Fragmentos de una enseñanza desconocida (23 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

BOOK: Fragmentos de una enseñanza desconocida
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"En la misma forma, el pensamiento no puede apreciar las sensaciones. Para él son cosas muertas. Tampoco es capaz de controlar el movimiento. Es de lo más fácil encontrar ejemplos de esta clase. Cualquiera que sea el trabajo que un hombre está haciendo, bastará que trate de hacer deliberadamente cada uno de sus gestos con su mente, siguiendo cada movimiento, y verá que cambiará inmediatamente la calidad de su trabajo. Si está escribiendo a máquina, sus dedos gobernados por su centro motor encuentran por sí mismos las letras necesarias; pero si antes de cada letra trata de preguntarse a sí mismo: «¿Dónde está la C?» «¿Dónde está la coma?» «¿Cómo se deletrea esta palabra?» —en seguida comienza a cometer errores o a escribir muy despacio. Si un hombre conduce un automóvil con su centro intelectual, por cierto no tendrá interés en pasar de la primera velocidad. El pensamiento no puede seguir el ritmo de todos los movimientos necesarios a una marcha rápida. Es absolutamente imposible para un hombre ordinario conducir rápido con su centro intelectual especialmente en las calles de una gran ciudad.

"Cuando el centro motor hace el trabajo del centro intelectual, da como resultado la lectura mecánica o la audición mecánica, aquella de un lector o de un oyente que no percibe sino palabras y se queda totalmente inconsciente de lo que lee o escucha. Esto sucede generalmente cuando la atención, es decir la dirección de la actividad del centro intelectual, está ocupada en alguna otra cosa, y cuando el centro motor trata de suplantar al ausente centro intelectual. Esto se convierte muy fácilmente en un hábito porque generalmente el centro intelectual está distraído, no por un trabajo útil, pensamiento o meditación, sino simplemente por el ensueño o la imaginación.

"La imaginación
es una de las principales causas del trabajo equivocado de los centros. Cada centro tiene su propia forma de imaginación y de ensueño, pero por lo general el centro motor y el centro emocional se sirven ambos del centro intelectual, siempre listo éste a cederles su lugar y a ponerse a su disposición para este fin, porque el ensueño corresponde a sus propias inclinaciones.

"El ensueño es absolutamente lo contrario de una actividad «útil». «Útil» en este caso significa: dirigida hacia una meta definida y emprendida para un resultado definido. El ensueño no tiende a ningún fin, no se esfuerza hacia ninguna meta. La motivación del ensueño se encuentra siempre en el centro emocional o en el centro motor. En cuanto al proceso efectivo, éste es tomado a su cargo por el centro intelectual. La tendencia a soñar se debe en parte a la pereza del centro intelectual, es decir a sus tentativas por evitarse todo esfuerzo ligado a un trabajo orientado hacia una meta definida y que tenga una dirección definida, y por otra parte a la tendencia de los centros emocional y motor a repetirse, a guardar vivas o a reproducir experiencias agradables o desagradables, ya vividas o imaginadas. Los ensueños penosos, mórbidos, son característicos de un desequilibrio de la máquina humana. Después de todo, se puede comprender el ensueño cuando presenta un carácter agradable, y se le puede encontrar una justificación lógica. Pero el ensueño de carácter penoso es un completo absurdo. Sin embargo, muchas personas pasan nueve décimos de su existencia imaginando toda clase de acontecimientos desagradables, todas las desgracias que pueden recaer sobre ellos y sobre su familia, todas las enfermedades que pueden contraer, y todos los sufrimientos que tal vez tendrán que soportar.

"La «imaginación» y el «ensueño» son ejemplos del funcionamiento equivocado del centro intelectual.

"La observación de la actividad de la imaginación y del ensueño, constituye una parte muy importante del estudio de sí.

"Después la observación tendrá que enfocarse sobre los hábitos en general. Todo hombre adulto es un tejido de hábitos, si bien, en la mayoría de los casos, no se da la menor cuenta de ello y pudiera aun afirmar que no tiene hábito alguno. Esto nunca puede ser así. Los tres centros están repletos de hábitos y un hombre jamás puede conocerse hasta haber estudiado todos sus hábitos. La observación y estudio de éstos es particularmente difícil porque para verlos y «constatarlos», es necesario escapar de ellos, liberarse de ellos aunque sea tan sólo por un momento. Mientras un hombre está gobernado por un hábito determinado, no puede observarlo; pero desde su primer intento de combatirlo, por débil que éste sea, lo siente y repara en él. Por eso, para observar y estudiar los hábitos es necesario tratar de luchar contra ellos. Esto nos abre una vía práctica para la observación de sí. He dicho anteriormente que un hombre no puede cambiar nada en sí mismo, que sólo puede observar y «constatar». Es verdad. Pero es igualmente cierto que un hombre no puede observar ni «constatar» nada si no trata de luchar consigo mismo, es decir, contra sus hábitos. Esta lucha no puede dar resultados inmediatos; no puede conducir a ningún cambio permanente o duradero. Pero permite saber a qué atenerse. Sin lucha un hombre no puede ver de qué está hecho. La lucha contra los pequeños hábitos es muy difícil y fastidiosa, pero sin ella es imposible la observación de sí.

