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Authors: John Darnton

Experimento (58 page)

BOOK: Experimento
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Las células enfermas eran viejas, de modo que tal vez no era inadecuado llamarlas enfermas, pues simplemente estaban consumidas. El problema no radicaba en que permanecieran inactivas. Al contrario, parecían producir enormes cantidades de colagenasa, pero lo extraño era que ésta, en vez de expulsar sólo el colágeno dañado, atacaba directamente a la totalidad del colágeno. Sus telómeros eran diminutos.

Tizzie teñía de rojo las células sanas y de azul las enfermas, y luego se las pasaba a Alfred. Éste efectuaba sus propias pruebas y análisis, y anotaba los resultados en el cuaderno que guardaba bajo llave en un cajón.

Pero el trabajo no era lo único en que Tizzie ocupaba su tiempo. También, de cuando en cuando, abandonaba el laboratorio durante breves períodos con la excusa de que tenía que ir al baño. En su primera excursión, subió el tramo de escalera que conducía al prohibido segundo piso, dispuesta a hacerse la despistada y la inocente si alguien la sorprendía. Desde el último peldaño, vio la puerta con cerradura de combinación y, en la pared, enfocándola, la cámara de vídeo.

El segundo día averiguó la combinación que abría la puerta.

A través de la ventana, vio que el guardia se había ausentado. Ella salió del laboratorio, cruzó el patio y se metió en la sala de seguridad. En uno de los monitores aparecía la imagen de la puerta cerrada. Tizzie abrió un cajón, encontró el aparato de vídeo correspondiente al monitor y oprimió la tecla de retroceso rápido. En la pantalla del monitor, la imagen fluctuó marcha atrás hasta que apareció una persona haciendo movimientos espasmódicos. Tizzie pulsó la tecla de reproducción y observó cuidadosamente. La persona fue hasta la puerta, alzó un dedo y pulsó cuatro veces el teclado. Tras pasar la grabación repetidamente, Tizzie consiguió averiguar la combinación: 8769.

Avanzó la cinta de vídeo hasta el punto en que la había encontrado, volvió a poner el aparato en función de grabación y salió. Un vistazo al reloj le indicó que había estado ausente seis minutos. No estaba mal: le habían parecido quince.

—¿Dónde has estado? —le preguntó Alfred—. El trabajo se te amontona.

—Problemas femeninos —respondió ella bajando la vista.

Normalmente, aquello bastaba para disipar las curiosidades masculinas. Alfred movió la cabeza pero no dijo nada.

Tizzie volvió a inclinarse sobre el microscopio, diciéndose que obtener la combinación había sido lo más fácil. Utilizarla para entrar en el laboratorio restringido —y salir de él de una pieza— sería lo verdaderamente peliagudo. La joven se sentía bastante asustada, y se alegraba de que, sólo por si acaso, Jude le hubiera dado el teléfono de Raymond.

Jude esperaba a Raymond cerca de un grupo de pinos situados en el interior del parque, junto a la entrada. De ese modo, le sería posible ver aproximarse los faros del coche del federal. Además, el estacionamiento estaba dividido en distintas secciones separadas por árboles, lo cual también resultaba muy conveniente. Raymond no se daría cuenta de que él no había estacionado allí su coche.

Encendió un cigarrillo y aspiró una honda bocanada.

Había intentado planearlo todo de antemano. Sabía que corría un riesgo al dejarse ver. Siempre existía la posibilidad de que el FBI lo detuviese, y él apenas podía hacer nada por evitarlo. Sin embargo, partía de la base de que no era a él a quien buscaban los federales, sino a Skyler, pues éste era quien podía identificar a los conspiradores. El FBI quería obtener la colaboración de Skyler; los ordenanzas trataban de matarlo. De un modo u otro, Jude debía asegurarse de que podría abandonar el lugar de la reunión sin conducir a los del FBI hasta Skyler; en otras palabras: sin que lo siguieran.

