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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (102 page)

BOOK: Festín de cuervos
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Mordedor echó la cabeza hacia atrás, volvió a abrir la boca, aulló y sacó la lengua. También era puntiaguda, y goteaba sangre. Ninguna lengua podía ser tan larga. Entraba y salía de su boca, entraba y salía, roja, húmeda, brillante, era un espectáculo espantoso, obsceno.

«Tiene una lengua de un palmo —pensó Brienne justo antes de sumergirse en la oscuridad—. Casi parece una espada.»

JAIME (6)

El broche que cerraba la capa de Brynden Tully era un pez negro de azabache engarzado en oro. Su cota de malla era lúgubre y gris. Encima llevaba canilleras, gorjal, guanteletes, hombreras y rodilleras de acero negro, aunque no había nada más negro que la expresión de su rostro mientras aguardaba a Jaime Lannister al final del puente levadizo, solo, a lomos de un corcel bayo con gualdrapa roja y azul.

«No me tiene el menor respeto.»

Bajo la mata de pelo canoso, el rostro de Tully estaba marcado por arrugas profundas y curtido por el viento, pero Jaime aún reconocía al gran caballero que en cierta ocasión había cautivado a un escudero con sus relatos de los Reyes Nuevepeniques. Los cascos de
Honor
resonaron contra los tablones del puente levadizo. Jaime había invertido mucho tiempo en decidir si debía llevar al encuentro la armadura dorada o la blanca; al final había optado por un jubón de cuero y una capa carmesí.

Se detuvo a un paso de Ser Brynden e inclinó la cabeza para saludar al anciano.

—Matarreyes —dijo Tully.

Que su primera palabra fuera aquel apodo decía mucho de cómo iba a ser el encuentro, pero Jaime estaba decidido a conservar el aplomo.

—Pez Negro —respondió—, gracias por venir.

—Supongo que habéis vuelto para cumplir el juramento que hicisteis ante mi sobrina —dijo Ser Brynden—. Creo recordar que le prometisteis a Catelyn que le devolveríais a sus hijas a cambio de vuestra libertad. —Tenía los labios apretados—. Pero no veo a las niñas. ¿Dónde están?

«¿Tiene que obligarme a decirlo?»

—No las tengo.

—Lástima. Entonces, ¿venís a reanudar el cautiverio? Vuestra celda sigue disponible. Hemos puesto paja fresca en el suelo.

«Y un bonito cubo en el que cagar, seguro.»

—Sois muy atento, ser, pero no, gracias. Prefiero la comodidad de mi pabellón.

—Mientras que Catelyn disfruta de la comodidad de la tumba.

«No tuve nada que ver en la muerte de Lady Catelyn —habría querido decirle—, y cuando llegué a Desembarco del Rey, sus hijas habían desaparecido.»

Estuvo a punto de hablarle de Brienne y de la espada que le había regalado, pero el Pez Negro lo estaba mirando como lo miraba Eddard Stark cuando lo encontró sentado en el Trono de Hierro, con la sangre del Rey Loco en la espada.

—He venido a hablar de los vivos, no de los muertos. De los que no tienen por qué morir, pero morirán...

—A menos que os entregue Aguasdulces, ¿no? ¿Ahora viene cuando amenazáis con ahorcar a Edmure? —Los ojos de Tully eran pura piedra bajo las cejas pobladas—. Haga lo que haga, el destino de mi sobrino es la muerte, así que ahorcadlo y acabemos de una vez. Me imagino que Edmure está tan harto de estar de pie en ese patíbulo como yo de verlo.

«Ryman Frey es un completo mentecato.»

Saltaba a la vista que la pantomima con Edmure y el patíbulo sólo había servido para fomentar la testarudez del Pez Negro, eso era evidente.

—Tenéis prisioneros a Lady Sybelle Westerling y a tres de sus hijos. Os devolveré a vuestro sobrino a cambio de ellos.

—¿Igual que habéis devuelto a las hijas de Lady Catelyn?

Jaime no pensaba dejarse provocar.

