En el Laberinto (60 page)

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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

BOOK: En el Laberinto
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Marit no estaba de humor para chácharas. Fingió no haber reparado en ellos, dio media vuelta y se alejó, dando a entender que sabía adonde se dirigía. En realidad, no era así. Ni siquiera se fijó por dónde iba. Necesitaba pensar, tratar de descubrir qué andaba mal...

Notó un escozor en la piel. Los signos mágicos de las manos y los brazos despedían un leve resplandor. Marit, extrañada, levantó la vista rápidamente. Se había alejado más de lo que se proponía y se encontraba cerca de la muralla que rodeaba Abri. En el Laberinto, el peligro acechaba en cualquier sitio; no debería haberla sorprendido que se hubiera activado la magia de su piel. Y, sin embargo, la ciudad parecía tan segura...

Una mano se cerró en torno a su brazo. Marit desenvainó la daga antes de saber siquiera de quién era la mano.

Un patryn.

Bajó la daga, pero la mantuvo en la mano. No alcanzó a ver el rostro del patryn, cuyos largos y desaliñados cabellos colgaban sobre sus ojos. El resplandor de las runas de aviso y la comezón de la piel no disminuyeron un ápice. Si acaso, ahora eran más intensos.

Marit se desasió y se apartó del extraño patryn. Al hacerlo, observó que la magia del hombre no reaccionaba al peligro. Los tatuajes de su piel no resplandecían; difícilmente habrían podido hacerlo, según comprobó: no eran estructuras rúnicas auténticas, sino imitaciones.

Marit no perdió un instante en hablar o en preguntarse quién o qué podía ser aquel desconocido. En el Laberinto, quienes esperaban a preguntar rara vez vivían lo suficiente como para escuchar la respuesta. Ciertas especies de aquel lugar, como los espectrales, tenían la facultad de cambiar de forma. Empuñando la daga, la patryn se lanzó contra el impostor.

El arma desapareció; se transformó en humo, y éste se desvaneció en el aire.

—¡Ah, me has reconocido! —Dijo una voz familiar—. Ya esperaba que lo harías.

En realidad, no era así. Marit se había percatado de que no era un patryn, pero no lo había reconocido... hasta que el extraño apartó de su rostro los mechones de pelo hirsuto y dejó a la vista su único ojo rojo.

—Sang-drax —murmuró Marit en tono desagradable. Debería haberse alegrado de ver a la serpiente dragón, pero su inquietud no hizo sino aumentar—. ¿Qué quieres?

—¿No te informó Xar de mi llegada? —El ojo solitario parpadeó.

—Mi señor me informó que se presentaría él en persona —replicó Marit. Sus pensamientos volaron a la espantosa visión de las serpientes dragón en Chelestra. Le disgustaba la proximidad de Sang-drax y deseaba alejarse de él—. ¿Tal vez Xar está aquí ya? Si es así, iré a...

—Mi señor ha sufrido un desafortunado contratiempo —la interrumpió Sang-drax—. Me ha enviado para que me encargue de Haplo.

—Mi señor ha dicho que vendrá él —reiteró Marit. El cambio de planes no le gustaba y se preguntó a qué venía todo aquello—. Si no fuera a hacerlo, me lo habría dicho.

—Al Señor del Nexo le resulta un poco difícil comunicarse contigo, en este momento —respondió Sang-drax y, aunque su tono era respetuoso, a Marit le pareció advertir una mueca burlona en su rostro.

—Si mi señor te ha enviado en busca de Haplo, será mejor que vayas a su encuentro —dijo con frialdad—. ¿Qué quieres de mí?

—¡Ah!, llegar hasta Haplo está resultando un problema—Explicó Sang-drax—. He conseguido hacerlo detener, pero...

—¡Eras tú, entonces! ¡Tú sabías lo del puñal!

—No quiero ser irrespetuoso, pero el dirigente Vasu es un estúpido mentecato. Estaba dispuesto a permitir que Haplo y su amigo sartán deambularan libremente por la ciudad. A mi señor no le habría gustado tal cosa. Cuando vi que tú no ibas a intervenir... —el ojo de la serpiente dragón emitió un destello rojo—, me vi forzado a hacerlo yo.

»Como me disponía a decir, mi objetivo era tener a Haplo encerrado en una mazmorra, imposibilitado de moverse. A él y a ese sartán amigo suyo. Así podré capturarlo fácilmente y sin poner en peligro a tu gente.

Sang-drax inclinó la cabeza y el ojo se cerró durante un momento.

—Pero ahora no consigues llegar hasta él, ¿no es eso? —aventuró Marit.

—En efecto. —La serpiente dragón se encogió de hombros y añadió, con tono modesto—: Los centinelas me reconocerían enseguida como impostor. Pero si tú me llevaras dentro...

Marit apretó los dientes. Le costaba un verdadero esfuerzo físico permanecer tan cerca de la serpiente dragón. Todos sus instintos la impulsaban a matar a Sang-drax o salir huyendo.

