Espejismo (28 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

BOOK: Espejismo
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De modo que ella conocía sus sentimientos. Akrivir no se había dado cuenta, y la comprobación fue un consuelo a la vez que una amarga ironía. No podía abandonarla. Talliann estaba dispuesta a depositar en él su confianza, sabedora del riesgo que corría, y si él no podía hacer nada más, al menos quería que esa confianza que ella le demostraba quedara justificada.

Dio un paso adelante y, convencido de que Talliann perdonaría su atrevimiento, apoyó ligeramente las manos en sus hombros.

—Os lo traeré, Talliann —dijo con delicadeza—. Y me encargaré de que nadie se entere.

Ella se volvió de repente para mirarle nuevamente, y en sus oscuros ojos había gratitud y, según Akrivir creyó ver, simpatía.

—No sé qué decir… ¡Muchas, muchas gracias! Eres un verdadero amigo —agregó, al mismo tiempo que posaba las manos en sus brazos.

—Espero serlo siempre —contestó él con una pequeña sonrisa.

Kyre tuvo que admitir que el aposento que le había sido asignado era digno de un huésped de categoría. No faltaba allí ninguna comodidad. El lecho estaba generosamente cubierto de colchas tejidas a mano; la mesa y la silla parecían ser de coral, con incrustaciones de nácar; gruesas alfombras calentaban sus desnudos pies; las paredes aparecían revestidas de tapices; e incluso disponía la estancia de una pequeña fuente de agua dulce que caía juguetona a una irisada pila, aunque Kyre no se explicaba cómo obtenían agua potable en la fortaleza submarina. Sin embargo, lo único que él deseaba era la respuesta a varias preguntas muy preocupantes.

La última mirada que le dirigiera Talliann, así como el fallido intento de transmitirle un mensaje, le herían la mente. Al verla por primera vez en la playa, un hilo de su memoria en blanco había emergido de pronto a la superficie, y la segunda confrontación confirmaba esa impresión de manera dolorosa y enervante. Kyre sabía que Talliann también le había reconocido, y se daba perfecta cuenta de que la muchacha no quería que Calthar se enterara. Eso no encajaba con la imagen de protectora, amiga y mentora que la sacerdotisa bruja reclamaba, pero

encajaba del todo con la instintiva desconfianza de Kyre hacia Calthar y sus oscuros motivos.

Ansiaba ver de nuevo a Talliann. Era ya más que un deseo; era una punzante necesidad. Pero asimismo comprendía la importancia de la cautela, y una de las barreras era, precisamente, la presencia de Gamora.

Kyre miró de soslayo a la niña, sentada a su lado mientras devoraba con entusiasmo los restos de una bandeja de comida. Parecía que, en efecto, la chiquilla sólo necesitaba pedir algo para que se lo concedieran. Por ejemplo, había visto cumplido de inmediato su deseo de ver el alojamiento de Kyre y compartir con él la cena. Y al expresar ella su disconformidad con las ropas del amigo, que, si bien secas, estaban sucias y tiesas a causa del agua de mar, enseguida le habían traído prendas nuevas, confeccionadas con una fresca y delgada tela de color azul plateado, y Gamora le había colocado en la cabeza, con gesto triunfante, una de las delgadas coronas de retorcidos caracoles de mar lucidas por numerosos habitantes masculinos de la ciudadela, declarando que por fin estaba tan elegante como ella misma. Eso era una exageración, ya que Calthar había cumplido en todos los detalles su promesa de tratarla como a una princesa correspondía. Llevaba Gamora un vestido de color verdemar y plata, al estilo de las damas nobles de aquel lugar, y una filigrana de hilos de plata le había sido aplicada artísticamente entre los cabellos, de forma que los bucles centelleaban cuando se movía. Ni siquiera sus padres, los señores de Haven, hubiesen podido permitirle semejantes lujos, que no habrían pasado de ser bonitos sueños infantiles.

