Authors: John Darnton
Cuando regresó al apartamento, Skyler dormía. Lo despertó, le administró la nitroglicerina y le tomó la temperatura: casi treinta y ocho grados. Después le llevó una bandeja con un tazón de sopa y galletas de soda, y le dio la sopa a cucharadas.
Después de comer, Skyler se sintió mejor. Se recostó cómodamente en las almohadas y le dirigió una sonrisa.
—No sé qué habría hecho sin ti —dijo.
Tizzie se sintió bien, como llevaba mucho tiempo sin sentirse, lo cual le pareció bastante extraño, teniendo en cuenta la desesperada situación en que se encontraban.
Se puso en pie con la bandeja entre las manos y le dirigió una sonrisa al enfermo.
—Ponte cómodo y procura descansar —le dijo.
Algo rondaba la cabeza de Tizzie, pero ésta no atinaba con lo que era. Al fin, minutos más tarde, regresó al dormitorio con un paño de cocina en una mano y el tazón de sopa recién fregado en la otra.
—Skyler... —comenzó— dices que en la isla, de niños, os ponían muchas inyecciones. ¿Os explicaban para qué os las ponían?
—No siempre.
Tizzie terminó de secar el tazón y regresó a la cocina.
Jude no esperaba tener noticias de Raymond tan pronto. El federal le había dejado un breve mensaje en el contestador. Sin nombre. Raymond daba por hecho que él reconocería su voz. Jude no hacía uso del teléfono del Chelsea, y para llamar a su propio contestador utilizaba teléfonos públicos. Desde que regresó del parque Delaware Water Gap no había notado que nadie lo siguiera, pero no quería confiarse.
—Llámame cuanto antes.
Aquél había sido todo el mensaje de Raymond.
Desde una cabina telefónica situada a diez manzanas del hotel, llamó a la oficina de Raymond. La secretaria le dijo que llamara a otro número al cabo de diez minutos. Raymond respondió al primer timbrazo. Por los sonidos del tráfico de Washington que se oían de fondo, Jude comprendió que el federal también hablaba desde una cabina.
Raymond no se anduvo por las ramas.
—Tú ganas. Reunámonos. Yo llevaré el expediente, y tú me facilitarás el resto de los nombres que conozcas. Hoy mismo.
—Dijiste que el expediente no valía para nada.
—Sólo dije que era muy poco voluminoso. Además, he averiguado algo acerca de tu amigo Rincón que creo que te interesará.
Concertaron una cita para aquella tarde en Central Park.
—No llegues tarde —recomendó Raymond.
—Sí, ya sé, el parque es peligroso al anochecer.
—Muy gracioso.
Jude entró en Central Park por la Quinta Avenida, a través del acceso próximo al Museo Metropolitano. El cielo era de color azul intenso y las luces de las calles comenzaban a encenderse. Los senderos exteriores del parque estaban llenos de gente que salía del parque. El único que entraba era Jude.
Tomó la amplia avenida que discurría en dirección norte, pasando ante el obelisco de Cleopatra. Los árboles y el follaje no tardaron en bloquear la luz del crepúsculo, haciendo que Jude se sintiera como en la selva. No se veía ni una alma. Era asombroso lo bruscamente que la ciudad parecía desvanecerse. El murmullo del tráfico se atenuó primero y desapareció por completo después. Los pasos de Jude resonaban sobre el pavimento. Se había levantado una leve brisa que agitaba las hojas de los árboles.
La avenida se estrechaba ligeramente y describía una suave curva en dirección al túnel que pasa bajo el East Drive. Al aproximarse, Jude oyó el ruido de los automóviles que circulaban por arriba y el clip-clop de un coche de caballos. En el otro extremo del túnel se veía un círculo de luz.
De pronto, vio que algo se movía dentro de la luz, una sombra, algo vertical que avanzaba bamboleándose ligeramente. Una persona se acercaba por el túnel.
