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Authors: Gregorio Doval
Tags: #Referencia, Otros
El Libro de los Hechos Insólitos
reúne más de 1.500 noticias que dan a conocer casos y cosas fuera de lo común, en forma de casualidades y coincidencias, enigmas y quimeras, patinazos y extravagancias, falsedades y mentiras, ideas y teorías, depravaciones y fraudes. Un compendio de hechos agrupados en torno al asombro y la curiosidad: cómo se inventó el papel higiénico, quiénes fueron los primeros siameses o el bailarín sin piernas, por qué da buena suerte una herradura, de dónde proviene la costumbre del Día de San Valentín o dónde se conserva el pene de Napoleón. Los sorprendentes hechos de la historia oculta.
Gregorio Doval
Enciclopedia de las curiosidades
El libro de los hechos insólitos
ePUB v1.1
pigpen02.08.12
Título original:
Enciclopedia de las curiosidades: El libro de los hechos insólitos
© Gregorio Doval, 1994
I.S.B.N.: 84-7838-573-8
Diseño/retoque portada: DIGRAF
Editor original: pigpen (v1.0 a v1.1)
ePub base v2.0
A Conchi, Luisa y Chus, con quienes viví hechos verdaderamente insólitos.
A Juanjo y Loti, que siempre ven algo insólito en todos mis hechos.
A Eduardo García-Mauriño, sin cuya ayuda buena parte de este libro no hubiera sido posible.
Y, en general, a todos aquellos a los que en los últimos años he aburrido (espero que no siempre) con un alud de datos y curiosidades no solicitados.
H
e de confesar que me fue muy divertido reunir y seleccionar las más de 1.500 noticias diversas que componen este
LIBRO DE LOS HECHOS INSÓLITOS
. Encontré una sorpresa en cada una de ellas, pero también un asombro general en su infinita variedad —tanta que he llegado a dudar si lo insólito no será encontrar algo que no lo sea. Si sólo hubiera conseguido transmitir una mínima parte de ese asombro y esa diversión sé que, entonces, el objetivo estaría cumplido. Porque los curiosos somos afortunadamente legión.
Antes de nada he de contar que hasta el origen de esta antología de curiosidades es curioso. La labor comenzó casi imperceptiblemente hace ya casi cuatro años y medio, cuando, justamente un 28 de diciembre (los avisados se darán cuenta de qué significativa festividad se celebra dicho día), recibí el encargo de preparar las preguntas de los concursos culturales de Antena 3 Televisión. Al hacer frente a aquella tarea, que en principio creí laboriosa pero sencilla, una y otra vez tropecé con descubrimientos de hechos y datos desconocidos que, además de trastocar el trabajo, no dejaban de asombrarme. Como un niño que encuentra continuamente nuevos juguetes, fui recopilando ansioso todo aquel material; abusé de quien se me puso a mano, tratando de hacer compartir mi entusiasmo colando en cualquier conversación —viniese a cuento o no coletillas del tipo «por cierto, ¿sabías que…?»—, pero, además de aburridos, encontré a muchos que escuchaban atentos e incluso, ¡divertidos! lo que les contaba. Escépticos, aburridos e incrédulos siempre hubo, pero también muchos de ellos se rindieron finalmente. Y así, de descubrimiento en descubrimiento, fue componiéndose casi solo este libro; una obra que no podía, ni, desde luego, quería, hurtar a cuanto potencial lector interesado tenga.
EL LIBRO DE LOS HECHOS INSÓLITOS
presenta casi una multitud de sucesos increíbles, pero ciertos; o creídos, pero falsos; incluso, legendarios, pero curiosos. Todos, en general, con la característica de poner en cuarentena lo que creíamos saber, y todos, en general, con la virtud de ofrecer una lectura divertida, por cuanto insólita, y amena, por cuanto informativa. Esta obra está poblada por todo tipo de seres excéntricos y extravagantes, simpáticos u odiosos, perversos o lascivos; en ella se dan a conocer casos y cosas fuera de lo común, en forma de casualidades y coincidencias, enigmas y quimeras, patinazos y extravagancias, falsedades y mentiras, ideas y teorías, depravaciones y lujurias, y trucos y fraudes. Una multitud de sucesos gratamente curiosos, sorprendentes y ejemplares que la historia —me refiero fundamentalmente a la historia oficial y ortodoxa— generalmente suele dejar de lado. Podrá decirse que en este rosario de hechos se ensartan pocas perlas y mucha bisutería; seguramente se tendrá razón en hacerlo. Pero en ello no ve el compilador desdoro ni menoscabo. Es bisutería histórica porque sólo pretende adornar la riqueza cultural de sus posibles lectores; no, desde luego, amueblarla ni ennoblecerla. Por decirlo con palabras de hoy, no se trata tanto de una obra documental (aunque sí documentada), sino de una especie de honesto y digno
reality show
histórico. No obstante, esta obra no ha de ser entendida simplemente como un museo de monstruos ni un muestrario de excepciones. Sólo presenta ejemplos históricos extremos de comportamientos y sucesos comunes.
