No quería hablar de ello, pero Salva vino a verme. Bueno, en realidad fue su padre quien tenía negocios que tratar con papá, y él decidió apuntarse, impresionado por las noticias que le dio la florecita traidora de Margarita.
Mamá preparó limonada y nos la sirvió en la cocina. Luego se fue al salón pretextando que tenía algo que hacer. Nos dejó solos a propósito, «para que podáis hablar», dijo, y se marchó sonriente, convencida de que ahora todo se arreglaría como por arte de magia.
Salva tenía la mirada fija en el vaso de limonada, donde flotaba un iceberg en miniatura. Me preguntó si me encontraba bien. Le dije que sí, gracias. Me preguntó si volvería al insti. Le dije que el curso que viene. Me dijo qué suerte, tía, cómo mola perder un curso. Le solté una mirada furibunda, a la que él contestó con un sermón sobre la cantidad de cosas inútiles que tenía que estudiar y el poco tiempo que le quedaba para dedicarse a sus aficiones, que son el fútbol, los videojuegos y dormir, según sus palabras. Luego se quedó callado otra vez, mirando el iceberg a punto de desaparecer en el líquido ligeramente amarillento. Después de un silencio que me pareció muy largo y muy incómodo, confesó:
—Yo no quería venir, pero mi padre me ha obligado.
—Yo tampoco quería verte —contesté.
Fue un alivio. Hubiera sido horrible que viniera a disculparse o que estuviera arrepentido por lo que pasó, porque 1 yo no estoy (ni estaré nunca) dispuesta a perdonarle. Así que final de la representación.
Le dejé en la cocina, en la fresca compañía del medio litro de limonada que aún quedaba en la jarra, y me encerré en mi habitación.
Lo mejor de todo es que no pasó nada. No lloré, no me puse histérica, no sentí tristeza, ni nostalgia, ni rabia. Me dio lo mismo. Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. La visita de Salva sirvió, por lo menos, para darme cuenta de eso.
He releído lo que escribí hace un par de días y me he dado cuenta de que interrumpí de un modo demasiado repentino mi relato de lo ocurrido entre Salva y yo la noche de la traición. Bueno, y también entre el bueno de Manu y su novia, la flor venenosa. Aunque cualquiera puede imaginarse cómo acabó la historia, supongo.
Aquella tarde de octubre, Margarita no había ido con sus padres a ninguna parte, como nos dijo. Se había puesto un tanga de color fucsia en cuyo diminuto triangulito delantero se podía leer:
I'm the best
. Creo que el plan fue idea de ella y que Salva se limitó a fingir que estaba constipado y a esperarla vestido con sus mejores bóxers y su mejor camiseta (por supuesto, de marca).
El resto, no quiero imaginarlo. Margarita la experta debió de desplegar todos sus conocimientos para él. Y me imagino que Salva, que era mucho menos especial de lo que yo creía, aceptó las lecciones con entusiasmo. Debió de ser un alumno muy aplicado.
El resultado fue repugnante. Manu —a quien en la escena anterior dejé recorriendo el pasillo en dirección al dormitorio— tropezó con Margarita, casi desnuda (solo llevaba el tanga), en la habitación de Salva. Se quedó tan asombrado que ni siquiera le salieron palabras de reproche. Yo preferí ahorrarme el espectáculo y me quedé en el recibidor mirando a Salva a los ojos, plenamente consciente de que en aquel instante estaba perdiendo de un golpe al único chico del que me había enamorado y a mi mejor amiga.
No está mal para una sola noche.
De lo que estoy más orgullosa es de no haber derramado ni una sola lágrima delante de él. Lloré, sí, y mucho, al llegar a casa. De hecho, me pasé llorando todo el día siguiente, que era el de la fiesta de la Hispanidad. Mis padres veían en la tele el desfile militar, con sus autoridades anquilosadas en la tribuna y sus centenares de soldados marcando el paso, y yo no podía dejar de berrear y berrear, como si fuera una pacifista desesperada ante semejante espectáculo.
Lo peor llegó al segundo día, en el instituto, cuando tuve que soportar encontrarme a la traidora cara a cara, guardando sus cosas en la taquilla que queda justo al lado de la mía. Intentó hablarme al menos cuatro veces, pero todas ellas le di la espalda y la dejé con la palabra en la boca. No tenía nada en absoluto que decirle, ni me interesaban sus explicaciones.
Con Salva fue aún peor. Esperé alguna llamada o algún correo electrónico en el que intentara disculparse. Pero no llegó. Ni al día siguiente, ni al otro, ni más allá. Tuve que reprimir muchas veces mis ganas de llamarle o escribirle, solo para decirle que había sido un traidor y un cobarde. Conseguí no hacerlo. A veces, la indiferencia es lo mejor. Fingir que las cosas no te importan lo más mínimo, aunque te estén matando por dentro. Lo logré con mucho esfuerzo.
Al fin, dieciséis días más tarde, recibí un correo electrónico de Salva que decía:
Siento muchísimo haberte hecho daño. Me gustaría que pudiéramos volver a ser amigos. Un beso. Salva.
Una vez leí que ofrecer amistad a quien te ama es como ofrecer arena a quien tiene sed.
