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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (25 page)

BOOK: En caída libre
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En la pantalla, apareció un mapa generado por ordenador que indicaba la ruta más corta desde esa terminal hasta los módulos de seguridad. Van Atta sólo veía un módulo. Maldición. La pérdida de presión debe ser en todo el Hábitat. ¿Qué diablos estaba pasando?

—Emergencia, emergencia. No es un simulacro —repetía Graf.

Yei también miraba el mapa con ojos de asombro. Ahora más que nunca parecía una rana.

—¿Cómo puede ser? Se supone que el sistema de compuertas aísla el área con problemas del resto…

—Apuesto a que lo sé —dijo Van Atta—. Graf debe haber afectado la estructura del Hábitat, con su trabajo preparatorio del salvamento… Apuesto a que él o sus cuadrúmanos han estropeado algo importante. A menos que ese idiota de Wyzak haya hecho algo… ¡Vamos!

—Emergencia, emergencia —siguió repitiendo la voz de Graf—. No es un simulacro. Todo el personal terrestre del Hábitat debe ir de inmediato…

—¡Hijo de puta!

El rostro de Leo desapareció de la pantalla. Lo único que se podía ver era el mapa de emergencia.

Van Atta se adelantó a Yei, que todavía seguía mirando el mapa. Salió de su oficina y atravesó las puertas abiertas en el extremo del módulo que, aunque deberían haber estado cerradas, no lo estaban. Estaban a medio cerrar. Los controles no funcionaban. Van Atta y Yei se unieron a un grupo de terrestres que se apresuraba para alcanzar el área de seguridad.

Van Atta tragó y maldijo su sinusitis. Le zumbaba un oído y el otro no dejaba de latirle. La ansiedad provocada por la subida de adrenalina le hacía temblar el estómago.

El módulo de conferencias C ya estaba lleno cuando llegaron. Había terrestres vestidos y a medio vestir. Uña de las integrantes del personal de Nutrición tenía una caja de alimento congelado debajo de un brazo. Van Atta pensó en un principio que podía contener información sobre la duración de la emergencia, pero luego decidió que simplemente la debía tener en sus manos cuando sonó la alarma y ni siquiera pensó en dejarla antes de escapar.

—¡Cerrad las puertas! —gritó un coro de voces cuando entraba su grupo y el de Yei. Hubo una brisa de aire, que se convirtió en un silbido y luego en silencio cuando las compuertas se cerraron.

El caos y el pánico reinaban en el módulo de conferencias.

—¿Qué sucede?

—Pregúntale a Wyzak.

—Seguramente está allí fuera, buscando una solución.

—Si no, es mejor que esté bien lejos…

—¿Están todos aquí?

—¿Dónde están los cuadrúmanos? ¿Qué pasa con los cuadrúmanos?

—Tienen su propia área de seguridad. Esta no es demasiado grande.

—Probablemente, su gimnasio.

—Yo no capté ninguna instrucción dirigida a ellos por la pantalla, ni para que fueran al gimnasio ni a ninguna otra parte…

—Pruebe por el intercomunicador.

—La mitad de los canales están muertos.

—¿Ni siquiera puede comunicarse con Sistemas Centrales?

—Señora, yo soy Sistemas Centrales…

—¿No tendríamos que haber hecho un recuento de personas? ¿Alguien sabe cuántos están cumpliendo su turno aquí arriba en este momento?

—Doscientos setenta y dos. Pero, ¿cómo se puede saber quiénes faltan porque están atrapados y quiénes faltan porque están allí fuera intentando solucionar el problema?

—Déjeme a mí manejar ese maldito intercomunicador…

—¡CIERREN LAS PUERTAS! —El mismo Van Atta se unió al coro, casi sin querer. La diferencia de presión era cada vez más marcada. Estaba contento de no haber sido uno de los últimos en llegar. Si esto seguía así, en poco tiempo se vería en la obligación de hacer que las puertas quedaran cerradas a toda costa, sin importarle quién golpeara al otro lado para que lo dejaran entrar. Tenía una pequeña lista… Bueno, cualquiera sin el sentido común de responder de inmediato a las instrucciones de emergencia no debería estar en una estación espacial. Aquí se trataba de la supervivencia del más adaptado.

Si no habían reunido a todas las doscientas setenta y dos personas a esta altura, seguramente faltaban pocas. Van Atta se abrió camino entre la multitud que atestaba el módulo hacia el centro, quitándole el lugar a tal o cual persona. Algunos se daban la vuelta para protestar, veían quién los había empujado y no hacían ningún comentario. Alguien había sacado la cubierta del intercomunicador y estaba revisando su interior con frustración, ya que no tenía las delicadas herramientas de diagnóstico, que debían de haber quedado en algún lugar del Hábitat.

—¿No puede, por lo menos, comunicarse con el gimnasio de los cuadrúmanos? —preguntó una mujer joven—. Tengo que saber si mi clase ha llegado hasta allí.

—Bueno, ¿por qué no fue con ellos, entonces? —contestó el supuesto reparador.

