Física de lo imposible (21 page)

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Authors: Michio Kaku

Tags: #Divulgación Científica

BOOK: Física de lo imposible
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Como escribió el novelista ruso Fiódor Dostoievski, «Si todo en la Tierra fuera racional, no sucedería nada».
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En otras palabras, los robots del futuro quizá necesiten emociones para fijar objetivos y dar significado y estructura a su «vida», o de los contrario se encontrarán paralizados ante infinitas posibilidades.

¿Son conscientes?

No hay consenso universal respecto a si las máquinas pueden ser conscientes, y ni siquiera un consenso sobre lo que significa conciencia. Nadie ha dado con una definición adecuada de la conciencia.

Marvin Minsky describe la conciencia como algo más que una «sociedad de mentes», es decir, el proceso de pensamiento en nuestro cerebro no está localizado sino disperso, con diferentes centros compitiendo entre sí en un momento dado. La conciencia puede verse entonces como una secuencia de pensamientos e imágenes que salen de estas diferentes «mentes» más pequeñas, cada una de las cuales llama y compite por nuestra atención.

Si esto es cierto, quizá la «conciencia» ha sido sobrevalorada, quizá haya habido demasiados artículos dedicados a un tema que ha sido mitificado en exceso por filósofos y psicólogos. Tal vez definir la consciencia no sea tan difícil. Como dice Sydney Brenner del Instituto Salk en La Jolla: «Predigo que para 2020 —el año de buena visión— la conciencia habrá desaparecido como problema científico. [...] Nuestros sucesores estarán sorprendidos por la cantidad de basura científica que hoy se discute, bueno, suponiendo que tengan la paciencia de pescar en los archivos electrónicos de revistas obsoletas».
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La investigación en IA ha estado sufriendo de «envidia de la física», según Marvin Minsky. En física, el Santo Grial ha sido encontrar una simple ecuación que unifique las fuerzas en el universo en una única teoría, creando una «teoría del todo». Los investigadores en IA, muy influidos por esta idea, han tratado de encontrar un único paradigma que explicara la conciencia. Pero quizá dicho paradigma único no exista, según Minsky.

(Los de la escuela «constructivista», como es mi caso, creen que en lugar de debatir incesantemente sobre si pueden crearse o no máquinas pensantes, habría que intentar construir una. Con respecto a la conciencia, hay probablemente un continuo de conciencias, desde un humilde termostato que controla la temperatura de una habitación hasta los organismos autoconscientes que somos hoy Los animales pueden ser conscientes, pero no poseen el nivel de conciencia de un ser humano. Por lo tanto, habría que tratar de clasificar los diversos tipos y niveles de conciencia antes que debatir cuestiones filosóficas sobre el significado de esta. Con el tiempo los robots pueden alcanzar una «conciencia de silicio». De hecho, algún día pueden encarnar una arquitectura de pensamiento y procesamiento de información que sea diferente de la nuestra. En el futuro, robots avanzados podrían borrar la diferencia entre sintaxis y semántica, de modo que sus respuestas serían indistinguibles de las respuestas de un humano. Si es así, la cuestión de si en realidad «entienden» la pregunta sería básicamente irrelevante. Para cualquier fin práctico, un robot que tenga un perfecto dominio de la sintaxis entiende lo que se está diciendo. En otras palabras, un dominio perfecto de la sintaxis es entendimiento).

¿Podrían ser peligrosos los robots?

Debido a la ley de Moore, que afirma que la potencia de un ordenador se duplica cada dieciocho meses, cabe pensar que en pocas décadas se crearán robots que tengan la inteligencia, digamos, de un perro o un gato. Pero para 2020 quizá la ley de Moore haya dejado de ser válida y la era del silicio podría llegar a su fin. Durante los últimos cincuenta años, más o menos, el sorprendente crecimiento en la potencia de los ordenadores ha sido impulsado por la capacidad de crear minúsculos transistores de silicio, decenas de millones de los cuales pueden caber en una uña. Se utilizan haces de radiación ultravioleta para grabar transistores microscópicos en tabletas hechas de silicio. Pero este proceso no puede durar eternamente. Con el tiempo, dichos transistores podrían llegar a ser tan pequeños como una molécula, y el proceso se detendría. Silicon Valley podría convertirse en un cinturón de herrumbre después de 2020, cuando la era del silicio llegue realmente a su fin.

El chip Pentium en un ordenador de mesa tiene una capa de unos veinte átomos de grosor. Para 2020 el chip Pentium podría consistir en una capa de solo cinco átomos. En ese momento entraría el principio de incertidumbre de Heisenberg, y ya no se sabrá dónde está el electrón. La electricidad se escapará entonces del chip y el ordenador se cortocircuitará. En ese momento, la revolución de los ordenadores y la ley de Moore llegarán a un callejón sin salida debido a las leyes de la teoría cuántica. (Algunos han afirmado que la era digital es la «victoria de los bits sobre los átomos». Pero con el tiempo, cuando lleguemos al límite de la ley de Moore, los átomos pueden tener su venganza).