Así, se narran sucintamente las increíbles biografías de personajes tan extraordinarios como Lady Godiva, la Monja Alférez, la emperatriz Sissí, Lawrence de Arabia, Humphrey Bogart, Billy El Niño, Thomas Alva Edison, Kaspar Hauser, Iván
El Terrible
, los Borgia o el Marqués de Sade; se detallan inusitadas historias como la conquista del imperio de los incas, la infame subasta del trono de la Roma imperial, las excentricidades de Nerón, Heliogábalo y otros emperadores romanos, y las singulares peripecias eróticas de Cleopatra, Lola Montes, Rasputín, Mesalina, Mata-Hari, Eloísa y Abelardo y otros muchos.
En sus páginas también se relatan cuestiones tan dispares como el casual descubrimiento de la Cueva de Altamira, el imperecedero mito de Eldorado, las estrambóticas profecías sobre el fin del mundo, la hipotética fecha de la Creación o la primera e improvisada actuación pública de Charles Chaplin. Se cuenta cómo perdió los brazos la Venus de Milo y cómo nacieron los premios Oscars. Se comentan las indescifrables predicciones del Oráculo de Delfos, los misterios de la Isla de Pascua y la enigmática mención del Diluvio Universal en muchas de las tradiciones culturales y religiosas del mundo.
Invito a adentrarse en sus páginas a todos los que les interese algo de lo anterior o que deseen hallar detalles al respecto de otras cuestiones tan curiosas como la Maldición de los Faraones, el Número de la Bestia, el Tercer Ojo o el Síndrome de Estocolmo; a los que alguna vez se preguntaron por qué se inclinó la Torre de Pisa, quién dio el nombre de América al Nuevo Mundo o por qué se llama «duro» a las monedas de cinco pesetas; a los que quieran conocer de primera mano cómo se descubrieron las ruinas de Pompeya y Troya, cuándo comenzó la plaga de conejos en Australia o de qué provienen las costumbres del Árbol de Navidad, el Día de San Valentín, el Primero de Mayo o los Huevos de Pascua, e incluso a aquellos que no desprecien saber por qué da buena suerte una herradura, por qué decimos «¡Jesús!» al oír un estornudo, o desde cuándo se reza el Ángelus.
También podrá interesar esta obra a quién sienta curiosidad por saber cómo se inventaron la guillotina, las patatas
chips
, el perrito caliente, el WC y el papel higiénico, el crucigrama, el sello de correos, el biquini o el condón; o qué origen tienen palabras como, por ejemplo, «ostracismo», «vandalismo», «boicot», «silueta», «sándwich», «linchar» o «restaurante»; o quiénes fueron los primeros siameses, el primer fumador europeo y la primera vampiresa del cine; o en qué personas reales se basan los personajes ficticios de Tarzán, Robinson Crusoe, el Conde Drácula, el Tío Sam, la Dama de las Camelias, Sherlock Holmes o Santa Claus; o cuál fue la primera huelga de la historia, si Shakespeare escribió realmente sus obras o cuándo se utilizó por primera vez la clave SOS.
Quien desee saber todo eso podrá enterarse de paso de que en más de una ocasión ha llovido ranas o sangre; de que el zar Pedro I gravó con un impuesto a los barbudos; de que alguien cree que en la Biblia se habla del SIDA. Podrá asombrarse al leer las historias del bailarín sin piernas, del ansioso comedor de caucho, de la mujer barbuda, del jugador de béisbol manco y de unos mellizos que nacieron con cuarenta días de diferencia; o de que a una mujer le extirparon un quiste de 148,7 kilos. O incluso enterarse de que Cervantes y Shakespeare murieron en la misma fecha, aunque no en el mismo día; o de que no son pocos los personajes de quienes se cree que han muerto literalmente de risa; o de que Isaac Newton era tremendamente despistado; o de que Aristóteles mantuvo teorías absurdas, o de que, por ejemplo, se conservan numerosas reliquias de Napoleón (incluido su pene).
