Entrada + Consumición (5 page)

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Authors: Carlos G. García

Tags: #Romántico, #LGTB

BOOK: Entrada + Consumición
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Este desvarío amenazante me hizo recapacitar y me asusté tanto que cuando me comunicaron que me echaban a la calle casi le di gracias al cielo por haber escuchado mis plegarias, por mucho que nunca hubiera creído en el hijo de puta de Dios que estaba permitiendo que me pasara todo lo que me estaba pasando.

Por eso, en los últimos tiempos, cuando ser un borde de cuidado había traspasado las fronteras de la redacción y ya contestaba mal a mis amigos, a mis padres y a cualquiera que osara rozarse conmigo andando por la calle, decidí, con un pie en el abismo de la desesperación, irme a vivir solo y, de paso, darle uso al dinero que acumulaba en la cuenta corriente sin oportunidad de ser gastado, puesto que no tenía tiempo ni de leer, ni de escuchar música, ni de largarme de ruta por Centroeuropa. Apenas sí salía de bares y, por descontado, no follaba. ¿Quién coño iba a querer follar conmigo con la cara perpetua de amargado que llevaba como escaparate a todos sitios, cuando en mis conversaciones siempre estaba despotricando, contando problemas y dejando ver mi perceptible hartazgo desde la primera palabra? Es normal, nadie en su sano juicio está dispuesto a sacrificar su rato de diversión aguantando a un desgraciado colmado de frustración como yo lo era en esos tiempos.

Así que cuando me echaron yo ya estaba viviendo solo, por pura necesidad. Creí que el dinero acumulado sería suficiente hasta que lograra encontrar otro empleo. Pero, a medida que fue transcurriendo el tiempo y yo recuperaba mi buen humor y mi vida social perdida, mis expectativas de futuro se fueron transformando. No encontré trabajo de lo mío y con el tiempo hasta dejé de buscarlo: lo último que me apetecía era volver a un infierno semejante. Aunque echaba currículums, estudiaba muy bien las condiciones que me ofrecían. Y las condiciones que me ofrecían nunca eran buenas, porque yo era joven (y por ende daba lo mismo que fuera jodidamente bueno en lo que hacía, que tuviera una experiencia de cinco años y que tuviera una formación verdaderamente insultante para cualquier ejecutivo con suerte o con mucho enchufe, que viene a ser lo mismo); porque estábamos en crisis (y, claro, eso suponía que yo debía aguantar que me pagaran la mitad de lo que realmente me correspondía y hacer una media de diez horas extra por semana) y porque detrás mía había unas trescientas personas que estaban dispuestas a pasar por el aro, aceptar lo que fuera a cambio de tres duros. A ellos, a los de selección de personal, mis críticas, mis condiciones y mis negativas les traían sin cuidado. En cuanto terminaban de hablar conmigo descolgaban el teléfono y encontraban sin dificultad a cualquier primo dispuesto a personarse en la oficina vestido como Lady Gaga y haciendo el pino con un bollycao en la boca si ellos se lo pedían.

Total, que al final me ofrecieron un puesto de dependiente a media jornada en una tienda de ropa de un centro comercial. Acepté, por supuesto que sí. Todo el mundo piensa que estoy desperdiciando mi vida porque tengo mucho talento. Y es cierto que lo tengo. No se trata de una cuestión de confianza hacia mí mismo, sino de una cuestión de confianza hacia el sistema: sé que por mucho que lo intente no será suficiente, nunca lo será, a menos que consiga un buen enchufe o encuentre a un tipo honrado y equilibrado que esté al frente de una empresa y decida darme una oportunidad. Pero una oportunidad de verdad, no ésa que me han ofrecido tantas veces en entrevistas infructuosas y mentirosas y que se parece demasiado a la gran oportunidad que me ofrecieron cuando estaba en talleres.

