Espejismo (32 page)

Read Espejismo Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasia

BOOK: Espejismo
5.31Mb size Format: txt, pdf, ePub

Kyre comprendió en el acto lo que eso significaba, y el horror que experimentó casi le hizo estallar la mente.

Fue como si una vasta y putrefacta garganta se hubiese abierto para arrojar el hedor de la tumba a la gruta que se abría al mar. Kyre oyó el estridente gemido de miedo de Talliann, y vio cómo se llevaba una mano a la boca, quizás en un intento de contener el vómito. No podía ayudarla, ni pudo moverse cuando la espantosa pestilencia le envolvió, penetrando en su nariz y en sus pulmones. La boca se le llenó de bilis y la tragó, con los ojos desmesuradamente abiertos al ver, sin que lograra apartar la vista, a Calthar… O, mejor dicho, aquello en que Calthar se transformaba.

Una parte de su mente luchaba por no perder la razón e intentaba hacerle comprender que la luz que había en la cueva no sería engullida por una oscuridad tan negra que podía hacerle enloquecer. Pero las paredes de roca parecían alejarse, el rugido de las aguas disminuía y Calthar, la sacerdotisa bruja, la Madre nacida de las Madres, se metamorfoseaba. Una fría y mortal luz nacarada manaba de su interior: la horrible fosforescencia de algo muerto largo tiempo atrás. Su salvaje corona de cabellos se transformó hasta formar una aureola de espeluznantes algas marinas. Los jirones de su túnica eran ahora una extraña espuma de telaraña que cubría su reluciente cuerpo, y la carne de su rostro se fundió hasta que el cráneo fue una flaca y hundida escultura de piel estirada sobre los deteriorados contornos del hueso desnudo. Sonrió Calthar y no tenía labios, encerrados los dientes en un repugnante rictus. Echó atrás la cabeza, y el aire que aspiró produjo un estertor agónico.

Kyre entendió entonces la verdadera naturaleza de las Madres, que hasta aquel preciso instante había permanecido oculta para él.

Habían gobernado la ciudadela del mar desde que Malhareq, su primera Madre, huyó de Haven con sus seguidores después de que él muriera. Eran sus fundadoras, sus creadoras, sus controladoras: cada Madre nacida, formada y preparada para suceder a su predecesora y tomar las riendas del poder. Y aunque no existiera brujería capaz de mantener alejada la muerte final de sus cuerpos, se agarraban a este mundo con terrible tenacidad, resistiéndose a privarse de las fuerzas que mantenían vivo su primer principio de profundo odio a los habitantes de la ciudad, que habían sido sus parientes hasta la traición que provocó la muerte al Lobo del Sol. Ya que no podían gobernar Haven como Malhareq había proyectado, ansiaban destruir lo que no les era dado poseer.

Pese al transcurso de los siglos, y aunque los cuerpos de las diversas Madres habían ido muriendo, sus mentes, su voluntad y su poder seguían con vida y volvían a la ciudadela a través de sus cadáveres en descomposición. Calthar era cada una de ellas, y cada una de ellas era Calthar. Había formado su cubil entre los huesos de las Madres, extraía la fuerza del polvo de sus restos mortales y se inspiraba en su podredumbre. y cada una de esas Madres habitaba en su cuerpo y en su alma. Al despojarse de su máscara, Calthar se convertía en su inmediata predecesora; en un cadáver comido por los gusanos, de cabellos desmedrados y carne que se iba pudriendo hacia la desintegración final… Luego, hasta ese disfraz desapareció, y Calthar fue sólo un esqueleto viviente cuyos únicos adornos eran unos colgajos de arrugada y ennegrecida piel. y más aún, tras los parduscos y quebradizos huesos, tras la desintegrada médula, tras una aparición en la que las motas de polvo en descomposición hacían burla de la forma humana, Kyre descubrió unos ojos que conocía sobradamente…, los ojos de Malhareq, la primera de las Madres, que le había odiado por envidiar todo lo que él era y poseía…, y que ahora le miraban cual dos soles gemelos desde la vacía memoria de la calavera.