Cuando habló por teléfono con él, Jude se dio cuenta de que Raymond estaba muy nervioso. El hombre parecía ansiar desesperadamente esa llamada, y no hizo nada por ocultar la alegría que le produjo escuchar la voz de Jude, ni tampoco trató de hacer ver que no pasaba nada.

—¿Dónde estás? —preguntó apremiante—. Tengo que verte.

—Eso se puede arreglar —dijo Jude representando una escena que había visto infinidad de veces en las películas: el hombre perseguido llamando a la policía desde un teléfono público—. Pero todo tendrá que hacerse a mi modo.

—Lo que digas —respondió Raymond representando a su vez el papel de policía ansioso de obtener información.

"Ni trucos, ni armas, ni más agentes que el propio Raymond, dijo Jude.

De acuerdo, dijo Raymond, que incluso se mostró dispuesto a acudir sin su compañero. Jude fijó la hora y el lugar, un lugar cuidadosamente elegido, el Delaware Water Gap, un pequeño parque natural situado a sólo hora y media de Nueva York.

Naturalmente, Jude ya había visitado el sitio cuando efectuó la llamada telefónica.

Aspiró una nueva bocanada del cigarrillo y trató de acallar la vocecilla que le decía que estaba cometiendo un error.

No podía hacer otra cosa. Tizzie, Skyler y él no podían enfrentarse solos al Laboratorio. Necesitaban aliados. Ellos solos ya habían hecho todo lo que estaba en su mano, que no era poco. Habían rastreado los orígenes de la secta hasta Jerome. Habían encontrado la isla. E incluso habían averiguado la identidad de varios de los conspiradores. Pero ahora necesitaban ayuda. No disponían de pruebas y ni siquiera sabían adonde se había ido el grupo ni cuáles eran sus planes. Conocían la contraseña que les permitiría acceder a los archivos, pero no tenían ni idea de dónde estaban los condenados archivos.

Descubrir que Eagleton estaba implicado había cambiado radicalmente el panorama. Se enfrentaban a gente muy poderosa. ¿Quién podía decir hasta qué altura se extendía aquella conspiración, o a qué extremos eran capaces de llegar sus miembros? ¿Cómo se explicaba el lastimoso grupo de niños enfermos y agonizantes de la guardería? Y, por otra parte, si las víctimas de los asesinatos de Georgia eran quienes Jude creían que eran, eso significaba que el grupo seguía cometiendo asesinatos.

La noche era calurosa, casi sofocante y, sin embargo, Jude temblaba. Nervios. Delante de Raymond tendría que controlarse, pues en caso contrario el federal advertiría lo asustado que estaba.

Quince minutos antes de la hora fijada, un coche se detuvo frente al parque. Era un Lexus negro, el coche privado de Raymond. Probablemente, el federal había decidido utilizarlo a sabiendas de que Jude lo recordaría del ferry.

Un hombre alto y delgado se apeó del coche y miró hacia los pinos. Jude aspiró de su cigarrillo haciendo relucir la brasa y señalando con ella su presencia. El recién llegado se dirigió hacia él.

—Te lo digo y te lo repito, pero tú no haces caso —dijo Raymond—. El tabaco te matará.

Volvía a ser el de siempre.

—Ya, como en todo lo demás llevo una vida tan saludable...

Raymond miró en torno.

—Elegiste bien el sitio.

Jude sabía que Raymond estaba pendiente de todo: de si había otros coches u otras personas, de si algo parecía fuera de lugar. Pensó en hacer un chiste, pero decidió que no era el momento.

Jude señaló un sendero que se adentraba en el bosque. Había llegado el momento de hablar.

—Demos un paseo —dijo.

Raymond se encogió de hombros.

—Tú mandas —respondió.

Caminaron en silencio entre las sombras. La pinocha del suelo amortiguaba sus pisadas y llenaba el aire de un grato aroma. Tras diez minutos de caminar por el sendero y después de que Jude tuvo que hacer uso de su linterna un par de veces para orientarse, Raymond comentó:

—Espero que luego sepas volver. Yo soy un animal de ciudad. Si me dejas en mitad de Central Park, no valgo para nada.