Como se desprende de su simple enunciado, este libro ofrece una colección de hechos curiosos que necesariamente han sido tratados con una cierta carga de humor (pero sin ánimo de burla) y han de ser leídos con ese mismo espíritu. En consecuencia, también se ha de hacer constar que intencionadamente esta no es una obra seria (quiero decir
grave
) porque el propio cariz de los hechos comentados así lo exige. No es una obra que compita (ni quiere ni, desde luego, podría) con los abundantes manuales de historia y almanaques de hechos y efemérides (en general, muy valiosos) en los que, sin detenerse en fruslerías ni menudencias, se nos narra el devenir histórico. Su interés y su objetivo se hallan en otra parte: aquí sí importan las nimiedades, entendidas la mayor parte de las veces como argumentos con los que demostrar que el ser humano, cuanto más solemne es, más ridículo resulta; cuanto más angustiado está, tanta más astucia desarrolla; y cuanto más relajado e íntimo, más grotesco. Yo, al menos, he aprendido que no es raro encontrar tras cada hecho histórico una verdad que sonríe y, tras cada gran personaje, una sombra bufa o un demonio doméstico. Con esta perspectiva, nada parece lo que es y nada resulta más común que lo sorprendente. El libro refleja de alguna manera la pequeña historia vista desde las bambalinas, mostrando a las claras todas sus miserias, falsedades, misterios; bajezas, extravagancias, casualidades y sorpresas. Pero no se ha de deducir de ello que la veracidad de los datos no ha sido contrastada o que ha importado poco ajustarse a la verdad con tal de sumar a cualquier precio un suceso asombroso más. Bien al contrario, se han desechado numerosos datos por no ofrecer garantías su fuente o por no poder ser contrastados convenientemente. En los casos en que se ha constatado que el hecho es estrictamente legendario, así se ha aclarado en el texto.
Esta obra es fruto ante todo de numerosas y heterogéneas lecturas. Por tanto es obligado aclarar que la casi totalidad de su valor es préstamo de los autores de las obras consultadas —una parte de los cuales quedan mencionados en el apéndice bibliográfico—; así como que los posibles errores o inexactitudes son responsabilidad propia del compilador.
Una última advertencia: la lectura de este libro puede beneficiar su salud mental. Entre otros peligros, puede provocar adicción. Si así sucediera, no le quedaría más remedio que esperar las próximas dosis de la
ENCICLOPEDIA DE LAS CURIOSIDADES
; con suerte, ni ésta ni aquéllas le decepcionarán.
L
a que tradicionalmente se considera como la guerra más breve de la historia ocurrió el 27 de agosto de 1896, enfrentando a Gran Bretaña y a su por entonces sultanato dependiente de Zanzíbar (territorio insular africano hoy integrado en Tanzania). La guerra fue declarada a las 9.02 de la mañana y finalizó 38 minutos después, a las 9.40. La flota británica, al mando del contralmirante Harry Holdsworth Rawson (1843-1910), presentó un ultimátum a Said Jalid, que acababa de derrocar al sultán impuesto por los británicos, para que se rindiera y abandonara el palacio. El único barco de guerra de Zanzíbar, el mercante transformado
Glasgow
, al acercase a la flota británica, fue hundido con dos certeros cañonazos. Inmediatamente, esos mismos cañones dirigieron sus bocas hacia el palacio del sultán, quien, a la vista del cariz que tomaban los acontecimientos, se rindió incondicionalmente. No obstante, los cañones dispararon y destruyeron el palacio. Acabada la efímera guerra, los británicos exigieron que el nuevo gobierno de Zanzíbar pagara las municiones utilizadas en la refriega, en concepto de reparaciones de guerra. Por su parte, Rawson fue condecorado con la Estrella Brillante de Zanzíbar, de primera clase, por el nuevo sultán Hamud ibn Muhammad.
