Y, aunque me mata tener que decirlo, aunque el mero hecho de pensarlo hace que me entren ganas de romper cosas, sé que es necesario añadir algo más, que lo correcto es decírselo. ¿Qué daño podría hacer? Me voy a marchar de todas formas, y Sabine se merece salir un poco y pasarlo bien. Además, dejando a un lado su afición por los calzoncillos de los Rolling Stones, su gusto por las canciones de Bruce Springsteen y su obsesión por la época renacentista… este tipo parece inofensivo. Por no mencionar que las citas no llevarán a ningún sitio, ya que he visto a mi tía saliendo con un tío que trabaja en su edificio….
—Se llama Sabine —le digo antes de pensarlo bien y cambiar de opinión. Al ver la confusión que inunda sus ojos, añado—: Ya sabe, la rubita de Starbucks. La mujer que derramó el batido en su camisa. Esa en la que no puede dejar de pensar.
Me mira fijamente; es obvio que se ha quedado sin habla. Y, dado que prefiero marcharme y dejar el asunto así, recojo mis cosas y me dirijo a la puerta. No obstante, echo un vistazo por encima del hombro para decirle:
—Y no debería darle miedo hablar con ella. En serio. Reúna coraje y acérquese sin más. Es una mujer muy agradable, ya lo verá.
C
uando salgo del aula, casi espero encontrarme fuera a Roman, mirándome con ese brillo de burla en los ojos, pero no está. Y, cuando llego a las mesas del comedor, averiguo por qué.
Está actuando. Manejando a todos los que están a su alrededor, controlando todo lo que dicen y hacen… como un director de orquesta, un titiritero o el director de pista de una carpa de circo. Y, justo cuando una idea empieza a formarse en lo más recóndito de mi cerebro, justo cuando esa percepción empieza a tomar forma… lo veo.
A Damen.
El amor de todas y cada una de mis vidas se tambalea en dirección a la mesa del comedor, tan inestable, tan ojeroso y desaliñado que no me cabe duda alguna de que las cosas están progresando a un ritmo alarmante. Nos estamos quedando sin tiempo.
Y, cuando Stacia se gira, hace una mueca y sisea: «¡Fracasado!», me quedo atónita al ver que no se dirige a mí.
Se dirige a Damen.
Y, en cuestión de segundos, todos los alumnos corean lo mismo. Todo el desprecio que una vez reservaron para mí ahora se concentra en él.
Observo a Miles y a Haven, que suman sus voces al coro, y salgo corriendo hacia Damen. Me asusta encontrar su piel tan fría y húmeda. Sus pómulos altos ahora están hundidos; y esos ojos oscuros que en su día encerraban tantas promesas y tanta calidez ahora están cubiertos de légañas y son incapaces de concentrarse en nada. Y, a pesar de que sus labios están secos y agrietados, siento el innegable impulso de rozarlos con los míos.
Porque da igual el aspecto que tenga, da igual lo mucho que haya cambiado: sigue siendo Damen. Mi Damen. Joven o viejo, sano o enfermo, da igual. Es el único que me ha importado en la vida… el único al que he querido… y nada de lo que Roman o cualquier otra persona pueda hacer cambiará eso.
—Hola —susurro con la voz rota y los ojos llenos de lágrimas.
Desconecto de los gritos de burla que nos rodean y me concentro solo en él. Me odio a mí misma por haberle dado la espalda el tiempo suficiente como para que suceda esto, porque sé que él jamás habría permitido que me ocurriera algo así.
Se vuelve hacia mí e intenta enfocar la mirada y, justo cuando me parece haber captado un atisbo de reconocimiento, desaparece tan rápido que estoy segura de haberlo imaginado.
—Vámonos de aquí —le digo mientras tiro de su manga e intento que se apoye en mí—. ¿Qué te parece si nos saltamos las clases? —Sonrío con la esperanza de recordarle nuestra rutina habitual de los viernes.
