Experimento (66 page)

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Authors: John Darnton

BOOK: Experimento
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Una limusina negra con los cristales teñidos avanzaba majestuosa por la calle, se detuvo por un segundo y después se metió rápidamente por la rampa circular de acceso. Del impresionante vehículo salió un grupo de personas. Luego el coche siguió calle abajo y se desvió rápidamente hacia un garaje situado a la vuelta de la esquina. Tizzie se apeó del coche, cruzó a toda prisa la calle y desapareció en el interior del hotel. Minutos más tarde regresó mostrando a escondidas los pulgares vueltos hacia arriba.

—Ya está —dijo una vez montó en el vehículo—. La mujer se aloja en la suite presidencial. ¿Tenía razón en lo que os dije o no?

—Muy bien —respondió Jude—. Pero sigo sin entenderlo. ¿Por qué demonios está una sexagenaria a punto de dar a luz? ¿Qué significado tiene eso, aparte de que esa mujer podría figurar en el
Libro Guinness de los récords
? ¿Y qué relación puede tener con el Laboratorio?

—Sabe Dios. Pero algo me dice que si somos pacientes, no tardaremos en averiguarlo. Préstame tu móvil Jude. Skyler, ¿aparece en esos papeles el teléfono de la base?

Permanecieron en el coche una hora y media. Cuando ya los temas de conversación se habían agotado y la atención de los tres comenzaba a flaquear, la limusina reapareció doblando la esquina. Tizzie se sintió tan sorprendida que tardó unos segundos en salir de su abstracción y tender la mano hacia la llave de encendido. Después comenzó a seguir al vehículo dejando un par de coches de por medio.

—Esa mujer debe de haber salido por una puerta trasera —dijo—. Espero que vaya ahí dentro.

Siguieron a la limusina a respetuosa distancia, y cuando el vehículo tomó la ruta que ellos habían seguido el día anterior, avanzando con rapidez y seguridad, como si el conductor se supiera bien el camino, la confianza de los tres aumentó, pues tenían la razonable certeza de saber adonde se dirigía el coche y a quién transportaba.

La duda era si serían capaces de acceder al interior del perímetro cercado.

La limusina se metió por la carretera de la base y ellos aguardaron hasta que el vehículo se perdió de vista. Diez minutos más tarde, se metieron por el desvío y enfilaron el camino de tierra para detenerse entre los árboles. Tizzie abrió un paquete y se puso la bata blanca de laboratorio que acababa de comprar. Sacó su placa identificadora de la Universidad Estatal de Nueva York y se la colgó del cuello. Jude y Skyler la abrazaron.

—Buena suerte —dijo Jude—. No estoy seguro de que estemos haciendo lo más adecuado.

—Es nuestra única posibilidad. Tengo la bata y la placa de identificación. Si logro convencerlos de que soy la ayudante de Gilmore y me franquean la entrada, podremos seguir el plan de Skyler. ¿Qué otra posibilidad nos queda?

Los dos hombres dieron media vuelta y desaparecieron entre los árboles mientras ella se alejaba en el coche. Jude y Skyler se apostaron en el mismo lugar que el día anterior y observaron cómo el coche se detenía frente a la puerta de acceso. Un guarda se adelantó para hablar con Tizzie y consultó una tablilla.

—Mierda —masculló Jude—. Esperemos que Gilmore tenga, efectivamente, una ayudante, porque de lo contrario Tizzie tendrá que salir por pies.

El guarda examinó la placa identificadora de la joven, volvió a mirar la lista e hizo una marca a bolígrafo en ella.

Les pareció que Tizzie y el guarda hablaban durante un tiempo exageradamente largo; pero al fin la joven se apeó y abrió el maletero. Mientras el guarda lo inspeccionaba, Jude miró por los prismáticos y vio que Tizzie, que tenía las manos a la espalda, volvía a mostrarles los pulgares hacia arriba. Instantes más tarde, la joven estaba de nuevo en el interior del vehículo, la puerta principal se abrió, y el coche desapareció en el interior del perímetro cercado.