Incluso desde lejos advirtió que se trataba de un hombre y, aun consciente de que su reacción era exagerada, pues a fin de cuentas podía tratarse de cualquiera, Jude se batió en retirada. Se desvió hacia unos árboles y matorrales que había a la derecha de la avenida y se escondió sigilosamente entre la vegetación. Allí permaneció inmóvil, deseando que el hombre no lo hubiera visto, sin apenas atreverse a respirar. Los pasos sonaban cada vez más fuertes sobre el pavimento. Segundos más tarde, la figura pasó ante él. Iba corriendo y llevaba algo en una mano.
Jude reaccionó tardíamente. El hombre tenía algo de amenazador: su corpulencia, su modo de moverse, la crueldad de su expresión. El periodista quedó paralizado por el pánico. ¿Era una carpeta lo que aquel individuo llevaba en la mano? Casi involuntariamente, Jude retrocedió y se ocultó tras el árbol. Se apoyó en el tronco y notó en las manos el roce de la áspera corteza. Ya no trataba de mirar, se limitaba a permanecer a la escucha, esperando que las pisadas se perdieran en la distancia.
Aguardó hasta que su encabritado corazón se calmó, y luego salió a la avenida y miró cuidadosamente en ambas direcciones. No vio a nadie. Aguzó el oído y sólo percibió el rumor del tráfico allá arriba. Se llenó los pulmones de aire, lo expulsó lentamente y se dirigió hacia el túnel. Lo atravesó a la carrera. Sus propios pasos le resonaban atronadores en los oídos, y experimentó una gran sensación de alivio cuando al fin salió de nuevo al aire libre por el otro lado.
Decidió seguir corriendo por el sendero. Éste, tras rodear el lago Belvedere, ascendía hacia el castillo situado en lo alto de un promontorio. Justo como le había dicho Raymond. La empinada cuesta le hizo aflojar el paso, pero siguió corriendo, sin importarle ya el ruido que hacía, deseando únicamente llegar a su destino y reunirse con Raymond. Coronada ya la cuesta, encontró, a la izquierda, un sendero flanqueado por arbustos, como Raymond le había indicado. El sendero torcía primero y después seguía recto, hasta llegar a un pequeño cenador, con un banco. Raymond estaba sentado en él, entre las sombras.
Jude sintió que el temor lo abandonaba para ser sustituido por una cálida sensación de alivio. Miró de nuevo. En vez del habitual traje de negocios, Raymond llevaba una cazadora de ante y un pañuelo al cuello o quizá un fular. Simulando no haber visto a Jude, el federal siguió en la misma posición.
Jude se sentó a su lado, recuperó el aliento y estuvo a punto de hacer una referencia al hombre que acababa de ver. Y entonces advirtió que algo raro ocurría. Raymond no decía nada ni se movía. Le dio con el codo. Pareció agitarse, erguirse un poco y luego, como a cámara lenta, se desplomó hacia un lado y fue a caer sobre las piernas de Jude. No es un fular. ¡Es sangre! La garganta de Raymond estaba cubierta de líquido rojo y viscoso, y por un momento Jude quedó paralizado por la incredulidad. Alzó la cabeza de Raymond y enderezó el cuerpo. Al retirar la mano se dio cuenta de que estaba cubierta de sangre. Vio un cuchillo en el suelo.
Raymond estaba muerto. ¡Lo han asesinado!
Jude se puso en pie. El cuerpo de Raymond comenzó a desmoronarse de nuevo y volvió a enderezarlo. No quería que cayera al suelo. Deseaba que siguiera erguido, en posición sedente. Y entonces oyó un ruido entre las sombras. Alguien llegaba por el sendero. Jude echó a correr a través del bosque, entre los arbustos, uno de los cuales le desgarró una manga. Continuó a la carrera y, tras pasar un grupo de árboles y cruzar un nuevo sendero, comenzó a atravesar un claro y volvió la cabeza. Lo perseguían. Un hombre acababa de salir de ente los arbustos e iba tras él. La luz de un farol lo iluminó brevemente y Jude pudo verlo mejor. Lo que vio le congeló la sangre en las venas. ¡Un ordenanza! El odioso pelo blanco brillaba a la luz como una mancha de nieve.