Los físicos trabajan ahora en la tecnología post-silicio que dominará el mundo de los ordenadores después de 2020, aunque hasta ahora con resultados encontrados. Como hemos visto, se están estudiando varias tecnologías que pueden reemplazar eventualmente a la tecnología del silicio, incluidos los ordenadores cuánticos, de ADN, ópticos, atómicos y otros. Pero cada una de ellas se enfrenta a enormes obstáculos antes de que pueda asumir el papel de los chips de silicio. Manipular átomos y moléculas individuales es una tecnología que aún está en su infancia, de modo que hacer miles de millones de transistores de tamaño atómico está todavía más allá de nuestra capacidad.

Pero supongamos, por el momento, que los físicos son capaces de puentear el hueco entre los chips de silicio y, digamos, los ordenadores cuánticos. Y supongamos que alguna forma de ley de Moore continúa en la era post-silicio. Entonces la inteligencia artificial podría convertirse en una verdadera posibilidad. En ese momento los robots podrían dominar la lógica y las emociones humanas y superar siempre el test de Turing. Steven Spielberg exploró esta cuestión en su película
A.I.: Inteligencia Artificial
, donde se creaba el primer niño robot que podía mostrar emociones, y era así susceptible de ser adoptado por una familia humana.

Esto plantea una cuestión: ¿podrían ser peligrosos tales robots? Probablemente la respuesta es sí. Podrían llegar a ser peligrosos una vez que tengan la inteligencia de un mono, que es autoconsciente y puede establecer su propia agenda. Pueden pasar muchas décadas antes de llegar a ese punto, de modo que los científicos tendrán mucho tiempo para observar a los robots antes de que supongan una amenaza. Por ejemplo, podría colocarse un chip especial en sus procesadores que les impidiera hacerse incontroladamente violentos. O podrían tener un mecanismo de autodestrucción o desactivación que los desconectaría en caso de una emergencia.

Arthur C. Clarke escribió: «Es posible que nos convirtamos en mascotas de los ordenadores, llevando una cómoda existencia como un perrillo, pero confío en que siempre conservaremos la capacidad de tirar del enchufe si nos sentimos así».
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Una amenaza más mundana es el hecho de que nuestra infraestructura depende de los ordenadores. Nuestras redes de agua y de electricidad, por no mencionar las de transporte y comunicaciones, estarán cada vez más computarizadas en el futuro. Nuestras ciudades se han hecho tan complejas que solo complicadas e intrincadas redes de ordenadores pueden regular y controlar nuestra vasta infraestructura. En el futuro será cada vez más importante añadir inteligencia artificial a esta red informática. Un fallo o ruptura en esa infraestructura informática global podría paralizar una ciudad, un país e incluso una civilización.

¿Llegarán a superarnos los ordenadores en inteligencia? Ciertamente no hay nada en las leyes de la física que lo impida. Si los robots son redes neurales capaces de aprender, y evolucionan hasta el punto en que puedan aprender de forma más rápida y más eficiente que nosotros, entonces es lógico que puedan superarnos en razonamiento. Dice Moravec: «[El mundo posbiológico] es un mundo en el que la raza humana ha sido barrida por la marea del cambio cultural, usurpado por su propia progenie artificial. [...] Cuando esto suceda, nuestro ADN se encontrará en paro, tras haber perdido la carrera evolutiva en un nuevo tipo de competición».
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Algunos inventores, como Ray Kurzweil, han predicho incluso que ese momento llegará pronto, más temprano que tarde, incluso en las próximas décadas. Quizá estemos creando a nuestros sucesores evolutivos. Algunos científicos de la computación conciben un punto al que llaman «singularidad», cuando los robots sean capaces de procesar información con rapidez exponencial, creando nuevos robots en el proceso, hasta que su capacidad colectiva para absorber información avance casi sin límite.

Así que a largo plazo algunos defienden una fusión de tecnologías de carbono y silicio, antes que esperar nuestra extinción.
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Los seres humanos estamos basados principalmente en carbono, pero los robots se basan en silicio (al menos por el momento). Quizá la solución esté en fusionarnos con nuestras creaciones. (Si alguna vez encontramos extraterrestres, no deberíamos sorprendernos si descubriéramos que son en parte orgánicos y en parte mecánicos para soportar los rigores del viaje en el espacio y progresar en entornos hostiles).

En un futuro lejano, los robots o los cyborgs humanoides pueden incluso darnos el don de la inmortalidad. Marvin Minsky añade: «¿Qué pasa si el Sol muere, o si destruimos el planeta? ¿Por qué no hacer mejores físicos, ingenieros o matemáticos? Quizá tengamos que ser los arquitectos de nuestro propio futuro. Si no lo hacemos, nuestra cultura podría desaparecer».
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Moravec concibe un tiempo en el futuro lejano en el que nuestra arquitectura neural será transferida, neurona por neurona, directamente a una máquina, lo que en cierto sentido nos dará inmortalidad. Es una idea extraña, pero no está más allá del reino de la posibilidad. Así, según algunos científicos que miran a un futuro lejano, la inmortalidad (en la forma de cuerpos mejorados en ADN o de silicio) puede ser el destino final de la humanidad.