—Una anciana y tres niños a cambio de vuestro señor. Es el mejor trato que podríais esperar.

—No os falta valor, Matarreyes. —Ser Brynden le dedicó una sonrisa dura—. Pero negociar con perjuros es como construir en arenas movedizas. Cat debería haber sabido que no se podía confiar en chusma como vos.

«En quien confió fue en Tyrion —estuvo a punto de decir Jaime—. El Gnomo la engañó a ella también.»

—Lady Catelyn me arrancó aquellas promesas a punta de espada.

—¿Y el juramento que hicisteis ante Aerys?

Sintió un cosquilleo en los dedos que le faltaban.

—Aerys no tiene nada que ver con esto. ¿Queréis que intercambiemos a los Westerling por Edmure?

—No. Mi rey me confió a su reina para que la protegiera, y juré mantenerla a salvo. No la entregaré para que la ahorquen los Frey.

—Ha recibido el indulto real. No le sucederá nada. Os doy mi palabra.

—¿Vuestra palabra de honor? —Ser Brynden arqueó una ceja—. ¿Sabéis siquiera qué es el honor?

«Un caballo.»

—Os lo juraré por lo que queráis.

—No me jodas, Matarreyes.

—Intento evitarlo: arriad los estandartes, abrid las puertas, y les perdonaré la vida a todos vuestros hombres. Los que quieran podrán quedarse en Aguasdulces al servicio de Lord Emmon. Los demás podrán marcharse, aunque tendrán que rendir las armas y las armaduras.

—¿Hasta dónde llegarán desarmados antes de que les caiga encima algún bandido? No os podéis arriesgar a que se unan a Lord Beric; los dos lo sabemos. ¿Y qué pasa conmigo? ¿Me llevaréis a Desembarco del Rey para matarme, como a Eddard Stark?

—Os permitiré vestir el negro. El bastardo de Ned Stark es el Lord Comandante del Muro.

—¿Eso también fue cosa de vuestro padre? —El Pez Negro entrecerró los ojos—. Recuerdo bien que Catelyn no confiaba en ese muchacho, igual que no confió nunca en Theon Greyjoy. Por lo visto tenía razón con respecto a los dos. No, ser, muchas gracias. Si no os importa, prefiero morir en un lugar cálido con la espada en la mano, y la espada estará manchada de sangre roja de león.

—La sangre de los Tully es igual de roja —le recordó Jaime—. Si no rendís el castillo, me obligáis a tomarlo por asalto. Morirán cientos de hombres.

—Cientos de los míos. Miles de los vuestros.

—Vuestra guarnición entera perecerá.

—Esa canción ya me la sé. ¿Queréis que la cante con la música de «Las lluvias de Castamere»? Mis hombres prefieren morir de pie, luchando, antes que de rodillas bajo la espada del verdugo.

«Esto no marcha bien.»

—La resistencia no servirá de nada, ser. La guerra ha terminado; vuestro Joven Lobo ha muerto.

—Asesinado en una transgresión de las sagradas leyes de la hospitalidad.

—Fue cosa de los Frey, no mía.

—Llamadlo como queráis. Apesta a Tywin Lannister.

Era algo que Jaime no podía negar.

—Mi padre también ha muerto.

—Que el Padre lo juzgue con justicia.

«Esa sí que es una perspectiva aterradora.»

—Yo habría matado a Robb Stark en el bosque Susurrante si me hubiera tropezado con él. Unos idiotas se interpusieron en mi camino. ¿Acaso importa cómo muriera el chico? El caso es que ha muerto, y su reino murió con él.

—¿Estáis ciego además de tullido, ser? Levantad la vista y veréis que el lobo huargo aún ondea por encima de nuestras murallas.

—Ya lo he visto. Está muy solo. Harrenhal ha caído, igual que Varamar y Poza de la Doncella. Los Bracken han doblado la rodilla y tienen a Tytos Blackwood acorralado en el Árbol de los Cuervos. Piper, Vance, Mooton... Todos vuestros banderizos se han rendido. Únicamente queda Aguasdulces. Tenemos veinte veces más hombres que vos.

