Fenris, El elfo (21 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Fenris, El elfo
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—Tus días de dolor han acabado, amigo, y también tu largo viaje. Por fin has encontrado a tu familia.

Hacía tiempo que Fenris se sentía ya miembro de la tribu, pero oírselo decir al chamán, el hombre más respetado del clan, hizo que se sintiera mucho mejor.

Cuando iba a salir, sin embargo, Log le preguntó:

—¿Cómo te convertiste en licántropo? Dices que naciste así. ¿Acaso tus padres lo fueron también?

Fenris iba a contestar: «No, a mi madre la mordió un hombre—lobo cuando estaba embarazada», pero eso le hizo recordar a Novan, y no eran recuerdos agradables.

—No me gusta hablar de ello —dijo suavemente—. Creo que todavía no estoy preparado.

Los ojos del chamán relucieron un breve instante, pero se limitó a decir:

—Comprendo. Que los lobos guarden tu camino, hermano, y la bendición de Fenris, el Primero, te acompañe.

Pasó el tiempo. Semanas, meses, años. Fenris se adaptó perfectamente al ritmo vital de la tribu. Con el tiempo, Ronna se convirtió en su compañera. Fenris jamás se preguntó si estaba bien que un elfo se emparejase con una humana, porque ya no se consideraba un elfo, sino un miembro más de la Tribu del Lobo. Juntos, Fenris y Ronna exploraban su helado mundo, salían de cacería, recorrían valles, montañas y desfiladeros en sus audaces expediciones, remontando impetuosos torrentes en primavera y atravesando lagos congelados en invierno. En las noches de plenilunio era frecuente ver a lo lejos, en lo alto de algún promontorio, la figura, recortada contra la luna, de una mujer humana montada sobre el lomo de un enorme lobo.

—Eres un ser extraño —le dijo Ronna un día—. Sigues igual que la primera vez que te vi, no has cambiado nada.

—Claro que he cambiado —repuso él—. Me he vuelto más fuerte y más resistente. Y ya no soy la persona que era. Ahora soy uno de vosotros.

—No me refiero a eso. Sigues igual de joven. No has envejecido.

Fenris la miró, y se dio cuenta por vez primera de que la muchacha que había conocido era ya una mujer madura, y se preguntó, sorprendido, cuántos años habían pasado sin que lo notara. Abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras.

—¿Por qué no me lo dijiste, Fenris? —preguntó ella—. ¿Por qué no me dijiste que eres inmortal?

—No soy inmortal, Ronna. Tú misma me has visto herido en más de una ocasión, tras una cacería. Yo también envejeceré y moriré. Solo que... quizá tarde más tiempo.

—¿Es porque eres medio lobo?

—No; es porque soy un elfo.

Le había hablado de los elfos mucho tiempo atrás, cuando Ronna le había preguntado acerca de su extraño aspecto. Pero no le había mencionado la extraordinaria longevidad de la raza élfica, para la que las vidas humanas eran apenas un suspiro.

—¿Cuánto tiempo?

Fenris titubeó, sin atreverse a confesar la verdad.

—¿Cuánto tiempo, Fenris? —insistió ella.

—Los elfos más longevos pueden llegar a vivir mil años —dijo él finalmente, incómodo.

Una sombra de dolor cruzó el rostro de Ronna. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿Por qué no me lo dijiste? —gimió.

—Ronna, yo...

Quiso acercarse a ella, pero la mujer sacudió la cabeza, le dio la espalda y salió corriendo. Fenris fue tras ella, pero pronto la perdió de vista. La buscó por todos los lugares donde se le ocurrió que podía estar, y por fin la encontró sentada junto al río, hecha un ovillo, con el rostro enterrado entre los brazos. Se acercó a ella con precaución, temiendo asustarla, pero Ronna no se movió. Fenris se sentó junto a ella y la rodeó tímidamente con los brazos.

—Ronna, lo siento.

Ella lo miró. Ya no lloraba, pero tenía los ojos enrojecidos.

