Una vez que la herida en la frente del niño dejó de sangrar, Mama Nilla pudo, por fin, mantener una conversación.
—¿No tienes idea de dónde está el señor Van Atta? —le preguntó a Claire, preocupada.
—Se ha ido —dijo Claire, con una cierta satisfacción—. ¡Se fue para siempre! Nosotros somos la autoridad ahora.
Mama Nilla pestañeó.
—Claire, no te permitirán…
—Tenemos ayuda. —Hizo un gesto hacia el otro lado del gimnasio, donde estaba Leo, que acababa de llegar. Junto a él estaba otra figura con piernas, de uniforme blanco. ¿Qué estaba haciendo el doctor Minchenko todavía aquí? De pronto, sintió temor. ¿Habían fracasado en su intento de sacar a todos los terrestres del Hábitat, después de todo? Por primera vez, se le ocurrió preguntarse por qué Mama Nilla estaba aquí.
—¿Por qué no fue a su zona de seguridad? —le preguntó Claire.
—No seas tonta, querida. ¡Oh, doctor Minchenko! —Mama Nilla le hizo un gesto con la mano—. ¡Por aquí!
Los dos hombres terrestres, que no tenían la misma experiencia que los cuadrúmanos para desplazarse por el aire, atravesaron la cámara con ayuda de una cuerda que colgaba de un arco y se acercaron al grupo de Mama Nilla.
—Aquí tengo a uno que necesita pegamento biótico —le dijo Mama Nilla al doctor Minchenko, mientras abrazaba al niño herido, cuando el doctor estuvo lo suficientemente cerca como para oírla—. ¿Qué sucede? ¿Estamos a salvo como para llevarlos de vuelta a los módulos de la guardería?
—Estamos a salvo —contestó Leo—, pero usted tendrá que venir conmigo, señorita Villanova.
—No abandonaré a mis chicos si antes no llega mi sustituía —replicó Mama Nilla, en un tono áspero—, y parece que la mayor parte de los integrantes de mi departamento se han evaporado, inclusive mi director.
Leo frunció el ceño.
—¿La doctora Yei todavía no la ha informado?
—No…
—Guardaron lo mejor para el último momento —dijo el doctor Minchenko seriamente—, por razones obvias. —Se dirigió a Mama Nila—. GalacTech acaba de poner fin al Proyecto Cay, Liz. ¡Y ni siquiera me consultaron a mí! —En pocas palabras, le describió la situación actual—. Yo estaba preparando una queja por escrito, pero Graf me puso al tanto de todo. Y sospecho que es mucho más efectivo. Los internos han tomado el manicomio. Graf cree que puede convertir el Hábitat en una nave colonia. Pienso… Prefiero creer que lo hará.
—¿Quiere decir que usted es el responsable de todo este desorden? —Mama Nilla miró a Leo y observó a su alrededor. Parecía estar verdaderamente sorprendida—. Pensé que Claire estaba delirando… —Las otras dos mujeres terrestres que se ocupaban de los niños se acercaron durante la explicación y estaban allí, en el aire, no menos perplejas—. GalacTech no les
da
el Hábitat, ¿no es verdad? —Mama Nilla preguntó a Leo.
—No, señorita Villanova —respondió Leo con paciencia—. Lo estamos robando. Ahora, no me gustaría involucrarla en algo que usted no quisiera, de manera que si quiere acompañarme a la cápsula de salvamento…
Mama Nilla echó un vistazo al gimnasio. Unos pocos grupos de jóvenes ya estaban saliendo, con la ayuda de otros cuadrúmanos un poco mayores.
—¡Pero estos chicos no pueden hacerse cargo de todos los niños!
—Tendrán que hacerlo —dijo Leo.
—No, no… Creo que usted no tiene ni la menor idea del intenso trabajo que lleva a cabo este departamento.
—No la tiene —confirmó el doctor Minchenko, mientras se tocaba los labios con un dedo.
