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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (19 page)

BOOK: En caída libre
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—Se ven un tanto grandes. Leo se detuvo junto a ella para ver el efecto en la oscuridad. Parecían bastante absurdos. Leo se miró los pies como si nunca los hubiera visto antes. Cuando los llevaba puestos él, ¿se verían igual de ridículos? Sus calcetines, de repente, parecían gigantescos gusanos. Los pies eran apéndices insanos.

—Olvídate de los zapatos. Devuélvemelos. Dejemos que las perneras de los pantalones te cubran las manos.

—¿Y qué pasa si alguien me pregunta por mis pies? —preguntó Silver, preocupada.

—Te los amputaron —sugirió Leo—, debido a un caso terrible de entumecimiento durante tus últimas vacaciones en el continente antártico.

—¿Eso queda en la Tierra? ¿Qué pasa si empiezan a hacerme preguntas sobre la Tierra?

—Entonces… entonces yo los criticaré por su falta de cortesía. Pero la mayoría de la gente se inhibe ante este tipo de preguntas. Inclusive podemos usar la historia original de que la silla de ruedas está en Equipajes Extraviados y que vamos allí para recuperarla. Lo creerán. Vamos. Todos a bordo.

Silver se aferró con los brazos superiores al cuello de Leo, mientras que los inferiores abrazaban su cintura, haciendo una leve presión, ya que de repente había tomado conciencia de su nuevo peso. Su respiración era cálida.

Pasaron por el tubo flexible y entraron a la Estación de Transferencia en sí. Leo se dirigió al elevador que subía o bajaba a lo largo de la rampa, hasta el borde donde deberían encontrar los cubículos de descanso de pasajeros.

Leo esperaba un elevador vacío. Pero volvió a detenerse y otros subieron. De repente, Leo sufrió un espasmo de terror ante la sola idea de que a Silver se le ocurriera entablar una conversación amistosa. Tendría que haberle dicho explícitamente que no hablara con extraños. Sin embargo, mantuvo una tímida reserva. El personal de la Estación de Transferencia lo miraba con ojos furtivos, pero Leo fijó la mirada en la pared y nadie intentó romper el silencio.

Leo se tambaleó cuando salió del elevador en el borde externo, donde las fuerzas de gravedad estaban maximizadas. Tenía que admitir que tres meses en condiciones de ingravidez habían causado los efectos inevitables. Pero, en una gravedad intermedia, su peso y el de Silver no llegaban a su peso normal en la Tierra. Leo se escabulló tan pronto como pudo del concurrido vestíbulo.

Golpeó la puerta numerada del cubículo. Se abrió. Una voz masculina dijo: «Sí, ¿qué?» Habían encontrado al piloto de Salto. Leo esbozó una sonrisa atractiva y entraron.

Ti estaba recostado en la cama. Llevaba pantalones, camiseta y calcetines oscuros. Estaba escrutando un visor manual. Miró a Leo con cierta irritación, hasta ahora desconocida. Luego abrió los ojos cuando vio a Silver. Leo la depositó con la misma ceremonia con lo que se pone un gato a los pies de la cama. Ninguna. Luego se dejó caer en la única silla del cubículo, para recuperar el aliento.

—Ti Gulik. Tengo que hablar con usted.

Ti se había reclinado sobre el respaldo de la cama, las rodillas recogidas y el visor a un lado, olvidado.

—¡Silver! ¿Qué diablos estás haciendo aquí? ¿Quién es este tipo? —señaló a Leo con el pulgar.

—Es el profesor de soldadura de Tony. Leo Graf —respondió Silver. Con mucha habilidad, se dio la vuelta y se incorporó con sus manos superiores—. ¡Qué rara me siento!

Levantó las manos superiores, como si estuviera haciendo equilibrio, pensó Leo. Parecía una foca apoya da en el trípode que formaban sus brazos inferiores. Puso de nuevo las manos superiores en la cama, para apoyarse y adoptar una postura de perro. La gravedad le había robado toda su gracia. No había duda. Los cuadrúmanos pertenecían a la ingravidez.