—Es por eso por lo que no tenemos hijos, ¿verdad? —dijo.

La pregunta lo cogió completamente por sorpresa. Nunca lo había pensado. Jamás se había planteado la idea de tener hijos, era demasiado joven.

Pero era evidente que Ronna ya no era ninguna niña. La contempló de nuevo, preguntándose otra vez cómo había podido pasar tanto tiempo para ella sin que él se diese cuenta. Todas las mujeres de la tribu, a su edad, tenían ya uno o dos hijos.

—Nunca me lo había planteado —confesó.

—Si es por eso —dijo Ronna—, si es porque tú eres un elfo y yo soy una humana, entonces nunca podremos formar una familia.

—No lo sé, Ronna. Nunca he oído hablar de seres medio humanos y medio elfos. Tal vez sea verdad que nuestras dos razas son incompatibles. Nunca lo había pensado.

—¿Cuántos años tienes?

Fenris se lo dijo. Los ojos de Ronna se llenaron de lágrimas.

—Pareces tan joven... Pareces mucho más joven que yo. Si esto sigue así, pronto dejaremos de hacer buena pareja.

—Eso no me importa.

Ronna lo miró a los ojos, muy seria.

—¿Pensarás igual dentro de treinta años, cuando yo sea una anciana y tú sigas siendo joven? ¿Me mirarás igual? ¿O tus ojos se volverán hacia mujeres más jóvenes y más hermosas?

Fenris sintió que el corazón se le rompía al oírla decir aquello. Cogió suavemente a Ronna por la barbilla, la miró a los ojos y dijo:

—Tú siempre serás hermosa, Ronna.

—Eso dices ahora. Oh, Fenris, ¿qué me has hecho? ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Ojalá no fueras un elfo! ¡Ojalá no te hubiera encontrado ese día en las montañas!

Fenris retrocedió como si hubiera recibido una bofetada. Buscó la mirada de ella y no vio odio en sus ojos, como había temido, sino una honda tristeza y, sobre todo, amor, mucho amor.

Más tarde, ella se disculpó por sus palabras y no volvieron a hablar del tema, pero nada volvió a ser igual. A pesar de que en la Tribu del Lobo los ancianos eran honrados y respetados, Ronna desarrolló un terrible pánico a envejecer. Fenris la descubrió a menudo contemplando su rostro en el agua con una expresión de profunda tristeza. Una tarde en que se inclinaron los dos juntos para beber, vieron su reflejo en el agua: el pelo oscuro de Ronna ya mostraba mechones grises y sus ojos parecían tristes y cansados, rodeados de arrugas. Su figura, a pesar de no haber tenido hijos, ya no era como antaño.

A su lado, el elfo aparecía muy joven. Insultantemente joven, comprendió enseguida. Se apresuró a meter la mano en el agua para deshacer la imagen, pero Ronna ya la había visto y el brillo de sus ojos se debilitó un poco más.

Fenris no sabía qué hacer para resolver aquella situación. No importaba qué hiciera para tratar de demostrarle que la quería, porque ella seguía sintiéndose desgraciada. Sus correrías de las noches de plenilunio eran cada vez más escasas. Ronna no tenía ya ganas de comerse el mundo. Ahora le gustaba sentarse a contemplar la luna llena, apoyando la cabeza en el peludo lomo del lobo y dejando escapar un par de lágrimas de vez en cuando.

Fenris se sentía cada vez más confuso. A Ronna no le gustaba que fuera un elfo, y lo que más amaba de él era, precisamente, su parte de lobo. Shi—Mae, por el contrario, había odiado al lobo y se había enamorado del elfo.

Una tarde habló de ello con el chamán, mientras los dos paseaban por las cercanías del poblado. Detrás de Log trotaba Shan, un joven lobo que había adoptado tiempo atrás, cuando aún era un cachorro, y que se había convertido en su compañero inseparable.

—¿Me habríais aceptado entre vosotros si hubiese sido un elfo corriente?

