Silver se apoyó sobre sus brazos inferiores, levantó los superiores por sobré la cabeza y echó un vistazo dentro del elevador a su izquierda.
—A un cuadrúmano le costaría mucho trabajo llegar a los controles. Por otra parte, Zara sabe que tendría muchas más posibilidades de cruzarse con un extraño. Creo que se fue hacia este lado. —Levantó el mentón y se alejó a toda velocidad hacia la derecha, con las cuatro manos. Después de un momento, alcanzó mayor velocidad cuando logró un andar similar al de una gacela. Leo y Ti se vieron obligados a lanzarse tras ella. Leo se sentía absurdo. Parecía un hombre corriendo desesperadamente detrás de su cachorro. Era la ilusión óptica que le producía la locomoción de Silver. Los cuadrúmanos parecían más humanos en caída libre.
Un ruido extraño, un ruido sordo, provenía de la curva del pasillo. Silver gritó y se apoyó rápidamente contra la pared externa.
—Lo siento —gritó Zara, que. pasaba junto a ellos, con el mentón levantado y el torso apoyado en una tabla con ruedas. Las cuatro manos parecían ruedas que la ayudaban a deslizarse por la cubierta. Frenar le resultaba más difícil que cobrar velocidad y Zara se detuvo finalmente cuando se estrelló junto a Silver.
Leo, horrorizado, se acercó a ellas, pero Zara ya se estaba incorporando y sentándose. La tabla con ruedas estaba intacta.
—Mira, Silver —dijo Zara, cuando dio la vuelta a la tabla—. ¡Ruedas! Me pregunto cómo aguantarán la fricción, dentro de esas cubiertas. Toca, ni siquiera están calientes.
—Zara —gritó Leo—, ¿por qué has abandonado la nave?
—Quería ver cómo era un baño en los planetas —dijo Zara—. Pero no he encontrado ninguno en este nivel. Lo único que he visto es un armario lleno de artículos de limpieza y esas cosas —dijo, mientras tocaba la tabla—. ¿Puedo desarmar las ruedas y ver qué hay adentro?
—¡No! —exclamó Leo.
Parecía desorientada.
—Pero quiero saberlo.
—Tráetela —sugirió Silver—, y la desarmas más? tarde. —Silver miró hacia un lado y otro del pasillo. Leo se sentía reconfortado al ver que por lo menos un cuadrúmano compartía su sentido de la urgencia.
—Sí, más tarde —acordó Leo, con tal de terminar con este tema—. Ahora, en marcha.
Leo cogió la tabla con ruedas debajo de su brazo para evitar todo tipo de nueva experimentación. Había llegado a la conclusión de que los cuadrúmanos parecían no tener una idea muy clara sobre la propiedad privada. Tal vez, se debía a que habían pasado toda la vida en un Hábitat espacial comunal, con una ecología ajustada. Los planetas eran comunales de la misma manera, excepto que en algunos casos, esa igualdad estaba verdaderamente disimulada.
Por cierto, se trataba de hábitos de pensamiento. Aquí estaba preocupado por el robo de una tabla con ruedas, al mismo tiempo que estaba planeando el robo espacial más grande de la historia humana. Ti casi echó chispas cuando se enteró del resto de la misión que habían planeado para él. Leo, con prudencia, no completó estos detalles sino cuando la nave ya había salido de la Estación de Transferencia y estaba a mitad de camino entre la estación y el Hábitat.
—¿Pretendéis que sea yo quien robe la nave? —exclamó Ti.
—No, no —Leo le tranquilizó—. Solamente vas a ir como asesor. Los cuadrúmanos tomarán la nave.
—Pero mi culo va a depender de si pueden o no…
—Entonces sugiero que les aconsejes bien.
—Ya lo creo.