—Debemos darnos prisa —agregó éste al percibir sus titubeos—. Antes de que los guardias puedan organizarse.

—Primero, tengo que hablar con mi señor —declaró Marit con rotundidad—. Lo que propones contradice las órdenes previas de Xar. Tengo que estar segura de que es ésta su voluntad.

Sang-drax hizo visible su disgusto.

—Quizá sea difícil establecer contacto con mi señor. Digamos que está ocupado en otros asuntos. —Su voz tenía un tono de mal agüero.

—Entonces, tendrás que esperar —contestó Marit—. Haplo no irá a ninguna parte...

—¿De veras crees eso? —La serpiente dragón le dirigió una mirada conmiserativa—. ¿Piensas que se quedará dócilmente en la celda, esperando a que Xar venga a buscarlo? No, Haplo tiene algún plan, eso no lo dudes. ¡Insisto, debo capturarlo ahora mismo!

Marit no sabía qué pensar, pero había algo que sí tenía claro: no creía las palabras de Sang-drax.

—Hablaré con Xar —declaró con firmeza—. Cuando reciba sus instrucciones, las obedeceré. ¿Dónde puedo encontrarte?

—No te preocupes, patryn. Ya te encontraré yo a ti.

Sang-drax dio media vuelta y continuó su camino por la calle desierta. Marit esperó a que estuviera a veinte pasos de ella; entonces, fue tras él, resguardándose en las sombras de la muralla.

¿Qué pretendía realmente la serpiente dragón? Marit no creía que Xar lo hubiera enviado, ni las insinuaciones de que su señor estaba en algún tipo de dificultades.

Vigilaría los pasos de Sang-drax para descubrir en qué andaba metido.

La serpiente dragón dobló la esquina de un edificio, aún con su forma patryn. Marit observó que Sang-drax también tenía la cautela de mantenerse pegado a las sombras y de evitar a cualquier patryn auténtico. No se cruzó con muchos de ellos. Aquella parte de la ciudad, cerca de la muralla, estaba casi desierta. Allí los edificios eran más viejos, probablemente de una época anterior a la construcción de la muralla, y tal vez se habían dejado allí como una segunda línea de defensa. Un escondite perfecto para la serpiente dragón.

Pero ¿cómo había entrado en la ciudad? Había patryn apostados en las murallas y en la puerta y su magia mantenía a distancia al intruso más poderoso. No obstante, allí estaba Sang-drax y, evidentemente, había pasado inadvertido; de lo contrario, la ciudad habría sido un tumulto.

Una duda empezó a corroer a Marit: ¿cuál era el auténtico poder de la serpiente dragón? La patryn siempre había dado por sentado que sus poderes eran superiores. El suyo era el pueblo más poderoso del universo... ¿verdad? ¿No era eso lo que Xar repetía una y otra vez?

«Se deja guiar por el mal», había dicho Haplo.

Marit apartó de sus pensamientos a Haplo.

Sang-drax penetró en un callejón sin salida. Marit se detuvo a la entrada, pues no quería encontrarse atrapada. La serpiente dragón continuó avanzando con paso relajado.

Marit cruzó al otro lado del callejón y se apostó en el quicio de una puerta, desde donde podía observar sin ser vista.

Sang-drax volvió la vista en varias ocasiones, pero nunca más de un instante y, además, sin mucha atención. Estaba a medio callejón cuando se detuvo y miró cautelosamente en una dirección y otra. Después, se introdujo en un portal en sombras y desapareció.

Marit esperó, tensa, sin atreverse a dar un paso hacia allí hasta estar convencida de que la serpiente dragón no volvería a salir.

No sucedió nada; no hubo el menor movimiento, y el callejón continuó vacío. De pronto, la patryn captó unas voces bajas e indistintas procedentes del edificio en el que había entrado Sang-drax.

Marit trazó una serie de signos mágicos en el aire, y unas volutas de bruma empezaron a extenderse por el callejón. Con paciencia, la patryn desarrolló su hechizo lentamente, pues la aparición repentina de un banco de niebla habría resultado demasiado sospechosa.

Cuando ya no pudo distinguir la achaparrada y cuadrada silueta del edificio de enfrente, Marit cruzó hasta el callejón utilizando la niebla como protección. Ya se había fijado un objetivo: una ventana en la pared del edificio que corría perpendicular al callejón.

Sang-drax debería haber estado en mitad de éste, pendiente de ella, para haberla visto. Pero la serpiente dragón no estaba a la vista. En cuanto a Marit, era apenas una silueta borrosa, reconocible por el débil resplandor de las runas de advertencia de sus manos y brazos desnudos.

Cuando llegó junto a la ventana, se aplastó contra la pared y se arriesgó a echar una mirada al interior.