Jude contestó con un gruñido.

Tras coronar una cuesta, llegaron a un tendido ferroviario que se perdía de vista en ambas direcciones. La oscuridad era absoluta y sólo se veía, a lo lejos, la luz verde de un semáforo.

Raymond extrajo de un bolsillo un frasco de píldoras y se echó una a la boca. Luego sacó una petaca y dio un largo sorbo para engullir la píldora. Cuando se volvió hacia Jude, éste le notó aliento a whisky.

—Desde luego, es un buen sitio —dijo Raymond—. Espero que hayas mirado el horario de trenes. Por cierto, ¿a qué ferrocarril corresponde este tendido?

—A una vieja línea de carga. La Pennsylvania.

Terminados ya los preliminares, Jude echó a andar en dirección oeste junto a los raíles, con el hombre del FBI a su lado.

—Necesito tu ayuda, Raymond. Estoy metido en este asunto hasta las cejas y no sé a qué carta quedarme.

—Bueno, no me digas que no te lo advertí. —El federal se detuvo y, mirando fijamente a Jude, preguntó—: Por cierto, ¿por qué huisteis el día que ibais a ir a visitarme al Bureau?

—Creía que el de las preguntas sería yo.

—Unas veces se pregunta y otras se responde. Es lo que se conoce como toma y daca.

—De acuerdo. Contestaré. Pero primero me gustaría saber algo. Los que estaban en aquella isla, en isla Cangrejo, erais vosotros, ¿no? Nos andabais buscando, ¿a que sí?

—Te repetiré algo, ya traté de advertirte en el ferry cuando hablamos por última vez. Estás en una situación muy precaria. Apenas posees información. Te has metido en un asunto muy complicado y de enorme envergadura. No sabes de quién te puedes fiar. O sea que si lo que me preguntas es si aquellos tipos eran del FBI, la respuesta es sí, lo eran. Pero si me preguntas si eran de los míos, la respuesta es no.

—¿Qué quieres decir? ¿Que la agencia está dividida? ¿Que algunos de sus miembros están en un bando y otros están en el otro?

—Sí, podríamos decir que la agencia está dividida, pero quizá fuera más exacto decir que está en guerra. Una guerra en la que se utilizan todas las armas: el espionaje, la intervención de teléfonos, la traición... todo lo que se te ocurra. Lo cierto es que en este asunto, o en esta conspiración, o como quieras llamarlo, andan metidos personajes muy importantes y extraordinariamente bien relacionados. No se trata sólo de un par de chiflados que abandonaron la Facultad de Medicina porque estaban convencidos de haber encontrado la fuente de . la juventud.

—Pues cuéntame de qué se trata.

Raymond, lanzó un suspiro.

—Existe un pequeño grupo de científicos que ha descubierto y perfeccionado nuevas e importantes técnicas de investigación genética —comenzó a explicar—. Esos científicos están asociados con personas muy acaudaladas y que ocupan posiciones preminentes. Todos forman parte de una conspiración. A falta de otro nombre mejor, yo los llamo el Grupo. Está formado por grandes personajes de los negocios, la política, el gobierno y los medios de comunicación. Tienen a su disposición muchos millones de dólares. Sus fines no están del todo claros, y lo único que sabemos es que pretenden mantener en secreto su trabajo. Y, además, quieren seguir controlando las palancas del poder, y también vivir durante mucho, mucho, mucho tiempo.

—¿Cómo llegó a tomar esa magnitud?

—Yo sólo conozco la historia a grandes rasgos. Aparece un médico muy brillante, el tal Rincón. Se trata de uno de esos tipos carismáticos que surgen de cuando en cuando, y a los que todo el mundo se mata por seguir y obedecer. Rincón les habla de un mundo nuevo y feliz. Y cumple lo que promete. Con una pequeña inversión de dinero y la ayuda de un par de investigadores médicos competentes que trabajan en un laboratorio subterráneo, logran hacer un gran descubrimiento. Por primera vez en la historia, descubren un método para clonar. Jugando con las fuerzas más básicas de la naturaleza, convierten dos células en dos personas idénticas. Ése es el tipo de cosas que impresionan a la gente, así que al tal Rincón no le faltan seguidores.

