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Authors: Federico Moccia

Tags: #Drama, Romántico

Esta noche dime que me quieres (33 page)

BOOK: Esta noche dime que me quieres
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Cinco millones de euros. Sofia se quedó callada. Después habló. Había dejado de llorar y su voz sonaba extrañamente firme:

—O bien yo podría volver a tocar. —Andrea la miró con ternura. ¿Después de ocho años podría volver a ser la pianista que había sido? De todos modos, para alcanzar una cifra como aquélla tendría que dar muchísimos conciertos. Pero no dijo nada. Le dio la sensación de que Sofia estaba decidida—. Por esa operación podría volver a empezar.

Ella se levantó y preparó la comida. Cenaron en silencio, viendo la televisión y casi sin charlar. Después Sofia lo ayudó a meterse en la cama.

—¿Tú no vienes?

—No, no tengo sueño. Me quedaré un rato leyendo en el salón.

Se dieron un beso y ella salió del dormitorio y entornó la puerta. Se sentó en el sillón y volvió a coger aquellas hojas. Las leyó de nuevo, más atentamente, sin emoción, intentando entender bien en qué consistía la operación. Volvía atrás de vez en cuando para releer algo, acudió a Internet para traducir algún término técnico y también para comprobar la veracidad de toda aquella información. En YouTube encontró grabaciones de las operaciones, reportajes aparecidos en los telediarios. Todo era verdad. Desde 1999, aquella sociedad privada, la Berson, trabajaba con células estaminales. Al final lo comprendió todo a la perfección. El objetivo era formar una nueva «mielina», una vaina que permitiera que las neuronas afectadas volvieran a comunicarse. Era arriesgado, pero el Shepherd Center de Atlanta estaba especializado en tratamientos relacionados con la espina dorsal. Era un peligro, pero, al mismo tiempo, una esperanza.

Se levantó del sillón, fue al baño, se desmaquilló, se lavó la cara y los dientes y después se puso el camisón. Apagó las luces y entró de puntillas en el dormitorio. Andrea dormía. Sentía su respiración lenta y tranquila. ¿Estaba soñando? Tal vez con aquella operación. Se deslizó lentamente bajo las sábanas. Poco a poco, se fue acostumbrando a la oscuridad. Empezó a razonar: se planteaba hipótesis, consideraba algunos aspectos, descartaba, evaluaba las consecuencias. Era posible, podía hacerse, no iba a ser un error. Cuando por fin fue capaz de ver todos los detalles con extrema claridad, se quedó dormida.

30

Sofia Valentini tenía memoria fotográfica. Se acordaba con exactitud de imágenes, frases, escenas de películas, momentos de su vida y también de calles. Muchos de sus recuerdos estaban relacionados con algo que la había hecho reír o llorar, con algo extraño o particularmente emocionante. Sus amigas, Lavinia, el propio Andrea, se metían con ella a causa de aquella memoria que la «mantenía siempre tan ligada al pasado» y que, en cierto modo, no le permitía seguir adelante.

—Pero, venga, ¡olvídate de algo!

Ella se reía, bromeaba, pero en el fondo sabía que era cierto. No le costaba nada deshacerse de un jersey, de un vestido o de cualquier otro objeto, pero no conseguía olvidar.

Por aquel motivo, a pesar de que aquel día no había conducido prestando una particular atención, consiguió volver allí con gran facilidad.

Llamaron suavemente a la puerta. El abogado Guarneri se quitó las gafas y dejó el contrato que estaba leyendo sobre la mesa.

—Adelante.

Se abrió la puerta y se asomó Silvia, la secretaria, algo temerosa.

—Perdone…

—Le dije que no quería que me molestaran bajo ningún concepto…

—Sí, lo sé, pero…

El abogado Guarneri la escuchaba con expresión molesta.

—Pero… ¿qué?

—Es que está aquí la señora Valentini. Ha venido por sorpresa. Y he pensado que tal vez fuera oportuno molestarlo…

El abogado Guarneri se levantó de golpe del sillón.

—Hágala pasar a la sala de reuniones. Voy en seguida.

Silvia cerró la puerta. Después exhaló un suspiro. Su trabajo también consistía en saber elegir. Y en aquella ocasión, entonces ya estaba segura de ello, había acertado.

—Por favor, señora, venga conmigo. —Acompañó a Sofia a la sala de reuniones—. Dentro de un instante, el abogado estará con usted. ¿Quiere algo de beber?

—Un café, gracias.

Poco después, Silvia regresó con una bandeja. La dejó sobre la gran mesa, le sonrió y cerró la puerta tras de sí. Sofia notó el aroma del café. Añadió un poco de azúcar, lo mezcló y empezó a beber con lentitud, porque estaba muy caliente.

