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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (17 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Según palabras de la escritora polaca encarcelada en 1942 en Auschwitz-Birkenau, Seweryna Szmaglewska, Rosé «dirige calmadamente, como si no estuviera viendo nada a su alrededor. Ella se controla, y sus elegantes movimientos parecen estar dedicados solo a la música». Alica Jakubovie, una mensajera del campo que pudo escuchar los ensayos, afirma que no le gustó tanto la música como cuando Alma Rosé estaba tocando. «Ella no solo era una artista famosa, sino también una maravillosa camarada», escriben Szymon Laks (miembro de la orquesta de hombres de Birkenau) y Rene Coudy. Y Manca Svalbova describe a su amiga con estas palabras: «Ella vivía en otro mundo. La música significaba para ella su amor y sus decepciones, su pesar y sus gozos, su anhelo eterno y su fe, y esta música flotaba muy por encima de la atmósfera del campamento».

Una de las explicaciones más acertadas sobre la orquesta de mujeres se la debemos a la doctora nazi Lucie Adelsberger que afirmó lo siguiente:

«La música era algo así como un perrito faldero de la administración del campo, y los participantes estaban claramente favorecidos por ella. Su barracón era incluso mejor atendido que la oficina de la administración o la cocina. La comida era abundante, y las chicas de la orquesta llevaban ropas de tela buena y gorras».

Antes de saber cómo termina la historia de la violinista y directora de orquesta Alma Rosé, habría que hacer un alto en el camino y mencionar a la pianista y cantante, Fania Fénelon, quien, además de escribir sus memorias sobre el tiempo que permaneció en la agrupación, se convirtió en el segundo de los miembros musicales más destacados de Birkenau.

PLAYING FOR TIME

Bajo este título se conocen las memorias de la superviviente del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, Fania Fénelon, quien además de participar en la orquesta musical femenina, fue una de las damnificadas del Holocausto. Ella consiguió dar una segunda versión sobre Alma Rosé y María Mandel y rodearse de controversia. Pero comencemos por el principio.

Fania Fénelon era hija de un ingeniero judío y de una católica francesa. Estudió en el conservatorio de París y se especializó en piano y canto. En 1943 fue arrestada por ser medio judía y por ayudar a sus amigos de la resistencia. Fue trasladada en enero de 1944 al campo de Birkenau. Poco después de su llegada y mientras permanecía en su cuartel, un Kapo entró y comenzó a gritar que se buscaban cantantes o músicos. Pese a su debilitado estado, Fénelon se ofreció como voluntaria. La llevaron a una habitación donde tocó
Madame Butterfly
de Puccini ante la que sería su directora, Alma Rosé. Allí empezó su periplo y el comienzo de una nueva etapa en el barracón de los músicos. Según la pianista, siempre había una gran tensión entre los músicos judíos y los polacos antisemitas no judíos. No obstante, Fania disfrutó mucho integrándose en una orquesta femenina con nuevos privilegios y favoritismos. En este sentido la joven no entendía cómo María Mandel o el comandante Kramer podían emocionarse con una pieza de Schubert y después ser unos asesinos despiadados que mataban y gaseaban a miles de personas al día.

«Nunca habíamos tocado tanto ni tan frecuente. Dábamos hasta tres conciertos cada domingo. Durante el día y también la noche, los oficiales de las SS venían a nuestros barracones y nos exigían su asignación musical. La música, vez tras vez tras vez. En Birkenau, la música era lo mejor y lo peor. Lo mejo
R:
consumía el tiempo y nos permitía olvidar como una droga; después te quedabas sin sentido y agotado. Lo peor, nuestro público —por una parte los asesinos, y por otra, las víctimas—. Y nosotros, ¿también nos estaríamos convirtiendo en verdugos en manos de nuestros asesinos?»
[21]
.