»¿Qué uso hacen de su descubrimiento? La técnica que logran desarrollar sólo es aplicable a las etapas más tempranas de la vida: cuando el óvulo está recién fertilizado. En consecuencia, sólo tiene una aplicación para los humanos: se puede clonar un embrión, y eso es todo. Así que los miembros del Grupo clonaron a sus propios hijos al poco de concebirlos. Ése fue tu caso y el caso de tu novia. Supongo que todo lo que te he contado hasta ahora tú ya lo habías deducido. Lo que inicialmente impulsó al Grupo fue el amor paterno, mezclado con una saludable dosis de narcisismo. Si tú no consigues la vida eterna, al menos la logras para tus hijos. Parte de ti sobrevivirá. Lo cual nos lleva a la utilidad de los clones. Ésa es la parte más atroz y también la que constituye un delito. Los clones no son sino una reserva de órganos para trasplantes. Si necesitas un nuevo hígado, ahí lo tienes, de tu propia cosecha privada. Con lo cual, básicamente, lo que estás haciendo es crear una subclase humana cuyo único cometido es servirte a ti. Se cultivan clones para luego cosecharlos. Como las plantas. Y espacias las fechas de sus nacimientos: a unos los produces cinco años más tarde, a otros veinte años más tarde, y así sucesivamente.

—Los niños de la guardería. ¿Qué ha sido de ellos?

—Ya hablaremos de eso. Si dejas de interrumpirme, puede que te enteres de algo de lo que digo. ¿Dónde estaba? Crías a los clones en una isla. Los tratas bien, hasta cierto punto, porque los necesitas. Lo único que te preocupa es aislarlos de la población general. Porque lo que en ningún caso puedes permitir es que los clones conozcan a los originales, pues en tal caso se descubriría todo el pastel y sería un desastre. Eso tú lo dejaste bien claro.

—Fue Skyler quien lo dejó claro. Él fue el que huyó. Yo, simplemente, me lo encontré en el vestíbulo de mi edificio.

—Sí, bueno. El caso es que esos científicos están bajo el influjo del tal Rincón. Él dirige sus investigaciones. Las cosas van viento en popa. Están mucho más avanzados que nadie. Eso se debe en parte a que nadie más actúa como ellos. Son fanáticos, muy astutos y metódicos. Aquí y allá, algunos científicos convencionales se dedican a experimentar en laboratorios universitarios, pero casi todo el mundo los toma por chiflados. A veces, nuestros amigos incluso sitúan a algunos de los suyos en universidades, donde efectúan experimentos espurios... Afirman que han conseguido lo que buscan, pero cometen errores premeditados y queda de nuevo demostrado que lo que dicen son locuras. Con lo cual despistan a otros investigadores. Ejercicios de desinformación. Astutos, ¿no te parece?

»Mientras tanto, ellos siguen trabajando como hormiguitas en su laboratorio secreto. Y en determinado momento consiguen un éxito que supera sus sueños más descabellados. Consiguen clonar a un adulto. Creemos que consiguieron este avance en el laboratorio subterráneo de Jerome... Por cierto, lo de llegar hasta allí fue un gran trabajo. El caso es que se trata de un logro de vital importancia, que los coloca a ellos a un nivel muchísimo más alto. De pronto, te encuentras con que eres una estrella. Puedes clonar a quien te dé la gana: al presidente, al cartero, a tu primo favorito. Incluso puedes clonarte a ti mismo. Y eso significa que tú puedes vivir eternamente. Bueno, quizá no eternamente, pero sí otros cincuenta, sesenta, setenta años. No está mal. Toda una segunda vida. Lo único que necesitas es tener a tu clon bien cuidado y en lugar seguro, conseguir que crezca lo suficiente, que supere la adolescencia.

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