El abogado Guarneri cogió un bloc, se paró frente al espejo, se arregló la corbata y vio que iba algo despeinado. Se pasó la palma de la mano derecha por encima del cabello y lo estiró hasta colocárselo detrás de las orejas. Entonces sonrió. «¿Qué estás haciendo, Mario? ¿Acaso quieres estar fascinante, gustarle? Ya sabes que no te concierne, ¿no? Las mujeres como ella ni siquiera te ven. Aunque no tengas aún cincuenta años y te ganes bien la vida, aunque, como dicen muchas, seas un hombre guapo. —Entonces suspiró—. Lo que más me molesta es haber perdido la apuesta. Él dijo que vendría hoy, y así ha sido. No hay nada que hacer. Es un psicólogo excepcional, sobre todo con las mujeres.» Cerró la puerta a su espalda y se encaminó hacia la sala de reuniones, consciente de que tendría que representar su papel de abogado y nada más.

—Buenos días, es un placer volver a verla.

Guarneri la saludó besándole la mano. Luego se sentó frente a ella. En seguida notó en Sofia un gran cambio respecto a su primer encuentro. Iba maquillada, llevaba un traje de chaqueta beis muy elegante, medias finas de color miel y unos impecables zapatos de charol de color marrón oscuro y tacón alto. Ya en la anterior ocasión le había parecido una mujer muy interesante, pero entonces se dio cuenta de que era todavía más bella de lo que recordaba. Se fijó en su camisa de seda de color crema; era transparente y dejaba entrever un sujetador de encaje claro.

Sofia advirtió aquella mirada y la buscó con la suya, serena, como diciendo: «¿Va todo bien?» El abogado se ruborizó y en seguida trató de recuperar su imagen profesional. Abrió el bloc y sacó una pluma del bolsillo; la dejó sobre la hoja y juntó las manos.

—¡Bueno! ¿A qué debo esta visita? ¿Y cómo es que viene sin su profesora?

Sofia sonrió.

—También sé tocar sola.

—Sí, sí, por supuesto. —Guarneri vio que aquello no iba a resultarle fácil—. ¿Se ha replanteado nuestra propuesta? Tal vez podamos acordar otras fechas. El festival en Rusia ya ha empezado…

Sofia lo miró con suficiencia.

—¿Me toma por estúpida?

—No es mi intención, en absoluto.

Se quedaron callados.

—Mi precio es de cinco millones de euros, no negociables.

El abogado Guarneri se quedó sin palabras. Nunca se habría imaginado que pediría una cantidad similar. Tragó saliva.

—No estoy autorizado a tomar ninguna decisión de ese tipo. Tengo que… Bueno, sí, tengo que hablar con él…

Sofia se levantó.

—No hay problema. Pero hágalo pronto. —Miró el reloj—. Son las diez. Me gustaría tener una respuesta antes de mediodía.

—No sé si será posible. Quizá no esté en la misma franja horaria.

Sofia esbozó una sonrisa.

—Estará localizable en cualquier parte del mundo. Despiértelo. Será una buena noticia. Le interesa mucho el trato. Simplemente dígale que me lo he pensado mejor y que él tenía razón. Siempre hay un precio.

Sofia se dispuso a marcharse.

—Pero ¿cómo nos pondremos en contacto con usted?

—Él tiene mi número. La verdad, no creo que haya nada de mí que ustedes no sepan. Adiós.

Y salió de aquella sala.

Aquella mañana, Sofia fue al centro. Se regaló una libertad que no experimentaba desde hacía mucho tiempo y, por primera vez, tuvo una sensación extraña. Se sintió como una extranjera, una turista. Le pareció que habían cambiado muchas cosas: los letreros de las tiendas, las dependientas, la gente, los clientes que entraban y salían de Hermés, Bulgari, Louis Vuitton. Se acordó de una película que había visto con Andrea una noche, antes del accidente, y que la había impresionado mucho:
Eyes Wide Shut
. No fue la película en sí lo que la impactó, aunque Stanley Kubrick era excepcional. Lo que la atrajo fue el punto de vista desde el que se explicaba la historia. Había bastado con que aquel día el protagonista, Tom Cruise, saliera de su casa una hora más tarde de lo habitual para que todo lo que siempre le había parecido de una manera le resultara distinto. Todo tenía otra luz y, tal vez, en ciertos aspectos, fuera la verdadera luz. Exacto, aquélla era la misma sensación que ella tenía en aquel momento. Todo había cambiado de repente y, sin embargo, todo era igual. Era como si sus preocupaciones hubieran desaparecido, se encontraba a gusto, iba bien maquillada, llevaba la ropa adecuada. Se sentía libre. Entraba en las tiendas, preguntaba un precio, se probaba un vestido sin sentirse ni observada ni juzgada. Sin que le preocupara. Se sentía segura. Se preguntó por qué tenía aquella sensación. Pero no encontró la respuesta. Sólo sabía que se encontraba bien. Se paró delante de un escaparate, se miró en el espejo, se vio distinta. Aquella impresión que había tenido hacía algún tiempo, la de haber envejecido, había desaparecido. Se gustaba. Entonces sonrió con malicia y lo entendió. Se sintió excitada, como arrastrada por una extraña pasión. Se había liberado del sentimiento de culpa. Tenía permiso para ser infiel. La mirada de un hombre se cruzó con la suya en el espejo y él le lanzó un piropo con una simple sonrisa. Después no volvió a mirarla, se perdió entre la multitud, como si supiera que aquella mujer ya estaba comprometida. Tenía una cita de cinco millones de euros. Y, en aquel momento, sonó su móvil.

