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Authors: John Darnton

Experimento (13 page)

BOOK: Experimento
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Dio media vuelta lentamente y miró hacia tierra. Observó que la puerta de la cabaña había saltado de sus goznes y caído hacia dentro. Avanzó cautelosamente hasta la pequeña edificación, se inclinó bajo la ventana y alzó la cabeza para mirar al interior.

¡Un ordenanza! Estaba sentado en la cama, de espaldas a Skyler. Incluso desde detrás, el grueso cuello y los amplísimos hombros daban al hombre el aspecto de matón. Permanecía inmóvil, como si esperase a alguien. ¡Me espera a mí!, comprendió de pronto el chico.

Echó un rápido vistazo al resto de la habitación. No se veía a Kuta por ninguna parte. Y todo parecía estar como siempre, salvo la puerta y una alfombra que yacía arrugada en un rincón.

Retrocedió sigilosamente, dio media vuelta, echó a correr y siguió corriendo una vez se hubo adentrado en el bosque. Han venido. O sea que alguien me había visto por aquí. Tyrone. Pero... ¿qué habrá sido de Kuta? ¿Le habrán hecho algo? Temía que así hubiera sido. Aquellas personas, a las que llevaba toda su vida conociendo, en las que había confiado y a las que incluso había querido, eran monstruos. Capaces de todo. Pero ¿por qué? ¿Qué pretenden? ¿Y por qué mataron a Julia? ¿Qué descubrió Julia en el ordenador?

El instinto de conservación le decía muy claramente que lo mejor era correr. Y corrió, como un animal perseguido. Volvió sobre sus pasos y al cabo de poco divisó de nuevo las luces de los barracones. Cuando llegó al borde de la pradera, se detuvo para ver si detectaba indicios de movimiento. No. Luego escrutó las sombras del borde de los bosques, al otro lado de la pradera. No vio nada inquietante y comenzó a avanzar.

Una vez a descubierto, volvió a sentirse vulnerable, pero esta vez la sensación llegaba acompañada por el miedo y la certeza de que el peligro era real y estaba cerca. Se detuvo un momento para mirar en torno. Siguió sin ver nada. Reanudó la marcha reprendiéndose por no haber dado el rodeo por el bosque. De pronto el corazón se le aceleró y todos sus sistemas de alarma se dispararon. Se tiró de bruces al suelo y, tras unos instantes, alzó lentamente la cabeza y miró en todas direcciones. De nuevo nada, sólo el susurro del viento entre la hierba. Los murciélagos habían desaparecido y las estrellas parpadeaban en el negro cielo de terciopelo.

Se puso en pie y reanudó la caminata, ahora con la vista al frente y confiando en el oído para cubrir la retaguardia. El miedo se volvió a disparar y no tardó en convertirse en pánico. Skyler apretó primero el paso y luego echó a correr a toda velocidad, aunque resultaba difícil hacerlo por el terreno desigual. Cuanto más corría, más asustado se sentía y más se esforzaba por olvidarse de todo lo que lo rodeaba y concentrarse exclusivamente en el camino que tenía por delante.

De repente, a su derecha, una sombra surgió de entre la hierba. Un ligero movimiento y luego un ruido, un ronco gruñido. Sin dejar de correr, Skyler se volvió justo a tiempo de ver un cuerpo peludo que se lanzaba hacia él y unos dientes blancos que relucían bajo la luz de la luna. Era un perro que se abalanzaba furioso hacia su garganta. El gruñido se hizo más intenso y Skyler notó un desgarrón en el brazo. Sin darse cuenta de lo que hacía, levantó la mano armada con el cuchillo, la subió en el aire y la hoja fue a hundirse profundamente en el peludo cuello. Su filo rebanó la yugular del animal. Cuando éste cayó al suelo ya estaba muerto. Las patas traseras se estremecieron, los pulmones se vaciaron y un postrer gemido escapó de su garganta. La sangre manaba a borbotones sobre el suelo.