—
No hay otra alternativa
—dijo Leo, entre dientes—. Ahora chicos, soltad a la señorita Villano va —se dirigió a los pequeños aferrados a ella—. Tiene que irse.
—¡No! —gritó el que la sujetaba de la rodilla izquierda—. Tiene que leernos los cuentos después del almuerzo. Lo prometió.
El que estaba herido comenzó a gritar nuevamente. Otro tiraba de su manga izquierda y suplicaba:
—¡Mama Nilla! ¡Tengo que ir al baño!
Leo se pasó las manos por el cabello. Su esfuerzo por calmarse era evidente.
—Necesito vestirme y estar afuera en este preciso instante, señora. No tengo tiempo para discutir. Todas ustedes… —su mirada abarcó a las otras dos cuidadoras—. ¡Muévanse!
Los ojos de Mama Nilla brillaban con furia. Extendió el brazo izquierdo, detrás del que se escondía un niño que, con sus ojos azules, miraba a Leo, asustado.
—¿Van a llevar a esta niña al baño, entonces?
La muchacha cuadrúmana y Leo se miraron entre sí, con el mismo terror.
—Por supuesto que no —contestó el ingeniero. Miró a su alrededor—. Otra muchacha cuadrúmana lo hará. ¿Claire…?
Después de una investigación profunda, Andy eligió ese momento para comenzar a emitir sus protestas por la falta de leche en los senos de su madre.
Claire intentó calmarlo, con unas palmaditas en la espalda. También ella tenía ganas de llorar ante su desilusión.
—Supongo que a usted —dijo el doctor Minchenko— no le gustaría demasiado venir con nosotros, Liz. No habría regreso, por supuesto.
—¿Nosotros? —La mirada de Mama Nilla fue incisiva—. ¿Usted está de acuerdo con esta tontería?
—Me temo que sí.
—Muy bien, entonces. —Ella asintió.
—Pero usted no puede… —comenzó a decir Leo.
—Graf —interrumpió el doctor Minchenko—, ¿su drama de la falta de presión le da a estas señoras alguna razón para pensar que iban a seguir teniendo aire si se quedaban con sus chicos?
—Teóricamente, no —dijo Leo.
—A mí ni siquiera se me ocurrió —dijo una de las cuidadoras. De pronto parecía preocupada…
—A mí, sí —dijo la otra, mientras fruncía el ceño a Leo.
—Yo sabía que había salidas de aire de emergencia en el módulo del gimnasio —dijo Mama Nilla—. Después de todo, así está establecido. Todo el departamento tendría que haber venido aquí.
—Yo los envié a otro lado —dijo Leo.
—Todo el departamento tendría que haberlo mandado a la mierda —agregó Mama Nilla—. Permítame hablar por los ausentes. —Su sonrisa era gélida. Una de las cuidadoras se dirigió a Mama Nilla, con desesperación.
—Pero yo no puedo ir con ustedes. Mi marido trabaja abajo.
—¡Nadie le está pidiendo que lo haga! —exclamó Leo.
La otra cuidadora, haciendo caso omiso de Leo, se dirigió a Mama Nilla.
—Lo siento. Lo siento, Liz. No puedo. Es demasiado.
—Sí, exacto —Leo tocó con una mano el bulto que tenía en el uniforme, lo abandonó y comenzó a hacerlas salir, agitando los brazos en el aire.
—Está bien, chicas, entiendo —Mama Nilla intentó calmar su evidente ansiedad—. Yo me quedaré y resistiré en el fuerte, supongo. Después de todo, nadie está esperando este cuerpo viejo en ninguna parte —se rió. Pero era una risa forzada.
—¿Usted se hará cargo del departamento, entonces? —confirmó el doctor Minchenko con Mama Nilla—. Diríjalo de la manera que más le guste. Cuando no sepa qué hacer, pregúnteme.
Ella asintió. Parecía reservada, como si justo en ese momento comenzara a esbozarse la infinita complejidad de la tarea que tenía ante sí.
