—¿Puedo preguntarte por qué quieres saber todo esto? —pregunta antes de apurar su café espresso y dejar la taza a un lado.
—Te responderé enseguida —replico. Mis palabras suenan tensas, entrecortadas, mucho menos coloquiales que las suyas. Pero, a diferencia de ella, no estoy de vacaciones en París; solo tolero las vistas para conseguir las respuestas que necesito—. Una última cosa, ¿qué tiene de especial la luna llena durante
l'heure bleue
u hora azul, como suelen llamarla?
Me mira con los ojos desorbitados, y parece haberse quedado sin aliento cuando me pregunta:
—¿Te refieres a la luna azul?
Me encojo de hombros mientras recuerdo que la luna que vi en las imágenes estaba tan azul que casi se fundía con el cielo. Luego, al figurarme que debe de haber algún simbolismo entre la luna azul y la forma en que su color vibra y resplandece, añado:
—Sí, pero la luna azul justo durante la hora azul. ¿Qué sabes sobre eso?
Respira hondo y clava los ojos en la distancia antes de responder:
—La corriente principal de pensamiento sostiene que la segunda luna llena en un mismo mes es una luna azul. Pero hay otra escuela de pensamiento más esotérica que afirma que la verdadera luna azul tiene lugar cuando las dos lunas llenas se producen, no necesariamente en el mismo mes, sino durante el mismo signo astrológico. Se considera un día sagrado en el que la conexión entre las dimensiones es muy intensa, lo que lo convierte en un momento ideal para la meditación, la oración y los viajes místicos. Se dice que si controlas la energía de la luna azul durante la hora azul puedes realizar cualquier tipo de magia. Las únicas limitaciones, como siempre, son las que tú te impongas.
Me mira mientras se pregunta qué estoy tramando, pero no estoy dispuesta a contárselo todavía. Luego sacude la cabeza y dice:
—Pero, para que lo sepas, la auténtica luna azul ocurre muy pocas veces, una vez en un período de tres a cinco años.
Se me hace un nudo en el estómago y aprieto con fuerza los costados de mi silla.
—¿Y sabes cuándo tendrá lugar la próxima luna azul? —pregunto. Aunque por dentro pienso: «Que sea pronto, por favor… ¡Que sea pronto!».
Me siento como si estuviera a punto de vomitar y desmayarme, pero ella sacude la cabeza y dice:
—No tengo ni idea.
¡Cómo no! Lo único importante que necesito saber… es lo único que no sabe.
—Aunque sé cómo podemos averiguarlo. —Esboza una sonrisa.
Hago un gesto negativo con la cabeza y estoy a punto de explicarle que, hasta donde yo sé, mi acceso a los registros akásicos ha sido revocado, cuando ella cierra los ojos y hace aparecer un iMac plateado.
—¿Alguien necesita el Google? —Se echa a reír y lo empuja hacia mí.
A
unque me sentí como una idiota en el mismo instante en que Ava hizo aparecer el ordenador portátil (¿por qué no se me ocurrió a mí?), la verdad es que obtuvimos respuestas bastante deprisa.
Por desgracia, no eran las buenas noticias que esperaba.
De hecho, eran cualquier cosa menos eso.
Justo cuando todo parecía encajar, cuando parecía cosa del destino… todo se vino abajo en el momento en que descubrí que la luna azul, esa rarísima luna llena que solo aparece en una ocasión en períodos que comprenden de tres a cinco años y que resulta que también es mi única ventana para el viaje en el tiempo, hace su aparición… mañana.
—Todavía no puedo creerlo —digo al salir del coche mientras Ava echa monedas al parquímetro. Tiene un montón de monedas de veinticinco centavos apiladas en la palma de la mano—. Creí que no era más que un tipo de luna llena; no sabía que existiera esa diferencia, ni que ocurriera tan pocas veces. ¿Qué se supone que voy a hacer?
Ella cierra el monedero y me mira.
—Bueno, a mi modo de ver, tienes tres opciones.
Aprieto los labios, sin saber si quiero escucharlas o no.
—Puedes quedarte sentada sin hacer nada mientras todo lo que te importa y quieres se viene abajo; puedes elegir una cosa y abandonar todas las demás, o puedes decirme qué está ocurriendo aquí exactamente para ver si puedo ayudarte.
Respiro hondo y la miro. Está de pie delante de mí, ataviada con su atuendo habitual: vaqueros desgastados, anillos de plata, una túnica blanca de algodón y chanclas de cuero marrón. Siempre ahí, siempre disponible, siempre dispuesta a ayudarme, incluso cuando ni siquiera sé que necesito ayuda.
Incluso cuando me mostraba desdeñosa con ella (y, para ser sincera, bastante mezquina también), Ava estaba ahí, esperando a que cambiara de opinión. Nunca me ha echado en cara mi mal comportamiento, nunca me ha dado la espalda ni me ha evitado como yo hice con ella. Ha estado a mi lado todo este tiempo, a la espera de convertirse en una especie de hermana mayor con poderes psíquicos. Y ahora es la única a quien puedo acudir… la única con la que puedo contar… La única que ha estado cerca de conocer mi auténtico «yo»… y mis mayores secretos.