—Tu problema —Leo lo aleccionó con amabilidad—, es que careces de experiencia en la enseñanza. Si la tuvieras, tendrías fe en que la gente que uno menos puede imaginar aprende las cosas más sorprendentes. Después de todo, no naciste sabiendo cómo pilotar una nave de Salto. Y sin embargo, muchas vidas dependían de que lo hicieras bien la primera vez y todas las siguientes. Ahora podrás darte cuenta de cómo se sentían tus instructores. Eso es todo.
—¿Cómo se sentían los instructores?
Leo bajó el tono de voz y sonrió.
—Aterrados. Absolutamente aterrados.
Una segunda nave remolcadora, llena de combustible y suministros para su larga excursión, esperaba en lía entrada próxima a la de ellos, cuando llegaron al «Hábitat. Leo tuvo que reprimir la intensa necesidad de llevar a Ti a un lado y llenarle los oídos de consejos y sugerencias para su misión. Desafortunadamente, sus experiencias en el robo criminal no eran mucho mejores. Cero igual a cero, sin tener en cuenta el número desigual de años por los que se multiplicara.
Flotaron a través de la escotilla, dentro del módulo desembarque, y se encontraron con varios cuadrúmanos que les esperaban con ansiedad.
—Ya he modificado más soldadores, Leo —comenzó a decir Pramod sin necesidad, ya que con tres «manos sujetaba todo el arsenal improvisado contra su cuerpo—. Hay soldadores para cinco personas.
Claire, que se asomaba por detrás de su hombro, y miraba las armas con una extraña fascinación.
—Bien. Dáselas a Silver. Ella se hará cargo hasta la nave ya esté lejos —dijo Leo.
Siguieron avanzando, tomándose de los distintos pasamanos, hasta la próxima escotilla. Zara se introdujo allí para comenzar a realizar sus comprobaciones previas al viaje.
Ti se asomó detrás de ella. Parecía nervio.
—¿Vamos a partir de inmediato?
—El tiempo es crítico —dijo Leo—. No tenemos mas de cuatro horas antes de que comiencen a buscarte en la Estación de Transferencia
—¿No tendría que haber… instrucciones o algo por el estilo?
Leo apreció que también Ti estaba teniendo problemas para comprometerse con la liberación. Bien era él el que empujaba o lo empujaban a él. Después del impulso inicial, no habría prácticamente ninguna diferencia.
—Con un impulso a un g hasta el punto medio si luego vais volando y frenando el resto del camino tendréis casi veinticuatro horas para trabajar en el plan de ataque. Silver dependerá de tu conocimiento de las naves de Salto. Ya discutimos varios métodos para lograr un efecto sorpresa. Ella te informará.
—Oh, ¿Silver también va?
—Silver está al mando —informó Leo El rostro de Ti dejó traslucir una serie de expresiones hasta llegar a la consternación.
—¡Al diablo con todo! Todavía estoy a tiempo de volver y de alcanzar mi nave…
—Y ésa —interrumpió Leo— es precisamente la razón por la que Silver está al mando. La captura de una nave descarga es la señal para un levantamiento de los cuadrumanos aquí en el Hábitat. Y ese levantamiento es su garantía de muerte. Cuando GalacTech descubra que no puede controlar a los cuadrúmanos es casi seguro que su miedo hará que intenten exterminarlos violentamente. La huida debe estar asegurada pintes de que nos alcemos. La nave que debes capturar está en esa dirección. —Leo señaló hacia la nave—. Puedo confiar en Silver. Ella lo recordará. Tú no eres peor que cualquier otro —Leo sonrió entre dientes.
Ante esto, Ti se dio por vencido, aunque no parecía feliz de hacerlo.
Silver, Zara, Siggy, un cuadrúmano particularmente robusto de la tripulación de las naves llamado Jon y Ti. Cinco, todos en una nave para un tripulación de dos personas y de ningún modo diseñada para un refugio nocturno. Leo suspiró. Estas naves llevaban un piloto y un ingeniero. Cinco a dos no era un número muy desfavorable. Sin embargo, Leo pensó que le hubiera gustado que las cosas estuvieran más a favor de los cuadrúmanos.
