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Authors: John Darnton

Experimento (31 page)

BOOK: Experimento
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Lo habían llevado allí con el resto de los trabajadores de la construcción, fornidos hombretones que durante la manifestación habían lanzado gritos e imprecaciones, pero que curiosamente se mostraron pasivos una vez estuvieron en el interior de la furgoneta policial. Camino de la comisaría, bromearon con los policías y charlaron entre ellos como si aquello no fuera más que una divertida e inofensiva aventura. Skyler, sentado en un rincón de la furgoneta, miraba al exterior a través de la malla metálica de la ventanilla. Estaba petrificado. No tenía ni idea de lo que ocurría, ni de adonde los llevaban, ni por qué. La pierna y la cabeza le dolían, y cuando se tocaba la coronilla notaba el cabello lleno de sangre seca.

Incluso antes de que llegaran a la comisaría de la calle Cincuenta y uno, los obreros de la construcción señalaron a Skyler a los agentes que iban delante y les dijeron que lo habían detenido por error. Los policías no les prestaron demasiada atención. Una vez llegaron a su destino, los obreros fueron encerrados en dos grandes calabozos entre risas y chanzas, como si todo lo que estaba sucediendo no fuera más que una divertida broma. Las puertas metálicas quedaron abiertas y al cabo de poquísimo tiempo apareció un abogado sindicalista, para averiguar cuáles eran las acusaciones, que fue tomando nota de los nombres de los detenidos. Cuando llegó a Skyler, le hizo unas cuantas preguntas y lo sacó de la celda. Lo llevó ante el canoso sargento de guardia, que, tras escuchar al abogado, le dijo al detenido que podía marcharse. Skyler estaba a punto de salir por la puerta cuando el sargento lo miró de arriba abajo y le preguntó:

—¿Tienes algún sitio al que ir?

Negó con la cabeza y el policía le dijo que podía usar el teléfono si quería. Skyler sólo podía llamar a una persona, y el sargento buscó el número y se lo marcó.

—Haz que le echen un vistazo a esa herida de la cabeza —le aconsejó el hombre momentos antes de que llegase Tizzie.

Cuando ésta apareció, sin aliento, con su melena y su vestido blanco, los hombres que ya habían salido de las celdas comenzaron a lanzar silbidos y a piropearla.

Jude paseaba de arriba abajo por la sala de su apartamento mientras Skyler y Tizzie tomaban té sentados en el sofá. Skyler les contó que estaba tumbado en la cama de su habitación y había oído a alguien en el rellano. También les relató su fuga por la escalera de incendios, su posterior carrera por las calles, durante la cual había visto a un ordenanza, o a alguien que se le parecía mucho. Huyendo de él había entrado en un local donde había una mujer desnuda, luego se metió en el metro y al final terminaron arrestándolo. Jude no acababa de creerse que los enemigos de Skyler hubieran logrado dar con él. Dijo que el tipo del rellano podía haber sido cualquiera, y que dudaba de que en una ciudad tan grande Skyler hubiera ido a tropezarse con la gente que lo perseguía. Sin duda, a Skyler le estaba jugando una mala pasada su imaginación.

Después Jude les pidió a los dos que le escucharan atentamente.

—¿Recuerdas que te hablé de unos individuos llamados ordenanzas? —le pregunto a Tizzie.

—Sí, claro. Por lo que dijiste, son tipos horribles.

—Bueno, pues según Skyler, los tres tienen más o menos el mismo aspecto. Y yo pude darme cuenta de que al menos dos de ellos sí lo tenían cuando me siguieron por los túneles del metro la noche que los vi por primera vez.

—Ah, comprendo —dijo de pronto Tizzie—. Si realmente son tres, y realmente son idénticos, entonces nos enfrentamos a un fenómeno totalmente nuevo.

—No entiendo —dijo Skyler.

—Los trillizos idénticos no existen —dijo Jude—. Al menos, no se producen de modo natural. Para crearlos haría falta la intervención humana.