Apenas hemos llegado a la verja cuando aparece Roman.
—¿Por qué te molestas? —pregunta, con los brazos cruzados y la cabeza inclinada hacia un lado para que el tatuaje del uróboros resulte visible.
Sujeto con fuerza el brazo de Damen y entorno los ojos, decidida a dejar atrás a Roman cueste lo que cueste.
—En serio, Ever. —Sacude la cabeza y pasea la mirada entre nosotros dos—. ¿Por qué desperdicias tu tiempo? Está viejo, achacoso, casi decrépito… Siento decírtelo, pero según pintan las cosas, parece que se le ha acabado el tiempo en este mundo. No creo que quieras malgastar tu dulce y joven néctar con este dinosaurio, ¿verdad?
Me mira con un brillo peculiar en sus ojos azules y una sonrisa en los labios. Observa la mesa del comedor justo cuando el volumen de los gritos empieza a subir.
Y de repente lo sé.
Esa idea que me ha estado reconcomiendo por dentro, aguijoneándome las entrañas en un intento por llamar mi atención, ha sido por fin escuchada. Y, aunque no estoy segura de si estoy o no en lo cierto, aunque sé que me moriré de vergüenza si me equivoco, clavo la mirada en la multitud de estudiantes y me fijo en Miles, en Haven, en Stacia, en Honor, en Craig… en todos los chicos que imitan a todos los demás sin pensárselo dos veces, sin preguntarse ni una vez por qué.
Respiro hondo, cierro los ojos y concentro toda mi energía en ellos antes de gritar:
—¡¡¡Despertad!!!
Y luego permanezco inmóvil, demasiado avergonzada como para mirarlos ahora que sus gritos de desprecio se dirigen a mí y no a Damen. Pero no puedo permitir que eso me detenga: sé que Roman los ha hipnotizado de algún modo, que los ha sumido en una especie de trance que los obliga a hacer todo lo que les ordena.
—Ever, por favor… Sálvate mientras puedes. —Roman se echa a reír—. Ni siquiera yo podré ayudarte si insistes en seguir adelante.
No lo escucho… No puedo escucharlo. Debo encontrar una forma de detenerlo… ¡De detenerlos a todos! Tengo que encontrar una manera de despertarlos, de chasquear los dedos para…
¡Chasquear los dedos!
¡Eso es! Chasquearé los dedos y…
Respiro hondo, cierro los ojos y grito con todas mis fuerzas:
—¡Os despertaréis en cuanto chasquee los dedos! ¡Ahora!
Lo único que consigo es que mis compañeros se vuelvan más salvajes aún. Sus ridículos gritos aumentan de volumen mientras arrojan una avalancha de latas de refresco a mi cabeza.
Roman suspira y me mira a los ojos antes de hablar.
—Ever, en serio… Insisto. ¡Abandona de una vez esta gilipollez! ¡Estás loca de remate si crees que eso va a funcionar! ¿Qué harás ahora? ¿Darles una palmadita en la mejilla?
Me quedo donde estoy, respirando entre jadeos. Sé que no me equivoco, a pesar de lo que él diga. Estoy segura de que los ha hechizado, de que ha sumido sus mentes en alguna especie de trance…
Y en ese preciso instante recuerdo un documental que vi una vez en la tele, un documental en el que el hipnotizador no sacaba a los pacientes del trance dándoles una palmada en la cara o chasqueando los dedos, sino tocando las palmas después de contar hasta tres.
Respiro hondo mientras observo a mis compañeros, que se están subiendo a la mesa y a los bancos para poder arrojarme mejor las sobras de su comida. Y sé que es mi última oportunidad, que si esto no funciona… bueno… no sé qué podré hacer.
Así que cierro los ojos y grito:
—¡DESPERTAD!
Luego cuento hacia atrás del tres al uno y doy dos palmadas.
Y después…
Después… Nada.