"Desde su primera tentativa de estudiar su actividad motriz elemental, el hombre tropieza con sus hábitos. Por ejemplo, puede querer estudiar sus movimientos, puede querer observar cómo camina. Pero nunca lo logrará por más de un instante, si sigue funcionando de la manera habitual. En cambio, si comprende que su manera de caminar está constituida por un cierto número de hábitos: pasos de cierta longitud, un cierto porte, etc., y si trata de cambiarlos, es decir caminar más o menos rápido, alargar más o menos el paso, será capaz de ver en sí mismo y estudiar sus movimientos mientras camina. Si un hombre quiere observarse mientras escribe, debe tomar nota de la manera en que sostiene la pluma y tratar de tomarla de otro modo; entonces se hace posible la observación. Para observarse un hombre debe tratar de no caminar de manera habitual, de sentarse en forma desacostumbrada, debe permanecer de pie cuando normalmente se sienta, sentarse cuando está acostumbrado a estar de pie, realizar con la mano izquierda los movimientos que acostumbra hacer con la mano derecha y viceversa. Todo esto le permitirá observarse y estudiar los hábitos y asociaciones del centro motor.

"En el dominio de las emociones es muy útil tratar de luchar contra el hábito de dar expresión inmediata a las emociones desagradables. Muchas personas encuentran muy difícil evitar expresar sus sentimientos acerca del mal tiempo. Les es aún más difícil guardar para sí las emociones desagradables cuando estiman que han sido violados el orden o la justicia tal como ellos la conciben.

"La lucha contra la expresión de las emociones desagradables no sólo es un excelente método para la observación de sí, sino que tiene otro significado. Esta es una de las pocas direcciones en las que un hombre puede cambiar o cambiar sus hábitos sin crear otros indeseables. Es por esto por lo que desde el comienzo la observación de sí y el estudio de sí deben estar acompañados de una lucha contra la
expresión de las emociones desagradables.

"Si el hombre sigue todas estas reglas al observarse a sí mismo, descubrirá una cantidad de aspectos muy importantes de su ser. Para comenzar constatará con claridad indudable el hecho de que sus acciones, pensamientos, sentimientos y palabras, son el resultado de las influencias exteriores y que nada procede de él mismo. Comprenderá y verá que de hecho es un autómata que actúa bajo la influencia de estímulos exteriores. Experimentará su completa mecanicidad. Todo sucede. El hombre no puede «hacer» nada; es una máquina gobernada desde el exterior por choques accidentales. Cada choque llama a la superficie a uno de sus «yoes». Con un nuevo choque este «yo» desaparece y otro ocupa su lugar. Otro pequeño cambio en el mundo circundante y he aquí nuevamente otro «yo».

"Desde este momento el hombre comenzará a comprender que no tiene el menor poder sobre sí mismo, que nunca sabe lo que puede decir o hacer al minuto siguiente y que no puede responder de sí mismo ni siquiera por algunos, instantes. Se convencerá de que si permanece tal cual es y no hace nada extraordinario, se debe simplemente a que no se produce ningún cambio exterior extraordinario. Se convencerá de que sus acciones están totalmente gobernadas por las condiciones exteriores y que no hay en él nada permanente de donde pueda proceder un control, ni una sola función permanente, ni un solo estado permanente."

Había varios puntos en las teorías psicológicas de G. que suscitaron particularmente mí interés.

El primero era la posibilidad de un cambio de sí, a saber que el hombre desde que comienza a observarse
de la manera adecuada,
comienza por esto mismo a cambiar y ya no puede estar
satisfecho
de sí.

El segundo punto era la necesidad de "no expresar las emociones desagradables". Sentí de inmediato que aquí se escondía algo muy grande y el futuro me dio la razón, porque el estudio de las emociones y el trabajo sobre las emociones se tornó la base del desarrollo ulterior de todo el sistema. Pero esto no se me hizo evidente sino mucho más tarde.

El tercer punto que atrajo mi atención y sobre el cual de inmediato me puse a reflexionar era la idea del
centro motor.

Lo que me interesó especialmente era la relación que G. establecía entre las funciones motrices y las funciones instintivas. ¿Eran idénticas o eran diferentes? Además, ¿cuál era la relación entre las divisiones hechas por G. y las divisiones habituales de la psicología? Hasta entonces con ciertas reservas y adiciones, yo había estimado posible aceptar la vieja clasificación de las acciones del hombre en acciones "conscientes", acciones "automáticas" (que primero tienen que ser conscientes), acciones "instintivas" (oportunas pero sin meta consciente) y acciones "reflejas", simples y complejas, que nunca son conscientes y que en ciertos casos pueden ser inoportunas. Además había las acciones realizadas bajo la influencia de disposiciones emocionales ocultas y de impulsos interiores desconocidos.