Jude les explicó que había llevado a McNichol muestras del cabello de los dos y que los resultados de la prueba del ADN demostraban que eran idénticos en todos los aspectos salvo en el de la edad. Y mientras esbozaba las líneas generales de su explicación para aquel asunto, se encontró con que ya no le resultaba tan difícil emplear la palabra que antes no se había atrevido a utilizar, y con que en realidad no le era posible exponer su ideas si no hacía uso de ella.

Así que tomó aliento y, clavando la mirada en los ojos de Skyler, anunció:

—Hasta ahora hemos pensado que existía una relación entre nosotros, que tal vez fuéramos hermanos. Pero creo que nuestra relación es aún más íntima. Creo que tú eres mi clon.

CAPÍTULO 17

Tizzie caminaba con paso decidido por el campus de la Universidad de Columbia. A los estudiantes que tomaban el sol en las escalinatas, la mujer y sus dos acompañantes debían de parecerles un trío sumamente peculiar. Ella abría la marcha, elegantemente vestida y con la cabellera al viento, detrás iba Jude, despeinado y con su cuaderno de notas asomando por el bolsillo de la chaqueta de pana, y finalmente Skyler, a quien el corto cabello rubio y las gafas de sol le daban un aspecto ciertamente extraño.

Se acomodaron en una de las filas traseras del anfiteatro y miraron al corpulento caballero que ocupaba el estrado, el doctor Bernard S. Margante.

El jefe de la sección de ciencia del
Mirror
no había vacilado ni un microsegundo cuando Jude lo telefoneó para pedirle consejo. «Si lo que te interesa es la genética —le dijo—, Margante es tu hombre.» Jude buscó información sobre el científico. Había escrito estudios con títulos tan enrevesados como «La transferencia nuclear en los blastómeros procedentes de embriones de vaca tetracelulares».

Afortunadamente, la clase que se disponía a dar formaba parte de un cursillo de introducción. Varias docenas de estudiantes de verano vestidos con un mínimo de ropa se repartieron por los asientos del anfiteatro y procedieron a dejar sus libros amontonados en el suelo.

Margante hizo unos cuantos comentarios preliminares, anunció que la semana siguiente pondría un examen y gastó un par de bromas. Luego le echó un vistazo a sus notas, se dirigió a la pizarra y dibujó cinco círculos en ella. Junto a Jude, un muchacho abrió su cuaderno y copió el dibujo.

—Como cualquiera puede darse cuenta —comenzó Margarite—, esto son óvulos. —Hizo una pausa, como para admirar su obra, y prosiguió—: Huevos de rana. ¿Por qué los biólogos sienten tanto cariño por los huevos de rana? Porque son grandes, diez veces mayores que los óvulos humanos. Y, como crecen en el exterior del cuerpo del anfibio, nos es posible observarlos —añadió arrojando la tiza al otro lado de la sala.

Margarite tenía fama de ser un profesor algo histriónico.

—Bueno, todos vosotros sabéis lo que ocurre cuando un óvulo es fertilizado. Crece y se divide en dos, y luego cada una de esas mitades se divide a su vez, y así sucesivamente. Al final, lo que tenemos es una bola de células, un embrión. Y, a medida que se van produciendo las nuevas divisiones, las células se especializan. Algunas se convierten en piel, otras en ojos, otras en una cola, otras en la médula espinal, etcétera. Y al cabo de poco tiempo tenemos un bebé de rana que, cuando crezca, será diseccionado por alumnos de séptimo grado, o bien terminará sirviéndole de almuerzo a algún francés.

»Todos los animales superiores pasan por el mismo proceso, incluidos los seres humanos, aunque en nuestro caso, con un poco de suerte, el desenlace no es el mismo.

El comentario suscitó un murmullo de risas corteses y el profesor continuó:

—Pero los humanos llevamos el proceso hasta casi la exageración. En la edad adulta, cada uno de nosotros tiene en el cuerpo unos nueve billones de células.

