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Authors: John Darnton

Experimento (56 page)

BOOK: Experimento
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Skyler y Jude caminaron hasta la puerta de acceso al recinto, que era lo bastante ancha para permitir el paso de un vehículo y cuyas dos puertas se hallaban abiertas. Las cruzaron y se encontraron el patio principal de un viejo edificio de estilo colonial francés, provisto de galerías y porches, y con el tejado de tejas. En las paredes se veían grietas; en el suelo, tejas caídas; las ventanas estaban rotas. En el centro del patio se alzaba un gran roble, cuyas ramas colgaban tan bajo que los líquenes que pendían de ellas casi rozaban el suelo.

Comprendieron inmediatamente que allí había alguien. No por lo que vieron, sino por los sonidos —un murmullo, una tos, un gemido, unos susurros— que parecían proceder del sombrío interior del edificio.

La puerta más próxima daba a una especie de oficina que estaba vacía. Vieron un taburete junto a una repisa sobre la cual el viento movía las hojas de un libro. Junto al libro, una taza en cuyo fondo había una capa de café seco.

Contigua a la oficina encontraron una habitación grande y tenebrosa. En la puerta tuvieron que detenerse debido a la fetidez. Olía a podredumbre y a enfermedad. Entraron y, una vez sus ojos se hubieron acostumbrado a la penumbra, comenzaron a distinguir formas y movimientos: había gente sobre los colchones desnudos pegados a una de las paredes. No se trataba de personas normales, sino de figuras menudas y arrugadas que se volvían lentamente hacia ellos para mirarlos.

—Dios bendito —dijo Jude—. ¿Qué es esto?

Se acercaron a un pequeña criatura desnuda que permanecía tumbada de espaldas, con la vista en el techo. Parecía un niño, pero resultaba difícil estar seguro. Era totalmente lampiño, hasta el punto de carecer incluso de cejas y pestañas. La piel de su enorme cráneo era fina, arrugada y casi transparente, y bajo ella eran visibles las pulsantes venas. No debía de medir mucho más de metro veinte, pero estaba grotescamente proporcionado: cabeza enorme, rostro pequeño, mandíbula prognática, ojos saltones y nariz grande con forma de pico. En la piel tenía infinidad de manchas amarillo parduscas. El pecho era estrecho, el abdomen prominente, las rodillas huesudas y los órganos sexuales parecían hipertróficos.

Era un ser peculiar que guardaba cierto parecido con un pájaro. Mientras lo observaban, abrió las pestañas y los miró en silencio con ojos que eran negros pozos sin fondo. Estaba más allá del alcance de Jude y Skyler, totalmente ido. Los dos hombres tuvieron la extraña sensación de estar contemplando los ojos vidriosos de un anciano en su lecho de muerte.

Al parecer, aquello era una especie de pabellón de hospital, sólo que no se veían por ningún lado ni médicos ni enfermeras. La presencia de los dos hombres no produjo ningún tipo de reacción en las criaturas. Los gemidos que los habían llevado hasta allí habían cesado, y el lugar se hallaba sumido en un extraño silencio, roto ocasionalmente por un quejido o una tos. El único movimiento era el de un ventilador de techo, que giraba lentamente, revolviendo los olores del vómito y la diarrea y repartiéndolos por todo el pabellón.

—Los dejaron abandonados —le dijo Jude a Skyler en un susurro.

Skyler, que lo miraba todo con expresión de furia, no respondió.

Había más seres sobre los mugrientos colchones. Algunos parpadeaban al aproximarse Skyler y Jude, y éste era el único indicio de que reparaban en la presencia de ambos. Otros seguían con los ojos cerrados, sin apenas respirar, exhaustos y resignados.

Algunos parecían sollozar en silencio. En el segundo pabellón volvió a sonar el gemido que habían oído cuando se hallaban al otro lado del muro. Procedía de una muchacha, y cuando trataron de ayudarla, ella quedó de nuevo en absoluto silencio, una momia de piel arrugada y ojos rodeados por oscuros círculos.