G. puso de cabeza toda esta estructura.

Primeramente descartó por completo las acciones "conscientes" porque, como resaltaba de todo lo que él decía, nada era consciente. El término de "subconsciente" que desempeña un papel tan grande en las teorías de algunos autores, llegaba así a ser enteramente inútil y hasta engañoso, ya que fenómenos de categorías completamente diferentes siempre eran clasificados en la categoría de "subconscientes".

La división, de las acciones según los centros que las gobiernan eliminaba toda incertidumbre y toda duda posible en cuanto a la justeza de estas divisiones.

Lo que era particularmente importante en el sistema de G. era la idea de que acciones idénticas podían tener su origen en centros diferentes. Un buen ejemplo es el del joven recluta y el viejo soldado en la instrucción militar. Aquél maneja el fusil con su centro intelectual, éste con su centro motor, que lo hace
mucho mejor.

Pero G. no llamaba "automáticas" a las acciones gobernadas por el centro motor. Sólo designaba así a las acciones que el hombre realizaba de
manera imperceptible para él mismo.

Las mismas acciones, desde que son observadas, ya no se pueden llamar "automáticas". Otorgaba un gran lugar al automatismo, pero no confundía funciones motrices con funciones automáticas, y lo que es más importante, encontraba acciones automáticas
en todos los centros
. Por ejemplo, hablaba de "pensamientos automáticos" y de "sentimientos automáticos". Cuando le pregunté sobre los reflejos, los llamó "acciones instintivas". Y como comprendí de lo que siguió, entre todos los movimientos exteriores, consideraba sólo a los reflejos como
acciones instintivas.

Yo estaba muy interesado por su descripción de las relaciones entre las funciones motrices e instintivas y volvía a menudo a este tema en mis conversaciones con él.

Ante todo G. nos llamó la atención sobre el perpetuo abuso de las palabras "instinto" e "instintivo". Resaltaba de lo que decía que esos términos no podían aplicarse con derecho sino a las funciones
internas
del organismo. Respiración, circulación de la sangre, digestión —tales eran
las funciones instintivas.
Las únicas funciones externas que pertenecían a esta categoría eran
los reflejos.
La diferencia entre las funciones instintivas y motrices era la siguiente: Las funciones motrices del hombre así como las de los animales, de un pájaro, de un perro,
deben ser aprendidas;
pero las funciones instintivas son innatas. El hombre tiene muy pocos movimientos exteriores innatos; los animales tienen más, aunque en diversos grados: algunos tienen más, otros menos; pero lo que habitualmente se designa como "instinto" se refiere muy a menudo a una serie de funciones motrices complejas, que los animales jóvenes aprenden de los viejos. Una de las principales propiedades del centro motor es su capacidad de imitar. El centro motor imita lo que ve sin razonar. Este es el origen de las leyendas que existen sobre la maravillosa "inteligencia" de los animales, o sobre el "instinto" que reemplaza a la inteligencia para permitirles realizar toda una serie de acciones complejas y perfectamente adaptadas.

La idea de un centro motor independiente, es decir que no depende de la mente ni requiere nada de ella y que es por sí mismo una mente, pero que por otra parte tampoco depende del instinto y debe ante todo educarse —situaba un número muy grande de problemas sobre una base enteramente nueva. La existencia de un centro motor trabajando por imitación explicaba el mantenimiento del orden existente en las colmenas, las comejeneras y los hormigueros. Dirigida por la imitación, una generación debe modelarse absolutamente sobre el patrón de la generación precedente. No puede haber ningún cambio, ninguna desviación del modelo. Pero la imitación no explica cómo se establece en el origen un orden tal. A menudo estaba tentado de hacer toda clase de preguntas sobre este tema. Pero G. eludía tales conversaciones y las llevaba siempre al hombre y a los problemas reales del estudio de sí.

De esta manera muchas cosas se aclararon para mí con la idea de que cada centro no es sólo una fuerza de impulsión, sino también un "aparato receptor" que capta influencias diferentes y algunas veces muy alejadas. Cuando yo pensaba en lo que había sido dicho sobre las guerras, las revoluciones, las migraciones de pueblos, etc. cuando me representaba cómo se pueden mover las masas humanas obedeciendo a influencias planetarias, entreveía nuestro error fundamental en la determinación de las acciones individuales. Nosotros consideramos las acciones de un individuo como si tuvieran su origen en tí mismo. No nos imaginamos que "las masas" puedan estar formadas de autómatas que obedecen a estímulos exteriores y que pueden moverse, no bajo la influencia de la voluntad, de la conciencia o de las tendencias de los individuos sino bajo la influencia de estímulos exteriores que vienen a veces de muy lejos.

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