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Authors: Federico Moccia

Tags: #Drama, Romántico

Esta noche dime que me quieres (37 page)

BOOK: Esta noche dime que me quieres
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—Tendrás que ocupar mi lugar a partir de hoy, tengo que estar completamente a la altura de esos cinco conciertos.

—Lo haré encantada, Sofia.

Se despidieron. Ekaterina se quedó mirándola, quieta en medio de la plaza, un poco envidiosa por la espléndida oportunidad que se le había presentado.

La mañana anterior a su partida, empezó a preparar las maletas. Tal y como la asistente del abogado Guarneri le había sugerido, cogió los vestidos que llevaba en las filmaciones que había visto en el despacho. Se los probó, todavía le quedaban bien. Tal vez ya no tocara como entonces, pero por lo menos no había engordado. Por la noche abrieron uno de los vinos blancos que había comprado, un Pinot Blanco Penon Nals Margreid, y comieron en silencio unos espaguetis con marisco seguidos de un excelente dentón al horno. Después, con tierna naturalidad, acabaron en la cama.

—Mmm, ¿sabes que lo que has hecho para cenar estaba riquísimo?

—¿De verdad te ha gustado o me estás tomando el pelo?

Sofia buscó la mirada de Andrea.

—En serio, te lo juro. La verdad es que estoy preocupado. ¡Nunca habías cocinado tan bien!

Ella le dio un empujón.

—Idiota. He hecho platos mucho mejores que los de esta noche, pero eres como todos los hombres…

—¿Qué quieres decir?

—Que cuando no lo tenéis todo bajo control, empezáis a daros cuenta de lo que podríais perder…

Andrea la miró con más atención.

—¿Por qué…? ¿Voy a perderte?

—Si hablas mal de cómo cocino, te la estás jugando.

—Siempre has sido la mejor cocinera de todas las que he conocido.

—No digas mentiras… —Sofia bajó de la cama y cruzó la habitación. Bajo la luz pálida de la luna su cuerpo se veía esbelto, sus senos llenos y redondos, las nalgas estrechas, fuertes, musculosas.

—Me estoy volviendo a excitar…

—Tenemos que dormir. Mañana salgo temprano…

Entró en el baño.

Andrea oyó correr el agua.

—Ya te echo de menos.

Sofia levantó la voz desde el lavabo.

—He dicho que nada de mentiras.

—¡Pero es verdad! —Sofia volvió al dormitorio y se tendió a su lado. Andrea extendió la mano y le acarició las piernas—. ¿Has cogido ropa bonita?

—Sí… Los vestidos para los conciertos y también ropa más sencilla.

Él siguió acariciándola, cada vez más arriba.

—¿El pasaporte?

—Está en la mesa del recibidor.

Subió un poco más y ella estiró las piernas. Oyó su suspiro, pero, con una sonrisa, continuó hablando:

—¿Has cogido algún jersey? A lo mejor hace frío.

—Sólo uno… Hará calor…

Andrea notaba cómo respondía al contacto de sus dedos.

—¿Me llamarás?

—No va a ser fácil. Me han dicho que me darán un móvil porque allí las líneas fijas no van muy bien. Además, nos moveremos a menudo, por lo que he entendido…

—Ah… —Andrea seguía acariciándola. Ella suspiró y cerró los ojos—. Ponte encima de mí… —En un instante, Sofia se colocó encima. Andrea la cogió con fuerza por las caderas—. Te echaré de menos, cariño.

—Yo a ti también…

Empezó a moverse cada vez más de prisa encima de él, empujó con fuerza el vientre hacia abajo. Estaba muy excitada. Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y alcanzó el clímax al mismo tiempo que él y dando pequeños gritos. Permanecieron quietos, en aquella cama deshecha de amor, para recuperar poco a poco las fuerzas.

Entonces Andrea habló:

—Cariño, durante estos días, cuando te he oído tocar de nuevo, me he emocionado. Ha sido precioso. Es una lástima que hayas perdido todo este tiempo.