Esa oportunidad no aparece ni rezándole a San Palomo Cojo. Como ustedes comprobarán, yo no tengo tanta suerte ni de lejos, no hay más que echarme un vistazo por encima para saberlo.

La tienda de ropa no es el trabajo de mi vida e incluso al principio me sentía frustrado por no darle uso a los múltiples títulos que sólo me han servido para engordar el curriculum. No obstante, cobro casi lo mismo que antes, trabajo cinco horas diarias y tengo todo el tiempo del mundo para mí mismo. Mis días de descanso son fijos y suelen caer en fin de semana. No tengo que dar explicaciones a nadie, no tengo responsabilidades y, lo que es más importante, mi humor ha mejorado considerablemente: sonrío mucho, me dedico a mis labores, vuelvo a tener vida social, la gente dice que soy divertido, follo una barbaridad (en comparación con aquella época, claro) y, en resumen, soy mucho más feliz. Aunque no haya conseguido plegarme a unas exigencias sociales imposibles de cumplir sin ser un amargado de los pies a la cabeza con ataques de ansiedad y de estrés y a punto de suicidarse cuando vuelve a casa en su coche.

Eso es lo que se supone que debemos hacer, eso es lo que todo el mundo espera de nosotros: que nos pleguemos a un estilo de vida imposible de mantener sin perder la compostura, sin transformarnos en auténticos perjudicados mentales que nunca serán felices, que trabajan para conseguir dinero, que gastan el dinero en cosas que no necesitan, que se adhieren a un estilo de vida que los encadena, para siempre, a las exigencias de un sistema en el que no hay lugar para las crisis sociales, ni sentimentales, ni existenciales. Sólo económicas.

Todo el mundo cree que mientras sus carteras estén llenas de dinero y sus vidas llenas de cosas serán felices.

Pero es mentira.

Un chupito de licor de moras

—¿Que qué tal? Fue con diferencia uno de los peores polvos de mi vida. Ni siquiera me corrí.

—Joder, ¡pero tío!

—¿Qué cojones quieres que haga, Jorge? Yo no tengo la culpa de que el tío estuviera tan encantado de sí mismo que pasara tres putos kilos de lo que yo opinaba sobre su particular manera de follar. Tengo unas agujetas que no puedo ni moverme.

—¿Pero no le dijiste nada?

—¿Qué le voy a decir?

—Pues hija, si hay que decirle al que sea que ensaye con un pepino antes y descarge su energía negativa en él, pues se le dice. En fin, que es una pena. ¿Te quedaste a dormir?

—Ni de coña. Imagínate que hubiera querido repetir al despertar. Echar otro polvo de esa calaña y encima resacoso no era una cosa que me apeteciera mucho, la verdad.

—Jo, tía, qué sibarita eres, todo tiene que ser de alta calidad para ti. Bueno, no pasa nada, aún quedan algunos días antes de que acabe el mes. Podemos encontrar a otro que te dé un buen meneo para que de verdad pierdas la virginidad del mes de octubre. Porque esto no cuenta, que ni te corriste; te volviste a casa con las pelotas llenas de amor.

—Bah, déjalo, en serio, Jorge.

—Ya estás en plan derrotista. Ésa no es la actitud, querida amiga.

—Que no, Jorge, que lo que estoy es más muerto que Laura Palmer por culpa del meneo.

—Al menos no se tiró en la cama y se quedó quieto en plan inerte, como un mueble de Ikea.

—Como aquél que te ligaste a principios de año. Qué horror.

—Ya te digo. Que me dieron ganas de decirle: «Hija de puta, muévete, que he tenido almohadas en mi cama que se meneaban más que tú. Desgraciada, para eso no me invites a tu casa». Pero me callé, porque soy buena persona. Y me corrí, para por lo menos hacerle gasto de papel higiénico.

—Qué fuerta eres.

—No más que tú cuando le entraste a aquel tipo diciéndole eso de "seré feo, pero follo como un guapo". Anda, que te cubriste de gloria…

—Pero dio resultado, Jorge. Le pareció una salida de lo más ocurrente.

