendo—. Ríndase ahora y el daño por lo menos resultará minimizado. Por favor. Por el bien de todos. Usted tiene el poder para detener todo esto.

Leo permaneció silencioso durante un momento y luego se inclinó hacia adelante.

—Doctora Yei, estoy cuarenta y cinco mil kilómetros más arriba. Usted está en la misma habitación. Deténgalo usted. —Apagó la pantalla y permaneció en silencio.

—¿Le parece que eso ha estado bien? —le preguntó Ti, con incertidumbre.

Leo sacudió la cabeza.

—No lo sé. Pero si no hay público, se acabó la función.

—¿Eso era una actuación? ¿Hasta dónde puede llegar ese hombre?

—En el pasado, solía tener un temperamento bastante incontrolable, cuando se veía amenazado. Cualquier cosa que elogiara sus intereses personales, solía calmarlo. Pero como tú mismo has podido comprobar, los beneficios para su carrera en todo este desorden son mínimos. No sé hasta dónde puede llegar. Tampoco sé si él mismo lo sabe.

Después de una larga pausa, Ti dijo:

—¿Todavía, necesitas… un piloto para la nave, Leo?

14

Silver se aferró a los brazos del asiento del copiloto de la lanzadera, en una mezcla de excitación y de miedo. Tenía los brazos inferiores sobre el borde delantero del asiento, donde encontraba un punto de apoyo. La desaceleración y la gravedad la sacudían. Soltó una mano para verificar el cinturón de seguridad justo en un momento en que la lanzadera alteró su rumbo hacia abajo y pudieron ver el suelo. Las montañas desérticas coloradas, rocosas y amenazantes, se encorvaban debajo de ellos, cada vez a más velocidad a medida que se acercaban.

Ti estaba sentado junto a ella en el asiento del comandante. Casi no despegaba las manos y los pies de los controles. Su mirada pasaba de una lectura a la otra y luego al horizonte real, totalmente absorto. La atmósfera crujía sobre la superficie de la nave, que se sacudía violentamente al atravesar fuertes ráfagas de viento. Silver comenzó a entender por qué Leo, a pesar de su angustia manifiesta ante el riesgo que representaría para todos ellos perder a Ti, no había puesto a Zara o a otro piloto de las naves remolcadoras en su lugar. Incluso exceptuando el hecho de manejar los pedales, aterrizar en un planeta era una disciplina muy diferente a pilotar una nave en caída libre, especialmente en un vehículo del tamaño de un módulo de Hábitat.

—Allí está el lecho seco del lago —Ti señaló con la cabeza sin sacar los ojos de su tablero—. Justo en el horizonte.

—¿Será mucho más difícil que aterrizar en una pista de la Estación de Lanzaderas? —preguntó Silver, preocupada.

—No hay problema —Ti sonrió—. Si hay alguna diferencia, es más fácil. Es un gran charco. De todas maneras, es uno de nuestros sitios de aterrizaje de emergencia. Sólo hay que evitar las hondonadas en el extremo norte y estamos libres en casa.

—Oh —dijo Silver, aliviada—. No sabía que habías aterrizado aquí antes.

—Bueno, en realidad, no lo hice —murmuró Ti—, porque todavía no ha habido ninguna emergencia… —se incorporó y se concentró aún más en los controles. Silver decidió que por el momento tal vez era mejor no distraerlo con su conversación.

Se asomó por encima del borde de su respaldo para mirar al doctor Minchenko, que ocupaba el asiento del ingeniero detrás de ellos, para ver cómo se lo estaba tomando. La sonrisa que le devolvió el doctor fue sarcástica, como si se estuviera burlando de su ansiedad, pero Silver percibió que también él estaba verificando el cinturón de seguridad de su asiento.