A
l parecer, el único superviviente de las tropas de los Estados Unidos que participaron en la batalla de
Little Big Horn
el 25 de junio de 1876, en que los guerreros sioux de Toro Sentado masacraron al General Custer y su 7° regimiento de caballería, fue precisamente el caballo de uno de los oficiales yanquis, de nombre
Comanche
. Cuando el caballo murió tiempo después, era considerado un héroe nacional y se decidió conservar su cuerpo disecado. El taxidermista Lewis Dyche, de la universidad de Kansas, recibió 450 dólares por llevar a cabo la operación. Los órganos internos del caballo fueron enterrados con honores militares. Su cuerpo disecado fue exhibido en la
Columbian Exposition
de Chicago de 1893 y luego trasladado con carácter permanente al Museo de Historia Natural de la universidad de Kansas, en la ciudad de Lawrence. Otra anécdota asociada a esta famosa batalla es que, según algunos historiadores, muchos de los soldados al mando del general Custer estaban borrachos, lo que explicaría su escasa resistencia.
E
l 20 de enero de 1795 se produjo el sorprendente hecho bélico de que una compañía de caballería de húsares franceses derrotara y capturase a una flota de barcos holandeses, británicos y austriacos, naciones con las que Francia estaba por entonces en guerra. El general francés Charles Pichegru (1761-1804) dirigió esta extraña batalla anfibia disputada en el puerto de la isla de Texel, cerca de Amsterdam, donde la flota se hallaba inmovilizada en las heladas aguas del mar del Norte.
L
os sibaritas (es decir, los habitantes de la ciudad grecorromana de Sibaris, situada en territorio italiano de la región conocida como Magna Grecia) eran famosos en todo el orbe antiguo por su buen vivir, como refleja el hecho de que su gentilicio haya dado lugar a un adjetivo que califica a las personas que se preocupan por llenar de placeres su vida. Militarmente, los sibaritas también fueron famosos por su habilidad para la doma y monta de caballos. Según algunos relatos legendarios, era costumbre de su caballería el tratar de minar la moral de los enemigos entrando en combate en maravillosa y espectacular conjunción, desplazándose todos los caballos al unísono y al ritmo de músicas especialmente compuestas para ello. Cuando, hacia el año 510 a. de C., los sibaritas atacaron Crotona, ciudad situada a 112 kilómetros al sur de la propia Sibaris, en Italia, sobre el golfo de Tarento, los astutos hombres de Crotona comenzaron a interpretar con sus flautas unos sones de baile que crearon una irremediable confusión entre los caballos sibaritas entrenados para bailar. Consecuentemente, el ataque de su caballería quedó totalmente desbaratado y el ejército de los sibaritas fue prácticamente aniquilado, quedando la ciudad de Sibaris a merced del contraataque del ejército de Crotona, que la destruyó totalmente.
E
l antiguo reino africano de Dahomey (correspondiente aproximadamente a lo que hoy es Benin) alcanzó su máximo esplendor en tiempos del rey Gheso o Gezo (1818-1858), que impuso su dominación gracias a un famoso y temido ejército de amazonas, el único totalmente compuesto por mujeres del que hay constancia histórica totalmente fidedigna. Este cuerpo fue formado, a principios del siglo XVII, por el rey Agadja; aunque alcanzaría su máximo poder un siglo después, ya al servicio de Gheso. Lo integraban unas 2.500 mujeres, todas ellas consideradas esposas del rey, armadas con arcos y flechas, trabucos y otras armas de fuego, así como con unos enormes cuchillos (muy famosos y temidos en todo el África Occidental). Solían actuar por sorpresa, aunque se trataba más bien de un ejército defensivo, con carácter de guardia personal, que sólo entraba en combate en circunstancias especiales. Finalmente, las amazonas de Dahomey serían vencidas y aniquiladas en 1892 por los franceses, que conquistaron el reino, convirtiéndolo en un protectorado suyo.