El muchacho sentado junto a Jude anotó la cifra con todos los ceros.

—Así que la primera pregunta que se plantearon los primeros investigadores fue cómo se producía el fenómeno. ¿Por qué ciertas células saben que deben convertirse en músculo y otras saben que deben convertirse en hueso? ¿Cómo llegan a diferenciarse? ¿Por qué una célula cerebral, por ejemplo, no puede volver a la fase de embrión para luego convertirse en otra cosa? Los científicos creían, y es una suposición lógica, que esa capacidad se va perdiendo a lo largo del proceso de reproducción. Cuando una célula se divide, las dos mitades resultantes poseen menos información que la célula original. La célula embrionaria inicial puede hacer de todo, pero sus sucesoras no, y cuanto más se reproducen, menos cosas son capaces de hacer. Así que, para cuando llegan a convertirse, por ejemplo, en células hepáticas, ya no pueden convertirse en ninguna otra cosa.

»Durante cincuenta años, probar y refutar esa hipótesis básica se convirtió en el Santo Grial de la biología.

Margarite mencionó media docena de nombres, y procedió a repasar sus teorías y experimentos. Habló de los zoólogos que habían dividido los óvulos, o los habían perforado, o los habían descompuesto en el laboratorio. Incluso uno de ellos, Hans Spemann, utilizó minúsculos cabellos sacados de la cabeza de su hijo recién nacido para atarlos y darles nuevas formas... «Como un payaso manipula un globo hasta convertirlo en un pato o en un conejo.»

—Luego a Spemann se le ocurrió algo muy ingenioso. Tomó un huevo fertilizado de salamandra y lo estranguló hasta darle forma de pesa de halterofilia. El núcleo que contenía el material genético permaneció a un lado y comenzó a dividirse y subdividirse normalmente. Mientras esto sucedía, Spemann abrió lo suficiente la parte más angosta para que uno de los núcleos pasara al otro extremo de la pesa. Luego apretó fuertemente el nudo y logró escindir las dos partes. Se quedó con un embrión en desarrollo en un extremo y con una única célula en el otro.

»¿Qué iba a suceder? ¿Se convertiría la única célula en un embrión por sus propios medios, pese a que su núcleo ya se había subdividido cuatro veces? ¿Retendría aún la suficiente información genética como para lograrlo? La respuesta, naturalmente, fue sí. La única célula terminó siendo un gemelo idéntico del embrión mayor.

»¿Alguien se siente capaz de decirme cómo se llama lo que hizo Spemann?

No hubo voluntarios.

—Procede de una palabra griega que significa retoño.

Una muchacha de las primeras filas alzó una mano.

—Lo que hizo fue un clon —aventuró insegura.

—Sí —exclamó Margarite—. Hizo un clon. Fue algo tosco, primitivo, y tuvo que usar un montón de cabellos de bebé para conseguirlo, pero el caso es que hizo un clon. Obligó a un embrión de salamandra a desprenderse de una parte de sí mismo, y luego convirtió esa parte en una réplica exacta de la salamandra.

Jude y Skyler se miraron. El sonido de la palabra clon seguía impresionándolos.

—Spemann, por cierto, tuvo lo que él llamó un «sueño fantástico» hace sesenta años. ¿Y si fuera posible coger un óvulo y extraerle el núcleo? ¿Y si luego fuera posible sacarle el núcleo a otra célula, una que ya estuviese bien desarrollada y diferenciada, e insertarlo en el óvulo? ¿Qué sucedería? ¿Se desarrollaría? ¿Actuaría el óvulo como si no ocurriese nada anómalo, aunque tuviera que comenzar su vida con un viejo núcleo que ya llevaba tiempo dando vueltas por el mundo?