—Necesitamos su ayuda, teniente Gulik —comenzó a decir Leo, tan pronto como pudo—. Desesperadamente.

—¿A quién se refiere con
nosotros
? —preguntó Ti, en un tono sospechoso.

—Los cuadrúmanos.

—Ah —dijo Ti—. Bueno, en primer lugar, me gustaría señalar que ya no soy el teniente Gulik. Soy simplemente Ti Gulik. Estoy desempleado y es muy posible que no vuelva a tener un empleo. Gracias a los cuadrúmanos. O, en el último de los casos, a un cuadrúmano en especial. —Frunció el ceño y dirigió la mirada a Silver.

—Les dije que no era tu culpa —dijo Silver—. No quisieron escucharme.

—Por lo menos podrías haberme encubierto —dijo Ti, en un tono petulante—. Al menos, me debías eso.

Por la expresión en su rostro, bien podría haberle pegado.

—Un momento, Gulik —gruñó Leo—. Silver fue drogada y torturada para poder extraerle una confesión. Me da la impresión que las deudas aquí pasan por otro lado.

Ti se ruborizó. Leo calmó su disgusto. No podían permitirse el lujo de perder al piloto de la nave de Salto. Lo necesitaban demasiado. Por otra parte, ésta no era la conversación que Leo había ensayado. Ti debería volverse loco con esos ojos de Silver, la psicología de la recompensa y todo eso. Seguramente, él debía responder a su bondad. Si el joven no la apreciaba, no merecía tenerla… Leo hizo que sus pensamientos volvieran al asunto en cuestión.

—¿Ha oído hablar de esa nueva tecnología de gravedad artificial? —comenzó Leo, una vez más.

—Algo —admitió Ti.

—Bueno, ha echado por los suelos el Proyecto Cay. GalacTech se va a desentender del problema de los cuadrúmanos.

—Sí. Bueno, eso tiene sentido.

Leo esperó un momento a que hiciera su próxima pregunta lógica, pero nunca vino. Ti no era idiota. Estaba siendo deliberadamente duro de mollera. Leo siguió avanzando.

—Planean llevar a los cuadrúmanos a Rodeo, a unos barracones de trabajadores abandonados… —repitió la situación de «olvidados hasta la muerte» que le había descrito a Pramod una semana antes y levantó la vista para ver qué efecto producía.

La expresión del piloto se mantenía imperturbable y neutra.

—Bueno, lo siento mucho por ellos —dijo Ti sin mirar a Silver—, pero no llego a ver qué se supone que puedo hacer al respecto. Me voy de Rodeo dentro de seis horas, para no volver jamás… Lo cual por otra parte me parece muy bien. Este lugar es una fosa.

—Y a Silver y al resto de los cuadrúmanos los van a arrojar a esa fosa y les van a poner la tapa encima. Y el único crimen que han cometido es que se han vuelto tecnológicamente obsoletos. ¿Eso no le importa? —gritó Leo, acaloradamente.

Ti se incorporó, indignado.

—¿Usted quiere hablar de tecnología obsoleta? Le mostraré tecnología obsoleta. ¡Esto! —Se tocó con la mano las placas de implante en la frente y las sienes y la cánula en la nuca—. ¡Esto! Me entrené durante dos años y esperé en fila durante un años más para poder ser operado y que me implantaran esto. Es una versión codificada en bits de un tensor, porque es el sistema de Saltos que utiliza GalacTech, y ellos corrieron con parte de los gastos. Trans-Stellar Transport y otras pocas compañías independientes también lo utilizan. El resto del universo utiliza el sistema Necklin. ¿Sabe cuáles son mis posibilidades de ser contratado por TST, después de que me despidan en GalacTech? Ninguna. Cero. Nada. Si quiero tener un empleo como piloto de Salto, necesito que me operen y que me hagan un nuevo implante. Sin un empleo, no puedo afrontar el implante. Sin implante, no puedo conseguir un empleo. ¡Jódete, Ti Gulik!