—Veinte veces más hombres requieren veinte veces más de comida. ¿Qué tal andáis de provisiones, mi señor?

—Tenemos suficientes para quedarnos aquí hasta el fin de los tiempos si hace falta, mientras vosotros os morís de hambre tras las murallas.

Recitó la mentira con toda la osadía que fue capaz de reunir, con la esperanza de que el rostro no lo traicionara. Pero el Pez Negro no se dejó engañar.

—Tal vez hasta el fin de vuestros tiempos. Nosotros tenemos provisiones en abundancia, aunque mucho me temo que no dejamos gran cosa en los campos para nuestros visitantes.

—Podemos bajar comida de Los Gemelos —dijo—, o de las colinas del oeste, si es necesario.

—Si vos lo decís... Nunca dudaría de la palabra de un caballero tan honorable.

El desprecio que impregnaba su voz terminó de irritar a Jaime.

—Hay una manera más rápida de zanjar este asunto: un combate singular. Mi campeón contra el vuestro.

—Me preguntaba cuánto tardaríais en llegar a eso. —Ser Brynden se echó a reír—. ¿Quién será? ¿El Jabalí? ¿Addam Marbrand? ¿Walder Frey
el Negro
? —Se inclinó hacia delante—. ¿Qué tal vos y yo, ser?

«En otros tiempos habría sido un hermoso enfrentamiento —pensó Jaime—; los bardos habrían compuesto canciones.»

—Cuando Lady Catelyn me liberó, me hizo jurar que jamás volvería a alzar las armas contra los Tully ni contra los Stark.

—Qué juramento más oportuno, ser.

Su rostro se ensombreció.

—¿Me estáis llamando cobarde?

—No. Os estoy llamando tullido. —El Pez Negro hizo un gesto en dirección a la mano dorada de Jaime—. Los dos sabemos que con eso no podéis luchar.

—Tenía dos manos. —«¿Vas a desperdiciar tu vida por orgullo?, susurró una vocecita en su interior»—. Hay quien diría que un tullido y un anciano son rivales muy igualados. Liberadme del juramento que le hice a Lady Catelyn y lucharé contra vos, espada contra espada. Si gano, nos quedamos con Aguasdulces. Si me matáis, levantaremos el asedio.

Ser Brynden se echó a reír otra vez.

—Por mucho que me gustaría tener la ocasión de quitaros esa mano dorada y arrancaros del pecho vuestro negro corazón, vuestras promesas no tienen ningún valor. Con vuestra muerte no ganaría nada excepto el placer de mataros, y no pienso arriesgar mi vida por eso, aunque el riesgo sea nimio.

Por suerte, Jaime no llevaba espada; de lo contrario la habría desenvainado, y si no lo mataba Ser Brynden, se encargarían los arqueros de la muralla.

—¿Qué condiciones aceptaríais? —le preguntó al Pez Negro.

—¿De vos? —Ser Brynden se encogió de hombros—. Ninguna.

—Entonces, ¿por qué habéis salido a negociar conmigo?

—Los asedios son tan aburridos... Quería veros el muñón y oír las excusas que pondríais para justificar vuestras últimas canalladas. Son todavía más débiles de lo que me temía. Siempre me decepcionáis, Matarreyes.

El Pez Negro hizo dar media vuelta a su yegua y trotó hacia Aguasdulces. El rastrillo descendió bruscamente; las púas de hierro se clavaron profundamente en el barro blando.

Jaime hizo dar la vuelta a
Honor
y emprendió el largo camino de regreso hasta las líneas de los Lannister. Sentía todos los ojos clavados en él: los de los hombres de Tully en las almenas; los de los Frey al otro lado del río.

«Si no están ciegos, ya se habrán dado cuenta de que me ha tirado mi oferta a la cara. —Iba a tener que atacar el castillo—. Bueno, ¿qué es otro juramento roto para el Matarreyes? Un poco más de mierda en el cubo. —Jaime decidió que sería el primero en subir a las almenas—. Y con esta mano dorada, probablemente seré también el primer hombre en caer.»