Pasaron por el tubo flexible y entraron en la nave. Silver, al final, se detuvo para abrazar a Pramod y a Claire, que se habían acercado para despedirles.
—Vamos a recuperar a Andy —murmuró Silver a Claire—. Ya verás.
Claire asintió y la abrazó con fuerza. En último lugar, Silver se dirigió a Leo, que contemplaba, con ciertas dudas, el tubo flexible por donde había desaparecido el resto de la tripulación.
—Pensé que los cuadrúmanos iban a ser el eslabón débil en esta operación de rapto —comentó Leo—. Ahora no estoy tan seguro. No permitas que Ti te derrumbe, Silver. No dejes que te deprima. Tenéis que salir de ésta con éxito.
—Lo sé. Lo intentaré. Leo… ¿por qué pensaste que Ti estaba enamorado de mí?
—No sé… Teníais una relación muy íntima. Tal vez el poder de la sugestión. Todas esas novelas románticas.
—Ti no lee novelas románticas. Lee
Ninja de las Estrellas Gemelas
.
—¿Tú no estabas enamorada de él? ¿Por lo menos al principio?
Ella frunció el ceño.
—Me resultaba emocionante quebrar las reglas con él. Pero Ti es… bueno, Ti es Ti. El amor, tal como aparece en los libros… yo siempre supe que no era real. Cuando me pongo a mirar a mi alrededor, a los propios terrestres que trabajan con nosotros, nadie es así. Creo que fui una estúpida por haberme gustado todas esas historias.
—Supongo que no son verídicas. Tampoco he leído ninguna, para decirte la verdad. Pero no es estúpido querer algo más, Silver.
—¿Algo más que qué?
Algo más que ser explotada por una serie de malditos egocéntricos con piernas, eso es todo. Todos nosotros no somos iguales… ¿o sí?
¿Por qué, después de todo, se sentía motivado a poner sobre las espaldas de la muchacha un peso que le era propio, justo en este momento en que necesitaba toda su concentración para llevar a cabo la tarea? Leo sacudió la cabeza.
—De todas maneras, tampoco dejes que Ti te confunda entre sus historias de Ninjas y lo que tú intentas hacer.
—Creo que ni siquiera Ti confundiría una nave de Salto de la compañía con la Liga Negra de Eridani —dijo Silver.
Leo hubiera esperado más certeza en su tono.
—Bueno… —carraspeó—. Cuídate. No dejes que te lastimen.
—Tú también ten cuidado.
No le abrazó, como había abrazado a Pramod y a Claire.
—Lo haré.
Y nunca pienses que nadie puede amarte, Silver
, gritó su mente cuando ella desaparecía en el tubo flexible. Pero era demasiado tarde para decir esas palabras en voz alta. Las compuertas se cerraron con un suspiro, casi un lamento.
La cubierta de desembarco de las naves de carga estaba helada. Claire tuvo que frotarse todas las manos para calentarlas. Sólo sus manos parecían sufrir el frío. Su corazón latía con el calor de la anticipación y el miedo. Miró de reojo a Leo, suspendido, casi impasible, junto a la puerta con ella.
—Gracias, por haberme hecho salir de mi turno de trabajo por esto —dijo Claire—. ¿Estás seguro de que no te meterás en problemas, cuando el señor Van Atta descubra todo esto?
—¿Quién se lo va a decir? —dijo Leo—. Por otra parte, creo que Bruce está perdiendo el interés por torturarte. Todo es tan obviamente fútil. Mucho mejor para nosotros. Además, también quiero hablar con Tony e imagino que tendré muchas más posibilidades de contar con su atención después de que os hayáis vuelto a encontrar. —Sonrió, de modo tranquilizador.
—Me pregunto en qué estado estará.