Skyler retrocedió un paso y se quedó mirando atónito el cadáver del animal. Se tocó el hombro. Tenía la camisa desgarrada y el brazo le sangraba, pero la mordedura era superficial. Había tenido una suerte increíble. Miró a su alrededor y dio media vuelta. Luego echó a correr de nuevo, llegó al extremo de la pradera y se adentró en el bosque.

Siguió corriendo hasta que los pulmones le dolieron. Había reconocido al perro. Lo había visto con otros de su raza tras la alambrada de la perrera que había cerca del alojamiento de los ordenanzas. Probablemente, el animal que lo había atacado llevaba rato siguiendo su rastro. Ahora Skyler se preguntaba si no habría otros perros buscándolo. De ser así, él les había facilitado la tarea al dejar un claro rastro tras de sí. Llegó a un sendero y, ya a paso normal, tomó dirección norte, hacia el bosque.

Al cabo de un cuarto de hora llegó a un terreno despejado, largo y estrecho, en el que la hierba crecía corta. En un extremo se alzaba un gran cobertizo metálico. Skyler reconoció inmediatamente el lugar, era la pista de aterrizaje. Pero... ¿cómo había llegado hasta allí? Debía de haberse extraviado. Estaba hecho un lío, y demasiado exhausto para orientarse, corregir su error y volver a poner distancia entre él y sus perseguidores. Caminó hacia la pequeña puerta lateral del hangar. Hizo girar el tirador y le sorprendió que la puerta se abriera.

El interior estaba en tinieblas, pero Skyler encontró a tientas el interruptor y lo accionó. Incluso en reposo, la larga y esbelta avioneta daba sensación de poder y de ansias de volar. Las ruedas del tren de aterrizaje estaban inmovilizadas con calzos. Skyler abrió la portezuela metálica situada en un costado del aparato, volvió junto al interruptor para apagar la luz y, ya a oscuras, regresó a la avioneta. Una vez dentro, cerró la portezuela a su espalda y comenzó a gatear. Al fondo del aparato encontró una pequeña recámara metálica en la que había dos pequeñas maletas. Se metió en ella, encontró a tientas una lona y se la echó por encima.

Se quedó inmóvil escuchando su agitada respiración entre las sombras. De cuando en cuando, le vencía el sueño, pero a los pocos momentos respingaba y abría los ojos porque le parecía haber oído unos ladridos. Pero no podía estar seguro. ¿Eran realmente ladridos? Y, de serlo, ¿se acercaban o se alejaban? O tal vez el cansancio estaba alterando sus percepciones y lo que oía eran los ecos de lo que sus oídos habían percibido hacía unas horas.

CAPÍTULO 8

—Y bien, ¿por dónde ibamos? —preguntó Tizzie sujetando la copa de chardonnay por el pie y mirando a Jude a los ojos.

—Vamos a ver —dijo Jude tras dar un sorbo a su whisky—. Me estabas hablando de los estudios hechos en Minnesota. Ayer, después de charlar contigo, me fui a la biblioteca y me informé más acerca de algunos de ellos.

-¿Y...?

—Tenías razón. Crean adicción. Comprendo por qué los científicos se sienten atraídos por ellos.

—No sólo los científicos. Los escritores y poetas también. Shakespeare y Dostoievski, sin ir más lejos.

—Lo comprendo. Son historias apasionantes, que parecen salidas de
Las mil y una noches
. Lo de los dos gemelos japoneses separados que contrajeron tuberculosis en las mismas fechas. Y los dos eran también tartamudos...

—Kazuo y Takua.

—Exacto. Y uno llegó ser sacerdote cristiano y el otro se dedicó a robar y terminó en prisión.

—Y pese a ello, en el fondo, los dos eran idénticos. Ambos eran hombres inseguros y sin apenas voluntad que necesitaban someterse a algo que les impusiera su disciplina. Los dos se entregaron a actividades que les arrebataron sus vidas.