—Tal vez todo lo que nos está pasando se deba a mi renuncia.

—Ya lo verás, tocarás muy bien. Serán cinco conciertos espectaculares. Ya no podrás detenerte.

Sofia lo miró en la penumbra de la habitación.

—Cariño, hablaremos de ello cuando vuelva.

—Sí. Tienes razón.

Un rato después, Andrea se durmió. Sofia preparó las últimas cosas, metió algo más de ropa en la maleta y volvió a la cama.

«Será tu nueva vida.»

«¿Qué ocurrirá a lo largo de estos cinco días?» Miró el reloj. Mañana a aquella hora estaría con él. Y empezó a sentir una extraña excitación. Fue como regresar a la infancia, a cuando se acercaba el momento de ir de vacaciones a la playa. Se reencontraría con sus amigos y, sobre todo, con un chico que le gustaba mucho y que sólo veía en verano. Notó que estaba emocionada, como a menudo le sucedía la noche antes de un concierto. No era sólo miedo o curiosidad. Sus conciertos eran un desafío, algo que tenía que llevar hasta el final de la mejor manera. Pero aquella vez se trataba de un reto distinto, con una compensación sin precedentes: cinco millones de euros. Ya estaban en su cuenta. Luego pensó en el porqué de aquel dinero. Entonces se sintió más segura, más relajada. Sólo cinco días con un hombre desconocido. ¿Qué podría perder? Pero aquella última pregunta no tenía respuesta. Así que al final ella también se durmió.

37

—Ha llegado el taxi. —Andrea corrió la cortina.

—Adiós, cariño. —Sofia se agachó sobre él, le dio un beso y luego le sonrió. Cogió la maleta, el neceser de mano y salió sin volverse. Al verla llegar, el taxista bajó del coche y colocó el equipaje en el maletero.

Sofia levantó la cara. Andrea estaba detrás de la ventana y movió la mano para saludarla. Ella le dedicó otra sonrisa y entró en el taxi. Un instante después, doblaron la esquina y desaparecieron, confundidos entre el tráfico. El taxista la miró por el retrovisor.

—¿Adónde vamos?

—Al aeropuerto de Fiumicino, por favor.

Sofia se recogió el pelo mientras circulaban. Lentamente, se hizo dos trenzas y las ató con unas gomas. Aquello le sirvió para engañar al tiempo hasta el aeropuerto. Después, pagó y bajó del vehículo. Encontró sin problemas el mostrador de la compañía aérea. Entregó el pasaporte y cargó las maletas en la cinta. Pasó el control de seguridad y se puso a dar vueltas por las tiendas esperando a que llegara la hora de su vuelo. Entró en una librería. Eran pocas horas hasta llegar a Abu Dabi, pero no sabía cuánto más tendría que volar después. Un libro le permitiría afrontar el viaje con más tranquilidad, la distraería. «¿Por qué no lo habré pensado antes? Tengo la casa llena de libros, muchos de ellos pendientes y que me gustaría leer.» Así que entró en la librería, dio una vuelta, miró algunos títulos y al final se decidió por un viejo clásico: Ana Karenina. Le habían hablado muchas veces de él, pero no se lo había leído nunca. Quién sabe lo que encontraría en aquel libro, tal vez una señal, algo relacionado con lo que iba a vivir. Pagó y salió. Se guardó el libro en el bolso y siguió mirando escaparates. Se distrajo contemplando unos bonitos bolsos. «Si viajara más a menudo, me compraría esa maleta con ruedas de Prada. Es preciosa y parece amplia además de cómoda. —La cerró—. Pero ¿cuándo tendré la oportunidad de volver a viajar?»