—Debemos colocarnos en posición —dijo Skyler—. Tal vez Tizzie logre acceder al panel de controles y nos abra.

Aunque no le dijo nada a Jude, Skyler volvía a sentirse indispuesto. El malestar lo había asaltado súbitamente, comenzando con una sensación de flojera en las piernas. Sabía cuáles serían los siguientes síntomas: pesadez en todos los miembros, sensación de debilidad y un horrible dolor en el pecho que podría terminar en un desmayo.

Rezó porque las fuerzas le duraran lo suficiente para hacer lo que debía hacer.

Rodearon el campo sin salir de los límites del bosque. A Skyler, que iba detrás de Jude, le costaba caminar al paso de su compañero. Le daba la sensación de estar avanzando con agua hasta las rodillas y tuvo que detenerse un par de veces para tomar aliento. Jude, que caminaba delante y no se había dado cuenta de que su compañero se estaba rezagando, volvió la cabeza y se detuvo para esperarlo.

—Vamos —dijo—. Debemos apresurarnos.

Cuando al fin llegaron a la parte posterior de la base, se tumbaron en el suelo y Jude procedió a examinar el terreno con ayuda de los prismáticos. Skyler respiraba entrecortadamente. Jude, sin dejar de mirar por el aparato, le dio un ligero codazo.

—Por ahí hay una zanja de drenaje —dijo señalando hacia un punto situado unos veinte metros—. Parece que va derecha hasta la cerca, no lejos de la entrada posterior. Podemos meternos y avanzar por ella. Así dispondremos de una cierta protección.

Se puso de nuevo en pie y echó a andar por el bosque. A Skyler le resultó difícil levantarse, y para lograrlo tuvo que apoyarse en el suelo con los brazos.

Jude se colocó detrás de un arbusto, bajó la cabeza y echó a correr agachado por el campo hasta que se metió en la zanja. No desapareció del todo —Skyler aún podía ver su espalda y su coronilla—, pero resultaba más difícil distinguirlo. «Si tienen vigilantes, nos descubrirán», se dijo Skyler, mientras Jude le hacía frenéticas señas para que se acercase.

Correr constituía un enorme esfuerzo. Skyler se sentía débil y vulnerable, y cuando llegó a la zanja y se arrojó al fondo lo único que deseó fue quedarse allí. Pero Jude ya estaba arrastrándose boca abajo entre los arbustos de ambos lados, que lo ocultaban parcialmente. Skyler notó que le subía la adrenalina y siguió a su compañero, arrastrándose dolorosamente sobre rodillas y codos. Era como encaramarse a pulso por un barranco.

Para cuando llegó junto a los pies de Jude y alzó la vista, vio que la cerca coronada de alambre de espinos se alzaba a poca distancia. Skyler estaba exhausto.

—Quédate aquí —susurró Jude—. Voy a probar suerte con la puerta.

Salió de la zanja y avanzó pegado a la cerca hasta llegar a la puerta, que era de hierro forjado y tenía un tirador metálico. Empezó a tirar de él sin éxito. Skyler lo veía mascullar imprecaciones mientras seguía esforzándose denodadamente en abrir por la fuerza. No consiguió nada, pues la puerta estaba sólidamente cerrada. Tras dirigirle una mirada de impotencia, Jude volvió corriendo a la zanja.

—Estamos jodidos —dijo.

A Skyler se le cayó el alma a los pies, pero sabía que existía otra posibilidad.

—Quizá no.

Señaló al frente, hacia un punto en el que la zanja descendía ligeramente para luego desaparecer en un conducto subterráneo situado al pie de la cerca. La abertura era de menos de medio metro de diámetro y se perdía en la oscuridad. Pero tal vez sirviera para sus propósitos.

—Esto no me gusta nada —dijo Jude—. Tú primero.

