Fragmentos de una enseñanza desconocida (50 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

BOOK: Fragmentos de una enseñanza desconocida
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Capítulo
doce

El trabajo de los grupos se intensifica. Cada hombre tiene un limitado repertorio de papeles". Hay que elegir entre el trabajo sobre sí y la "vida tranquila". Dificultades de la obediencia. Donde intervienen las tareas. G. da una tarea definida. Reacciones de nuestros amigos ante las ideas de la enseñanza. La enseñanza hace surgir lo peor y lo mejor en un hombre. ¿Qué clase de gente puede venir al trabajo? Preparación. Hay que haber estado desilusionado. La pregunta que duele. Nueva evaluación de los amigos. Conversación sobre los tipos. G. nos da una nueva tarea. Cada uno trata de contar la historia de su propia vida. Entonaciones. "Esencia" y "personalidad". Sinceridad. Un mal estado de ánimo. G. promete contestar a cualquier pregunta. La "eterna recurrencia". Experimento en separar la personalidad de la esencia. Conversación sobre el sexo. Papel del sexo como principal fuerza motriz de toda la mecanicidad. Papel del sexo como principal posibilidad de liberación. Nuevo nacimiento. Transmutación de la energía sexual. Los abusos del sexo. ¿Es útil la abstinencia? Trabajo correcto de los centros. Un centro de gravedad permanente.

En esta época —era agosto de 1916— el trabajo de nuestros grupos comenzó a tomar formas nuevas y más intensas. G. pasaba la mayor parte del tiempo en San Petersburgo; ya no iba a Moscú sino por unos días, regresando muy a menudo con dos o tres de sus alumnos de Moscú. Para entonces nuestras reuniones y conversaciones ya habían perdido casi todo carácter convencional; nos conocíamos mejor, y desde entonces, sumando todo, a pesar de algunas fricciones formábamos un grupo muy coherente, unido por estas nuevas ideas que se nos enseñaban y por las amplias perspectivas del saber y del conocimiento de si que se nos estaban abriendo. Éramos entonces unas treinta personas. Nos reuníamos casi todas las noches. A veces, al llegar de Moscú, G. decidía hacer largas excursiones o picnics en el campo, con shashlik,
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lo que nos hacía salir completamente del ambiente de San Petersburgo. Recuerdo especialmente una caminata a Ostrosfki remontando el río Neva, porque ese día de repente capté el porqué G. organizaba estas giras campestres, aparentemente sin propósito. Comprendí que nos observaba todo el tiempo, y que en estas ocasiones muchos mostrábamos aspectos completamente nuevos de nosotros mismos, que nunca habrían aparecido durante las reuniones en San Petersburgo.

En esta época mis relaciones con los alumnos moscovitas de G. eran absolutamente diferentes de las que había tenido en mi primer encuentro con ellos, en la primavera del año anterior. Ahora ya no me parecían seres artificiales, que desempeñaban un papel aprendido de memoria. Por el contrario, siempre esperaba ansiosamente su llegada. Traté de descubrir en qué consistía el trabajo que hacían en Moscú, y lo nuevo que G. les había dicho. Así fue como aprendí de ellos muchas cosas que más tarde me fueron muy útiles en mi trabajo. Además, vi de inmediato que estas nuevas conversaciones tomaban lugar dentro del desarrollo de un plan establecido por G. Nuestra tarea no consistía solamente en aprender de él, sino también en aprender unos de otros. De esta manera los grupos de G. me parecían comparables a las "escuelas" de los pintores de la Edad Media, en las que los alumnos vivían con su maestro y mientras aprendían de él, tenían que enseñarse mutuamente. Al mismo tiempo comprendí por qué los alumnos de G. no habían podido responder a las preguntas que yo les había hecho en nuestro primer encuentro. Éstas habían sido de una ingenuidad ilimitada: "¿En qué se basa su trabajo sobre sí mismo? Cuál es la doctrina que estudian? ¿De dónde viene esta enseñanza?" etc...

Ahora veía la imposibilidad de contestar a tales preguntas. Pero hay que
aprender,
para comenzar a comprender esto. En ese tiempo, es decir un poco más de un año antes, creía por el contrario tener todo el derecho para plantear tales preguntas. exactamente como lo creían los que venían ahora a nosotros.

Siempre comenzaban haciéndonos preguntas del mismo orden, totalmente sorprendidos de que no las contestáramos y, como ya habíamos podido percibir, a partir de entonces nos miraban como seres artificiales o que desempeñaban un papel aprendido.

Los recién llegados no asistían sino a las reuniones generales, en las que G. tomaba parte. En esta época, los grupos de los mayores siempre se reunían separadamente. La razón era sencilla. Ya no teníamos más el mismo aplomo, ni la misma pretensión de conocerlo todo —actitud inevitable para todos los que se aproximan al trabajo por primera vez— y por este hecho, podíamos ahora comprender a G. mejor que antes.