—Deberías usarla de nuevo. Por ejemplo, hoy mismo. ¿Hacemos algo? ¿Quedamos para un café?

—O sea, para una caña.

—Bueno, pues para una caña. La niña no es borracha, qué va, que todavía no ha pasado la resaca de anoche y ya está pensando en rebozar otra vez el hígado. También te puedes pedir una bebida isotónica, a ver si recuperas fuerzas, tía.

—¿Pero tú no habías quedado con tu Jesús, Jorge querido?

—No puede, al final tiene ensayo con el grupo.

—Vaya por Dios, no vais a poder continuar desarrollando vuestro desaforado amor de dos meses.

—Ya. Pero dice que me tiene una sorpresa para mañana.

—Jo, tía, qué bonito tu romance.

—My Bad Romance.

—Ello.

—Venga, nos vemos luego entonces, ¿no?

—A las siete y media en El Carmen.

—Claro, porque el señor dice que pasa de encontrar un nuevo polvo que le dé un buen meneo, pero queda en El Carmen, donde apenas hay maricones, vamos. Que él queda allí no porque sea más puta que las gallinas, que aprendieron a nadar para follarse a los patos, sino porque allí las cañas de cerveza de barril, aunque sean las mismas que en todos lados, están más ricas.

—Anda, hija de la gran puta, lávate y ponte mona, a ver si te suena la flauta.

—Venga. Y tú tócate mucho pensando en la sorpresa de tu novio.

—¡Que no es mi novio!

—Claro que sí, mujé. Lo que tú digas. Pero si ni os gustáis ni nada, esto es un experimento sociológico.

—Que no es mi novio, en serio. Nos estamos conociendo. Qué chupi calabaza queda lo de que nos estamos conociendo, ¿eh? Suena a un capítulo de The L Word o algo así.

—Sí, queda muy bien, la verdad. Pero llevas con él dos meses. ¡Dos meses! Esto es como lo de los perros. Un año de un perro son como siete años de vida humana. Un mes con un maricón es como siete meses de relación heterosexual. Reconoce que es lo más estable que cualquiera de los dos ha tenido últimamente.

—Sí, es verdad. Pero eso no quiere decir que seamos novios. En todo caso, follamigos con perspectiva.

—Los follamigos no se cogen de la mano y se miran en plan osos amorosos cuando se encuentran en medio del Onda. Encuentro, por otra parte, más que pactado, por mucho que os hagáis los casuales en plan "uy, pero cómo tú por aquí". Claro, cómo tú por aquí, si sólo venimos aquí SIEMPRE. Ha sido casualidad, ni nos hemos estado buscando toda la noche con la mirada ni nada… Maricón, que el portero del Onda estuvo a punto de cederte el puesto de trabajo, que tenías la puerta más controlada que él y todo…

—¡Puta!

—A mucha honra. No como tú, que no admites que eres una zorra enamorada.

—Y dale… No es amor… Él es mi proyecto de ex novio, en cualquier caso. Pero no es amor. Si seguro que al final sale mal… Ya sabes cómo son los maricones…

—No, no es amor, lo que tú sientes se llama obsesión…

—Venga, que te tienes que meter en la bañera y frotarte con un estropajo Nana para quitarte los restos de semen de moderna fotógrafa. Así, en la bañera, mientras te restriegas y te dices a ti misma "¡sucia, sucia!", como en las pelis dramáticas que echan por las tardes los fines de semana.

—Totalmente. Nos vemos luego, anda.

—Adiós, cerda.

Una caña

El Carmen está lleno hasta los topes y eso que sólo son las siete y media de la tarde. Parece que la idea que hemos tenido Jorge y yo de emplear la última parte del fin de semana entre estas paredes estrambóticamente decoradas no ha sido muy original que digamos. Aunque nos pese, no somos más que otro par de borregos que hacen lo mismo que todos los demás: acudimos a los sitios de moda a consumir alcohol, fumar y dejarnos llevar por estas turbias aguas que se suponen que constituyen el río de la vida (taco de profundo y manriquense yo cuando estoy de resaca).