—Por supuesto que no —replicó Log con una inquietante sonrisa, acariciando la peluda cabeza de Shan—. Tú desciendes de nuestro venerado Fenris, el Primero, y es esto lo que te da derecho a un puesto de honor entre nosotros.

—Pero no soy solo un lobo —murmuró Fenris, cada vez más abatido—. También soy un elfo. ¿Qué hay de todo eso?

—Un elfo que no envejece y que no puede tener descendencia con una humana.

—¿Te habías dado cuenta?

—Toda la tribu lo comenta. Créeme, si no fuera porque es un gran honor para Ronna tenerte como compañero, muchos te odiarían. Te llevaste a la joven más valiente y encantadora del clan y es evidente que no la has hecho feliz.

Aquellas palabras fueron un duro golpe para el elfo. Hacía tiempo que lo intuía, pero nadie se lo había expuesto con tanta franqueza.

—Entiendo —murmuró—. ¿Qué crees que debería hacer, entonces? ¿Marcharme?

—Oh, no. Tu lugar es este, hijo de Fenris, el Primero. Pero tal vez podrías pensar en designar un heredero... alguien que pudiera transmitir tu legado a los futuros miembros de la tribu, ya que tú no vas a tener hijos.

—¿Qué quieres decir?

Log se inclinó hacia él, colocó su mano sobre el brazo del elfo y le susurró confidencialmente:

—Sé que tu don puede transmitirse. Si lo entregaras a alguien de la tribu, un humano que pudiera tener descendencia, la herencia del Primero permanecería con nosotros. Yo, por ejemplo, me sentiría muy orgulloso si me considerases digno de tal honor.

Fenris se apartó de él, horrorizado.

—¿Qué estás diciendo? ¿Quieres que te muerda?

Los ojos de Log destellaron con un brillo de triunfo.

—¡Ah! —dijo solamente—. ¿De modo que así es como se transmite?

Fenris lamentó no haberse callado, pero ya era tarde. El chamán llevaba años tratando de sonsacarle la manera de transformarse en licántropo y, con excusas y evasivas, hasta entonces el elfo se las había arreglado para no revelárselo. En aquel tiempo había llegado a conocer a Log y se había dado cuenta de que se sentía inferior con respecto a los demás miembros de su tribu, porque era débil y enfermizo. Fenris sospechaba que en sus trances no había logrado la fusión completa con ningún animal, y era esta la razón por la cual parecía obsesionado con las transformaciones del elfo... Por otro lado, Log ya no era joven como cuando Fenris lo conoció, y cada vez estaba más impaciente por hacer realidad sus deseos. No importaba cuán gráficamente le describiera los crímenes cometidos por él mismo y por Novan; al chamán seguía sin entrarle en la cabeza que transformarse en lobo pudiera ser algo negativo o peligroso.

—No podría morderte aunque quisiera —logró farfullar finalmente—. Te protege la bendición del Primero. Ningún lobo puede atacarte.

El fuego de los ojos de Log se apagó al comprender que el elfo tenía razón.

—Lo siento —añadió Fenris—. Sigo creyendo que no es una buena idea.

—Te gusta ser el único de la tribu capaz de transformarse, ¿eh? —siseó Log con rencor—. Pues entérate de una cosa, elfo: no mereces el don con el que te ha bendecido el Primero porque eres incapaz de apreciarlo. Y, lo quieras o no, encontraré la manera de ser como tú.

El chamán dio media vuelta y se marchó, seguido por Shan, dejando a Fenris muy confuso. Nunca había confiado del todo en él, pero había llegado a considerarlo una persona sensata. Y ahora descubría que Log lo envidiaba abiertamente.

Sin embargo, en aquellos momentos su relación con Ronna le preocupaba más que los celos del chamán, y ello hizo que no le concediera la importancia que debía a aquella conversación. Porque Ronna lo amaba, sí, pero aquel amor le estaba haciendo mucho daño, y estaba empezando a apreciar más al lobo que al elfo que había en él.