En estas reuniones generales, era verdaderamente muy interesante para nosotros constatar que los recién llegados hacían exactamente las mismas preguntas que hacíamos nosotros al comienzo; escapaban a su comprensión las mismas cosas que nosotros también habíamos sido incapaces de comprender, y que ahora nos parecían tan sencillas y elementales. Estas experiencias nos dejaban muy satisfechos con nosotros mismos.

Pero cuando estábamos de nuevo solos con G., a menudo destruía con una palabra todo lo que habíamos imaginado sobre nosotros mismos: nos forzaba a ver que, de hecho, todavía no sabíamos ni comprendíamos nada, ni de nosotros mismos, ni de los demás.

—Toda la desgracia viene de la certeza que tienen ustedes de ser siempre uno y el mismo, dijo. Pero yo tengo una visión muy diferente de ustedes. Por ejemplo, veo que hoy un Ouspensky ha venido aquí, mientras que ayer estuvo otro Ouspensky. En cuanto al doctor —antes de la llegada de ustedes— nosotros dos estábamos juntos, y hablábamos: él era un cierto doctor. Entonces llegaron ustedes. Se me ocurrió echarle una mirada: ya era totalmente otro doctor. Ustedes ven muy rara vez al que yo había visto cuando estaba solo con él.

"Nótenlo bien, dijo G. con respecto a esto: cada hombre tiene un repertorio definido de papeles que desempeña en circunstancias ordinarias. Tiene un papel para cada clase de circunstancias en que se encuentra habitualmente; pero colóquenlo en circunstancias ligeramente diferentes, y será incapaz de descubrir el papel que concuerda con ellas, y
por un breve instante se tornará él mismo
. El estudio de los papeles que cada uno desempeña es una parte indispensable del conocimiento de sí. El repertorio de cada hombre es extremadamente limitado. Si un hombre dice simplemente «Yo» e «Ivan Ivanovich», no se verá a sí mismo todo entero, porque «Ivan Ivanovich» tampoco es uno solo; cada hombre tiene por lo menos cinco o seis de ellos: uno o dos para su familia, uno o dos para su oficina (uno para sus superiores y el otro para sus subordinados), uno para sus amigos en el restaurante, y otro también, quizá, para las conversaciones intelectuales sobre temas sublimes. Según los momentos, este hombre está completamente identificado con uno u otro, y es incapaz de separarse de él. Ver sus papeles, conocer su propio repertorio, y sobre todo saber cuán limitado es, ya es saber mucho. Pero he aquí lo más importante: fuera de su repertorio, es decir tan pronto algo le haga salir de su rutina, aunque sólo sea por un momento, un hombre se sentirá terriblemente incómodo, y entonces hará todo esfuerzo para volver cuanto antes a uno u otro de sus papeles habituales. Recae en el camino trillado, y todo se encarrila de nuevo sin tropiezos para él: todo sentimiento de malestar y de tensión ha desaparecido. Siempre es así en la vida. Pero en el trabajo, para observarse a sí mismo, es absolutamente necesario admitir este malestar y esta tensión, y no temer los estados de incomodidad e impotencia. Sólo a través de éstos puede un hombre realmente aprender a verse. Y es fácil captar la razón. Cada vez que un hombre no se encuentra en uno de sus papeles habituales, cada vez que no puede hallar dentro de su repertorio el papel que convenga a una situación dada, se siente como un hombre desnudo. Tiene frío, tiene vergüenza, quisiera huir para que nadie le vea. Sin embargo, surge la pregunta: ¿qué es lo que quiere? Si quiere una vida tranquila, ante todo nunca debe salir de su repertorio. En sus papeles habituales, se siente a sus anchas y en paz. Pero si quiere trabajar sobre sí mismo, tiene que destruir su paz. Pues el trabajo y la paz son incompatibles. Un hombre tiene que escoger, sin engañarse a sí mismo. Esto es lo que le sucede más frecuentemente. En palabras, dice que escoge el
trabajo,
cuando en realidad no quiere perder su
paz.
Resulta que se sienta entre dos sillas. Esta es la más incómoda de todas las posiciones. Un hombre no hace ningún trabajo y sin embargo tampoco obtiene ninguna comodidad. Desgraciadamente, le es muy difícil mandarlo todo al diablo y comenzar el trabajo real. Y ¿por qué es tan difícil? Ante todo, porque
su vida es demasiado fácil.
Aun aquellos que creen que su vida es mala, están habituados a ella, y como ya están habituados, en el fondo poco les importa que sea mala. Pero aquí se encuentran ante algo nuevo y desconocido, de lo cual no saben si podrán o no obtener un resultado. Y lo peor es que tendrán que obedecer a alguien, les será necesario someterse a la voluntad de otro. Si un hombre pudiera inventar para sí mismo dificultades y sacrificios, algunas veces iría muy lejos. De hecho esto es imposible. Es indispensable obedecer a otro hombre y seguir una dirección general de trabajo que no puede ser controlada sino por una sola persona. Para un hombre que se estima capaz, en su vida, de decidir todo y de hacer todo, nada le seria más difícil que esta subordinación. Naturalmente, cuando logra liberarse de sus fantasías y ver lo que es en realidad, la dificultad desaparece. Pero es precisamente esta liberación la que no puede producirse sino en el curso del trabajo. Es difícil comenzar a trabajar y sobre todo continuar trabajando, y es difícil porque la vida corre demasiado fácilmente."