Leo se inclinó hacia adelante.

—Le daré un empleo como piloto, Gulik —dijo Leo con claridad—. En la nave de Salto más grande que jamás haya visto. —Rápidamente, antes de que el piloto pudiera interrumpirlo, detalló su visión del Hábitat convertido en una nave colonia—. Todo está aquí. Lo único que necesitamos es un piloto. Un piloto que pueda trabajar en el sistema de GalacTech; Todo lo que necesitamos… es a usted.

Ti estaba completamente apabullado.

—¡No está hablando de locura! ¡Está hablando de robo! ¿Tiene noción de cuál sería el costo de la remo delación total? No le dejarían salir de la cárcel hasta el próximo milenio.

—No voy a ir a la cárcel. Voy a las estrellas con los: cuadrúmanos.

—Su celda estará acolchada.

—Esto no es un crimen. Es… una guerra o algo así. Girar la espalda e irse es un crimen.

—No para ningún código penal que yo conozca.

—Muy bien. Entonces, un pecado.

—Oh hermano —dijo Ti, con los ojos mirando al cielo—. Ahora entiendo. Eres un enviado de Dios. ¿no es así? Déjame bajarme en la próxima parada; por favor.

Dios no está aquí. Alguien tiene que ocupar su lugar
. Leo se alejó de esa línea de pensamiento. Celdas acolchadas, por cierto.

—Pensé que estaba enamorado de Silver. ¿Cómo puede abandonarla a una muerte lenta?

—Ti no está enamorado de mí —interrumpió Silver, con sorpresa—. ¿Qué le hizo pensar en eso, Leo?

—No, por supuesto que no —acordó débilmente—. Tú… tú siempre lo supiste, ¿no es verdad? Solí teníamos un acuerdo de beneficio mutuo. Eso todo.

—Así es —confirmó Silver—. Yo obtengo libros y grabados, Ti obtiene un alivio de su tensión psicológica, hombres de los planetas necesitan el sexo para sentirse bien. No pueden tolerar la tensión. No les permite coordinar. Genes salvajes, supongo.

—¿De dónde sacaste toda esa mierda…? —comenzó a decir Leo y se detuvo—. No importa. —Podía suponerlo. Cerró los ojos, los presionó con las yemas de los dedos e intentó recobrar su argumento perdido—. Muy bien. Entonces para usted, Silver es… eliminable. Como un pañuelo de papel. Se suena la nariz en ella y luego la tira. Ti parecía molesto.

—¡Basta ya, Graf! No soy peor que cualquier otro. —Pero le estoy dando la oportunidad de ser mejor, ¿no entiende?

—Leo —volvió a interrumpir Silver. Ahora estaba recostada sobre su estómago, con el mentón apoyado una de sus manos superiores—. Después de que leguemos a nuestro asteroide, aparte de cómo sea, qué vamos a hacer con la gigantesca nave de Salto?

—¿Gigantesca nave de Salto?

—La separaremos del Hábitat y con seguridad, la nave quedará allí, en órbita. ¿No se la podemos dar?

—¿Qué? —preguntaron Leo y Ti al unísono.

—En forma de pago. Nos lleva a nuestro destino. Luego se queda con la nave de Salto. Entonces puede irse y ser piloto y propietario de su propia nave, establecer su propia compañía de transporte o lo que le guste.

—¿Con una nave robada? —dijo Ti.

—Si estamos lo suficientemente lejos para que GalacTech no pueda alcanzarnos, también estamos lo suficientemente lejos para que GalacTech no te pueda alcanzar a ti —dijo Silver, con un razonamiento lógico—. Entonces tendrás una nave que se adecué a tu implante neurológico y nadie podrá volver a despedirte, porque estarás trabajando para ti mismo.

Leo se mordió la lengua. Había traído a Silver expresamente para que lo ayudara a persuadir a Ti. ¿Qué pasaba si no se trataba de la ayuda que había imaginado? Por la mirada confusa del piloto, habían logrado movilizarlo finalmente. Leo pestañeó y sonrió a Silver, alentándola.