No obstante, Kyre conocía lo suficiente a Gamora para saber que la tentación de tales aderezos, por muy atractivos que fueran, nunca podría anular los principios que la habían inducido a odiar a los habitantes del mar con tanta violencia como cualquier otra persona de Haven. Su propio padre, al que adoraba, había sido lisiado por ellos, y aunque entonces era un bebé que estaba en la cuna, desde la más tierna infancia había oído contar la historia de la Noche de Muerte, en la que media ciudad resultó enterrada bajo la arena de la bahía, con todos sus habitantes. El propio Kyre había quedado horrorizado ante el brillo de los ojos de la chiquilla cuando se enteró de la muerte del prisionero marino a manos de DiMag… No; haría falta mucho más que un vestido verde y plateado y que los centelleos del nácar para que Gamora olvidase su origen.

Ahora, sin embargo, Gamora estaba convencida de que Calthar no podía hacer nada malo, y eso hizo comprender a Kyre, con un escalofrío, la fuerza del encantamiento que la bruja había arrojado sobre la niña.

Se imaginaba el blanco tan fácil que una criatura como Gamora representaba para las artes hechiceras de Calthar. Él mismo había estado apunto de sucumbir al singular encanto del lugar y de sus extraños habitantes, mientras conversaba con la sacerdotisa en el hermoso salón, y se hacía cargo del efecto que le habría producido a una niña tan imaginativa y que, además, se sentía sola. Haven era, en comparación, una triste e irónica parodia; al menos, en apariencia. El no había visto nada bello entre aquellas ruinosas paredes, ni tampoco en la mente de sus gentes. Simorh, siempre rencorosa y amargada; DiMag, complicado e imprevisible; Vaoran, ambicioso y poco digno de confianza; y el viejo Brigrandon, que prefería el alivio del estupor alcohólico a la dura realidad… El contraste con lo que veía en la ciudadela marina era enorme.

Y engañoso. Un hombre en peligro de morir de sed en un desierto podía vender el alma a cambio de la posibilidad de encontrar un oasis. Pero, con harta frecuencia, el oasis resultaba no ser más que un espejismo.

—¿No te parece, Kyre?

La voz de Gamora rompió la telaraña de sus pensamientos. Kyre bajó la vista y comprobó que la niña había terminado la comida y le miraba muy interesada.

—Lo siento, princesa. ¿Qué decíais?

Gamora hizo un mohín de disgusto.

—¿Lo ves? ¡Nadie me escucha! Calthar, en cambio, sí… Decía que el salón de aquí es mucho más bonito que el de casa, ¿no lo crees así?

—Es muy hermoso, desde luego —asintió, esforzándose por sonreír.

—¡Tantas fuentes, y esos ventanales que no lo son de verdad, sino de cuarzo! y los tapices no están tan gastados como los nuestros. Cuando sea mayor, quiero tener unos juegos de agua parecidos —dijo, a la vez que tragaba el último bocado que había estado masticando, e hizo girar las pupilas para demostrar lo sabroso que le parecía el manjar.

Kyre no tuvo valor para mirarla otra vez a los ojos y comprobar el vacío que había detrás de ellos. Era preciso remediar esa ausencia, pero él no era brujo, y nada podía hacer contra los poderes de Calthar. Tenía que haber otro camino…

Iba a contestar a las palabras de Gamora con algún comentario banal cuando oyó un ruido y se volvió en el acto para ver que la puerta se abría. Había esperado que se tratara de un sirviente y se estremeció al comprobar que era Akrivir quien aparecía en el umbral.

—Lobo del Sol —dijo éste, y dedicó una rápida sonrisa a Gamora, que le observaba con curiosidad.

Kyre descubrió que en sus ojos había cierta cautela.

—Entrad —le saludó, preguntándose qué traería a su aposento al joven guerrero—. Acomodaos.