El doctor Minchenko se ocupó del niño que tenía el corte sangrante en la frente. Leo, finalmente, logró llevarse a las otras dos mujeres terrestres.
—Vamos. Ahora tengo que ir a vaciar la cámara frigorífica de vegetales.
—Con todo lo que está pasando, ¿por qué pierde tiempo limpiando una cámara frigorífica? —murmuró Mama Nilla entre dientes—. ¡Qué locura!
—Mama Nilla, tengo que irme ahora —la pequeña cuadrúmana la abrazó con todos sus brazos, efusivamente. Mama Nilla se separó.
Andy seguía manifestando su desilusión con ataques intermitentes.
—Vamos, amigo —el doctor Minchenko se detuvo para dirigirse a él—, ésa no es manera de hablarle a tu mamá…
—No tengo leche —le explicó Claire. Se sintió triste e incapaz cuando le ofreció el biberón. El bebé lo arrojó. Cuando intentó separarlo momentáneamente para recogerlo, Andy se aferró a su brazo y gritó desesperadamente. Uno de los niños de cinco años se dio la vuelta y se tapó los oídos con las cuatro manos.
—Venga con nosotros a la enfermería —dijo el doctor Minchenko, con un sonrisa comprensiva—; Creo que tengo algo que solucionará tu problema. A menos que quieras destetarlo ahora, lo cual no te recomiendo.
—¡Oh, por favor! —dijo Claire, esperanzada,
—Nos llevará un par de días hacer que tus sistemas vuelvan a funcionar otra vez —previno—, dado el período de retraso en la reacción biológica. Pero no? he tenido oportunidad de revisarte desde que llegué.
Claire flotó detrás de él con gratitud. Hasta Andy dejó de llorar.
Pramod no había bromeado respecto a las pieza de ajuste, pensó Leo con un suspiro, mientras estudiaba la protuberancia de metal que tenía ante sus? ojos. Golpeó los mandos del ordenador que junto a él, con cierta lentitud y torpeza, puesto llevaba guantes. Este conducto aislado llevaba aguas residuales. Nada encantador, pero un error aquí p dría ser tan desastroso como cualquier otro.
Y bastante más repugnante
, pensó Leo con una sonrisa. Miró a Bobbi y a Pramod, que estaban junto a él, con sus uniformes plateados. Se podían ver otros cincos grupos de trabajo de cuadrumanos en la superficie del Hábitat, mientras que un remolcador se colocaba en posición un poco más allá. Al fondo divisaba la luna creciente de Rodeo. Bueno, siguiente eran los fontaneros más caros de toda la galaxia.
El embrollo de tuberías codificadas que tenía ante él formaban las conexiones umbilicales entre un nódulo y el próximo, protegidas del polvo y otros agentes por una cubierta externa. La tarea que tenía en manos era la de realinear los módulos en grupos longitudinales uniformes que soportaran la aceleración. Cada grupo, unido entre sí por compartimentos le carga, formaría una masa compacta, equilibrada, autosuficiente, por lo menos en términos de las fuerzas propulsoras relativamente bajas que Leo podía prever. Algo así como controlar una yunta de hipopótamos. Sin embargo, la realineación de los módulos traía aparejada una realineación de todas sus conexiones y había muchas, muchas, muchas conexiones.
Con el rabillo del ojo, percibió un movimiento. El de Pramod siguió la dirección del de Leo.
—Allí van —dijo Pramod. En su voz había un reflejo de triunfo y de remordimiento.