Se detuvo frente a una tienda de bañadores y pareos. En el escaparate había una foto de una playa blanquísima. «¡Es verdad! No he traído ningún pareo. Total, voy a estar sola con él. Si acaso le diré que me deje una camisa. —Entonces se echó a reír ella sola—. Bueno, me parece que lo del pareo debería ser la última de mis preocupaciones.» Pero, durante un momento, volvió a sentirse como una joven de diecisiete años que sale de casa por primera vez, que tiene mil temores, mil incertidumbres, que cree que no lo ha metido todo en la maleta y que seguro que se ha olvidado de algo fundamental para sus vacaciones. «¿Vacaciones? —Sofia acabó delante de un gran espejo. Se miró—. Tú no estás de vacaciones. No te vas de viaje para disfrutar de unas vacaciones. Te vas con él para hacer lo que él quiera, lo que desee, todo lo que pueda querer de ti por cinco millones de euros. Cinco días. Cinco días podrían durar muchísimo, podrían parecer infinitos; podrías no soportarlo, detestarlo. ¿Sofia? Pero ¿por qué te engañas? Es un hombre guapísimo, te gusta, te fascina, te excita. Lo que quieres es justificarte. Y no sólo eso: incluso te paga demasiado por acostarte con él. Pero ¿crees que todo esto él no lo sabe? Una persona que lo sabe todo de ti, tus secretos, tu cuenta corriente, que tiene tus fotos del pasado, de todos tus conciertos, ¿cómo quieres que no sepa eso también?»

Justo en aquel momento, oyó la llamada para su vuelo. Se dirigió rápidamente hacia la puerta de embarque, le mostró el billete y el pasaporte a la azafata y ésta la hizo pasar. Una vez a bordo, buscó su asiento y se acomodó en la gran butaca que tenía reservada en primera clase. Un asistente de vuelo se acercó para ofrecerle periódicos y una copa de champán.

—Gracias.

En cierto modo, aquellas «particulares» vacaciones acababan de empezar. El avión se separó del
finger
, se alejó por la pista, se situó en espera de su turno y luego hizo una pequeña curva y avanzó con lentitud. Los motores empezaron a rugir, cogió velocidad y, un momento después, estaba en el aire. Sofia vio el mar; las olas rompían en la playa, algunas se encrespaban en la costa. Poco después estaba entre las nubes. Cogió el libro del bolso, empezó a leer y se relajó. Las palabras discurrían veloces y le servían para distraerse. Le gustaba aquella escritura clásica.

Un rato más tarde, metió el billete en medio del libro y lo puso en el reposabrazos de la butaca. Cerró los ojos y se durmió. De repente, un ruido la despertó. Se agarró con fuerza a los reposabrazos. Miró a su alrededor. Todos estaban serenos y tranquilos. Exhaló un suspiro: nada, no pasaba nada raro, simplemente estaban aterrizando.

Bajó del avión, esperó las maletas y buscó la salida.

«¿Y ahora? ¿Cómo encontraré a quien me esté esperando? Y, sobre todo, ¿habrá alguien esperándome? A lo mejor me ha gastado una broma. ¡Y si me quedo cinco días aquí, en el aeropuerto! ¡Sería una broma de cinco millones de euros!»

—¿Señora Valentini?

—Sí.

Un hombre muy elegante, con traje oscuro y corbata azul, le sonrió mientras extendía los brazos para alcanzar sus maletas.

—La estábamos esperando. Por favor, permítame.

—Sí, gracias.

El hombre le indicó el camino.

—Por aquí. ¿Ha ido bien el viaje?

—Sí, muy bien.

—¿Desea algo, quiere un café?

—Si puede ser, un poco de agua…

—En el coche podrá tomar lo que quiera.

Una vez fuera del aeropuerto, un vehículo se acercó a la acera. Su acompañante le abrió la puerta.

—Por favor.

Sofia subió al coche y él cerró la portezuela. El hombre colocó el equipaje en el maletero y se sentó en el asiento del conductor que el chófer acababa de dejar libre. Una vez al volante, se puso el cinturón de seguridad y colocó la palanca del cambio automático en la posición D. El gran Mercedes S 5000 comenzó a circular en silencio.