—Gracias, pero no tengo tiempo —repuso Akrivir con una nueva mirada a Gamora, y Kyre cayó entonces en la cuenta de que intentaba darle un mensaje.

Dio un paso adelante y preguntó:

—¿Deseabais hablar conmigo?

—Sí. No os entretendré más de unos momentos.

Gamora había empezado a perder interés en aquella conversación, y Kyre se encaminó a la puerta. Akrivir le tomó del brazo, conduciéndole fuera, y volvió a cerrar la puerta para que la niña no les viese. Lanzó una precavida mirada hacia ambos lados y dijo sin más preámbulos:

—Traigo un mensaje de Talliann. Desea veros, y es vital que Calthar no lo sepa.

A Kyre se le aceleró el pulso.

—¿Cuándo?

—Lo antes posible.

Akrivir vacilaba, y Kyre vio una extraña mezcla de resentimiento y compañerismo en sus azules ojos.

—Yo mismo os acompañaré, pero hay un problema —añadió, señalando la habitación con un gesto—. ¡La niña!

—Ella no… —comenzó Kyre, pero Akrivir le interrumpió, al tiempo que le agarraba con fuerza por una manga.

—Sabéis tan bien como yo lo que Calthar ha hecho con ella —susurró, y en su voz hubo un destello de odio, antes de que el hombre lograra controlarse de nuevo—. No podemos fiarnos de Gamora. Sólo la Hechicera sabe que ella no tiene la culpa, pero, si se entera de algo, podría traicionaros. Yo haría cualquier cosa por Talliann —continuó—, pero no tengo ningún deseo de que me cueste la vida.

Kyre comprendió de pronto lo que había detrás de la mezcla de amistad y hostilidad que veía en Akrivir, y sintió una súbita vergüenza. Akrivir demostraba ser un fiel amigo, si estaba dispuesto a sacrificar sus propias ilusiones en bien de Talliann, y eso significaba que era el único habitante de la ciudadela en quien podía confiar sin reservas.

Entreabrió la puerta y atisbó hacia el interior. Gamora tenía la cabeza inclinada sobre la mesa y bostezaba tan tranquila, al parecer sin darse cuenta de nada. La vencía el sueño.

—Se duerme —dijo en voz baja—. Si la acuesto, no despertará en varias horas, y yo podré ir con vos.

Akrivir no le miró durante unos segundos, pero cuando lo hizo, su mirada fue intensa.

—Bien. Pero con una condición.

—Decidla.

—Quiero vuestra promesa de que no haréis nada que pueda dañar o poner en peligro a Talliann… Porque tened muy presente, Lobo del Sol, que si le causáis algún daño, os mataré. Ésta es mi promesa —agregó con una sonrisa sin humor.

—Yo nunca le haría daño a Talliann, Akrivir. Y creo que lo sabéis, porque de otro modo no estaríais aquí.

Akrivir continuó observándole durante unos segundos. Por fin hizo un movimiento afirmativo, reconociendo el tácito entendimiento entre ellos.

—Debería odiaros, Kyre —dijo—. Pero si vos podéis ayudar a Talliann, no habrá enemistad entre nosotros. Os aguardaré en el extremo del pasillo —murmuró antes de alejarse.

Kyre regresó a su habitación tremendamente excitado. Gamora se había dormido, en efecto. Su sueño era el de una niña felizmente exhausta, y ni siquiera se movió cuando él la levantó de la silla para transportarla a su propia cama. Una vez acostada, la cubrió con una manta y permaneció unos instantes mirándola con triste afecto. De pronto, impulsado por una insospechada emoción, no pudo contenerse y besó tiernamente a la pequeña en la frente.

—Dormid bien, princesita —murmuró—. Abriré vuestros ojos y os devolveré todo lo que os han robado. ¡Lo juro!