Skyler obedeció. Apenas hubo avanzado unos palmos, una reja metálica le bloqueó el camino. Agarró los barrotes y tiró. La reja se estremeció ligeramente sin moverse de su lugar. El joven se quitó el cinturón y sujetó su extremo a uno de los barrotes laterales. Retrocedió y tiró con fuerza, ayudado por Jude, hasta que la reja se soltó. La sacaron del conducto y Skyler se metió de nuevo por él.

Avanzó reptando hasta que el cilindro de hormigón lo rodeó por todas partes. Intentó alzar la cabeza para quedar mirando hacia adelante, pero no había sitio, y se dio repetidos golpes en la coronilla. Alargó ambas manos hacia adelante, más que nada como protección, y siguió reptando centímetro a centímetro. Notó algo frío y viscoso que le empapaba las ropas primero en los codos y luego en el pecho, el estómago y los muslos. Aguas negras. «Si el nivel sube quince o veinte centímetros estoy listo, se dijo. No podré respirar.»

Se detuvo un minuto para controlar el creciente pánico que sentía. A su espalda oía a Jude gruñendo y resoplando. Con su compañero detrás, Skyler se sentía aún más atrapado.

Y entonces se produjo el sonido, agudo, dolorosamente alto. Era un timbre, pero en el angosto túnel más parecía una sirena. A Skyler se le aceleró el corazón. El sonido se extinguió con débil eco. Después comenzó de nuevo, tan ruidoso como antes, de nuevo se interrumpió y de nuevo volvió a sonar.

Jude lanzó una imprecación.

—¡Maldita sea!

Skyler lo oyó debatirse con brazos y pies en medio de un leve chapoteo.

—Cochino teléfono.

Jude, que había sacado su móvil, se lo pegó a la oreja. Era Tizzie.

—Ya sé que la puerta está cerrada —susurró el hombre—. Estamos bajo tierra, maldita sea. ¿Para qué demonios llamas? El ruido del timbre es ensordecedor.

Jude quedó unos momentos en silencio y luego volvió a hablar:

—De acuerdo. Y, por el amor de Dios, no vuelvas a llamar.

Desconectó el aparato y le susurró a Skyler:

—Tizzie cree saber dónde termina este conducto. En el interior del cercado hay una de tapa de registro. Espero que vayamos hacia ella.

—¿Tizzie está bien?

—Eso parecía.

Skyler siguió avanzando entre las sombras. Si se detenía, no sería capaz de reunir ánimos para comenzar de nuevo. Avanzaba centímetro a centímetro, y cada uno resultaba más penoso que el anterior. Al cabo de diez minutos, sus manos tocaron un gran charco de agua. Siguió adelante y entró en un espacio distinto que le permitía alzar la cabeza. Vio finos rayos de luz grisácea que llegaban desde arriba. El conducto terminaba en un cilindro vertical de unos noventa centímetros de ancho por metro veinte de alto. Se metió en él y quedó casi en cuclillas. El agua le cubría los pies. Más arriba había una gruesa tapa de registro.

Fuera como fuera, se dijo, habían llegado al final. O lograban levantar la tapa y salir o probablemente morirían allí mismo. No había retirada posible, pues el cilindro era demasiado angosto para girarse y regresar al conducto.

Por el extremo del pequeño túnel asomó primero la cabeza de Jude y después sus hombros. Entre gruñidos, logró salir del todo y quedó en cuclillas junto a Skyler. Estaban prácticamente embutidos en el interior del tubo de hormigón.

—Estoy aquí.

La voz no fue más que un lejano e incorpóreo susurro. Procedía de arriba. Tizzie.

Skyler se sacó el cinturón e insertó un extremo por un orificio de la tapa de registro.

—Mete la punta por el otro agujero. Luego, cuando diga tres, tira del cinturón con todas tus fuerzas —ordenó.