E
n la primavera de 1969, se disputaron dos partidos de fútbol entre las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador, correspondientes a la fase clasificatoria para la Copa del Mundo de 1970. El partido de ida acabó con victoria hondureña por 1-0, siendo un encuentro apasionado, duro y enconado, pero, para lo que suele ser este tipo de partidos, normal. Sin embargo, en el transcurso del partido de vuelta, jugado en San Salvador, que finalizó con la victoria local por 3 goles a 0, se produjeron graves enfrentamientos entre ambas hinchadas, que se saldaron con multitud de heridos. Como por aquel entonces las eliminatorias se disputaban por el sistema de puntos, sin tenerse en cuenta el número de goles, el doble enfrentamiento quedó igualado y todo quedó en suspenso hasta la disputa de un tercer partido en campo neutral. Sin embargo, mientras se esperaba aquel tercer partido, el enfrentamiento se extendió al campo diplomático, con la expulsión de unos 11.000 ciudadanos salvadoreños del territorio de Honduras, y al militar, el 14 de julio, cuando, en represalia, carros de combate salvadoreños cruzaron la frontera hondureña, mientras aviones bombardeaban también los principales puertos de Honduras. Esta Guerra del Fútbol (que nunca fue declarada como tal) acabó el 18 de julio, tras mediación de la Organización de Estados Americanos, con varios millares de víctimas, entre muertos, heridos y refugiados. El partido de desempate, celebrado en el estadio Azteca de México, acabó con victoria salvadoreña por 3-2, tras prórroga, y lo que fue más importante, sin que se registraran incidentes dignos de mención.
C
osta Rica disolvió casi totalmente su ejército en 1940 tras establecer un convenio de neutralidad y no agresión con el resto de países centroamericanos. Tras la disolución, sólo quedó activo un cuerpo de entre 500/1.200 soldados, destinado al control de las fronteras, una fuerza paramilitar (de unos 9.000 hombres) y una reserva nacional.
L
a reina Artemisa I de Halicarnaso (siglo V a. de C.) es la primera mujer de la que se tenga constancia histórica que, en calidad de almirante, dirigiera una flota durante una batalla. Aliados a los persas del rey Jerjes durante las guerras médicas, sus cien barcos combatieron a la flota ateniense en el año 480 a. de C., en la famosa batalla de Salamina. Artemisa fue la única en advertir a tiempo la treta del griego Temístocles, consistente en atraer las más numerosas y mejor armadas naves de Jerjes hacia un estrecho donde no pudieran maniobrar. Pese a darse cuenta de la treta no pudo impedirla y evitar el desastre persa. Ella fue de los pocos que sobrevivieron a aquel terrible desastre naval.
E
l dictador de Guinea Ecuatorial, Francisco Macías Nguema (1926-1980), que fue depuesto en 1979, decretó en 1976 el servicio militar obligatorio para todos los muchachos entre los 7 y los 14 años.
C
uando al final de la Primera Guerra Mundial, los aliados confiscaron como botín de guerra todo el arsenal alemán, encontraron un inmenso aeroplano de madera aún sin terminar, diseñado para transportar cuatro toneladas de bombas y suficiente combustible para volar ochenta horas sin repostar. Parece ser que los alemanes pensaban utilizarlo para bombardear Nueva York en el otoño de 1918. Hay que recordar que en esas fechas aún no se había conseguido sobrevolar el Atlántico de costa a costa.
E
ntre los muchos planes que los dirigentes del Tercer Reich alemán trazaron durante la Segunda Guerra Mundial para derrotar a las potencias aliadas estuvo la operación denominada en clave
Bernhard
. Esta operación consistía en la falsificación del equivalente en billetes a 150 millones de libras esterlinas, que se encargó a uno de los más hábiles falsificadores del mundo, un ruso conocido con el alias de Wladimir Dogranov. Estos billetes serían lanzados desde aviones militares sobre el Reino Unido, para colapsar así la economía británica. El final de la guerra detuvo el proyecto cuando ya estaban dispuestos 134 millones en billetes de asombrosa perfección, que fueron encontrados en un lago austriaco en 1945.
E
n 1918, en la fase final de la Primera Guerra Mundial, el mando del Cuerpo de Comunicaciones del ejército norteamericano comprobó que la mayoría de sus mensajes cifrados eran detectados y descifrados con total facilidad por el enemigo. Buscando una solución, el capitán E. W. Horner propuso la utilización como clave del idioma de los indios choctaw, iniciativa que fue aceptada por el mando. Encontró entre sus filas ocho indios que conocían esta extraña lengua, que fueron asignados a la compañía D del 141° regimiento de infantería y que actuaron con gran éxito en primera línea de combate.