Por primera vez desde su llegada al poblado, Fenris se preguntó si realmente encajaba en aquel lugar.

XIII. DELIRIO

En los días siguientes, Log evitó en lo posible encontrarse con Fenris. Este trató de hablar con él, pero el chamán le había retirado la palabra y no lo disimulaba. Algunos en la tribu empezaron a preguntarse qué habría hecho Fenris para disgustar a Log, y alguien incluso se lo preguntó abiertamente, pero el elfo no podía contestar. ¿Qué iba a decir? ¿Que el chamán deseaba ser como él, y que Fenris jamás lo permitiría? Podía explicarles que no quería que nadie más tuviese que sufrir la licantropía, pero probablemente ellos reaccionarían como Log, creerían que deseaba ser el único capaz de transformarse para estar por encima de los demás. Pero Fenris, que sabía en qué se convertirían realmente, no podía dejar que aquello sucediera. Apreciaba demasiado a la Tribu del Lobo como para convertirlos en asesinos a ellos también.

Durante un tiempo no sucedió nada, aunque el chamán seguía sin hablarle. Llegó la primavera y, para celebrarlo, como todos los años, se organizó una cacería bajo la luna llena. Los mejores guerreros acompañarían a Fenris y Ronna en una expedición por las montañas, en busca de osos recién salidos del letargo. Aquel invierno había sido especialmente duro y se había llevado a varios miembros del clan, de modo que la llegada de la primavera fue recibida con una gran alegría, como si con ella pudieran olvidar por fin la dura etapa que dejaban atrás. Se respiraba euforia en el ambiente; sería la primera cacería de tres de los jóvenes, y su júbilo y nerviosismo habían contagiado a los adultos. Uno de los muchachos era Rasloc, un sobrino de Ronna, que admiraba especialmente a Fenris y que estaba deseando unirse a su grupo de caza. Su entusiasmo logró que hasta Ronna sonriera por primera vez en mucho tiempo, animada por la perspectiva de una noche especial.

Como cada tarde antes del plenilunio, Fenris se sentó sobre una pequeña loma a ver caer el sol. Ronna se sentó a su lado, y Rasloc y varios hombres y mujeres más los acompañaron. Habían pasado muchos años, pero todavía sentían fascinación por la metamorfosis del más peculiar de los miembros de su clan.

Poco antes de que la última uña de sol se escondiera tras el horizonte, llegó un muchacho corriendo desde el poblado:

—¡Fenris! —lo llamó—. El chamán quiere hablar contigo.

Fenris se quedó sorprendido. Hacía muchos meses que Log no le dirigía la palabra.

—Vuelvo enseguida —le dijo a Ronna.

Se alejó en dirección al poblado. Saludó a un grupo de guerreros que estaban cerca de la tienda del chamán, pero ellos no le respondieron. Alguno le dirigió una mirada hosca. Fenris se preguntó qué había hecho para ofenderlos, pero no se detuvo.

Entró en la vivienda del chamán e inmediatamente notó algo raro. Miró a su alrededor, pero no vio nada extraño. Log estaba esperándolo, sentado en el suelo junto al brasero, como tantas otras veces. No había nada que se saliera de lo normal, excepto...

Olfateó en el aire. Sí, eso era: se trataba de un olor extraño, un olor que conocía y que hizo rebullir a la bestia en su interior, pero que no fue capaz de identificar.

Debería haber sospechado que algo no marchaba del todo bien, pero lo que hizo fue encogerse de hombros y saludar al chamán. Seguramente, se dijo, el olor procedería del brasero: a Log le gustaba echar hierbas aromáticas en él. Las recolectaba en primavera y verano, las dejaba secar y luego las guardaba en saquillos de piel. Su habilidad en el uso de las plantas estaba muy lejos de igualar a la del brujo que había sido amigo de Fenris en el Reino de los Elfos, pero no era tampoco desdeñable.

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