GOG (24 page)

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Authors: Giovanni Papini

Tags: #Literatura, Fantasía

BOOK: GOG
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—¿No me puede dar algunos detalles sobre su manera de operar?

—Si se los diese no los podría comprender. Sepa que Anosh-Uthra no es mi verdadero nombre. Estas palabras irónicas significan
Hombre Angel
, y son el nombre del Mesías de la religión mandea. Mi secreto procede, como todos los secretos, del Asia y no se puede revelar en términos occidentales. Pero los experimentos felices son mucho más evidentes y claros que las teorías. Sométase a mi cura y le libertaré de lo que le molesta.

»Y tenga usted en cuenta que no opero solamente las malas cualidades, es decir, lo que los moralistas llaman
culpa
o los alienistas
locura
. Si le molesta, por ejemplo, un inmoderado amor al prójimo o una manía religiosa y filosófica que pongan en peligro su bienestar, estoy dispuesto a intervenir en las mismas condiciones. Son virtudes mucho más dolorosas, a veces, que los pecados.

»Piense en la trasformación que sufrirá nuestra especie cuando mi cirugía moral se haya difundido por todas partes. Todos podrán poseer, finalmente, el alma que más les guste. La extirpación metódica de los remordimientos y de los temores dará al hombre aquella paz que hasta ahora ha buscado en vano en el estoicismo o en la fe. Añada que las enfermedades del cuerpo se derivan del espíritu; por tanto, cuando se haya curado éste, disfrutará igualmente de una perfecta salud física. Pruebe. ¿Le molestan la avidez de dinero, la superstición, la envidia, los celos? La extirpación es sencillísima. Le advierto que no se consigue con una sola vez. Para cada una de las molestias que le he citado son necesarios al menos tres meses. Tiempo mínimo si piensa en las interminables curas de los psiquiatras. Debo, sin embargo, advertirle lealmente que si puedo quitar alguna cosa a su alma, no puedo añadirle nada. Soy un taumaturgo, pero no un Dios.

»El coste de cada operación varía según las dificultades. Mis precios oscilan entre quinientas y tres mil libras esterlinas, a pagar la mitad al comenzar la cura.

—¿Y podría usted amputar toda el alma si el alma entera es infecta?

—Nunca he hecho esta operación, hasta ahora —contestó Anosh-Uthra, alisándose la barba—, pero se podría intentar…

Sir J. G. Frazer y la magia

Londres, 3 noviembre

U
n encuentro inesperado y afortunado en casa de un coleccionista de fetiches, me ha permitido escuchar, durante algunos minutos, las palabras de Sir James George Frazer, el más grande antropólogo. según dicen, del mundo entero. Mi pasión, tal vez atávica, por la vida de los salvajes me había hecho recorrer, hace poco tiempo, el famoso
Golden Bough
y he podido así seguir mejor las palabras del ilustre paleontólogo del alma humana.

La conversación en torno de la mesa del té ha recaído, por inocente astucia de mi coleccionista, sobre la Magia, y Sir Frazer no ha podido menos de tomar parte. Aunque sea viejo y haya trabajado sin descanso durante toda su vida, conserva todavía un aspecto de una inteligencia siempre tensa: ojos de juez forrados de humorista.

—Los hombres modernos —dijo— consideran con demasiado desprecio a la Magia, y los espíritus científicos y prácticos miran con piedad irónica a los viejos brujos y hasta a aquellos que hoy los estudian. Son ingratos. Faltan al respeto a la madre. Toda la civilización moderna —y por moderna entiendo la que comienza con la Grecia de Sócrates y, después de una interrupción de siglos, ha fructificado desde el Renacimiento hasta nosotros— es hija legítima de la Magia. Todas nuestras artes, nuestras leyes, nuestras tradiciones políticas, nuestras ciencias, han salido directamente de la Magia de los primitivos. La Magia ha sido el puente único y necesario entre la animalidad y la cultura. Todos aquellos que se burlan de la Magia son hijos y sobrinos de los antiguos magos y primos de los hechiceros que todavía operan entre los salvajes.

»Ya he hecho notar estas verdades en distintas partes de mis libros, pero nadie las ha reconocido ni sospechado. Comencemos por las artes. En lo que se refiere a la música la demostración ya está hecha, y de un modo persuasivo, por un musicólogo francés: Combarieu. La música, en los tiempos más remotos, no era más que un ramo del arte de los encantamientos. El teatro, como saben todos, no es más que la desviación de las primitivas ceremonias litúrgicas, esto es, fundamentalmente mágicas, y la danza, como ha demostrado Hirn, tiene el mismo origen. De la poesía se puede decir lo mismo: los más antiguos fragmentos, tanto en los
Veda
como en la literatura arcaica latina, son fórmulas mágicas, palabras potentes que, ayudadas del ritmo, debían evitar los males o atraer hacia nosotros los dones de los dioses. Las pinturas primitivas que encontramos en las cavernas son obras de brujos que se servían de esas imágenes para hacer que fuese fructífera la caza de los hombres paleolíticos, fundándose sobre uno de los principios esenciales de la Magia simpática. Crear una imagen significa, para el mago, conquistar el poder sobre la cosa representada. A la misma razón se debe el origen de la escultura: ustedes saben que incluso en la Edad Media se acostumbraba, para matar con seguridad a un enemigo, modelar en cera o en barro una estatuita que se le pareciese y luego romperla o exponerla a la llama. Lo que se hacía a la estatua era sentido por el modelo. La escultura egipcia, tan realista, era un expediente mágico para conservar, más allá de la muerte, la integridad corporal para la esperada resurrección. Las formas más arcaicas de la arquitectura, como los dólmenes y los
cromlechs
servían, como sabemos, para misteriosos ritos que tenían más de mágico que de religioso. Si quieren una demostración más amplia pueden leer un estudio de mi amigo Salomón Reinach, aparecido en la
Anthropologie
del año 1903.

