Fragmentos de una enseñanza desconocida (31 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

BOOK: Fragmentos de una enseñanza desconocida
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"Para este fin un hombre debe ejercitarse en tomar, por así decirlo, fotografías mentales de sí mismo en momentos diferentes de su vida y en sus diferentes estados emocionales; ya no fotografías de detalles, sino vistas globales. En otras palabras, estas fotografías deben contener simultáneamente todo lo que un hombre puede ver en sí mismo en un momento dado. Emociones, humores, pensamientos, sensaciones, posturas, movimientos, tonos de voz, expresiones faciales, y así sucesivamente. Si un hombre llega a tomar instantáneas interesantes no tardará en obtener una verdadera colección de retratos de sí mismo, que tomados en conjunto le enseñarán claramente lo que él es. Pero es difícil lograr tomar estas fotografías en los momentos más interesantes, es difícil captar las posturas, las expresiones faciales, las emociones y los pensamientos más característicos. Si un hombre logra tomar bien y en número suficiente estas fotografías, no tardará en ver que la idea que tenía de sí mismo y con la cual seguía viviendo año tras año, está muy lejos de la realidad.

"En lugar del hombre que creía ser, verá otro completamente distinto. Este «otro» es él mismo, y al mismo tiempo no es él. Es él tal como lo conocen los demás, tal como él se imagina y tal como aparece en sus acciones, palabras, etc. pero no es exactamente él, tal cual es en realidad. Porque él mismo sabe que en este otro hombre, que los demás conocen y que él mismo conoce, hay mucho que es irreal, inventado y artificial. Ustedes deben aprender a separar lo real de lo imaginario. Y para comenzar la observación y el estudio de sí, es indispensable aprender a dividirse. Un hombre debe darse cuenta de que en realidad está formado de dos hombres.

"Uno es el hombre que él llama «yo» y a quien los otros llaman «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov». El otro es el verdadero
él,
el verdadero
Yo,
que aparece en su vida sólo por muy breves momentos y que sólo puede llegar a ser firme y permanente después de un período de trabajo muy largo.

"Mientras un hombre se considere a sí mismo como
una sola persona,
seguirá siendo siempre tal cual es. Su trabajo interior comienza desde el instante en que empieza a experimentar en sí mismo la presencia de
dos hombres.
Uno es pasivo y lo más que puede hacer es observar y registrar lo que le sucede. El otro, que se llama a sí mismo «yo», que es activo, y habla de sí en primera persona, es en realidad sólo «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov».

"Esta es la primera realización que un hombre puede obtener. Tan pronto comienza a pensar correctamente, ve que está por completo en poder de su «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov». No importa lo que él planee o piense hacer o decir, no es «él», no es su «Yo», el que lo dirá o lo hará, sino su «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov», y por supuesto lo que ellos harán o dirán no tendrá nada en común con lo que su «Yo» hubiese dicho o hecho; porque ellos mismos tienen su propia manera de sentir o de comprender las cosas, que puede a veces falsear y deformar completamente las intenciones originales del «Yo».

"Con respecto a esto, desde el primer momento de la observación de sí, al hombre le acecha un peligro preciso. Es «Yo» el que comienza la observación, pero «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov» se apoderan de inmediato de ésta y son ellos los que la continúan. Así desde el comienzo, «Ouspensky», «Zakharov» o «Petrov» falsean algo, introducen un cambio que parece sin importancia, pero que en realidad altera todo radicalmente.

"Supongamos por ejemplo, que un hombre llamado «Ivanov» escuche la descripción de este método de observación de sí. Se le ha dicho que un hombre debe dividirse a sí mismo: de un lado «él» o «yo» y del otro «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov». Entonces se divide
literalmente como he dicho
. «Éste es "yo", se dice a sí mismo, y aquél es "Ouspensky", "Petrov" o "Zakharov".» Nunca dirá «Ivanov». Esto lo encuentra desagradable; de esta manera inevitablemente empleará cualquier otro apellido o nombre de pila. Además, llamará «yo» a lo que le gusta en él, o en todo caso, lo que encuentra de fuerte en él, mientras que llamará «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov», a lo que no le gusta o considera como sus debilidades. Sobre esta base se pone a razonar, completamente equivocado por supuesto, ya que se engañó sobre el punto más importante, al rehusar enfocar lo que él realmente es, es decir «Ivanov», y al no prestar atención sino a los imaginarios «Ouspensky», «Petrov» o «Zakharov».

"Es aun difícil imaginar lo mucho que detesta un hombre emplear su propio nombre cuando habla de sí en tercera persona. Hace todo lo posible por evitarlo. Se llama a sí mismo por otro nombre, como lo acabo de decir, o inventa para sí un nombre falso, un nombre por el cual nadie lo ha llamado jamás, ni lo llamará nunca; o se llama simplemente «él» y así sucesivamente. Bajo este aspecto no son excepción las personas que acostumbran llamarse en sus conversaciones mentales por su nombre de pila, su sobrenombre o diminutivos afectuosos. Cuando llegan a la observación de sí prefieren llamarse ellos mismos «Ouspensky» o decir «el Ouspensky en mí», como si pudiera haber un «Ouspensky» en ellos mismos. ¡Como si no sobrara «Ouspensky» para Ouspensky mismo!