Cuando llegó al campamento, Lew
el Pequeño
le sujetó las riendas mientras Peck lo ayudaba a bajar de la silla.

«¿Se creen que estoy tan tullido que no puedo ni desmontar solo?»

—¿Qué tal te ha ido, mi señor? —le preguntó su primo Ser Daven.

—Bueno, no han clavado ninguna flecha en la grupa de mi caballo. Por lo demás, igual que a Ser Ryman. —Frunció el ceño—. Así que quiere que las aguas del Forca Roja bajen aún más rojas. —«La culpa es sólo tuya, Pez Negro. No me has dejado elección»—. Reúne un consejo de guerra. Ser Addam, Jabalí, Forley Prester, tus señores de los ríos... Y nuestros amigos Frey, claro. Ser Ryman, Lord Emmon... Los que quieran enviar.

Se congregaron rápidamente. Lord Piper y los dos Lord Vance acudieron en nombre de los señores arrepentidos del Tridente, cuya lealtad iba a ponerse a prueba muy pronto. Ser Daven, Jabalí, Addam Marbrand y Forley Prester representaban al oeste. Lord Emmon Frey se unió a ellos junto con su esposa. Lady Genna exigió su taburete con una mirada que desafiaba a cualquiera a cuestionar su presencia allí. Nadie se atrevió. Los Frey enviaron a Ser Walder Ríos, más conocido como Walder
el Bastardo
, y a Edwyn, el primogénito de Ser Ryman, un hombre pálido y esbelto con la nariz aguileña y una mata de pelo negro y lacio. Bajo la capa de lana azul, Edwyn llevaba un jubón de piel de becerro con hermosos bordados.

—Hablo en nombre de la Casa Frey —anunció—. Mi padre se encuentra indispuesto esta mañana.

Ser Daven soltó un bufido.

—¿Está borracho, o con resaca por el vino de anoche?

—Lord Jaime —dijo Edwyn, que tenía los labios duros y desagradables de los avaros—, ¿tengo que soportar semejante descortesía?

—¿Es verdad? —preguntó Jaime—. ¿Vuestro padre está borracho?

Frey apretó los labios y miró a Ser Ilyn Payne, que estaba junto a la entrada de la carpa, con la cota de malla oxidada y la espada sobresaliéndole por encima de un hombro huesudo.

—Eh... Mi padre padece del estómago, mi señor. El vino tinto lo ayuda a hacer la digestión.

—Pues debe de estar digiriendo un mamut entero —apuntó Ser Daven.

El Jabalí soltó una carcajada, y Lady Genna disimuló una risita.

—Basta —interrumpió Jaime—. Tenemos cosas que hacer: hay que conquistar un castillo. —Cuando su padre estaba en consejo siempre dejaba que los capitanes fueran los primeros en hablar. Había decidido hacer lo mismo—. ¿Cómo deberíamos proceder?

—Para empezar, ahorcad a Edmure Tully —le apremió Lord Emmon Frey—. Así, Ser Brynden se dará cuenta de que vamos en serio. Si enviamos la cabeza de Edmure a su tío, tal vez lo convenzamos para que se rinda.

—No es tan fácil convencer a Brynden el Pez Negro. —Karyl Vance, el señor de Descanso del Caminante, tenía cara de melancolía. Una marca de nacimiento color vino le cubría el cuello y la mitad del rostro—. Ni su propio hermano pudo convencerlo para que contrajera matrimonio.

Ser Daven sacudió la cabeza.

—Tenemos que lanzar un ataque contra las murallas: es lo que he dicho desde el principio. Aquí lo que hacen falta son torres de asalto, escalerillas y un ariete para derribar la puerta.

—Yo dirigiré el ataque —ofreció Jabalí—. El Pez va a probar el sabor del fuego y el acero.

—Son mis murallas —protestó Lord Emmon—; es mi puerta la que queréis derribar. —Volvió a sacarse el pergamino de la manga—. El propio rey Tommen me ha concedido...

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