En otra ocasión, siempre con relación al trabajo de los grupos dijo una vez más:

—Más tarde, verán ustedes que cada alumno recibe sus propias tareas individuales, las que corresponden a su tipo y a su rasgo más característico; estas tareas tienen como fin el darle ocasión de luchar con más intensidad contra su defecto principal. Pero además de estas tareas individuales hay tareas generales que son dadas al grupo considerado como un todo; entonces, es el grupo entero el responsable de su realización —lo que no quiere decir que en ciertos casos el grupo no sea responsable por las tareas individuales. Pero consideremos primero las tareas generales. Hoy día, ustedes comprenden hasta cierto punto la naturaleza de esta enseñanza y de sus métodos; por lo tanto, deben ser capaces de comenzar a transmitir estas ideas. Ustedes recordarán que al principio me oponía a que hablaran de las ideas de la enseñanza fuera de los grupos. Había puesto como regla que nadie debía decir nada, excepto aquéllos a quienes había indicado especialmente que lo hicieran. Les expliqué entonces por qué era necesario esto: ustedes no hubiesen sido capaces de dar a la gente una idea fiel ni una impresión justa. Lejos de eso, en vez de darles la posibilidad de venir a la enseñanza, los hubiesen apartado; aun tal vez los habrían privado de la posibilidad de venir a ella más tarde. Pero ahora la situación es diferente. Ya les he dicho mucho. Y si ustedes han hecho realmente esfuerzos para comprender lo que han oído, entonces deben ser capaces de transmitirlo a oíros. Por esto, les daré a todos una tarea precisa.

"Ustedes tratarán de orientar las conversaciones con sus amigos hacia nuestras ideas, tratarán de preparar a las personas que manifiesten interés, y si ellas se lo piden, tráiganlas a las reuniones. Pero tómelo cada uno de ustedes como su propia tarea sin esperar que otro la realice por él. Si lo logran, les mostrará primero que han asimilado algo, y en segundo lugar, que son capaces de evaluar a la gente, de comprender con quien vale la pena hablar, y con quién es inútil. En efecto, la mayor parte de la gente no puede interesarse en estas ideas. ¿De qué provecho sería entonces tratar de convencerlos? Pero ciertas personas pueden apreciarlas, y hay que hablar con ellas."

La reunión siguiente fue muy interesante. Todos habíamos sido vívidamente impresionados por las conversaciones con nuestros amigos; todos teníamos muchas preguntas que hacer, pero también estábamos un poco desilusionados y descorazonados.

Esto mostraba que los amigos habían hecho preguntas embarazosas, y que no habíamos sabido hallar las respuestas. Habían preguntado, por ejemplo, qué resultados habíamos obtenido de nuestro trabajo, y expresaron las más categóricas dudas sobre nuestro "recuerdo de sí". O bien se mostraban totalmente convencidos de que
ellos
eran capaces de "recordarse a sí mismos". Ciertas personas habían hallado el "rayo de creación" y los "siete cosmos" ridículos e inútiles: "¿Qué tiene que ver la «geografía» con todo esto?" había preguntado uno de mis amigos, no sin humor, parodiando así cierta réplica graciosa de una comedia que acababa de presentarse en San Petersburgo; otros habían preguntado quién había visto a los centros y cómo podían ser vistos; otros encontraron absurda la idea de que no podíamos
hacer.
Otros más habían considerado la idea del esoterismo "seductora, pero no convincente". O bien, habían declarado que el esoterismo era una "nueva invención". Algunos no estaban dispuestos de ninguna manera a sacrificar su "descendencia" del mono. Algunos otros constataron la ausencia de amor por la humanidad en esta enseñanza. En fin, otros dijeron que nuestras ideas surgían del materialismo corriente, que queríamos hacer máquinas de todos los hombres, que nos faltaba totalmente el idealismo, el sentido de lo sobrenatural, y así sucesivamente....

G. se rió cuando le contamos las conversaciones con nuestros amigos.

—Esto no es nada, dijo. Si recogieran todo lo que la gente es capaz de decir, ustedes mismos no lo creerían. Esta enseñanza tiene una propiedad maravillosa: el menor contacto con ella hace surgir del fondo del hombre lo peor y lo mejor. Se puede conocer a alguien muchos años, y pensar que es un buen hombre, más bien inteligente. Pero traten de hablarle de estas ideas, y verán que es completamente tonto. En cambio otro les parece una persona poco interesante, pero si le exponen los principios de esta enseñanza verán inmediatamente que este hombre piensa, y que piensa aun muy seriamente.

—¿Cómo se puede reconocer a las personas capaces de venir al trabajo? preguntó uno de nosotros.

—Cómo se les puede
reconocer,
dijo G., eso es otro asunto. Para ser capaz de hacerlo, es necesario «ser», hasta cierto punto. Hablaremos de esto en otra oportunidad. Ahora, hay que establecer qué clase de gente puede venir al trabajo y qué clase no puede.

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