Jude cruzó el claro a tal velocidad que sus pies apenas tocaron el suelo. No se volvió a mirar, pero sabía que el hombre continuaba persiguiéndolo. El claro terminaba en un grupo de árboles, y tras éste Jude encontró otro sendero. Corría a tal velocidad que las plantas de sus pies golpeaban dolorosamente contra el pavimento. Le pareció oír las pisadas de su perseguidor como eco de las suyas. Se volvió. Efectivamente, el ordenanza seguía tras él. Pero no había ganado terreno. En todo caso, lo había perdido. Era más lento que Jude, y éste aceleró aún más su carrera.
Llegó a un muro de piedra de poco más de un metro que marcaba el límite con la calle, lo saltó y aterrizó en los adoquines octogonales de la acera. Dos o tres peatones lo miraron sobresaltados. Tras correr un trecho por Central Park West, se metió por una calle lateral y, en el momento en que doblaba la esquina, echó una mirada hacia atrás. El ordenanza lo había visto y seguía tras él.
Jude había pensado que fuera del parque se sentiría más seguro, que las aceras estarían llenas de peatones. Pero la calle lateral estaba sumida en las sombras y su aspecto era hostil e inquietante. Las pocas personas con que se cruzó parecieron asustarse al verlo, y se dio cuenta de que sería inútil pedir su ayuda. Estaba totalmente solo. Siguió corriendo y llegó a la avenida Columbus. En ésta el panorama era algo mejor, había algunas tiendas, más luces, aceras más amplias.
Cruzó la calle en el momento en que el tráfico se ponía en movimiento e, instintivamente, alzó la mano como un agente de tráfico para detener la masa de vehículos. Llegó a la otra acera entre un coro de claxonazos. Se sentía totalmente exhausto. La puerta de una tienda de comestibles coreana estaba abierta y Jude se metió en el local. Inmediatamente, se volvió para mirar a través del cristal del escaparate. Allí, en la otra acera, estaba el ordenanza, moviéndose indeciso, esperando que hubiera un hueco en el tráfico. Vio a Jude y echó a correr esquivando los coches, con los brazos levantados. Parecía aturdido por los vehículos que pasaban a su lado haciendo sonar el claxon. Retrocedió un paso en el momento en que un coche hacía un viraje para no atropellarlo. Luego siguió avanzando y se puso ante otro vehículo. Sonó el ruido de un frenazo, después un golpe sordo y violento y al fin un grito desgarrado.
La gente se aglomeró ante la tienda mirando hacia la calle. Los coches se detuvieron, una multitud pareció materializarse de la nada. Jude salió del local. Se acercó al grupo de curiosos y esperó varios minutos. Después se abrió paso hasta la parte delantera del corro de mirones. Una mujer en traje de chaqueta estaba arrodillada sosteniendo la muñeca del caído. Un hombre hablaba por un teléfono móvil, pedía una ambulancia.
Pero saltaba a la vista que ya era demasiado tarde. Era evidente que el hombre que yacía de bruces en el suelo estaba muerto. La sangre que brotaba de su nuca formaba un pequeño charco sobre el pavimento. La mujer arrodillada junto al caído le puso a éste el brazo sobre el pecho antes de levantarse y retroceder un paso.
Jude contempló el cuerpo inmóvil, las piernas separadas, el charco de sangre. Lo que más lo sorprendió e intrigó fue el rostro y la cabeza del ordenanza. El cuerpo del hombre parecía juvenil, pero el rostro estaba lleno de arrugas y parecía el de un viejo. El mechón había desaparecido por la sencilla razón de que ahora todo el pelo era totalmente blanco.
«Por eso no logró alcanzarme», se dijo Jude. Es un viejo.