"Pero cuando un hombre comprende su impotencia frente a «Ouspensky», su actitud hacia sí mismo y hacia el «Ouspensky» en él, deja de ser indiferente o apática.

"La observación de sí deviene la observación de «Ouspensky». El hombre comprende que no es «Ouspensky», que «Ouspensky» no es sino la máscara que él lleva, el papel que él desempeña inconscientemente y que por desgracia no puede evitar desempeñarlo, un papel que lo domina y le hace decir y hacer miles de cosas estúpidas, miles de cosas que él nunca haría ni diría.

"Si es sincero consigo mismo, siente que está en poder de «Ouspensky» y al mismo tiempo siente que no es «Ouspensky».

"Comienza a tener miedo de «Ouspensky», comienza a sentir que «Ouspensky» es su enemigo. Todo lo que quiera hacer es interceptado y alterado por «Ouspensky». «Ouspensky» es su «enemigo». Los deseos, los gustos, las simpatías, las antipatías, los pensamientos, las opiniones de «Ouspensky», o bien se oponen a sus propias ideas, sentimientos y estados de ánimo, o no tienen nada en común con ellos. Y sin embargo «Ouspensky» es su amo. Él es el esclavo. No tiene voluntad propia. Está lejos de poder expresar sus deseos, porque todo lo que querría decir o hacer siempre será hecho por «Ouspensky» y no por él.

"A este nivel de la observación de sí, este hombre ya no debe tener sino una sola meta: librarse de «Ouspensky». Y puesto que de hecho no puede librarse porque él es «Ouspensky», debe por consiguiente dominarlo y obligarlo a hacer no lo que desea el «Ouspensky» del momento, sino lo que
él mismo
quiere hacer. «Ouspensky» que es hoy el amo, debe convertirse en el servidor.

"Éste es el primer paso en el trabajo sobre sí; hay que separarse de «Ouspensky», no sólo en el pensamiento, sino de hecho, y llegar a sentir que uno no tiene con él nada en común. Pero hay que tener muy presente en la mente que toda la atención debe quedar concentrada sobre «Ouspensky». En efecto, un hombre es incapaz de explicar
lo que él mismo es en realidad;
sin embargo puede explicar «Ouspensky» a sí mismo, y es por aquí por donde debe comenzar, recordando al mismo tiempo que él no es «Ouspensky».

"Nada hay más peligroso en este caso que fiarse de su propio juicio. Si un hombre tiene suerte, quizá tendrá a su lado a alguien que le diga donde está él y donde está «Ouspensky». Es además necesario que tenga fe en esta persona, si no, no dejará de pensar que comprende todo mucho mejor por sí solo, y que no necesita aprender dónde está él y dónde está «Ouspensky». Y esto no es sólo con relación a sí mismo, sino también con relación a los demás, de quienes imagina ver y conocer sus «Ouspensky»; y naturalmente se engaña. Porque en este estado, un hombre no puede ver nada ni sobre sí mismo ni sobre los demás. Y cuanto más convencido esté de que puede, tanto más se engañará. Por el contrario, si es capaz de la más mínima sinceridad hacia sí mismo, y si realmente quiere conocer la verdad, entonces puede encontrar una base exacta e infalible, primero para juzgarse correctamente a sí mismo, luego para juzgar a los demás. Pero todo el problema está precisamente en ser sincero consigo mismo. Y esto está lejos de ser fácil. La gente no comprende que la sinceridad se debe aprender. Se imagina que depende de su deseo o de su decisión el ser sinceros o el no serlo.

"Pero ¿cómo podría un hombre ser sincero consigo mismo, cuando este hombre «sinceramente» no ve lo que necesitaría ver en sí mismo? Es necesario que alguien se lo muestre. Y su actitud hacia quien se lo muestre debe ser justa, es decir aquella que lo ayude a ver lo que le es mostrado, y no la que necesariamente se lo impida, como sucede cada vez que un hombre se imagina que no tiene nada que aprender de nadie.

"En el trabajo ésta es una fase crítica. Un hombre que pierde su dirección en este momento ya no la vuelve a encontrar nunca. Porque no hay que olvidar que tal cual es el hombre en la actualidad, no está en condiciones de distinguir en él «Yo» y «Ouspensky». Todos sus esfuerzos en este sentido no evitarán que se mienta, que se ponga a inventar y nunca podrá verse tal cual es en realidad. Es necesario convencerse profundamente de esto; sin ayuda exterior, un hombre jamás podrá verse.