»Bueno, pues lo que tan fantástico parecía sólo tardó una generación en hacerse realidad. Trasplante nuclear es el nombre que recibe el proceso, y se consiguió por primera vez a comienzos de los años cincuenta. Los autores de la proeza fueron Robert Briggs y Thomas King, en el Instituto de Investigaciones sobre el Cáncer, de Filadelfia.

Margante mencionó a continuación una letanía de nombres de científicos que habían conseguido avances en aquel campo.

—Y, naturalmente, por último llegamos a las cinco de la tarde del 5 de julio de 1996. El momento en que nace la mundial-mente famosa oveja
Dolly
. Ian Wilmut y Keith Campbell, del Instituto Roslin de Edimburgo, tomaron una célula de la glándula mamaria de una oveja hembra y la metieron en el interior de un óvulo no fertilizado al que previamente le habían extraído el núcleo. La clave estuvo en poner a la célula en estado quiescente, cosa que Campbell consiguió privándola de alimento. Eso la hizo más adaptable a su nuevo entorno.
Dolly
pasará a la historia como el primer mamífero que fue clonado de una célula adulta.

»La moraleja de esta historia —concluyó Margante, tras consultar su reloj—, es que nunca hay que darse por vencido. En el terreno de la ciencia, si algo se puede hacer, tarde o temprano alguien lo hará. Por eso, cuando la gente me pregunta si algún día se clonarán seres humanos, yo contesto: "Si se puede, claro que sí".

»Como dijo Robert J. Oppenheimer antes de construir la bomba atómica: "Si algo es técnicamente factible, tarde o temprano alguien lo plasma en la realidad".

—O sea que estás convencido de que tú y yo somos clones —dijo Skyler con un deje de agresividad en la voz.

Estaban en el reservado de un bar llamado Subway Inn, en la calle Sexta. Tizzie y Skyler se sentaban el uno junto al otro, y Jude frente a ellos. El local estaba escasamente iluminado y en la máquina de discos sonaba una vieja pieza de Dave Brubeck,
Take Five
. Tizzie bebía bourbon y Jude una cerveza Beck's. Skyler había probado la bebida de Jude y había pedido lo mismo.

—No estoy seguro al ciento por ciento —dijo Jude—. Admito que la idea resulta descabellada, pero es la única que aclara todo lo que está ocurriendo. ¿Cómo, si no, explicas que tú y yo nos parezcamos tanto, que tengamos incluso el mismo ADN, y que sin embargo no seamos de la misma edad?

—Quizá sí lo seamos. Quizá ese tipo... ¿cómo se llama?

—McNichol.

—McNichol. Quizá se equivocó al realizar la prueba. —Es posible, pero esa prueba no es lo único. —¿Qué más hay?

Antes de continuar, Jude dio un largo trago de cerveza. —El reconocimiento médico que te hicieron. Hoy telefoneé y me dieron los resultados.

-¿Y...?

—Hablé con mi médico de cabecera, que ya había regresado. El hombre estaba absolutamente hecho un lío, creía que debía de tratarse de un error.

—¿Por qué? —preguntó Tizzie.

—En primer lugar... —empezó a decir Jude mirando a Skyler—. Esto te gustará. El doctor dijo que me hallaba en una espléndida forma física, que llevaba años sin estar tan bien. Delgado y en forma, y añadió que mi organismo parecía el de alguien bastante más joven que yo. Te paso los cumplidos a ti, ya que a ti te corresponden.

Los labios de Skyler esbozaron una sonrisa.

—Pero los análisis de sangre lo dejaron atónito. Dijo que las células inmunes que yo había desarrollado a causa de la hepatitis que padecí hace tres años habían desaparecido por completo. Esto le pareció absurdo. Dijo que lo primero que se le ocurrió fue que habían cambiado accidentalmente las muestras de sangre, pero desechó esta posibilidad debido a que en todos los demás aspectos la sangre era idéntica a la mía. El doctor, como te digo, estaba auténticamente perplejo.

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