De pronto, como un cuchillo que atravesara el hipnotizante horror del que Kyre era testigo, sonó el estridente grito de una criatura.

¡Gamora!
El nombre actuó como un talismán, arrancándole de los monstruosos pasadizos de la memoria para situarle de nuevo en la realidad de la cueva. La mente de Kyre se despejó, y la escena que tenía delante se disolvió en un horripilante cuadro viviente que golpeó su cerebro. Talliann seguía de rodillas y se cubría la cara con los brazos para protegerse de la pesadilla en que Calthar se había transformado. La bruja, irreconocible al surgir a través de ella la fuerza original de las Madres, que le había arrancado las galas de la vida, aparecía reducida a huesos y piel, ya una tremolante podredumbre que la rodeaba como una horrenda aura… extendidos los brazos para dar la bienvenida a las muertas y saborear su monstruosa intrusión…

Y Gamora.

El embrujo se rompió. En su furia, Calthar había olvidado que apenas tenía apresada a la niña, y el encantamiento que la mantenía encadenada se rompió. Cayó la pequeña al suelo, y con los brazos doblados encima de la cabeza se puso a chillar como una loca cuando vio al espantoso ser en que Calthar se había convertido. Y sus gritos, con la compasión y cólera que despertaban, desbarataron el hechizo que se había adueñado del cerebro de Kyre.
Aquella monstruosidad que le había engañado una vez… ¡no volvería a engañarle ahora!

Se lanzó a través de la plataforma de roca y, a tientas, sus manos buscaron el arma que Calthar había apartado de un puntapié. Cuando por fin sus dedos se cerraron alrededor del asta, experimentó una oleada de energía…, del antiguo poder que antaño tuviera. Levantó la lanza, sus pies encontraron apoyo cuando la musculatura de las piernas le permitió alzarse… y, sin detenerse a pensar ni un instante, arremetió contra la horripilante y fosforescente visión que tenía delante.

La lanza penetró debajo mismo del corazón del espectro. Los consumidos ojos asomaron unos momentos para esconderse luego en una deteriorada calavera que abrió súbitamente la mandíbula y le arrojó a la cara un fétido soplo de putrefacción. Kyre hizo girar la hoja de su lanza, mientras sus gritos se mezclaban con los de Gamora, y la calavera crió piel, dando unos alaridos demenciales. Después apareció carne, retorcidas guedejas de pelo querían atraparle y de repente, la monstruosidad volvió a ser Calthar y sólo Calthar, y la nacarina fosforescencia fue devorada por la claridad natural de la cueva. Detrás de Kyre, el mar bramaba mientras la bruja se doblaba hacia delante, sangrando profusamente por la herida que la lanza le había abierto entre las costillas. Una mezcla de odio y asombro brilló en sus ojos, y toda ella se tambaleó como si estuviese bebida, antes de caer de rodillas… Sus manos arañaron la roca, y de su garganta brotó un estertor ahogado cuando tosió sangre…


¡Corre!

La voz de Kyre rugió en sus propios oídos, y creyó ver la asustada cara de Talliann flotando borrosa. Se precipitó hacia ella y tropezó con algo tendido en el suelo. Su atontada mente recordó entonces a Gamora… Recogió a la niña y sin miramientos, la introdujo en la concha abierta. Talliann se lanzó también hacia delante y al momento, las dos valvas se cerraron con fuerza. Casi antes de que Kyre pudiera tener plena conciencia de lo que sucedía, la concha se deslizaba hacia el borde del saliente de roca. Golpeó el agua con un fuerte chasquido, y Talliann, dispuesta a seguirla, pareció quedar en suspenso durante una fracción de segundo con los brazos extendidos, como una estatua al borde del agua…

La diabólica criatura que había detrás de Kyre soltó un rugido. Era un sonido desesperado, de derrota, pero todavía había en él una horrible y malévola fuerza. Miró Kyre por encima del hombro y vio a Calthar acurrucada en el suelo, doblada sobre la herida, de la que seguía brotando la roja sangre. Sólo sus ojos tenían vida, y su expresión quemaba, quemaba…

Kyre oyó cómo se interrumpía el ritmo del mar cuando Talliann se zambulló. Con un tremendo esfuerzo apartó su hipnotizada vista de la bruja, y dando un vigoroso salto se arrojó al océano salvador.