—Uno de los cuadrúmanos adolescentes los llevó. El me dijo que viniera aquí. Ni se me ocurrió discutirlo, con esa alarma que me estaba perforando los oídos…

—No funciona. —Después de hacer una mueca, el hombre volvió a poner la cubierta en su lugar.

—Bien, voy a averiguarlo —dijo la mujer joven, con tono decidido.

—Usted no va a ninguna parte —la interrumpió Van Atta—. Hay demasiada gente respirando aquí dentro para que abra la puerta y perdamos aire innecesariamente. Por lo menos, hasta que averigüemos lo que sucede, qué alcance tiene y cuánto tiempo durará.

El hombre golpeó la cubierta del holovídeo.

—Si no funciona, la única manera de averiguar algo es enviar a alguien con una máscara de oxígeno para que vaya a verificar.

—Esperaremos unos minutos más. —Maldito sea ese tonto de Graf. ¿Qué había hecho? ¿Y dónde estaba? En alguna parte con una máscara, seguro. O aún mejor, con un traje de presión. Aunque si había sido verdaderamente el causante de todo ese desorden, Van Atta no estaba seguro de desear que tuviera un traje. Bastaría con una máscara de oxígeno, y con que recibiera su merecido castigo. Idiota de Graf.

Malditas las famosas inspecciones de seguridad de Graf. Por lo menos, el ingeniero nunca más podría hacer alarde de ellas. Un poco de humildad le haría bien.

Y sin embargo, la situación era tan anómala. No era posible que todo el Hábitat comenzara a perder presión de repente. Había refuerzos y más refuerzos, compartimentos separados… Cualquier accidente de esta envergadura tendría que haber sido previsto y planeado.

Un leve silbido escapó de su boca. De inmediato, Van Atta se concentró con fuerza. Tenía los ojos bien abiertos. ¿Podría tratarse de un accidente planeado? ¿Sería posible?

Graf no era ningún idiota. Era un genio. Un accidente, un accidente, un accidente perfecto, el mismo accidente que él siempre había deseado y que nunca se había atrevido a mencionar. ¿Era eso? ¡Tenía que serlo! ¿Un desastre fatal para los cuadrúmanos, ahora, en el último momento, cuando estaban todos juntos y podía producirse de una sola vez?

Una docena de pistas encajaban en su lugar. La insistencia de Graf en manejar todos los detalles de la planificación del rescate, sus secretos, su ansiedad por estar informado constantemente sobre el programa de evacuación, todo ese aspecto general de un hombre con cronograma secreto… Todo culminaba en esto.

Por supuesto que era secreto. Ahora que había penetrado en el plan, a Van Atta sólo le restaba colaborar. La gratitud de los altos jefes de GalacTech hacia Graf por liberarlos del problema de los cuadrúmanos se traduciría en mejores asignaciones, promociones más rápidas… Tendría que pensar en alguna manera solapada de comunicarlo.

Por otra parte, ¿por qué compartirlo? Van Atta esbozó una sonrisa astuta. No era una situación en la que Graf pudiera exigir ningún reconocimiento, después de todo. Graf había sido sutil, pero no lo suficiente. Tendría que haber un sacrificio, en nombre de las formas, después del accidente. Lo único que tenía que hacer era mantener la boca cerrada y… volver a concentrar su atención en el entorno actual.

—¡Tengo que verificar cómo están mis cuadrúmanos! —La mujer joven tenía los ojos desorbitados. Se rindió finalmente ante el intercomunicador y comenzó a abrirse paso hacia la puerta.

—Sí —otro hombre se unió a ella—, y yo tengo que encontrar a Wyzak. Todavía no está aquí. Seguramente necesita ayuda. Iré con usted…

—¡No! —gritó Van Atta, desesperado, como si le faltara agregar
van a echarlo todo a perder
—. Tienen que esperar a que termine de sonar la alarma. No dejaré que cunda el pánico. Nos quedaremos aquí y esperaremos hasta recibir instrucciones.

La mujer lo entendió, pero el hombre dijo, con escepticismo:

—¿Esperar instrucciones de quién?

—Graf —dijo Van Atta. Sí, no era demasiado pronto para dejar en claro frente a testigos sobre las manos de quién estaba la responsabilidad. Logró controlar la respiración acelerada que le provocaba su excitación y así recuperar la calma. Aunque no demasiada. Tenía que estar tan sorprendido como todos. No, más sorprendido que cualquiera… cuando fuera evidente el alcance total del desastre.

Se dispuso a esperar. Los minutos pasaban lentamente. Un último grupo de refugiados logró entrar por la puerta. El índice de pérdida de presión en todo el Hábitat debía estar bajando. Uno de los administradores de control de inventario —los viejos hábitos nunca mueren— le presentó un recuento no solicitado de los presentes.

Maldijo en silencio la iniciativa de este censor, aun cuando aceptó los resultados, agradecido. La prueba de que no todos estaban presentes debería obligarlo a tomar una decisión que no deseaba.