—Y Tony y Roger, los dos gemelos que, al encontrarse tras veinticuatro años de separación, se pusieron a vivir juntos y comenzaron a vestir y a actuar de modo igual, así que, para todos los efectos, se convirtieron en una única persona.

—Eso se debió a la debilidad de carácter. Ninguno de los dos se sentía completo sin el otro, y cada uno de ellos trataba de convertirse en el otro.

Ahora Jude no estaba utilizando el magnetófono, sólo el cuaderno de notas. Había escogido un sitio de ambiente más informal —preferible para aquel tipo de entrevista— y había sugerido que, después de trabajar, tomaran una copa. Por lo que, aquella cálida tarde de junio, se hallaban sentados a una mesa de la terraza de Lumi, un café restaurante situado en la avenida Lexington. La brisa agitaba las hojas del árbol que crecía en un cercano parterre de la acera. El perro salchicha de un hombre de traje azul y pajarita roja estaba olisqueando el tronco.

Tizzie vestía un traje de chaqueta azul oscuro. Al parecer, la joven no llevaba blusa, lo cual le permitía a Jude verle las clavículas y el collar de perlas. No pudo por menos de decirse que Tizzie tenía un excelente aspecto, y tuvo que recordarse que estaban allí para trabajar.

—¿Cómo explicas las similitudes en lo referido a la personalidad? —preguntó—. El hecho de que los gemelos separados al nacer terminen teniendo caracteres tan parecidos.

—Es complicado. La bibliografía resulta confusa. En 1998, Bouchard publicó un trascendental artículo que sentó las bases para futuras investigaciones. Básicamente, en él se hacía un estudio comparativo de gemelos separados al nacer y de gemelos que se habían criado juntos. Bouchard llegó a la conclusión de que entre ellos no existían diferencias sustanciales: unos y otros comparten más o menos la misma cantidad de rasgos personales.

—Lo cual vuelve a ir en contra del sentido común.

—La cosa empeora. Según ciertos estudios, los gemelos separados al nacer se parecen más entre sí que los que crecen juntos.

—¿Más? ¿Cómo es posible?

Ella sonrió, bebió un largo sorbo de vino y dejó la copa en la mesa.

—La teoría más convincente es que a veces los gemelos que se crían juntos hacen grandes esfuerzos por distinguirse el uno del otro. Quieren desarrollar sus propias identidades, lo cual es comprensible. La dinámica emocional existente entre los gemelos que crecen juntos es más complicada de lo que alcanzamos a imaginar.

—Pero resulta paradójico. ¿Cómo es posible que unos gemelos que se ven por primera vez alcanzada ya la mediana edad puedan ser más parecidos que unos gemelos que han crecido en la misma casa? Eso va en contra de lo que el sentido común nos dice, que el carácter lo forman las vivencias, la familia y la educación.

—Admito que cuesta creerlo. ¿Será que, a fin de cuentas, todas esas cosas, la familia, la vida de hogar, los estudios, no tienen la importancia que se les atribuye? ¿Será que no importa que nuestros padres nos adoren o que no nos hagan caso, que nuestros hermanos nos presten su apoyo o nos hagan la vida imposible, que los abuelos nos inculquen las tradiciones del pasado o que se encuentren en la tumba? ¿Será que nada de todo ello nos marca irremediablemente?

—Yo creo que sí nos marca. A mí me parece indiscutible que dos personas que viven en el mismo ambiente tienen muchas más posibilidades de parecerse entre sí. Piensa en todas las influencias comunes: ir a la misma guardería, escuchar los mismos sermones dominicales, recibir los mismos abrazos maternos y los mismos correazos paternos. ¿Carece todo ello de importancia?

—Aparentemente, sí carece de importancia —contestó Tizzie—. Tal vez todas esas cosas no pesen mucho a la hora de formar nuestros caracteres. Quizá lo que determina nuestra identidad son otros factores.