Y, a la luz de todo lo que acabo de descubrir, no me queda más remedio que contárselo. No hay forma de que pueda seguir adelante sola, como me habría gustado.
—Vale. —Asiento con la cabeza para convencerme a mí misma de que no solo es lo más correcto, sino lo único que puedo hacer—. Esto es lo que necesito que hagas.
Y, mientras caminamos calle abajo, le digo lo que vi en el cristal ese día. Le cuento todo lo que puedo, aunque sin mencionar nunca la palabra «yo» para cumplir la promesa que le hice a Damen de no divulgar jamás nuestra inmortalidad. Le explico a Ava que Damen necesitará el antídoto para curarse y su «bebida energética especial» para recuperar las fuerzas. Le confieso que me enfrento a dos opciones: quedarme con el amor de mi vida o salvar cuatro vidas que jamás debieron sesgarse.
Así que, cuando llegamos a la parte exterior de la tienda en la que trabaja, la tienda frente a la que he pasado delante muchas veces y en la que nunca he entrado, ella me mira y abre la boca como si fuera a decir algo, pero luego la cierra. Repite la misma acción unas cuantas veces, hasta que al final consigue murmurar:
—Pero… ¡es mañana! ¿Puedes marcharte tan pronto, Ever?
Me encojo de hombros y siento una opresión en el estómago al oírlo de viva voz. Pero, como sé que no puedo permitirme esperar como mínimo tres años más, asiento con más certeza de la que siento. La miro a los ojos y le digo:
—Y esa es justo la razón por la que necesito tu ayuda con el antídoto, y luego para encontrar una forma de dárselo junto con el elix… —Hago una pausa con la esperanza de no haber despertado sus sospechas e intento corregirme— con esa bebida energética roja para que se ponga mejor. Ahora sabes cómo entrar en su casa, así que creo que podrías encontrar la manera de, no sé, adulterar su bebida o algo así —le digo. Sé que es el peor plan del mundo, pero estoy decidida a que funcione—. Y cuando esté mejor… cuando el antiguo Damen haya vuelto… puedes explicarle todo y darle… la bebida roja.
Ava me mira con una expresión tan compleja que no sé muy bien cómo interpretarla, de manera que continúo.
—Sé que parece que mi elección va en su contra, pero no es así. De verdad que no. De hecho, hay muchas posibilidades de que nada de esto sea necesario. Hay muchas posibilidades de que cuando yo vuelva a ser la que era, todo lo demás vuelva a serlo también.
—¿Eso es lo que viste? —pregunta ella con voz amablemente suave.
Niego con la cabeza.
—No, solo es una teoría, aunque me parece bastante lógica. No puedo imaginarlo de otra manera. Así que todas las cosas que te he contado no son en realidad más que una precaución, porque no será necesario que hagas nada. No recordarás esta conversación, puesto que será como si nunca hubiera ocurrido. De hecho, ni siquiera recordarás haberme conocido. Pero, por si acaso me equivoco (aunque creo que no), necesito tener un plan… solo por si acaso, ya sabes —murmuro, preguntándome a quién trato de convencer, si a ella o a mí.
Ava me aprieta la mano con fuerza y me mira con los ojos llenos de compasión.
—Estás haciendo lo correcto —me dice—. Y tienes suerte. No mucha gente tiene la posibilidad de volver atrás.
La miro con una sonrisa.
—¿No mucha?
—Bueno, ahora mismo no se me ocurre ninguna —replica antes de devolverme la sonrisa.
No obstante, aunque ambas reímos, cuando hablo de nuevo lo hago con seriedad:
—De verdad, Ava, no podría soportar que le ocurriera algo a Damen. Yo… me… me moriría si llego a descubrir que le ha ocurrido algo… y que ha sido por mi culpa…
Me aprieta la mano y abre la puerta de la tienda para conducirme al interior.
—No te preocupes. Confía en mí —susurra.
Dejamos atrás varias estanterías llenas de libros, una pared repleta de discos compactos, todo un rincón dedicado a figurillas de ángeles y una máquina que afirma fotografiar las auras en nuestro camino hacia el mostrador, donde una anciana con una larga trenza blanca está leyendo un libro.
—No sabía que tenías cita para hoy. —Deja a un lado la novela y nos mira.
—Y no la tengo. —Ava sonríe—. Pero mi amiga Ever… —Me señala con la cabeza— necesita una visita a la habitación de atrás.
La mujer me estudia en un obvio intento de atisbar mi aura y percibir mi energía, y cuando no consigue nada, observa a Ava con expresión interrogante.
Sin embargo, Ava se limita a sonreír y a asentir con la cabeza para confirmar que me merezco entrar en «la habitación de atrás», sea la que sea.
—¿Ever? —dice la mujer, que se lleva la mano al cuello para toquetear el colgante de turquesa que lleva.
Titubea mientras nos mira a Ava y a mí, pero luego se concentra solo en mí para decir:
—Soy Lina.