La punta del cinturón reapareció. Sin perder un momento, Skyler cerró la hebilla, dio un tirón y luego Jude y él enderezaron las piernas hasta que notaron el metal de la tapa contra la parte superior de sus espaldas.

—Una... dos... ¡Tres! —contó Skyler.

Empujaron con todas sus fuerzas enderezando las espaldas para que fueran las piernas las que soportaran todo el peso. Arriba, Tizzie agarró el cinturón con ambas manos y, a horcajadas sobre la tapa de registro, tiró de él con los brazos extendidos.

La tapa se alzó. Se movió. Quedó suspendida unos centímetros por encima del orificio, mientras los tres se esforzaban en mantenerla en aquella posición. Luego Tizzie saltó a un lado y tiró del cinturón con todas sus fuerzas. Poco a poco, la tapa se deslizó rozando ruidosamente contra el suelo. La joven hizo una pausa, tiró de nuevo y la tapa quedó lo bastante desplazada para permitir el paso un hombre.

Ambos agradecieron estar de nuevo al aire libre, al tiempo que miraban a su alrededor. No se veía a nadie. Se encontraban entre dos maltratados edificios rectangulares cuya pintura gris se estaba cuarteando. Parecían barracones para la tropa, o quizá oficinas.

—Vamos. Por aquí —dijo Tizzie guiándolos hacia una esquina.

Tras doblarla, se encontraron ante una puerta gris con un letrero que anunciaba: SERVICIOS GENERALES.

Entraron. En la habitación había cuatro escritorios y las ventanas estaban cubiertas por persianas venecianas. Se veían también varios archivadores, algunos de ellos con los cajones abiertos y vacíos, unas cuantas lámparas y varias sillas de madera.

—Encontré sin dificultad el panel de control de la puerta —explicó Tizzie entrecortadamente—; pero cuando lo abrí lo encontré vacío. No había más que cables sueltos. Vine hasta aquí, vi el teléfono y os llamé.

—Eso ya lo sabemos —dijo Jude.

—Disculpa. Pero no te preocupes. Nadie se ha enterado. No hay centralita. En realidad, casi no hay nada de nada. Este lugar es de lo más extraño. Está casi desierto, las cosas se caen a pedazos, y hay un puñado de personas yendo de un lado a otro como si estuvieran perdidas. Nadie me detuvo. Y nadie me dirigió siquiera la palabra. Resulta irreal. Mientras caminaba por el recinto, tuve una sensación de lo más extraña. Me pareció que así debían de sentirse los que se encontraban en el interior de una ciudad sitiada, de una de esas ciudades amuralladas de la Edad Media. Sólo que aquí no hay ningún asedio.

—Al menos, que nosotros sepamos —respondió Jude.

Skyler se derrumbó en una silla.

—Tienes mala cara —dijo Tizzie.

Él se encogió de hombros.

—No te preocupes por mí. Estoy bien.

Tizzie miró a Jude.

—Bueno, y ahora ¿qué? ¿Cuál es el plan?

—Busquemos los archivos.

Tizzie lo miró exasperada.

—¿Y se puede saber dónde vamos a buscarlos?

—Estos tipos son científicos, ¿no? Metódicos, ordenados. Los archivos son muy importantes para ellos. Estuvimos en su último cuartel general y allí los guardaban en el sótano de la casa grande. Lo más probable es que aquí hagan lo mismo. Propongo que vayamos al edificio principal y busquemos en él.

Todos estuvieron de acuerdo en que la deducción era lógica. Tizzie insistió en ir delante. A fin de cuentas, dijo, ella conocía más o menos la base, ya que había estacionado el coche cerca de la entrada principal y había cruzado los terrenos. Y, además, llevaba la bata de laboratorio, que era una especie de camuflaje protector. A fin de cuentas, la bata y una buena dosis de desfachatez era lo único que había necesitado para entrar en la base. Jude y Skyler podían seguirla, lo más discretamente posible. Ella los avisaría cuando no hubiera moros en la costa.

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