—Puedes estar segura de que está mucho mejor, o el doctor Minchenko no lo expondría a las tensiones del viaje, por más que lo hiciera para seguir de cerca su evolución.
El ruido de máquinas le dijo a Claire que la nave había llegado a su puesto de desembarque. Extendió las manos y las contrajo inmediatamente. El cuadrúmano que manejaba la cabina de control hizo señas a otros dos en el dique y colocaron los tubos flexibles en su correcta posición y los ajustaron. El tubo del personal se abrió en primer lugar. El ingeniero de la nave asomó la cabeza para volver a verificar todo, luego se perdió de vista. El corazón de Claire latía con toda su fuerza en el pecho y se le había secado la garganta.
Finalmente, apareció el doctor Minchenko y se detuvo un instante, sujetándose con una mano al pasamanos en la escotilla. Era un hombre fuerte, de rostro correoso. Tenía el cabello tan blanco como el uniforme del servicio médico de GalacTech que llevaba puesto. Había sido un hombre grande, pero ahora se había encogido a su tamaño actual, como un melocotón maduro. Pero, al mismo tiempo, todavía era consistente. A Claire le daba la impresión de que sólo necesitaba que lo rehidrataran y que así volvería a su condición de casi nuevo.
El doctor Minchenko se alejó de la escotilla y cruzó el dique hacia ellos, siempre sujetándose con firmeza de los ganchos en la puerta.
—Bueno, ¿qué tal, Claire? —dijo con una voz de sorpresa—. Y ¿aja… Graf? —agregó con menos cordialidad—. Así que era usted. Permítame decirle que no me gusta que me obliguen a autorizar una violación del protocolo médico. Tendrá que pasar el doble de tiempo en el gimnasio durante el período de su extensión. ¿Oye?
—Sí, doctor Minchenko. Gracias —dijo Leo con rapidez. Como Claire sabía, Leo no había ido nunca al gimnasio—. ¿Dónde está Tony? ¿Podemos ayudar para que lo lleven a la enfermería?
—Ah —dijo, a la vez que miró a Claire más de cerca— Ya lo veo. Tony no está conmigo, querida. Sigue en el hospital allí abajo.
Claire quedó sin aliento.
—Oh, no. ¿Está peor?
—No, en absoluto. Tenía todas las intenciones de traerlo conmigo. En mi opinión, necesita la caída libre para su completa recuperación. El problema es administrativo, no médico. Y en este momento estoy tratando de resolverlo.
—¿Bruce ordenó que lo retuvieran allí? —preguntó Leo.
—Exacto. —Frunció el ceño—. Y no me gusta que interfieran con mis responsabilidades médicas. Es mejor que tenga una explicación convincente y sólida. Daryl Cay nunca habría permitido una canallada de esta naturaleza.
—¿Usted… no oyó todavía las nuevas órdenes? —dijo Leo cuidadosamente, con una mirada de advertencia a Claire.
—¿Qué nuevas órdenes? Voy a ver a ese pequeño cretino… quiero decir, a ese hombre, ahora mismo. Tengo la intención de llegar al fondo de todo esto… —Se dio la vuelta para mirar a Claire. Ahora su tono era más amable—. Todo está bien, vamos a poner las cosas en claro. Las hemorragias internas de Toy ya se han detenido y ya no hay indicios de infección. Vosotros, los cuadrúmanos, sí que sois fuertes. Tenéis una salud que responde en la gravedad mucho mejor que la nuestra en caída libre. Bueno, os diseñamos explícitamente para que no sufrierais un desacondicionamiento. Me hubiera gustado que el experimento que lo confirma no hubiera sucedido bajo tales condiciones inquietantes. Por supuesto —suspiró—, la juventud tiene mucho que ver con todo esto… Hablando de juventud, ¿cómo está el pequeño Andy? ¿Ya duerme mejor?
Claire casi se puso a llorar.
—No sé —confesó Claire y tragó.