Eso es todo. Ni apretones de mano ni abrazos de bienvenida. Me dice su nombre y luego se dirige a la puerta para darle la vuelta al cartel que cuelga de ella, que pasa de ABIERTO a VOLVERÉ EN DIEZ MINUTOS. Después nos indica con un gesto que la sigamos hasta un pequeño pasillo que termina en una lustrosa puerta púrpura.
—¿Puedo preguntar de qué va todo esto? —Rebusca en su bolsillo hasta que encuentra un juego de llaves; todavía no tiene muy claro si va a dejarnos pasar o no.
Ava me señala con la cabeza para insinuar que es mi turno de hablar. Así que me aclaro la garganta, meto la mano en el bolsillo de los pantalones vaqueros que acabo de hacer aparecer (y cuyos bajos, por suerte, llegan hasta el suelo) y recupero el trozo de papel antes de decir:
—Necesito… unas cuantas cosas.
Doy un respingo cuando Lina me arrebata el papel de las manos y le echa un vistazo. Se detiene para enarcar una ceja, murmura algo ininteligible y vuelve a observarme con detenimiento una vez más.
Y, justo cuando parece que está a punto de echarme de allí, vuelve a colocarme la lista en la mano, abre la puerta y nos invita a pasar a una habitación que no me esperaba.
Cuando Ava me dijo que en este lugar podría encontrar lo que necesitaba, me puse bastante nerviosa. Estaba segura de que me arrojarían a algún oscuro sótano secreto lleno de todo tipo de cosas extrañas y aterradoras típicas de los rituales mágicos, como frascos con sangre de gato, alas de murciélago, cabezas reducidas, muñecas de vudú… cosas como las que se ven en el cine o en la televisión. Pero esta habitación no se parece en absoluto a nada de eso. De hecho, tiene más bien el aspecto de un armario ropero bien ordenado. Bueno, salvo por las paredes violetas adornadas con máscaras y tótems tallados a mano. Ah, y por los retratos de la diosa apoyados contra las abarrotadas estanterías, que se comban bajo el peso de los enormes libros antiguos y las deidades de piedra. Con todo, el archivador parece bastante normal. Y, cuando la mujer abre una de las alacenas y empieza a rebuscar en su interior, intento mirar por encima de su hombro, pero no consigo ver nada hasta que ella me entrega una piedra que me parece inadecuada en todos los sentidos.
—Piedra lunar —aclara al notar la confusión de mi rostro.
Miro la piedra fijamente; sé que no tiene el aspecto que debería tener y, aunque ni siquiera puedo explicar por qué, hay algo en ella que parece fuera de lugar. Como no quiero ofender a la mujer, ya que no me cabe duda de que no vacilaría a la hora de echarme, trago saliva con fuerza, reúno coraje y digo:
—Hum… necesito una en bruto y sin pulir, en su forma más pura… Esta parece demasiado suave y brillante para lo que necesito.
Lina asiente… de forma casi imperceptible, pero asiente. Realiza una levísima inclinación de cabeza y la comisura de sus labios se eleva mínimamente antes de sustituir la piedra por la que le he pedido.
—Esta sí —digo, a sabiendas de que he pasado la prueba. Contemplo la piedra lunar: no es ni de cerca tan brillante o bonita como la otra, pero espero que haga lo que se supone que debe hacer: ayudar en los nuevos comienzos—. Y ahora necesito un cuenco de cristal de cuarzo (uno que esté en sintonía con el séptimo chacra), un saquillo de seda roja bordado por los monjes tibetanos, cuatro cristales pulidos de cuarzo rosa, una pequeña esta… ¿Estaurolita? ¿Es así como se dice? —La miro y veo que asiente—. Ah, y también la zoisita en bruto más grande que tenga.
Y, cuando veo que Lina se queda donde está y pone los brazos en jarras, sé que se está preguntando cómo pueden encajar todos esos artículos.
—Ah, y un trozo de turquesa, del tamaño de la que usted lleva —le digo al tiempo que señalo su cuello.
La mujer me mira de arriba abajo y asiente brevemente antes de darse la vuelta para reunir los cristales que le he pedido. Los coge de manera tan despreocupada que cualquiera diría que está comprando comestibles en Whole Foods.
—Ah, y aquí tiene una lista de hierbas. —Me meto la mano en el bolsillo y saco el arrugado trozo de papel antes de ofrecérselo—. Es preferible que hayan sido plantadas durante la luna nueva y atendidas por monjas ciegas en la India —añado. Me quedo atónita al ver que ella coge la lista y asiente sin inmutarse.
—¿Puedo preguntar para qué es esto? —pregunta mirándome a los ojos.
Niego con la cabeza. Me ha costado la vida contárselo a Ava, y eso que ella es una buena amiga. No pienso decírselo a esta dama, no importa el aspecto de abuelita que tenga.
—Hum… preferiría no decirlo. —Me encojo de hombros con la esperanza de que respete mi decisión y me los dé, ya que no puedo manifestar lo que necesito: es imperativo que procedan de su fuente original.