—¿Qué factores?

—Hay dos posibilidades —respondió ella después de dar un sorbo a su vino—. La primera es que la personalidad tenga raíces genéticas mucho más profundas de lo que creemos, que se desarrolle de forma más o menos autónoma, como una película que se va desenrollando de una bobina. Ésa es una posibilidad que resulta bastante sobrecogedora, ya que no deja mucho espacio para la enmienda... para eso que llamamos libre albedrío.

—¿Y la segunda?

—Pues que, simplemente, no hemos logrado identificar los factores que resultan decisivos en la formación de la personalidad. Tal vez se trate de experiencias tan profundas y básicas de la primera infancia que se impongan a otras posteriores. Quizá se trate de formas distintas de enfrentarse a la propia existencia. O de aceptar las pérdidas o la idea de la muerte. O quizá sea algo mental, relacionado con el modo como nuestro cerebro interactúa con el mundo exterior, de cómo asimilamos las experiencias. Exteriormente, las cosas pueden resultar muy parecidas para dos personas cualesquiera. Pero interiormente, esas dos personas podrían estar viviendo en dos universos totalmente distintos y separados. Para ellos, la vida nunca podría ser, no ya igual, sino ni siquiera parecida.

Tizzie hizo girar el vino en su copa.

—No sé si conoces parejas de gemelos idénticos. Casi todo el mundo conoce alguna. Y lo que resulta muy curioso es que, aunque los gemelos sean muy parecidos, en cuanto los tratas un poco, no tienes la menor dificultad en distinguir al uno del otro. Y es que, como personas, son auténticamente distintos. Y, naturalmente, hay un hecho que demuestra hasta qué punto es eso cierto.

—¿A qué te refieres?

—A que, aunque es perfectamente posible enamorarse de un gemelo, no conozco ni un solo caso en el que alguien se haya enamorado de los dos. Los cónyuges de gemelos idénticos resultan invitados fantásticos para los
reality shows
. Ya sabes: «¿cómo consigue usted no sentirse atraída por su cuñado?», y cosas así. Pero lo cierto es que en la vida real el conflicto no suele plantearse. Lo que resulta aún más interesante, desde el punto de vista de lo que nos es posible averiguar por medio de la investigación, es contemplar la cuestión desde la perspectiva de los gemelos. Los gemelos idénticos separados al nacer ¿se sienten atraídos por el mismo tipo de persona?

»En lo referente a sus vidas amorosas, existan muchas coincidencias. Comienzan a salir con chicas o chicos más o menos al mismo tiempo, tienen los mismos problemas y disfunciones sexuales, se divorcian más o menos las mismas veces, e incluso, en el caso de las mujeres, comienzan a tener la regla al mismo tiempo. Pero en lo de elegir pareja la cosa no está tan clara y existen opiniones contrapuestas. Según un estudio realizado en Minnesota, los cónyuges suelen ser tremendamente distintos. Sin embargo, otros estudios tienden a indicar lo contrario. Quizá lo que ocurra es que, a fin de cuentas, lo que no entendemos es el amor.

Jude advirtió que la copa de su compañera estaba vacía y la interrogó con la mirada. Tizzie asintió con una sonrisa y él llamó al camarero para pedirle otro vino y otro whisky.

—En el tema de los gemelos hay muchas cosas sin explicar —continuó la joven—. Supongo que por eso me atrae. Todavía nos encontramos en la etapa de las preguntas fundamentales. Tomemos por ejemplo a los gemelos fraternos: como todos sabemos, se producen cuando dos óvulos distintos son fertilizados al mismo tiempo. Pero... ¿sabías que incluso ellos comparten una serie de rasgos físicos, mucho mayor que los hermanos normales, y que, por ejemplo, sus dentaduras son más simétricas? ¿Por qué demonios tiene que suceder eso?

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