La habitación, pequeña, estaba completamente desnuda. Antiguos nómadas, los patryn no empleaban apenas mobiliario en sus viviendas. Nada de mesas y sillas o cosas parecidas; alfombras para sentarse y jergones para dormir eran los únicos muebles que consideraban necesarios.

En medio de la habitación vacía estaba Sang-drax, conversando con otros cuatro patryn... que tampoco eran tales, como no tardó en descubrir Marit. Ésta no alcanzaba a ver con claridad las marcas rúnicas de su piel, ya que la niebla del callejón había dejado sumido en sombras el edificio, pero el propio hecho de que la habitación estuviera a oscuras era lo que las delataba. Los tatuajes mágicos de un auténtico patryn habrían emitido un leve resplandor, como hacían los de Marit.

Más serpientes dragón, disfrazadas de patryn. Y todas ellas hablaban con fluidez el idioma de los patryn. A Marit, este detalle le resultó perturbador. Sang-drax dominaba el idioma patryn, pero había pasado mucho tiempo con Xar. ¿Cuánto tiempo hacía que aquellas otras serpientes tenían bajo observación a su gente?

—... están en marcha. Nuestras hermanas se agolpan en la Última Puerta. Sólo esperamos tu señal —decía una de las serpientes dragón.

—Excelente —respondió Sang-drax—. No tardaré en enviárosla. Los ejércitos del Laberinto ya se están formando. Cuando llegue lo que se entiende por amanecer en esta tierra, atacaremos la ciudad y la destruiremos. Cuando la ciudad esté arrasada, permitiré escapar a un puñado de «supervivientes» para que difundan su historia de destrucción y despierten el terror ante nuestra llegada.

—Pero no permitirás que uno de los supervivientes sea ese sartán, Alfred, ¿verdad? —preguntó otra serpiente dragón con un siseo.

—Claro que no —replicó Sang-drax con aspereza—. El Mago de la Serpiente morirá aquí, igual que Haplo, el patryn. Los dos son demasiado peligrosos para nosotros, ahora que Xar conoce la existencia de la Séptima Puerta. ¡Maldito sea ese estúpido Kleitus, que lo puso sobre la pista!

—Tenemos que encontrar un modo de ocuparnos del lázaro —apuntó uno de sus acompañantes.

—Todo a su momento —repuso Sang-drax—. Cuando hayamos terminado esto, volveremos a Abarrach para encargarnos del lázaro; después, nos ocuparemos del propio Xar. Lo primero, sin embargo, será conquistar y controlar el Laberinto. Cuando cerremos la Última Puerta, el mal encerrado en este lugar centuplicará su poder... y, con él, también el nuestro. Aquí, nuestra especie crecerá y se multiplicará, a salvo de intromisiones y con una fuente de nutrición permanente y asegurada. El miedo, el odio y el caos serán nuestra cosecha...

—¿Qué ha sido eso? —Una de las serpientes dragón volvió la cabeza hacia la ventana—. ¿Alguien que nos espía?

Marit no había hecho el menor ruido, aunque lo que acababa de escuchar le había producido tal flojera de piernas que había estado a punto de caer al suelo.

Sang-drax se acercó a la ventana.

Con paso sigiloso, en absoluto silencio, Marit se sumió en la espesa niebla y desanduvo sus pasos rápidamente hasta salir del callejón.

—¿Lo ha escuchado todo? —preguntó la serpiente dragón. Sang-drax dispersó la bruma con un gesto de la mano. —Sí, todo —respondió, satisfecho.

CAPÍTULO 43

LA CIUDADELA PRYAN

La luz cegadora brillaba en la torre de la ciudadela. El leve murmullo, cuyas palabras eran audibles pero indescifrables, resonó en las calles. Al otro lado de la muralla, los titanes permanecían a cierta distancia, en estado de trance. Dentro, Aleatha sostenía el amuleto en el centro de las runas de la puerta.

—Será mejor que echemos a correr —apuntó Paithan, y se pasó la lengua por los labios resecos.

—Yo no me voy sin Aleatha —declaró Roland.

—Y yo no me voy sin Roland —terció Rega, colocándose junto a su hermano.

Paithan los observó a ambos con una mezcla de exasperación y de desesperado aprecio.

—Y yo no iré a ninguna parte sin vosotros dos. Supongo —añadió— que eso significa que vamos a morir todos.

—Por lo menos, estaremos juntos —susurró Rega al tiempo que alargaba una mano para coger la de Paithan, mientras con la otra asía la de su hermano.

—Mientras la luz siga encendida, estaremos a salvo —dijo Roland, tras reflexionar sobre el asunto—. Paithan, tú y yo corremos hasta la puerta, cogemos a Aleatha y volvemos a la ciudadela. Después...

En aquel momento, la puerta se abrió de golpe y la luz de la torre se apagó bruscamente. Los titanes del exterior empezaron a agitarse. Paithan se preparó a la espera de que los titanes penetraran en la ciudad y los aplastaran. Esperó... y siguió esperando.

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