La idea de crear máquinas pensantes que sean al menos tan listas como los animales, y quizá tan listas o más que nosotros, se hará una realidad si podemos superar el colapso de la ley de Moore y el problema del sentido común, quizá incluso a finales de este siglo. Aunque las leyes fundamentales de la IA están aún por descubrir, los avances en esta área se suceden con gran rapidez y son prometedores. Dado esto, yo clasificaría a los robots y otras máquinas pensantes como una imposibilidad de clase I.

Capítulo
8
E
XTRATERRESTRES Y OVNIS

O estamos solos en el universo o no lo estamos. Las dos perspectivas son aterradoras.

A
RTHUR
C. C
LARKE

Una nave espacial gigantesca, de miles de kilómetros, desciende amenazadoramente sobre Los Angeles; el cielo desaparece y la ciudad queda sumida en la oscuridad. Fortalezas con forma de plato se sitúan sobre las principales ciudades del mundo. Centenares de espectadores jubilosos, que desean dar la bienvenida a Los Angeles a seres de otro planeta, se reúnen en lo alto de un rascacielos para recibir a sus huéspedes celestes.

Tras unos días de cerniéndose en silencio sobre Los Ángeles, el vientre de la nave espacial se abre lentamente. De ella surge una abrasadora ráfaga de luz láser que quema los rascacielos y desencadena una marea de destrucción que recorre toda la ciudad y la reduce en segundos a un montón de cenizas.

En la película
Independence Day
, los alienígenas representan nuestros temores más profundos. En la película
E. T.
proyectamos en los alienígenas nuestros propios sueños y fantasías. A lo largo de la historia la gente se ha sentido fascinada por la idea de criaturas alienígenas que habitan en otros mundos. Ya en 1611, en su tratado Somnium, el astrónomo Johannes Kepler, que utilizaba el mejor conocimiento científico de la época, especuló sobre un viaje a la Luna durante el que se podía encontrar a extraños alienígenas, plantas y animales. Pero ciencia y religión chocan con frecuencia sobre el tema de la vida en el espacio, a veces con trágicos resultados.

Algunos años antes, en 1600, el filósofo y antiguo monje dominico Giordano Bruno fue quemado vivo en las calles de Roma. Para humillarle, la Iglesia le colgó cabeza abajo y le desnudó antes de quemarle finalmente en la hoguera. ¿Qué es lo que hacía tan peligrosas las enseñanzas de Bruno? Había planteado una sencilla pregunta: ¿hay vida en el espacio exterior? Como Copérnico, él creía que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol, pero, a diferencia de Copérnico, creía que podía haber un número incontable de criaturas como nosotros que vivían en el espacio exterior. (En lugar de mantener la posibilidad de miles de millones de santos, papas, iglesias y Jesucristos en el espacio exterior, para la Iglesia era más conveniente quemarlo sin más).

Durante cuatrocientos años el recuerdo de Bruno ha obsesionado a los historiadores de la ciencia. Pero hoy Bruno se cobra su venganza cada pocas semanas. Aproximadamente dos veces al mes se descubre un nuevo planeta extrasolar en órbita en torno a otra estrella en el espacio. Hasta ahora se han documentado más de 250 planetas orbitando en torno a otras estrellas. La predicción de Bruno de planetas extrasolares ha sido vindicada. Pero aún queda una pregunta. Aunque la galaxia Vía Láctea pueda estar salpicada de planetas extrasolares, ¿cuántos de ellos pueden albergar vida? Y si existe vida inteligente en el espacio, ¿qué puede decir la ciencia sobre ella?

Por supuesto, hipotéticos encuentros con extraterrestres han fascinado a la sociedad y excitado a generaciones de lectores y espectadores de cine. El incidente más famoso ocurrió el 30 de octubre de 1938, cuando Orson Welles decidió representar un truco de Halloween ante el público norteamericano. Tomó el argumento básico de La guerra de los mundos de H. G. Wells y elaboró una serie de breves avances informativos en la emisora nacional de radio de la CBS, interrumpiendo música de baile para reconstruir, hora a hora, la invasión de la Tierra por marcianos y el subsiguiente colapso de la civilización. Millones de norteamericanos fueron presa del pánico ante las «noticias» de que máquinas de Marte habían aterrizado en Grover's Mili, New Jersey, y estaban lanzando rayos de muerte para destruir ciudades enteras y conquistar el mundo. (Más tarde los periódicos registraron las reacciones espontáneas que se dieron cuando la gente huía del área, con testigos oculares que afirmaban que pudieron oler gas venenoso y ver destellos de luz a distancia).

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