Por supuesto, pensé en contestar el mensaje de Salva. Decirle, por ejemplo:
Querido idiota:
Nunca podré ser tu amiga porque estaba loca por ti. De hecho, nunca podremos volver a ser nada de nada. Ni siquiera quiero que me dirijas la palabra.
Ya tenía escrito el correo, pero luego lo pensé mejor y lo borré.
Estoy muy orgullosa de haberlo hecho.
Ah, por si a alguien le importa: Margarita y Salva no duraron ni quince días. Creo que desde entonces ella ha tenido por lo menos tres novios más. Manu fue a explicarle su terrible desengaño a una prima de Margarita (que llevaba por lo menos tres años enamorada de él) y a las dos semanas salían juntos. Que yo sepa, Salva sigue solo.
Aunque ya me da lo mismo.
De verdad.
WEIRDO:
Toc toc.
OSCURA:
Hola?
WEIRDO:
Gracias por aceptarme.
OSCURA:
De dónde has sacado mi dirección de correo?
WEIRDO:
De tu perfil.
OSCURA:
Ah. Sí?
WEIRDO:
No la pusiste tú?
OSCURA:
No me acordaba, perdona.
WEIRDO:
Solo quería decirte que leo tu blog todas las noches y que creo que escribes muy bien.
OSCURA:
Gracias.
WEIRDO:
Al principio pensé que era una novela o algo así.
OSCURA:
En serio?
WEIRDO:
Sí.
OSCURA:
Vaya…
WEIRDO:
Escribes muy bien, de verdad. Tienes una garra especial. No has pensado nunca en ser escritora?
OSCURA:
Sí… alguna vez… Pero no creo que pueda.
WEIRDO:
Por qué no?
OSCURA:
No sé. Para ser escritor hay que tener un talento especial.
WEIRDO:
Yo creo que tú lo tienes.
OSCURA:
De verdad?
WEIRDO:
Estoy convencido.
OSCURA:
La verdad es que escribo desde muy pequeña.
WEIRDO:
Lo ves? Ya eres escritora!
OSCURA:
No, no. Solo aficionada.
WEIRDO:
Deberías tomarte más en serio.
OSCURA:
El qué?
WEIRDO:
A ti misma.
OSCURA:
Ah…
WEIRDO:
No has pensado en estudiar literatura?
OSCURA:
Me encantaría. Pero no puedo.
WEIRDO:
Por qué no?
OSCURA:
Estoy haciendo el bachillerato social. Voy a estudiar Derecho.
WEIRDO:
Derecho? No suena demasiado divertido.
OSCURA:
La verdad es que no.
WEIRDO:
Te gusta el Derecho?
OSCURA:
No sé. No creo.
WEIRDO:
Entonces, por qué vas a estudiarlo?
OSCURA:
Es lo que quiere mi padre.
WEIRDO:
Tu padre? Tu padre es abogado?
OSCURA:
Empresario.
WEIRDO:
Perdona, pero no entiendo nada.
OSCURA:
Necesita abogados para sus empresas. Mis hermanos mayores trabajan con él. El resto terminaremos igual. No hay elección.
WEIRDO:
Pero no te gusta! Y tú eres escritora…
OSCURA:
Bueno, aún no sé qué soy.
WEIRDO:
Qué hace una escritora trabajando como abogada de empresa?
OSCURA:
Igualmente, mi padre dice que escribir es morirse de hambre.
WEIRDO:
Por qué no le dices a tu padre que se equivoca?
OSCURA:
Y si no se equivoca?
WEIRDO:
No puedes saberlo si no lo intentas.
OSCURA:
No es fácil contradecir a mi padre.
WEIRDO:
Deberías intentarlo.
OSCURA:
Escribir es un sueño.
Los sueños no se hacen realidad.
WEIRDO:
No, si no luchas por ellos.
OSCURA:
Parece fácil.
WEIRDO:
No. Pero posible, seguro.
OSCURA:
De verdad te gusta lo que escribo?
WEIRDO:
Creo que eres buena.
OSCURA:
No crees que exageras un poco?
WEIRDO:
No.
OSCURA:
Gracias, de todos modos. Prometo pensar lo que me has dicho.
WEIRDO:
Bien. Me dirás lo que has decidido?
OSCURA:
Por supuesto.
WEIRDO:
Oye… Quería decirte que me pareces muy valiente.
OSCURA:
Ah. Gracias.
WEIRDO:
Y que creo que hiciste lo correcto.
OSCURA:
De qué me hablas?
WEIRDO:
De tu exnovio. De Salva.
OSCURA:
Ah.
WEIRDO:
Creo que él se comportó como un cerdo.
OSCURA:
Oye, siempre te metes en la vida de la gente a la que no conoces de nada?
WEIRDO:
No, nunca lo había hecho.
OSCURA:
Menos mal.
WEIRDO:
Te molesta que te diga estas cosas?
OSCURA:
Es un poco raro.
WEIRDO:
Tengo la impresión de que te conozco desde hace mucho tiempo. Perdona…
OSCURA:
Por el blog…
WEIRDO:
Claro, soy lector tuyo, recuerda. Conozco todos tus secretos.
OSCURA:
Comienzo a arrepentirme de haberlos escrito.
WEIRDO:
Por qué?
OSCURA:
Me da vergüenza.
WEIRDO:
Por qué?
OSCURA:
Igual debería medir un poco más mis palabras.