La cápsula de rescate con los últimos terrestres rezagados que quedaban a bordo caía silenciosamente el vacío. Una luz brilló en un puesto de observación a medida que la cápsula se perdía de vista, detrás de las curvaturas de Rodeo. Eso era todo para los hombres y mujeres con piernas, excepto él mismo, el doctor Minchenko, Mama Nilla y un supervisor de mantenimiento que sacaron de un conducto y que declaró su ardiente amor por una muchacha cuadrúmana de mantenimiento de Sistemas Aéreos, negándose a partir. Leo pensó que si volvía a sus cabales para cuando jugaran a Orient IV, podrían dejarlo allí. Mientras tanto, había que optar entre matarlo o ponerlo a trabajar. Leo había visto las herramientas que llevaba en la mano y le asignó un trabajo.
Tiempo. Los segundos parecían deslizarse por la piel de Leo como gusanos, debajo de su traje. El grupo de terrestres rezagados pronto alcanzaría al primer grupo de sorprendidos y comenzarían a comparar experiencias. Consideró que no pasaría mucho tiempo hasta que GalacTech comenzara su contraataque. No era necesario ser ingeniero para ver los cientos de aspectos en los que el Hábitat era vulnerable. La única opción que les quedaba a los cuadrúmanos era una huida a toda velocidad.
Leo intentó recordar que la flema era la clave para salir de esa situación con vida. Era necesario recordarlo. Volvió a concentrarse en el trabajo que tenía entre manos.
—Muy bien, Bobbi, Pramod, hagámoslo. Preparad los cierres de emergencia en ambos extremos y haremos que este monstruo se desplace…
Los refugiados que se encontraban con él se hicieron a un lado cuando Bruce Van Atta salió de la manga de abordaje y pasó a la zona de llegada de pasajeros en la Estación de Lanzaderas número Tres de Rodeo. Tuvo que detenerse un instante, con las manos abrazadas a las rodillas, para superar el mareo que le había producido el regreso abrupto a la gravedad planetaria. El mareo y la furia.
Durante algunas horas en el viaje en el espacio orbital de Rodeo, en el interior del módulo de conferencias aislado, Van Atta había estado completamente seguro de que Graf tenía la intención de matarlos a todos, a pesar de la presencia contradictoria de las máscaras de oxígeno. Si esto era una guerra, Graf nunca sería un buen soldado.
Inclusive a mí se me ocurriría algo mejor que humillar a un hombre de esta manera y luego dejarlo vivo. Lamentarás haberme traicionado, Graf. Y lamentarás aún mucho más no haberme matado cuando tuviste la oportunidad
. Intentó con gran esfuerzo calmar su furia.
Van Atta se había colocado entre los pasajeros para embarcar en la primera nave disponible que vino de una Estación de Transferencia, sobrecargada ahora por la llegada inesperada de casi trescientas personas.
No había dormido en veinte horas, desde que las compuertas del módulo de conferencias aislado se habían acoplado finalmente a las del transportador de personal de la estación. Él y el resto de los empleados del Hábitat Cay habían desembarcado de la prisión móvil en grupos desordenados y habían sido transportados a la Estación de Transferencia, donde aún tendrían que perder más tiempo.
Información. Había pasado casi un día entero desde que los habían echado del Hábitat Cay. Debía conseguir información. Se dirigió al edificio de la administración de la Estación número Tres, donde se encontraba su centro de comunicaciones. La doctora Yei le siguió, murmurando algo. Van Atta le prestó poca atención.
Se vio reflejado en las paredes plásticas del tubo que lo llevaba por encima de la superficie de la estación. Demacrado. Se irguió y sacó pecho. No era conveniente aparecer ante otros administradores con un aire vencido y débil. La debilidad iba por dentro.
Observó la superficie de la Estación de Lanzaderas que se extendía debajo del tubo. En el extremo opuesto de la pista, en la terminal del monorraíl, comenzaban a apilarse varios bultos de carga. Ah, sí. Los malditos cuadrúmanos también eran un eslabón en esa cadena. Un eslabón débil, un eslabón roto, que pronto sería reemplazado.
Llegó al centro de comunicaciones en el mismo momento en que lo hacía la administradora de la estación, Chalopin. La seguía su capitán de Seguridad… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, ese idiota de Bannerji.