El instituto se queda en silencio mientras la gente se recupera poco a poco.
Se frotan los ojos, bostezan y se desperezan, como si hubieran despertado de una siesta muy larga. Miran a su alrededor confundidos, preguntándose por qué están encima de la mesa junto a personas a las que consideran bichos raros.
Craig es el primero en reaccionar. Está tan cerca de Miles que sus hombros casi se tocan, así que salta hacia el otro extremo. Se reafirma buscando la compañía de sus colegas atletas y reivindica su virilidad dándoles un puñetazo en el hombro.
Y, cuando Haven observa su palito de zanahoria con una expresión de repugnancia, no puedo evitar sonreír, porque sé que la gran familia feliz ha vuelto a su rutina habitual de insultar, despreciar y desairar a todos salvo a los de su círculo. Todos han regresado a un mundo en el que aún reinan el odio y el desprecio.
Mi instituto ha vuelto a la normalidad.
Me giro hacia la verja preparada para derribar a Roman si es necesario, pero él ya se ha marchado, así que agarro a Damen con más fuerza y lo conduzco a través del aparcamiento hasta mi coche. Miles y Haven, los amigos a quienes he echado tanto de menos y a quienes nunca volveré a ver, nos siguen los pasos.
—Sabéis que os adoro, ¿verdad, chicos? —Los miro y sé que se han quedado pasmados, pero tenía que decirlo.
Se miran el uno al otro con expresión alarmada, preguntándose qué puede haberle ocurrido a la chica a quien en su día apodaron como la Reina de Hielo.
—Sí… claro… —dice Haven, sacudiendo la cabeza. Sin embargo, sonrío y los abrazo a ambos con fuerza mientras le susurro a Miles:
—Pase lo que pase, no dejes de actuar y de cantar, eso te traerá… —Me quedo callada un momento. No sé si debería contarle que he visto el destello de las luces de Broadway, ya que no quiero que se limite a pensar en el futuro y se pierda el camino que aún le queda por recorrer. Así que añado—: Te traerá mucha felicidad.
Y antes de que pueda responder, me dirijo a Haven. Sé que debo acabar rápido con esto para poder llevar a Damen a casa de Ava, pero estoy decidida a decirle que se quiera más, que deje de imitar a otros, que merece la pena seguir con Josh.
—Vales mucho —le digo—. Tienes mucho que dar… Ojalá pudieras ver lo brillante que es la estrella que te guía.
—¡Venga, cállate ya! —exclama ella, que se echa a reír mientras se libera de mi abrazo—. ¿Te encuentras bien? —Nos mira a Damen y a mí con el ceño fruncido—. ¿Qué narices le pasa a este? ¿Por qué va tan encorvado?
Sacudo la cabeza y subo al coche. No puedo desperdiciar más tiempo. Y, mientras salgo marcha atrás del aparcamiento, saco la cabeza por la ventanilla y grito:
—Una cosa, chicos, ¿sabéis dónde vive Roman?
J
amás creí que agradecería mi súbito estirón ni el tamaño de mis nuevos bíceps, pero la verdad es que de no haber sido por mi estatura y mi nueva fuerza (y el estado demacrado de Damen, claro) nunca habría conseguido llevarlo casi en volandas hasta la puerta de Ava. Aguanto el peso de su cuerpo mientras llamo a la puerta, preparada para echarla abajo si es necesario. Pero me siento aliviada al ver que ella la abre y nos hace una señal para que entremos.
Me dirijo al pasillo mientras Damen se tambalea a mi lado y me detengo frente a la habitación añil. Y me quedo boquiabierta al ver que Ava vacila a la hora de abrirla.
—Si tu habitación es tan sagrada y pura como tú te piensas, ¿no crees que ayudará a Damen? ¿No te parece que necesita toda la energía positiva que pueda obtener? —Sé que le preocupa que la energía «contaminada» de un hombre enfermo y moribundo corrompa la estancia, lo cual me parece tan absurdo que no sé por dónde empezar.