—En la nevera que hay frente a usted encontrará todo lo que le apetezca. En el armario pequeño de abajo hay botellas de agua a temperatura ambiente y vasos.

Sofia abrió la nevera y cogió una botella de agua mineral. El Mercedes giró en una curva y se detuvo frente a una verja. Después de dejarla atrás, siguió su sigiloso camino hasta llegar delante de los hangares. En el centro de la pista había un jet G200 Gulfstream de lujo. El conductor bajó y le abrió la puerta.

—Por favor. Hemos llegado. —Sofia descendió del coche y se quedó desconcertada por el calor que hacía en aquel lugar. Al fondo de la pista brillaban algunos reflejos lejanos, parecían horizontes desenfocados sobre un gran desierto—. Es el calor, señora. —El hombre le sonrió y la acompañó cargando con sus maletas. Se detuvo delante de la pequeña escalera—. Por favor.

Justo en aquel momento una azafata apareció en la puerta del avión.

—Buenas tardes. —Sofia empezó a subir la escalerilla. La azafata le sonrió mientras la saludaba con una pequeña inclinación—. ¿Dónde quiere sentarse?

—Ah, aquí está bien.

Era un avión más grande que el del viaje a Verona, pero igual de elegante. El gusto de la decoración se apreciaba hasta en los más mínimos detalles. La tripulación era distinta. El comandante se presentó.

—Hola. Cuando quiera nos vamos.

Sofia sonrió y se encogió de hombros.

—Por mí ya nos podemos ir.

—Pues entonces despegamos. Usted es nuestra única pasajera.

Desde tierra, el conductor del coche la llamó:

—Si tiene que coger algo de su equipaje, ellos saben dónde está. Buen viaje.

Después quitaron la escalerilla y la puerta se cerró. Sofia se sentó en una gran butaca en medio del avión. Estaba junto a la ventanilla y al lado tenía un mueble bajo donde podía dejar el bolso. Se abrochó el cinturón. El avión se movió despacio; poco a poco, aceleró y levantó el vuelo. Ningún ruido. Nada. Era extremadamente silencioso.

Sofia vio que el Mercedes oscuro cruzaba la verja; después, una larga carretera en medio del desierto y palmeras cada vez más pequeñas. Al cabo de unos segundos, estaban ya en el cielo. El avión giró hacia la izquierda y se encaminó hacia el sol. Sofia notó que la potencia de los motores aumentaba; luego, nada. El aparato volaba atravesando brevísimos estratos de nubes y sólo ellas le daban una idea de lo rápido que iba.

La azafata se le acercó.

—Si quiere puede desabrocharse el cinturón. No encontraremos turbulencias.

—¿Cuánto falta para llegar, según usted?

—Bueno… Tenemos el viento a favor. El viaje será largo, pero haremos todo lo posible para que ni se dé cuenta.

Le habría gustado decirle: «Sí, pero ¿adónde vamos?» Sin embargo, ya sabía que como respuesta sólo habría encontrado una sonrisa. Decidió preguntarle sólo lo que la azafata podía decirle.

—¿Hay baño?

—Oh, claro. Tenemos dos. Puede usar el que está al fondo, a su espalda. —Sofia se levantó, la azafata la dejó pasar—. No lo dude, si necesita cualquier cosa, llámeme.

—De acuerdo, gracias.

Sofia abrió la puerta del baño. Tenía azulejos de mármol negro atravesados por vetas ligeramente más claras, un gran espejo, una ducha y una bañera de hidromasaje. El lavabo era de estilo japonés. En el otro lado había toallas blancas de lino. Cerró la puerta, se puso delante del espejo, se lavó las manos y se peinó. En aquel momento descubrió a su espalda un gran albornoz blanco, suave, esponjoso. Se acercó. Llevaba una «S» bordada. Debajo había unas zapatillas; se las probó. Naturalmente, eran de su número.

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