—Además —continuó ella—, si tenemos éxito y podemos salir de aquí, del Hábitat y de todo esto, el señor Van Atta va a quedar como un verdadero estúpido. —Silver apoyó la cabeza de nuevo en la cama y le sonrió de costado a Ti.

—Oh —dijo Ti, con un tono esclarecedor—. Ah…

—¿Tiene hechas las maletas? —preguntó Leo.

—Ahí están —dijo Ti, señalando un montón de equipaje en el rincón—. Pero… pero… maldición. Si todo esto sale mal, van a crucificarme.

—Ah —dijo Leo—. Mire aquí… —abrió su uniforme colorado en el cuello y sacó el soldador láser, escondido en un bolsillo interno—. Trabé el seguro de esta cosa. Ahora disparará un rayo extremadamente intenso a una distancia bastante grande, hasta que la atmósfera lo disipe. Mucho más que la anchura de esta habitación, por cierto. —Lo sacudió con negligencia. Ti se encogió y abrió los ojos—. Si terminamos arrestados, puede atestiguar que fue secuestrado a punta de arma por un ingeniero loco y por su asistenta mutante tan loca como él y que le hicieron cooperar bajo presión. Tal vez, un día u otro, sea un héroe.

La asistenta mutante loca sonrió a Ti. Los ojos le brillaban como estrellas.

—Usted… nunca dispararía esa cosa, ¿no es así? —dijo Ti, con precaución.

—Por supuesto que no —dijo Leo, mostrando sus dientes. Puso el soldador a un lado.

—Ah —respondió Ti, a la vez que hacía un gesto con la boca. Pero volvió a mirar varias veces el bulto en el uniforme de Leo.

Cuando regresaron a la escotilla de la nave donde estaba aparcada la nave remolcadora, Zara ya se había ido.

«Oh, Dios», murmuró Leo. ¿Se habría escapado? ¿Perdido? ¿La habrían llevado de allí por la fuerza? Después de una búsqueda frenética, no encontró ningún mensaje en el comunicador ni ninguna nota en ninguna parte.

—Piloto, ella es un piloto —razonó Leo en voz alta—. ¿Hay algo que fuera necesario que hiciera? Tenemos suficiente combustible, la comunicación con control de tráfico la hicimos desde aquí… —Entonces se dio cuenta, con un escalofrío, que en ningún momento le había prohibido que abandonara la nave. Era tan evidente que tenía que permanecer fuera de vista y alerta. Pero Leo comprendió que era evidente para él. ¿Quién podía decir que también era evidente para un cuadrúmano?

—Yo podría hacer volar este cacharro, si fuera necesario —dijo Ti, en un tono no forzado, mientras le echaba una mirada al tablero de controles—. Todo es manual.

—No se trata de eso —dijo Leo—. No podemos irnos sin ella. Se supone que los cuadrúmanos no tienen que estar aquí para nada. Si la atrapan las autoridades de la estación y comienzan a hacerle preguntas… Siempre suponiendo que no la hayan atrapado por algo peor…

—¿Qué cosa peor?

—No lo sé, ése es el problema.

Mientras tanto, Silver se había bajado del sillón de aceleración. Después de un momento de experimentación pensativa, se lanzó hacia adelante con las cuatro manos y pasó junto a las rodillas de Leo. Los pantalones le arrastraban.

—¿Dónde vas?

—Voy tras Zara.

—Silver, quédate en la nave. No necesitamos que sean dos de vosotras las que estéis perdidas, por el amor de Dios —le ordenó Leo, con firmeza—. Ti. y yo podemos movernos mucho más rápido. Nosotros la encontraremos.

—No creo —murmuró Silver, ausente. Llegó al tubo flexible y miró el pasillo, que giraba a izquierda y derecha—. Venid, no creo que haya llegado muy lejos.

—Si subió al elevador, ahora podría estar prácticamente en cualquier lugar de la estación —dijo Ti.

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