Muchos de ellos eran similares al primer muchacho que habían visto, con el mismo cuerpo pajaril. La única diferencia era que algunos tenían pelo. Un pelo finísimo y totalmente blanco.

Skyler y Jude entraron en un tercer pabellón. Allí, algunos eran capaces de caminar, pero lo hacían torpemente y con las piernas muy abiertas, como si les costase un gran esfuerzo moverse.

Skyler se aproximó a un muchacho que caminaba lentamente en círculos.

—¿Quién eres? —le preguntó—. ¿Qué te ocurre?

El muchacho se detuvo, encogió los hombros, frunció el entrecejo y lo miró, asombrado. Luego, sin decir palabra, fue a un rincón, se sentó, se puso a chuparse el pulgar y comenzó a mover ligeramente el cuerpo hacia adelante y hacia atrás.

En el cuarto pabellón había tres cadáveres cubiertos de moscas. El olor era tan fétido que Skyler y Jude no se pudieron quedar allí más que unos segundos.

En conjunto, habría un par de decenas de aquellos pobres seres. Ninguno medía más de metro veinte, y la mayor parte no alcanzaba siquiera el metro. Parecían exosqueletos en los que la criatura interior se hubiese encogido y secado.

Jude tomó a Skyler por un brazo y lo llevó bajo el roble que crecía en el centro del patio. El hombre tenía el estómago revuelto y sentía ganas de vomitar, pero logró contenérselas.

Se quedaron allí plantados varios minutos, demasiado atónitos para hablar. Al fin Skyler se repuso de la impresión y miró a Jude a los ojos.

—Parecen niños. Tienen estatura de niños. Pero cuando los miras a los ojos y ves el sufrimiento que hay en ellos, parecen ancianos. ¿Qué es todo esto?

—No lo sé. Nunca había visto nada parecido. Es sencillamente horripilante.

—Están esperando la muerte, eso salta a la vista.

—Pero... ¿qué dolencia padecen?

—Eso sólo Dios lo sabe.

—¿Piensas que nacieron así?

—No, no lo creo. ¿Por qué los habrán abandonado para que mueran? Alguien debía cuidar de ellos. Alguien debía alimentarlos.

Se quedaron de nuevo en silencio.

—Tenemos que hacer algo —dijo al fin Skyler.

—Sí; pero... ¿qué?

En la parte posterior del patio principal encontraron una fuente y llenaron un cubo con su agua. Luego, con unos vasos que había en una especie de despensa, recorrieron los tres pabellones yendo de colchón en colchón, ofreciendo agua a cada uno de los niños. La mayor parte no la quiso, y el agua se derramó sobre sus mejillas hundidas, pero otros la bebieron ansiosamente, a grandes tragos. Skyler, preocupado por la higiene, trataba lavar cada vaso después de cada uso, pero esto llevaba tanto tiempo que pronto dejó de hacerlo y se limitó a ir llenando y sirviendo vaso tras vaso.

En el interior de un cobertizo encontraron una pala y la utilizaron para cavar tres tumbas a la izquierda de la puerta de acceso a los terrenos. Después llegó el momento más terrible. Se taparon bocas y narices con sendos trapos y entraron en el último pabellón. El hedor era insoportable; Jude sufrió un acceso de arcadas pero no llegó a vomitar. Cubrieron uno de los cadáveres con una sábana, atrapando bajo ella a docenas de moscas y haciendo que otras muchas zumbaran furiosamente a su alrededor, y envolvieron el pequeño cuerpo con el improvisado sudario. Luego, sin aparente esfuerzo, Skyler se echó el cadáver al hombro y lo llevó hasta una de las tumbas, en cuyo fondo lo depositó cuidadosamente. A continuación procedieron a cubrir la fosa con paletadas de tierra.