U
n hecho similar ocurrió en la Segunda Guerra Mundial. El cuerpo de marines de los Estados Unidos desplazado al área del Pacífico utilizó el idioma de los indios navajos para cifrar sus mensajes. Este idioma pasa por ser, en opinión de los lingüistas, uno de los más crípticos del mundo. Los expertos en inteligencia militar sabían que, además de los aproximadamente 50.000 supervivientes de esa tribu, sólo otras 28 personas conocían el idioma en todo el inundo, y que ninguna de ellas vivía en un país del Eje. En un principio, treinta soldados navajos fueron asignados con éxito a esas misiones de comunicaciones; con el desarrollo de la guerra, su número llegó a ser de 420.
E
l Segundo Concilio de Letrán (1139) prohibió la utilización de la ballesta, bajo pena de excomunión, por ser ésta un «… arma infame ante Dios e indigna de los cristianos». Por ello, sólo se dispensaba su uso contra los infieles.
P
irro II (318-272), rey del Epiro (región del oeste de Grecia), fue un hábil general que venció en muchas batallas, pero una de cuyas victorias ha pasado a la historia por encima de las demás. El año 280, los griegos chocaron por primera vez en la historia con los romanos en Heraklea (o Siris). En esa cruel y sangrienta batalla, los griegos, capitaneados por Pirro, vencieron a los romanos gracias, sobre todo, al poder intimidatorio de los elefantes de su ejército, pero a costa de tantas pérdidas propias que Pirro llegó a decir: «otra victoria como ésta y seremos destruidos», dando lugar a la expresión actual «victoria pírrica» referida a aquellos logros cuya consecución ha costado tantos esfuerzos que, quizás, no hayan merecido la pena. Años después, combatiendo en la ciudad de Argos, Pirro murió en una escaramuza nocturna, aunque otras versiones señalan que murió en un extraño atentado, al ser alcanzado por una teja lanzada por una anciana desde un tejado.
S
egún relatos algo fantasiosos, Jerjes I (h. 519-465 a. de C.), el emperador persa también conocido como
Asuero
, mandó construir un puente de balsas sobre el estrecho de los Dardanelos que separa las partes europea y asiática de Turquía, por el que cruzó su ejército formado por la inverosímil cifra de unos dos millones de hombres. Similar hazaña de ingeniería fue la llevada a cabo, durante la guerra de las Galias, por los ingenieros de Julio César que consiguieron levantar un puente sobre el Rin en el tiempo récord de diez días, incluida la obtención de la madera necesaria para su construcción.
S
egún crónicas precolombinas, los toltecas, pueblo agrícola que dominó gran parte del actual México entre los siglos VII y XI de nuestra era, armaban a sus ejércitos con espadas de madera para no matar a sus enemigos y poderlos capturar. Eso sí, inmediatamente los esclavizaban.
L
a pequeña república de San Marino, que había permanecido oficialmente neutral durante toda la Segunda Guerra Mundial, declaró la guerra a Alemania a fines de 1944, cuando las tropas aliadas ya habían rebasado su territorio camino de Alemania. Sin embargo, poco después se produjo un inesperado contraataque germano y San Marino se vio obligado a capitular (curiosamente, por cierto, se rindió por teléfono). Cuando la guerra volvió a favorecer a los aliados (y el frente había sobrepasado con holgura los límites de este pequeño país), San Marino volvió a declarar la guerra a los alemanes.
E
l teniente japonés Hiro Onoda se rindió por fin el 10 de marzo de 1973, más de 28 años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Durante todos esos años defendió su puesto en una remota y desolada isla ante un eventual ataque de sus invisibles enemigos. Para redondear la estupidez del asunto, se rindió formalmente a unos turistas que acertaron a fondear casualmente en la remota isla.
J
osef Stalin rechazó el ofrecimiento alemán de intercambio de prisioneros durante a Segunda Guerra Mundial. Lo dramático de aquel hecho fue que entre los prisioneros a canjear estaba su hijo Jacob que, ante la negativa de su padre, murió en un campo de concentración alemán.
U
na mañana de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, las sirenas de alarma antisubmarinos de la bahía norteamericana de Chesapeake, en cuya orilla se halla la ciudad de Baltimore y que es la entrada natural hacia Washington, alertaron a la flota de vigilancia, tras detectarse ruidos submarinos que parecían indicar que una flota de guerra había cercado las posiciones norteamericanas. Los culpables eran unos 300 millones de peces tigres croadores o graznadores que, ajenos al conflicto bélico, como hacen todos los años, acudían a desovar en la bahía, emitiendo los rítmicos «gritos» de los que procede su nombre.