El suelo se acercaba a toda velocidad. Silver lamentaba que, después de todo, no hubieran esperado que fuera de noche para hacer el aterrizaje. Por lo menos, no habría podido ver cómo se acercaba la muerte. Por supuesto, podía cerrar los ojos. Los cerró, pero los volvió a abrir casi de inmediato. ¿Por qué perderse la última experiencia de su vida? Lamentaba que Leo nunca le hubiera hecho una proposición amorosa. Seguramente, también él estaba bajo los efectos de la tensión acumulada.

Más y más rápido…

La nave chocó, rebotó, resonó, se meció y rugió sobre la superficie plana, pero agrietada. Silver lamentaba no haberle hecho una proposición a Leo. Obviamente, uno podía morir esperando que otra gente comience la vida por uno. El cinturón de su asiento le comprimió el pecho cuando la desaceleración la absorbió hacia adelante. La vibración ruidosa le hizo rechinar los dientes.

—No es tan uniforme como una pista —gritó Ti, que por fin le sonrió y le ofrecía una mirada luminosa—. Pero lo suficientemente buena para ser trabajo de la compañía…

Muy bien. Al parecer, nadie temblaba de miedo. Tal vez así era cómo debía ser un aterrizaje. Rodaron hasta detenerse en medio de la nada. Unas montañas rojas dentadas enmarcaban un horizonte vacío. Todo era silencio.

—Bien —dijo Ti—, aquí estamos… —Se soltó el cinturón con un movimiento rápido y se dirigió al doctor Minchenko, que hacía esfuerzos por salir del asiento del ingeniero—. ¿Ahora qué? ¿Dónde está?

—Si fuera tan amable —dijo el doctor Minchenko—, ¿no nos mostraría un panorama exterior?

Una vista del horizonte pasó varias veces por el monitor, mientras los minutos sonaban en el cerebro de Silver. La gravedad, descubrió Silver, no era tan horrible como la había descrito Claire. Era algo muy parecido al tiempo que se pasa bajo aceleración en el camino hacia un agujero de gusano, sólo que muy estable y sin vibración, o como estar en la Estación de Transferencia, sólo que más fuerte. Sería mejor si el diseño del asiento se hubiera ajustado a su cuerpo.

—¿Qué pasa si el Control de Tráfico de Rodeo nos ha visto aterrizar? —dijo Silver—. ¿Qué pasa si GalacTech llega aquí antes?

—Es mucho peor si Control de Tráfico no nos ha visto —dijo Ti—. En cuanto a quién llega aquí antes… ¿Bueno, doctor Minchenko?

—Hum —dijo con seriedad. Luego se le iluminó el rostro, se inclinó hacia adelante y congeló la toma. Puso un dedo sobre una pequeña mancha en la pantalla, tal vez a unos quince kilómetros de distancia.

—¿Una nube de polvo? —dijo Ti, que intentaba controlar sus esperanzas.

La mancha se hizo más nítida.

—Un Land Rover —dijo el doctor Minchenko, que sonreía de satisfacción—. Buena chica.

La mancha se transformó en un remolino de polvo color anaranjado, que se levantaba detrás de un Land Rover. Cinco minutos más tarde, el vehículo se detuvo junto a la escotilla delantera de la nave. La figura debajo de la cubierta corrediza se detuvo para ajustar una máscara de oxígeno. Luego la cubierta se elevó y bajó la rampa lateral.

El doctor Minchenko se ajustó su propia máscara sobre la nariz y, seguido de Ti, bajó a toda carrera las escaleras de la nave para asistir a la mujer, débil y de cabello plateado, que estaba luchando con un montón de paquetes de formas extrañas. La mujer los entregó todos a los hombres con una felicidad evidente, excepto una caja negra pesada, con la forma de una cuchara, que apretó contra su pecho, casi de la misma manera que Claire aferraba a Andy. El doctor Minchenko condujo a su esposa con ansiedad hacia arriba —le costaba mucho subir las escaleras—, donde finalmente pudiera sacarse la máscara y hablar claramente.

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