Cuando se disponían a volver a por el segundo cuerpo, Skyler agarró a Jude por un brazo.

—¡Escucha! —dijo.

Jude no oyó nada.

—Voces —explicó Skyler—. Estoy seguro de que las he oído.

El joven subió por una escalera exterior que daba al segundo piso. En éste había una pequeña torre, y Skyler encontró una escalera vertical que subía hasta ella. Desde lo alto de la torre, divisaron parte de la isla que se extendía en derredor del edificio. La exuberante vegetación concluía en un perímetro herboso tras el cual estaba ya la playa.

Al otro lado del recinto, vieron seis u ocho tumbas recién cavadas. «O sea que alguien ha estado aquí, y tal vez haya huido al vernos llegar», se dijo Jude.

Al mirar en la dirección por la que habían llegado, hacia el istmo y la mayor de las dos islas, vieron lo que Skyler había oído: cuatro lanchas ancladas en aguas poco profundas y unos hombres que iban vadeando en dirección a la orilla. Parecían ir armados. Otros ya estaban en tierra y se habían desplegado estratégicamente, impidiendo el acceso a isla Cangrejo. Skyler y Jude estaban atrapados.

—¿Quiénes son? —preguntó Skyler.

—No tengo ni la más remota idea, pero no parecen muy amistosos.

—Quizá sean del FBI.

—Puede que sí. Y puede que no.

Skyler se volvió y miró hacia el océano.

—El barco de pesca ha desaparecido. Probablemente, formaba parte de la operación.

Permanecieron allí unos segundos, temerosos al tiempo que fascinados.

—Bueno, aquí no podemos quedarnos —dijo al fin Skyler.

Señaló hacia el extremo oriental de la isla, donde la costa sobresalía y el bosque de cipreses, arces y brezos llegaba más cerca de la orilla.

—Deberíamos ir hacia allí —afirmó.

—Hacia allí esperan que vayamos.

—Porque ése es el lugar más lógico.

Jude permaneció inmóvil y Skyler, irritado, lo fulminó con la mirada.

—Si te quedas aquí, tratando de adivinar lo que piensan ellos, terminarán atrapándote. Si no vienes conmigo, me iré solo. No pienso quedarme esperando.

Skyler dio media vuelta y comenzó a bajar por la escalera vertical. En cuanto su cabeza hubo desaparecido, Jude lo siguió. Llegaron a la planta baja y cruzaron el patio sin dejar de oír los gemidos y las toses de los enfermos. Dejaron atrás la tumba y las dos fosas que aún seguían abiertas y salieron del recinto.

En cuanto llegaron al bosque los árboles y la vegetación los envolvieron y se sintieron más protegidos. Pero sabían que no podían permanecer allí escondidos. Desde lo alto de la torre se habían dado cuenta de lo pequeña que era la isla; si aquellos hombres organizaban una batida, no tardarían en dar con ellos.

Cuando apenas habían avanzado cincuenta metros por el bosque, Skyler se desvió a la izquierda. Jude fue tras él y los dos siguieron el cauce de un arroyo bastante caudaloso. El terreno no tardó en convertirse en un pantano de cuyas oscuras aguas surgían árboles y una enmarañada vegetación. Los insectos zumbaban por doquier. Skyler se metió en el agua y comenzó a vadear. Jude lo siguió, yendo con mil ojos por si había serpientes, que a él lo horrorizaban.

Resultaba difícil encontrar sitios en los que hacer pie y no despegarse de Skyler. Éste se volvía de cuado en cuando a mirarlo y le indicaba por señas que se diera prisa. Jude comenzó a mascullar maldiciones y dejó de mirar a su compañero para concentrarse en cada paso que daba. Sudaba a mares. Cada pierna le pesaba una tonelada. Se sentía agotado y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar.

Alzó la vista hacia Skyler y vio que éste había desaparecido.

Parpadeó y miró de nuevo. Frente a sí, el pantano concluía, y entre las siluetas de los árboles se veía el cielo azul perla. Habían llegado a la orilla.