Nada más entrar los camareros nos saludan afablemente y es que aunque ahora mismo esto esté de bote en bote porque se ha puesto de moda, nosotros llevamos viniendo desde que lo abrieron, intuyendo siempre que este fatídico día en el que no íbamos a encontrar un puñetero sitio en el que posar el culo iba a llegar. Los maricones somos muy previsibles y el aire decadente conferido por el decorado del garito nos proporcionaba pistas sobre el aterrador futuro de hordas de maricas robándonos nuestro lugar.

—Pues a ver qué hacemos ahora —me quejo a Jorge, un tanto contrariado.

—Éntrale a alguno que esté bueno y nos sentamos con él y con sus amigos. Así matas dos pollas de un tiro —me sugiere él y lo hace en voz lo suficientemente alta como para que uno de los tipos acodados en la barra se sonría y nos mire divertido.

De repente, como un regalo caído del cielo o algo así (aunque el cielo no es que nos deba mucho ni a Jorge ni a mí) una mesa se queda libre al fondo de la estructura rectangular: dos maricas que se levantan raudas para pagar y largarse a fornicar como posesas. No hay más que verlas para saber que se han conocido por chat, han quedado para conocerse esta tarde y ha surgido el amor. El amor a un polvo de domingo, claro. Estos bares están llenos de flores que van de pajarito en pajarito.

Rápido, al ver la oportunidad de coger mesa, aligero el paso, no vaya a ser que cualquier listo se nos adelante. Ocupo uno de los sillones esbozando una sonrisa triunfal. Mientras tanto, Jorge, sabiendo que yo tenía controlada la situación, se ha parado a saludar a un tipo que parece estar bastante bien; al menos tiene un buen lejos, que ya es algo. Cuando mi amigo se sienta frente a mí, me informa de quién es, antes incluso de que yo pueda inquirirle con la mirada.

—Ése es Ojos Bonitos, el famoso Ojos Bonitos.

—¿El Ojos Bonitos de Lorenzo?

—El mismo.

—Vaya. Pues los ojos no sé, pero parece que está un rato bueno. Tiene un culo como para partir nueces.

—Es majo, además. Ya sabes.

—Ya, ya lo sé, todos lo decís —apostillo con el orgullo herido porque mucha gente me ha hablado de él y siempre bien, algo que me fastidia sobremanera. Pronto descubrirán ustedes por qué.

—¿Has pedido?

Niego con la cabeza, así que Jorge se da la vuelta y llama la atención de un camarero que está dispuesto a hacerle caso por encima de todo y de todos cada vez que venimos. Le sonríe descaradamente a lo lejos, le hace un gesto con el índice y el corazón levantado, Jorge asiente y a los dos minutos se acerca y nos pone las dos cañas de rigor que normalmente solicitamos, al tiempo que le dedica una sonrisa descarada a mi amigo.

A mí ni me mira, ni ahí te pudras me dice. Sufro una crisis de autoestima. DRAMA.

—Lo tienes loquito, ¿eh? —le apunto con sorna y una pizca de envidia. Estoy sensible, el polvo con la moderna fotógrafa me ha dejado el ánimo por los suelos. Yo me merezco esa mirada incitante al coqueteo muchísimo más que él.

—Ya sabes lo que dicen: nunca te líes con un camarero y menos si trabaja en un bar de ambiente.

—Eso me suena demasiado.

—A estas alturas de la vida, todo debe sonarte demasiado.

Y me suena mucho porque lo he dicho yo. Durante una época eso era lo único, prácticamente, que salía de mi boca: nunca te líes con un camarero y menos si trabaja en un bar de ambiente.

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