Capítulo 15

Una potente ola llevó a Kyre hasta la orilla y se retiró para dejarle tendido sobre la franja de guijarros. Su mano sujetaba aún fuertemente la lanza. Un violento acceso de tos sacudió todo su cuerpo al pasar de respirar agua a respirar aire, pero al fin pudo alzar la cabeza y mirar a su alrededor.

—¡Talliann! —jadeó con voz ronca, y el esfuerzo le provocó otro ataque de tos.

Penosamente trató de ponerse de pie.

—¡Talliann…!

A cierta distancia creyó ver movimiento. Kyre se obligó a mantenerse sobre unas piernas demasiado débiles, y entonces la vio. Talliann estaba a gatas, más allá, y el agua le caía a chorros de los negros cabellos mientras luchaba con la enorme concha cerrada, arrojada por las aguas cerca de ella, para colocarla en un lugar más seguro. Kyre avanzó tambaleándose sobre los sueltos guijarros, para ayudarla, y juntos apartaron la concha del peligro de la resaca. Luego se incorporaron para recobrar el aliento, y Talliann buscó refugio en los brazos de él, porque se sentía pequeña y terriblemente vulnerable. Tardaron un rato en separarse y cuando por fin lo hicieron, ninguno de los dos habló.

Talliann volvió a caer de rodillas e introdujo los dedos entre las dos valvas de la concha, que se abrió en el acto sin ofrecer ninguna resistencia. En el interior apareció la encogida figura de Gamora.

—Princesa… —susurró Kyre con delicadeza, mientras sus dedos jugaban con los oscuros bucles de la niña—. Estamos en casa, princesa.

Gamora no se movió. Tenía los ojos cerrados y parecía dormida. Kyre le tocó el hombro, pero tampoco obtuvo respuesta.

—¡Gamora!

Tendría que haber despertado ya… Kyre la tomó en brazos y la sacó de la concha. Era un peso muerto, y la cabeza le caía hacia atrás en un extraño ángulo.

—¡No consigo despertarla! —exclamó, mirando preocupado a Talliann.

La joven se agachó a su lado, fue a tocar a Gamora y, entonces, retiró la mano bruscamente y emitió un agudo y angustioso grito.

A Kyre le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué pasa?

—¡Calthar!

En la voz de Talliann había verdadero horror, sus ojos miraron instintivamente al cielo. La niebla de la noche no permitía distinguir nada, excepto la borrosa y semidesmoronada silueta del templo que se alzaba a sus espaldas. Sin embargo, Kyre sintió la presencia de la hinchada luna detrás de los grises sudarios de bruma.

Talliann murmuró:

—Está bajo los efectos de un encantamiento, Kyre… ¿No lo ves? Calthar no ha muerto —continuó, con los ojos desmesuradamente abiertos—. Debió de recuperar sus fuerzas y pronunciar uno de sus hechizos… A ti y a mí no nos pudo alcanzar, pero sí a la niña…

El desesperado deseo de que estuviera equivocada hizo protestar a Kyre:

—¡Calthar no puede haberse recuperado! ¡No en tan poco tiempo!

—Sí que puede. Tú mismo has visto de dónde extrae sus fuerzas… —musitó Talliann con un estremecimiento—. No podemos perder el tiempo aquí, Kyre. ¡Tenemos que transportar enseguida a la niña a Haven, antes de que Calthar ataque de nuevo!