Sólo faltaban once miembros del personal no cuadrúmano.
Era un precio necesario
, pensó Van Atta para tranquilizarse. Algunos seguramente estaban en otros sitios con presión o por lo menos eso es lo que podría decir que creyó más tarde. Sus errores fatales podría atribuírselos a Graf.

Un grupo, frente a la puerta, estaba dispuesto a salir. Van Atta aspiró con fuerza y se detuvo momentáneamente, inseguro de cómo detenerlos sin revelar nada. Pero de pronto se oyó el grito de desesperación de una mujer.

—¡No hay aire en el pasillo! No podemos salir sin los trajes de presión.

Van Atta suspiró de alivio.

Se abrió paso hacia uno de los puestos de observación del módulo. Todo lo que podía obtener era una visión de las estrellas. El puesto de observación del otro lado ofrecía una vista de una parte del Hábitat. Un cierto movimiento llamó su atención. Aplastó la nariz contra el vidrio frío en un intento por divisar los detalles.

El brillo plateado de los trajes de trabajo fue lo que alcanzó a ver sobre la superficie externa del Hábitat. ¿Refugiados? ¿Un grupo de reparaciones? ¿Sería correcta su primera hipótesis de un accidente real, después de todo? No eran buenas noticias, pero, de todas formas, seguía siendo el bebé de Graf.

Pero había cuadrúmanos allí fuera. Maldición. Cuadrúmanos que habían sobrevivido. Podía ver los brazos. Graf no había hecho un ataque completo. Con sólo dos cuadrúmanos que sobrevivieran, uno hombre y otro mujer, sería lo mismo que si fueran mil, desde el punto de vista de Apiñad. Tal vez eran todos hombres en el grupo de reparaciones.

Hasta el mismo Graf estaba entre todas esas figuras. Llevaban un equipo de herramientas. La visión distorsionada que tenía a través del puesto de observación le impedía divisar de qué se trataba. Torció el cuello, hasta dolerle. Pero el grupo de trabajo había desaparecido en una curva del Hábitat. Una nave remolcadora aparecía y desparecía frente a sus ojos, sobre el módulo de conferencias.

¿Otros que lograban escapar? ¿Cuadrúmanos o terrestres?

—¡Hey! —una voz excitada en el interior del módulo de conferencias interrumpió sus observaciones—. Tenemos suerte. Este armario está lleno de máscaras de oxígeno. Debe de haber unas trescientas.

Van Atta giró la cabeza para mirar el armario en cuestión. La última vez que había estado en el módulo, el armario estaba lleno de equipos audiovisuales. ¿Quién diablos había hecho ese cambio y por qué?

Un ruido repercutió en todo el módulo, con una resonancia particular. Algo así como meter la cabeza en un balde de metal y que alguien lo golpeara con un martillo. Fuerte. Temblores y gritos. Las luces se apagaron y luego volvió la luz, mucho menos intensa que antes. Estaban con la energía de emergencia del módulo. La energía proveniente del Hábitat se había cortado por completo.

La energía no era lo único que se había cortado. Sorprendido, Van Atta vio cómo el Hábitat comenzaba a girar lentamente junto a su puesto de observación. No, no era el Hábitat. Era el módulo lo que se estaba moviendo. Un grito generalizado provino de la multitud en su interior, cuando comenzaron a caer sobre una pared, por la leve aceleración que se impartía desde el exterior.

Van Atta se aferró al pasamanos del puesto de observación.

Su toma de conciencia le afectó casi físicamente. Irradiaba calor desde el pecho, por los brazos y las piernas y le llegaba a la cabeza como si quisiera hacerle estallar el cráneo.

¡Traicionado! Había sido traicionado, traicionado por completo y a todo nivel. Una figura con traje espacial, y con piernas, los estaba despidiendo con la mano desde un agujero quemado en uno de los lados del Hábitat. Van Atta se estremeció de furia.
¡Te atraparé, Graf! ¡Te atraparé, maldito hijo de puta! A. ti y a todos esos malditos deformes de cuatro manos…

—¡Cálmese, hombre! —le estaba diciendo la doctora Yei, que también había logrado acercarse hasta el puesto de observación—. ¿Qué sucede?

Van Atta se dio cuenta de que había estado murmurando en voz alta. Se secó la saliva de las comisuras de la boca y miró a la doctora Yei.

—Fue usted… usted… la que no lo detectó. Se suponía que tenía que llevar un registro de todo lo que pasaba con esos monstruos. Y no detectó nada. —Se abalanzó sobre ella, sin saber con qué intención, se soltó de uno de los pasamanos y se estrelló contra la pared. La sangre le latía tanto en los oídos que tuvo miedo de sufrir un ataque coronario. Se quedó quieto un momento, con los ojos cerrados, respirando, mientras intentaba controlar sus emociones.
Contrólate
, se decía a sí mismo, con un miedo mortal a su inminente autodestrucción.
Contrólate. Mantente bajo control y ocúpate de Graf mas tarde. De atraparlo a él y a todos los demás…

12

Leo desoyó los sollozos de los cuadrúmanos perturbados.

—¿Qué queréis decir con que no los atrapamos a todos? —preguntó.

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