31

La secretaria la acompañó hasta la habitación y le abrió la puerta.

—Por favor, pase.

Sofia entró. La puerta se cerró a su espalda. Frente a ella estaba el abogado Guarneri. Sentado en un sofá lateral, había otro hombre al que ya conocía: Gregorio Savini.

Guarneri se levantó.

—Buenos días. —Dio la vuelta a la mesa—. Por favor, nos sentaremos aquí. —Le indicó un sillón situado delante de ella y él tomó asiento en el otro. Gregorio Savini estaba sentado entre los dos y, cuando Sofia Valentini pasó por delante de él, se levantó y le tendió la mano.

—Es un placer volver a verla.

Ella le devolvió el saludo:

—Gracias.

El abogado Guarneri llevaba un bloc y varias hojas de apuntes.

Gregorio Savini le sonreía. A saber en lo que estaba pensando. Tal vez en que, al final, al igual que las demás, ella también había aceptado. Sólo había sido una cuestión de dinero. Pero Sofia sabía que no era así. Aquel dinero serviría para empezar una nueva vida.

—Bien… —Guarneri tomó la palabra—, me alegro de que podamos llegar a un acuerdo.

Sofia precisó:

—Lo cierto es que es una petición no negociable.

Guarneri levantó una ceja.

—Sí, sí, claro… —Gregorio Savini bajó la mirada. Seguía sonriendo. El abogado cogió unas hojas y se las pasó a Sofia—. Pero me gustaría que leyera esto, es una formalidad para que quede todo claro.

Sofia permaneció inmóvil.

—Mire, todo esto me parece ridículo. Les he hecho una petición y ha sido aceptada. Cinco millones de euros a mi cuenta. Que ahora además haya un contrato me parece demasiado. Haré lo que quiera. No hay nada que discutir.

—Sí, pero…

Savini levantó la mano para detener su intervención. El abogado calló de inmediato y le cedió a él la palabra.

—Señora… —le dedicó una sonrisa—, es sólo para que no haya ningún tipo de problema, para que quede más claro.

Sofia, a su vez, sonrió.

—Paga por follar conmigo, no puede estar más claro. Y ése es mi precio.

—Me parece que no es exactamente así. Quiere cinco días. Un millón de euros por cada uno de ellos. Usted decide dónde, usted decide cuándo.

—Sí, pero ¿cómo lo hago yo para desaparecer cinco días? Resultará extraño.

—No se preocupe. Se le proporcionará una coartada completa. Habrá varios conciertos durante esos días. Aparecerán artículos y noticias que harán que todo sea creíble. Serán cinco conciertos grandiosos, tanto como para que se paguen con cinco millones de euros.

—Naturalmente, sólo iré cuando vea el dinero en la cuenta.

El abogado Guarneri intervino de nuevo:

—Sí, de hecho tiene que decirnos en qué cuenta lo quiere.

—En la mía. Me imagino que ya deben saber cuál es; y si aún no lo saben, sólo tardarán un segundo en averiguarlo. —Miró a Savini; después continuó—: Bien, creo que nos lo hemos dicho todo. Queda claro que después de esos cinco días yo ya no estaré obligada a nada. Ustedes no se pondrán en contacto conmigo y yo no volveré a verlo nunca más.

Savini le sonrió.

—A menos que usted quiera…

Sofia se quedó un instante en silencio. Era verdad, él no la había vuelto a buscar. Había sido ella quien lo había hecho. Por primera vez, Sofia también sonrió con sinceridad.

—Tiene razón. A menos que yo quiera.

Le dio la mano a Savini. Después saludó al abogado con un gesto y salió.

Guarneri volvió al escritorio.

—No ha firmado nada. ¿Y si luego decide cambiar de idea?

Savini se sirvió un poco de agua.

—Es una mujer de palabra.

—¿Y si te equivocas?

Savini lo miró con una expresión divertida.

—Tú dijiste que no iba a volver.

En cambio, él estaba seguro de lo contrario.

—Es verdad. Lo habéis hecho bien.

Savini terminó de beber.

—Yo encontré la noticia. Pero después él fue más lejos.

32

Sofia se levantaba temprano por la mañana y se iba a correr al parque. Volvía, se metía en la ducha, desayunaba con Andrea y volvía a salir en seguida. Paseaba mucho, iba al centro, se divertía. Se sentía ligera en aquella nueva dimensión, como una persona que espera una cita importante a la que sabe que no puede faltar. De vez en cuando se paraba delante de las tiendas más elegantes, se quedaba mirando algún vestido del escaparate y al final entraba y se lo probaba. Desfilaba, se miraba en el espejo, preguntaba el precio. Siempre le parecían demasiado caros. Una vez le entraron ganas de reír.

«¿Caros? Pero si dentro de poco voy a tener cinco millones de euros…»

Aquel día también salió de la tienda sin comprar nada. Aquel dinero no era para ella. Por eso podía aceptarlo. Había mencionado el tema en casa para preparar el terreno:

—¿Te acuerdas de Olja, mi profesora?

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