"¿Por qué esto es así? Recuérdenlo. Hemos dicho que la observación de sí conduce a la constatación de que el hombre se olvida sin cesar. Su impotencia para recordarse a sí mismo es uno de los rasgos más característicos de su ser y la verdadera causa de todo su comportamiento. Esta impotencia se manifiesta de mil maneras. No recuerda sus decisiones, no recuerda la palabra que se ha dado a sí mismo, no recuerda lo que ha dicho o sentido hace un mes, una semana, un día o tan sólo una hora. Comienza un trabajo y muy pronto olvida
por qué
lo había emprendido, y es en el trabajo sobre sí donde este fenómeno se produce con una frecuencia muy especial. Un hombre no puede recordar una promesa dada a otro, sino con la ayuda de asociaciones artificiales, de asociaciones
educadas
en él, las cuales a su vez se asocian a toda clase de concepciones, también ellas formadas artificialmente, tales como el «honor», la «honradez», el «deber» y así sucesivamente. En realidad se puede decir que por cada cosa que recuerda un hombre, siempre hay otras diez, mucho más importantes, que olvida. Pero el hombre nunca olvida nada más fácilmente que lo que se refiere a él mismo, por ejemplo: «las fotografías mentales» que ha podido tomar.

"De esta manera, sus opiniones y sus teorías se encuentran desprovistas de toda estabilidad y de toda precisión. El hombre no recuerda lo que ha pensado o lo que ha dicho; no recuerda
cómo
ha pensado o
cómo
ha hablado.

"Esto, a su vez, está en relación con una de las características fundamentales de la actitud del hombre hacia sí mismo y hacia lo que lo rodea, a saber: su constante «identificación» con todo lo que llama su atención, sus pensamientos o sus deseos y su imaginación.

"«La identificación» es un rasgo tan común, que en la tarea de la observación de sí es difícil separarla del resto. El hombre está siempre en estado de identificación; sólo cambia el objeto de su identificación.

"El hombre se identifica con un pequeño problema que encuentra en su camino y olvida completamente las grandes metas que se propuso al principio de su trabajo. Se identifica con un pensamiento y olvida todos los demás. Se identifica con una emoción, con un estado de ánimo, y olvida otros sentimientos más profundos. Al trabajar sobre sí mismas, las personas se identifican hasta tal punto con metas aisladas que pierden de vista el conjunto. Para ellas los dos o tres árboles más cercanos llegan a representar todo el bosque.

"La identificación es nuestro más terrible enemigo porque penetra por todas partes. En el mismo momento en que creemos luchar contra ella seguimos siendo víctimas de su engaño. Y si nos es tan difícil liberarnos de la identificación, es porque nos identificamos más fácilmente con las cosas que más nos interesan, a las que damos nuestro tiempo, nuestro trabajo y nuestra atención. Para liberarse de la identificación el hombre debe entonces estar constantemente en guardia y ser despiadado consigo mismo. Es decir, que no debe tener miedo de desenmascarar todas sus formas sutiles y escondidas.

"Es indispensable ver y estudiar la identificación a fin de descubrirla en nosotros mismos hasta sus raíces más profundas. Pero la dificultad de la lucha contra la identificación se acrecienta aún más por el hecho de que cuando la gente la nota, la mira como una cualidad excelente y le concede los nombres de «entusiasmo», «celo», «pasión», «espontaneidad», «inspiración», etc. Consideran que realmente no pueden hacer un buen trabajo en cualquier terreno sino en estado de identificación. En realidad esto es una ilusión. En tal estado el hombre no puede hacer nada sensato. Y si la gente pudiera ver lo que significa el estado de identificación, cambiaría de opinión. El hombre identificado no es más que una cosa, un trozo de carne; pierde hasta la poca semejanza que tenía con un ser humano. En el Oriente, donde se fuma el hashish y otras drogas, a menudo sucede que un hombre se identifica con su pipa hasta el punto de considerarse a sí mismo como una pipa. Esto no es un chiste, sino un hecho. Se torna efectivamente una pipa. Esto es la identificación. Pero para llegar a esto no son necesarios en lo más mínimo el hashish o el opio. Miren a la gente en las tiendas, los teatros o restaurantes. Vean cómo se identifican con las palabras cuando discuten o tratan de probar algo, sobre todo algo que no conocen. No son más que deseo, avidez, o
palabras:
de ellos mismos no queda nada.

"La identificación es el principal obstáculo para el recuerdo de sí. Un hombre que se identifica es incapaz de recordarse a sí mismo. Para poder recordarse a sí mismo, primero es necesario
no identificarse.
Pero para aprender a no identificarse, ante todo el hombre debe
no identificarse consigo mismo,
no llamarse a sí mismo «Yo», siempre y en todas las ocasiones. Debe recordar que hay dos en él, que hay
él mismo,
es decir
Yo
en él, y
el otro
con el cual debe luchar y al que debe vencer si quiere alcanzar cualquier cosa. Mientras un hombre se identifique o sea susceptible de identificarse, es esclavo de todo lo que puede sucederle. La libertad significa ante todo liberarse de la identificación.

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