Akrivir llevó a Kyre, por un complicado camino, evidentemente poco usado, hacia el sanctasanctórum de Talliann, y a lo lejos creyó percibir el continuo rumor de la gran conejera que era la ciudadela. Desde su llegada había perdido todo sentido del tiempo. Sin el orden del día y la noche, le parecía que aquella gente nunca descansaba. Todo transcurría sin detenerse, fuese mediodía o profunda noche en el mundo exterior.

Al principio, avanzaron rápidamente y en silencio. Akrivir estaba siempre atento a cualquier movimiento que se produjera delante o detrás de ellos, y Kyre consideró más prudente no hablar. Sin embargo, había una cuestión que no le dejaba tranquilo, y al fin tuvo que formularla.

—Akrivir… ¿Por qué hacéis esto?

El joven le miró por encima del hombro, sorprendido, y redujo el paso.

—Lo hago por Talliann —contestó brevemente—. Porque es su deseo, y porque tengo la esperanza de que vos podáis ayudarla donde yo he fallado.

Kyre se detuvo, con una súbita sospecha: ya había oído esas mismas palabras…

—Eso es lo que me dijo Calthar —susurró—, y ella…

Akrivir le interrumpió con una áspera risa, más bien un ladrido, que encerraba una cínica repugnancia.

—¡Oh, sí, claro! Estoy seguro de que lo dijo. Si vos tomáis en serio cualquier cosa de las que Calthar diga —añadió, acercándose más a Kyre para agarrarle por el brazo—, no tardaréis en meter la cabeza en un nudo corredizo.

Vibraba el aborrecimiento en sus ojos, y Kyre inquirió:

—¿Tanto la odiáis?

—¿Odiarla? —repitió Akrivir y alzó los hombros mirando a Kyre, como si sopesara el riesgo de revelar lo que quería decir—: ¡Si pudiese matarla, Kyre, si pudiese erradicar su asquerosa corrupción de esta ciudadela, no dudaría ni un instante! No es el único cáncer que yo quisiera eliminar de nuestra ciudad —jadeó, echando a andar, pero más despacio que antes—, pero sí el más maligno de todos. No me importa lo que me hizo a mí —añadió con furiosa emoción—. Puedo vivir con ello, si no hay más remedio. Pero Talliann…

—¿Qué sucede con Talliann?

—¡No seáis tonto! —exclamó Akrivir—. ¿Acaso no lo veis? Talliann está prisionera. Calthar la mantiene a su lado porque le sirve para sus maquinaciones, y miente de mala manera cuando simula que para ella Talliann es como una hija. Calthar la
utiliza,
del mismo modo que utiliza a vuestra pequeña princesa y busca utilizaros a vos. Es mucho más peligrosa de lo que podéis imaginar, Lobo del Sol. y en toda esta ciudadela no existe ni una sola alma que se atreva a hablar mal de ella.

Poco a poco, las piezas del rompecabezas empezaban a encajar… Algo más sereno, Kyre preguntó:

—¿Y qué hay de vos, Akrivir? ¿Qué os hizo Calthar?

Éste hizo un gesto de rechazo.

—Es una historia ya vieja, que no vale la pena repetir. Además, ya no tiene interés. Ahora sólo importa Talliann.

Akrivir se detuvo de repente y miró nuevamente a Kyre. Sus azules ojos despedían chispas, y Kyre vio temor, esperanza y una amarga e imponente cólera en ellos.

—Sacadla de la ciudadela, Kyre —continuó en un murmullo—. Apartadla de la influencia de Calthar antes de que la destruya. Es su única posibilidad. ¡Es la única esperanza para todos nosotros!

Dicho esto, reemprendió el camino.

Kyre se dio prisa en seguirle, pero las palabras que tenía en la lengua quedaron sin pronunciar. Se daba cuenta de lo que le había costado a Akrivir hacer semejante súplica, pero el arranque de! joven guerrero confirmaba totalmente sus sospechas. Talliann, Gamora, él mismo…, todos eran víctimas de los planes de Calthar.

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