Ava me mira a los ojos durante más tiempo de lo que mi agotada paciencia puede soportar y cuando por fin accede, la dejo atrás rápidamente para acomodar a Damen en el sofá del rincón y cubrir su cuerpo con el chai de lana que ella siempre coloca cerca.
—El líquido rojo está en el maletero, junto con el antídoto —le digo al tiempo que le arrojo las llaves del coche—. El elixir no servirá de mucho hasta dentro de un par de días, pero Damen mejorará mucho esta noche, cuando salga la luna llena y el antídoto esté listo. Puedes darle el líquido más tarde para ayudarlo a recuperar fuerzas. Aunque es probable que no lo necesite, ya que todo volverá atrás. Pero aun así… por si acaso… —Asiento con la cabeza, deseando sentir la certeza que destila mi voz.
—¿Estás segura de que esto funcionará? —pregunta Ava, que no deja de observarme mientras saco mi última botella de elixir de la mochila.
—Tiene que hacerlo. —Miro a Damen: está tan pálido, tan débil, tan… viejo. Pero sigue siendo Damen. Los vestigios de su asombrosa belleza siguen presentes, aunque un poco estropeados por el paso acelerado de los años que reflejan su cabello plateado, su piel casi traslúcida y el abanico de arrugas que rodea sus ojos—. Es nuestra única esperanza —agrego.
Me despido de Ava con un gesto de la mano antes de ponerme de rodillas. La puerta se cierra detrás de mí mientras aparto el pelo de la cara de Damen y lo obligo con delicadeza a beber.
Al principio se niega, mueve la cabeza de un lado a otro y aprieta los labios con firmeza. Pero cuando le queda claro que no voy a desistir, se rinde. Deja que el líquido se deslice por su garganta y su piel recupera la calidez y el color. Al acabar la botella, me mira con tal amor y adoración que me siento abrumada por la felicidad. Sé que ha vuelto.
—Te he echado de menos —murmuro. Asiento con la cabeza, parpadeo y trago saliva con fuerza. Mi corazón se llena de amor cuando aprieto los labios contra su mejilla. Todas las emociones que me ha costado tanto mantener a raya salen a la superficie mientras lo beso una y otra vez—. Te pondrás bien —le digo—. Volverás a ser el de antes muy pronto.
Mi súbito estallido de felicidad se viene abajo como un globo pinchado cuando sus ojos se vuelven oscuros y recorre mi cara de arriba abajo con la mirada.
—Me abandonaste —susurra.
Sacudo la cabeza. Quiero que sepa que eso no es verdad, que nunca lo abandoné. Fue él quien me abandonó a mí, pero no fue culpa suya, y lo perdono. Le perdono todo lo que me ha hecho o dicho… aunque ya es demasiado tarde. En realidad, eso ya no importa…
Sin embargo, solo le digo:
—No. No te abandoné. Has estado enfermo. Muy, muy enfermo. Pero ya ha acabado todo y pronto te pondrás mejor. Tienes que prometerme que beberás el antídoto cuando… —«Cuando Ava te lo dé». Son palabras que no me atrevo a decir, que no voy a decir, ya que no quiero que sepa que este será nuestro último momento juntos, nuestra despedida final—. Lo único que necesitas saber es que te pondrás bien. Pero debes alejarte de Roman. No es tu amigo. Es malvado. Intenta matarte, así que debes recuperar las fuerzas para poder derrotarlo.
Presiono la boca contra su frente, su mejilla… Soy incapaz de detenerme hasta que he cubierto todo su rostro de besos. Saboreo mis propias lágrimas en la comisura de sus labios e inspiro con fuerza con la esperanza de grabar a fuego en mi cerebro su esencia, su sabor, el contacto de su piel. Deseo conservar su recuerdo allí donde vaya.