»En lo que se refiere a la moral y a la legislación, ya he demostrado, ampliamente en uno de mis libros,
The Psyche's Task
, cómo los principios éticos elementales que reinan todavía en nuestra vida, e informan nuestros códigos, fueron establecidos y consagrados por lo que nosotros llamamos superstición y que se reduce casi siempre a la Magia. Las prohibiciones fundadas en el
tabú
se hallan en los orígenes de nuestra moral. Se creía, por ejemplo, que las relaciones ilícitas entre un hombre y una mujer perjudicaban el éxito de la casa o la fecundidad de los campos, y por eso eran severamente prohibidas. Se creó así en los hombres el horror al adulterio, que perdura todavía, aunque atenuado, en nuestras costumbres. Hoy se condena por otras razones, pero no se hubiera sin duda llegado a condenarlo sin el trabajo preparatorio de la Magia.

»Los primeros reyes de las primeras tribus fueron hechiceros, y si más tarde fueron guerreros, éstos se hallaron también bajo la dominación de los que poseían la potencia oculta. La primera teocracia  fue mágica y el poder de los magos sobre los guerreros fue el poder del espíritu sobre la fuerza. En los antiguos reyes se encuentran siempre las huellas de carácter sagrado y mágico, y hasta hace pocos siglos se atribuía todavía a los monarcas de Francia y de Inglaterra la milagrosa virtud de curar ciertas enfermedades con el simple contacto de la mano. El rey mago primitivo debía ofrecer su vida en holocausto si caía alguna desgracia sobre su pueblo, y un resto de esta costumbre se halla entre los modernos soberanos que consideran corno un deber acudir a los lugares donde ha ocurrido una desgracia, incluso con peligro de su vida.

»Y finalmente, la ciencia, la orgullosa ciencia de nuestro tiempo, como ha demostrado ya Lenormand, se halla estrechamente unida a la Magia. La Magia, en efecto, supone que a ciertos fenómenos seguirán infaliblemente otros fenómenos sin la intervención de una voluntad extraña. Se funda, como la ciencia, sobre el determinismo, es decir, sobre la fe implícita en una realidad ordenada y homogénea. El mago no pretendía violentar los hechos pero, conociendo las secretas afinidades y el orden en que se sucedían, se contentaba con imitar aquel fenómeno que era el antecedente constante del fenómeno deseado. Sus errores y sus fracasos procedían de no haber observado bien aquella trabazón fija de sucesiones y fundarse en relaciones aparentes más que sustanciales, pero el principio de que partía era el mismo sobre el cual se halla edificada la ciencia moderna. Incluso los muchachos saben que la química se deriva de la alquimia. la astronomía de la astrología y la medicina científica del hermetismo.

»No hablo de las religiones, cuyas relaciones con la Magia son evidentes para todos los que conocen la antigüedad. Además todavía hoy, en muchos lugares no se distinguen de las más burdas hechicerías Basta pensar en la boga de que gozan, en ciertos países cultos, las doctrinas teosóficas y las escuelas ocultistas, para darse cuenta de que la Magia, todavía en nuestros días, satisface las necesidades espirituales de millones de hombres.

»Toda nuestra civilización desciende, pues, de las creencias y de las prácticas de la Magia, y un pesimista podría sostener, con un ligero esfuerzo sofístico, que la cultura contemporánea no ha rebasado todavía la zona mágica. Los pueblos tienen hambre de milagros y los piden a todos: a los demagogos, a los sonámbulos, a los electricistas, a los médiums, a las profetisas privadas, a los profesores de física y de quiromancia. Los salvajes son, indudablemente, nuestros padres y tal vez nuestros hermanos, y la Magia es la matriz benéfica de la que han salido, como decía al principio, nuestras artes, nuestras morales y nuestras ciencias. Todos los intelectuales no son más que magos que han evolucionado, más cautos y más claros.

Sir James George Frazer se calló y nadie supo qué contestarle. Me he acordado de que mi madre era maorí y la gran estima que siento hacia mi mismo ha aumentado mucho desde hace algunas horas.

A. A. y W. C.

Londres, 3 agosto

S
algo de un inmenso restaurante de lujo. ¡Horrible!