Al oír sus palabras, Kyre tuvo un terrible presentimiento. Involuntariamente miró hacia el mar, y la sangre se le heló en las venas. Como una aterradora confirmación de la prisa de Talliann, la niebla empezaba a rasgarse poco a poco, como una fina tela que se abriera para dejar paso a un rayo que partía del cielo convirtiendo toda la escena en un violento grabado al aguafuerte, en negro y plata. Talliann era un espectro totalmente pálido, y el cuerpecillo de Gamora parecía un cadáver en sus brazos, a la mortal luz de la luna.

—¡Date prisa! —suplicó Talliann con voz entrecortada.

Kyre no necesitó que le dijera nada más. Estrechó todavía más contra su pecho a la niña, Talliann recogió la lanza que él había soltado, y los dos echaron a correr a través de la inestable franja de guijarros en dirección a la opaca silueta de la media luna formada por la bahía. Al llegar a la playa de arena pudieron acelerar el paso, y Kyre experimentó un inmenso alivio cuando, por fin, distinguió las parpadeantes luces de las puertas de Haven, que a través de la bruma parecían unos lejanos y salvajes ojos. No tenía ni idea de la hora que podía ser, pero desde luego era noche cerrada. No habría nadie en las calles, y no resultaba probable que les diesen el alto antes de llegar al castillo.

Alcanzaron el arco y, una vez allí, Talliann vaciló, aún horrorizada por lo que habían dejado atrás, pero temerosa de lo que pudiera aguardarles dentro de las hostiles murallas de la ciudad. Pese a la carga que llevaba, Kyre alargó un brazo y tocó su hombro para tranquilizarla. Ella respiró profundamente, agradecida, y luego indicó, con un gesto, que estaba dispuesta a seguir adelante. Al pasar debajo del arco, Kyre dominó el súbito deseo de mirar atrás, por miedo a ver la agrietada superficie de la Hechicera contemplándoles sombríamente. Por fin dejaron atrás las dos luces verdes, y Haven les acogió.

La niebla formaba pálidas e inmóviles rebalsas en las tortuosas calles, y ahogaba incluso las quedas pisadas de sus desnudos pies contra el empedrado. Las casas, todas cerradas, les miraban con ojos vacíos. Kyre notó el miedo de Talliann como un aura casi palpable, mientras que él veía la ciudad con unos sentidos de nuevo despiertos. Tan familiar y, a la vez, tan arruinada… perdidos su esplendor y su belleza tanto tiempo atrás… A medida que avanzaban por un complicado laberinto de callejones, en un intento de rehuir las plazas y los lugares más públicos, los viejos recuerdos acudieron con renovada intensidad a su memoria, hasta el punto de que Kyre casi hubiese podido sobreponer a la actual Haven una imagen fantasmal de la Haven que él conociera en otras épocas. La sensación era inquietante, angustiosa, y el colgante de cuarzo pareció arder en aquel momento contra su piel, como si alguna fuerza consciente, en él contenida, compartiese sus emociones.

Por fin asomó delante de ellos el elevado muro del castillo, en cuya pálida arenisca destacaba como una mancha oscura la pequeña puerta. A la sombra de la pared, Kyre dejó cuidadosamente en el suelo a Gamora, pero cuando apoyó una mano en la aldaba, Talliann dijo en voz baja:

—Tengo miedo de entrar, Kyre…

En la negrura de !a noche, su rostro era un óvalo blanco. y sus
ojos,
dos huecos. El tomó sus manos.

—No temas. Estás conmigo… Nada puede hacerte daño, Talliann, ¡nada!

—Pero… —insistió ella, después de tragar saliva—, ¿me aceptarán? Procedo de la ciudadela, y eso, para ellos, significa que soy… mala. Y si Calthar…

Other books

Herodias by Gustave Flaubert
Buttons by Alan Meredith
Billionaire Misery by Lexy Timms
Under Abnormal Conditions by Erick Burgess
Turnkey (The Gaslight Volumes of Will Pocket Book 1) by Lori Williams, Christopher Dunkle
Lost Innocents by Patricia MacDonald