El asesinato de Raymond dejó aterrado a Jude. Cuando regresó al Chelsea, estaba temblando y le costó un gran esfuerzo relatar coherentemente lo ocurrido. Skyler, que nunca lo había visto así, salió un momento, se dirigió a la habitación en la que se alojaban unos músicos y regresó con una botella de Jack Daniels.
—Toma, bebe esto —dijo tras servirle a Jude un vaso.
Después se sirvió otro para él.
Jude relató de nuevo cómo había encontrado el cadáver de Raymond.
—O sea que debí fiarme de lo que me decía. Pero desconfiaba de él, lo admito.
—¿Crees que lo mató un ordenanza?
—No. Creo que el asesino fue el primer tipo que vi. Él se llevó el expediente. Probablemente, el ordenanza se limitaba a seguirme a mí.
Jude bebió otro sorbo de whisky y permaneció unos momentos pensativo.
—Y hay otra cosa que no entiendo —dijo—. ¿Por qué el cadáver del ordenanza parecía el de un viejo? En el metro tuve oportunidad de verlo, o al menos vi a uno de ellos, y te prometo que el tipo parecía muchísimo más joven. Esto encaja con lo de los niños de la guardería, pero que me aspen si sé cómo.
—Tizzie lo sabe... o cree saberlo —dijo Skyler.
Jude se quedó atónito, agitado por diversas emociones.
—¿La has visto? ¿Está bien?
—Sí, muy bien, aunque algo cansada. Lo más importante es que ha averiguado algo. Quiere que nos veamos con ella mañana en su despacho. Para hacer recuento de todo lo que sabemos.
—¿En su oficina? ¿En la Universidad Rockefeller? ¿No será excesivamente arriesgado?
—Según Tizzie, el lugar estará tranquilo. Únicamente debemos evitar que nos sigan mientras vamos hacia allí—De acuerdo. ¡Tizzie! ¡Qué ganas tengo de verla! —De pronto, Jude miró fijamente a Skyler y añadió—: Has pasado fuera mucho rato. ¿En todo momento has estado con ella?
—Sí. Yo... Bueno, tuve una pequeña recaída.
—¿Cómo? ¿Qué ha sucedido? ¿Te encuentras bien?
—Sí, sí, estoy bien. No ha sido nada. En realidad, el momento no podía haber sido más oportuno. Tizzie ha hecho unas cuantas llamadas y ha conseguido que me hicieran una nueva transfusión con esa medicina... ¿Cómo se llama? Urocinasa.
—¿Has dado tu nombre?
—No. Hemos ido a una clínica de Brooklyn. El doctor decía ser practicante de no sé qué clase de medicina alternativa. Ha dicho que «por el bien de mi salud» estaba dispuesto a saltarse algunas normas. Y que quería cobrar en efectivo... y por adelantado.
—Pero, ¿ya te encuentras bien? Desde luego, tienes mejor aspecto.
—Llevaba tiempo sin sentirme tan bien.
—Estupendo —dijo Jude tumbándose en la cama—. Cristo. Menudo día.
Cerró los ojos dispuesto a dormir. Skyler se quedó a su lado un rato, montando guardia.
Jude y Skyler fueron cada uno por su lado a la oficina de Tizzie, y llegaron con cinco minutos de diferencia. A Tizzie no le costó justificar su presencia, ya que, a causa de sus investigaciones, los guardias estaban acostumbrados a que la visitaran parejas de gemelos.
La joven abrió la puerta de su despacho.
—Creo que ha llegado el momento de que pongamos las cartas sobre la mesa —dijo—. Hagamos recuento de todo lo que sabemos. Luego lo analizaremos, le daremos vueltas y, con un poco de suerte, se nos ocurrirá qué debemos hacer para salir con vida de este embrollo.
Mientras Tizzie preparaba café, Jude, sentado en un sillón, contemplaba las tallas africanas. Y no pudo por menos de evocar el día en que se conocieron. El recuerdo tuvo algo de doloroso, fue como un eco de tiempos más felices. No le sorprendió sentir aquello. Tantas cosas que él consideraba imposibles habían ocurrido desde aquel día, tantas cosas habían cambiado...