Jude se disponía a salir del bosque cuando de pronto vio a Skyler corriendo hacia él.

—¡Atrás! —gritó—. ¡El pesquero! ¡Ha vuelto!

Jude giró sobre sus talones y ambos volvieron a correr por el pantano.

—Creo que me han visto —dijo Skyler sin aliento—. Yo ni siquiera me he dando cuenta de que estaban allí hasta que casi me doy de bruces con ellos.

Continuaron a la carrera, chapoteando, sin importarles ya hacer ruido, y sólo se detuvieron al llegar a una orilla sólida. Subieron a tierra firme y permanecieron inmóviles y en silencio, con el agua chorreándoles de los pantalones. Aguzaron el oído. A lo lejos, delante, entre los árboles, se oía un murmullo de voces de timbre metálico. Alguien hablaba por una radio, probablemente por un walkie-talkie. Estaban rodeados.

—Tenemos que encontrar un escondite —dijo Skyler—. Ésa es nuestra única esperanza... y no es gran cosa.

Miraron en torno y los dos lo vieron a la vez: el gran cráter que habían dejado las raíces de un enorme árbol derribado por el huracán. El hueco estaba parcialmente cubierto de ramas y hojas y ellos echaron más. Luego saltaron al fondo, se cubrieron totalmente de vegetación muerta y quedaron a la espera. Aguardaron durante largo rato.

Al principio, sólo se oían los sonidos naturales del bosque. Después comenzaron a sonar los walkie-talkies, a través de los cuales llegaban voces y órdenes. Resultaba imposible saber a qué distancia se encontraban los que producían tales ruidos, ni de qué dirección procedían éstos. Poco a poco, los sonidos se fueron alejando hasta que al fin desaparecieron por completo. Pero entonces otro ruido tomó su lugar. El de unos pasos que se aproximaban entre la vegetación, firmes, seguros de su camino. Iban derechos hacia el escondite de Skyler y Jude. Los pasos sonaron cada vez más fuertes hasta que al fin se detuvieron junto al cráter.

Jude y Skyler contuvieron el aliento. Jude permanecía petrificado, con un enorme nudo en el estómago. Skyler trató de mirar entre las hojas. Le pareció ver las punteras de dos viejos zapatos. Percibió junto a su cabeza el murmullo de las hojas del suelo al moverse, y de pronto notó en el costado el doloroso aguijonazo de la punta de un bastón.

Cogido por sorpresa, lanzó un grito.

Se puso en pie de un salto, agarró el extremo del bastón y comenzó a tirar de él con todas sus fuerzas. De pronto vio quién sostenía el otro extremo y se quedó inmóvil y boquiabierto. Jude, en el fondo del cráter, no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo.

—¡Dios mío! —exclamó el atónito Skyler—. ¿Realmente eres tú?

—¿Y quién esperabas que fuese? —respondió una voz que a Skyler le resultó muy familiar.

Jude se puso de pie y las hojas se desprendieron de su cuerpo como si fueran escamas. Allá arriba había un viejo negro que empuñaba un largo bastón.

El negro lo miraba sorprendido.

—¿Y tú quién eres? —preguntó.

Skyler lanzó una larga y sentida risa de alivio.

—Jude —dijo—. Te presento a Kuta. Kuta, te presento a Jude.

Jude salió del agujero, le dio la mano al viejo y quedó sorprendido por el vigor del apretón del otro. Kuta retrocedió un paso y lo miró de arriba abajo negando ligeramente con la cabeza.

—Si no lo veo, no lo creo —dijo—. Bueno, supongo que habrá que dar muchas explicaciones —añadió al tiempo que giraba sobre sus talones y echaba a andar de regreso hacia la playa—. Pero creo que será mejor dejarlas para otro momento y otro lugar. En estos instantes, lo principal es sacaros de aquí cuanto antes.

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