Nada más repugnante que todas aquellas bocas que se abren, que aquellos millares de dientes que mastican. Los ojos atentos, ávidos, brillantes; las mandíbulas que se contraen y se mueven; las mejillas que, poco a poco, se vuelven encarnadas… La existencia de los comedores públicos es la prueba máxima de que el hombre no ha salido todavía de la fase animalesca. Esta falta de vergüenza, hasta en aquellos que se creen nobles, refinados, espirituales, me espanta. El hecho de que la mente humana no ha asociado todavía la manducación y la defecación, demuestra nuestra grosera insensibilidad. Sólo algunos monarcas de Oriente y los Papas de Roma han llegado a comprender la necesidad de no tener testigos en uno de los momentos más penosos de la servidumbre corporal, y comen solos, como deberíamos hacer todos.

Llegará un tiempo en que causará estupefacción nuestra costumbre de comer en compañía — ¡al aire libre y en presencia de extraños!—, como hoy sentimos disgusto al leer que Diógenes, el cínico, satisfacía en medio de la plaza sus más inmundos instintos. La necesidad de engullir fragmentos de plantas y de animales para no morir, es una de las peores humillaciones de nuestra vida, uno de los más torpes signos de nuestra subordinación a la tierra y la muerte. ¡Y en vez de satisfacerla en secreto, la consideramos como una fiesta, hacemos de ella una ceremonia visible, la ofrecemos como espectáculo cotidiano, con la indiferencia de los brutos!

En mi caso, en el Nuevo Partenón, he suprimido desde hace tiempo la costumbre cuaternaria de las comidas en común. En los corredores hay puertas cerradas con un cartelito encima donde aparecen las dos letras A. A. Todos los huéspedes saben que allí dentro, a cualquier hora, se halla comida y bebida. Son cuartitos pequeños, pero luminosos, con una sola mesa y una silla única. El que tiene hambre va allí dentro y se encierra. Cuando se ha saciado sale, sin ser visto, y vuelve a sus ocupaciones o a su vagar. Camareros encargados de aquel servicio visitan algunas veces al día aquellos gabinetes, hacen desaparecer los platos sucios y proveen de alimentos bien preparados que se mantienen calientes durante muchas horas. En la proximidad de cada cabina de alimentación hay un
water-closet
con los últimos perfeccionamientos higiénicos.

¿Dentro de cuántos siglos será adoptado mi sistema en todas las moradas de los hombres?

Visita a Knut Hamsun

Cristianía, 24 agosto

H
e preguntado a un librero cuál es el más grande escritor noruego viviente. Ha contestado:

—Knut Hamsun.

Es necesario, pues, que yo conozca a ese Hamsun. No he leído nada de él, pero desde el momento en que he venido a Noruega y no pienso volver y no tengo nada mejor que hacer, quiero incluir éste en mi colección de coloquios memorables.

Lo que me han contado acerca de él me gusta: ha sufrido hambre (como yo), ha hecho el
tramp
en los Estados Unidos (como yo) y rehúye todo lo que puede la compañía de los hombres (como yo). Vive, según dicen, en una isla solitaria y raramente va a las ciudades. En 1920 le dieron el Premio Nobel. Un secretario de la Legación de los Estados Unidos me ha prometido obtener un salvoconducto para llegar hasta él.

2 septiembre

Ayer pude, finalmente, hablar con ese Knut Hamsun. Excelente impresión. Es un hombre de más de sesenta años, pero bien conservado. Unos bigotes atrevidos que le dan el aspecto de un oficial sin debilidades. Rostro abierto, pero un poco triste y en algunos momentos severo.

Habla correctamente el inglés. No hace cumplidos. Me ha gustado.

—He consentido recibirle porque no es usted ni un mendigo, ni un literato, ni un periodista, ni un desocupado, ni un editor, ni un coleccionista de autógrafos, ni un admirador. Todas estas personas son igualmente nefastas e igualmente insoportables. Me defiendo contra ellos como un caballero contra los bandidos, pero no siempre lo consigo. He puesto entre ellos y yo un brazo de mar, pero esa canalla conoce la existencia de las naves y se aprovecha.

»Usted no sabe, por fortuna, lo que es la gloria. ¡Que no le ocurra nunca desventura semejante! Ser famoso significa volverse a la vez, viejo y perseguido. Llegar a la celebridad equivale a transformarse en un cadáver viviente y despojado. Los jóvenes y los rivales le consideran como un superviviente perdido y como a tal es tratado. La fama es una anticipación del ataúd y del sepulcro. ¿Sois célebre? Pues lo habéis dado ya todo y se puede comenzar la autopsia, incluso la vivisección. Os hemos ya recompensado; que se quite, pues, de en medio la carroña coronada y saciada, para dar paso a los desconocidos. Cualquier cosa que hagáis será siempre inferior a las obras que os dieron la fama. La gloria es un certificado de impotencia. Y, además, una prisión. Sois sometido, tanto si queréis como si no, a una vigilancia especial. No podéis alquilar una casa o entrar en un café o marchar de viaje sin que millares de personas se enteren en seguida, lo cuenten y lo impriman. Refugiarse en la soledad no basta. Incluso allí os asaltan y si no consiguen saber nada, lo inventan.

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