Gracias a Fania y sus memorias podemos conocer mejor la incoherencia, no solo de un momento histórico único y esperemos que irrepetible, sino sobre todo la contradicción latente entre los pensamientos y actuaciones de cada uno de los miembros del imperio nazi. Mandel fue una de ellas, por quien la joven pianista sintió una especie de «admiración». Así lo demuestra a través de
Playing for time
:

«Mandel, cuyas manos se posaban elegantemente en sus caderas —largas, blancas, delicadas manos que resaltaban sobre la tela gris de su uniforme— nos miraba, sus duros ojos de porcelana azul se prolongaban inquisitivamente en mi cara. Esa fue la primera vez que un representante de la raza alemana me había mirado, se había dado cuenta de mi presencia. Se quitó la gorra y su pelo era de un rubio dorado maravilloso, recogido con unas trenzas gruesas alrededor de su cabeza —en mi imaginación volví a ver el mío otra vez, arreglado por la chica polaca—. Observé todo de ella: su cara, sin ningún rasgo de maquillaje (prohibido por las SS), era luminoso, sus dientes blancos grandes pero bonitos. Ella era perfecta, demasiada perfecta. Un ejemplo espléndido de la raza maestra; de alta calidad para la reproducción. Por tanto, ¿qué hace aquí en vez de reproducir?».

En este sentido, nos topamos con una descripción aún más particular y sorprendente de María Mandel y que recoge de forma excelente la autora Mary Deane Lagerwey en su libro
Reading Auschwitz
. A través de sus líneas personajes como Fania tienen una voz especial al ser uno de los testimonios más relevantes sobre Auschwitz y muy concretamente, sobre la supervisora nazi. Este es uno de estos extractos:

«María Mandel representaba la perfecta mujer joven alemana que salía en la propaganda. Tenía una voz hermosa estilo Dietrich, gutural en el registro inferior. Ella me señaló: "Me gustaría que me cantaras mi pequeña cantante, Madame Butterfly en Alemán". …Mandel se había quitado su capa y había tomado asiento, y parecía muy bella. ¿Podría ser que se imaginase a ella misma como una geisha sentimental? Me odiaba a mí misma en pensar que le daba placer… Este fue el peor momento, el momento más difícil para no tirar la toalla. Después de todos los autodiscursos que me di, haber entretenido a esta mujer de las SS después de una selección me llenó de asco al máximo».

A través de estos relatos Fania Fénelon explica su experiencia como miembro de la orquesta de mujeres de Birkenau, donde a pesar de los privilegios que recibió —ropa limpia, duchas diarias y un aporte de comida razonable—, tuvo que entonar melodías mientras era testigo de las barbaridades más salvajes posibles.

Los conciertos privados eran muy frecuentes, sobre todo para la alta curia nazi. De una de estas situaciones fue testigo la pianista que explica cómo una mujer corrió emocionada, abrió la puerta y gritó:

«"¡Atención! ¡¡Rápido, mujeres!! ¡Se acerca el señor comandante Kramer!".

Paralizadas en una calma impresionante esperábamos a Kramer. Él entró, acompañado de dos oficiales de la SS.

…Camina hacia una de las sillas, se sienta, se quita la gorra y la pone a su lado… Todavía en calma, como debe ser, cuando una habla con un oficial, Alma pregunta temerosa: "¿Qué desea escuchar el señor Comandante?".
Los sueños de Schumann
. Y muy emocional añade: "Esa es una pieza admirable, que le llega a uno al corazón…".

Relajado levanta su cabeza y dice: "¡Qué hermoso, qué emocionante!"».

A lo largo de sus memorias Fénelon también narra la cara oculta de su compañera de banda, Alma Rosé. La tacha de «autócrata fría que se había rebajado ante los alemanes por sus intereses personales», y enfatiza que era «abusiva con los músicos». Esta nueva caracterización de la líder de la orquesta saltó la voz de alarma entre los investigadores. La consideraron excesiva e indignante, ya que lo descrito no se correspondía en nada con la realidad. Algunos expertos aseguraron que Fania había distorsionado el papel de Rosé en la agrupación, seguramente por celos, ya que lo que en verdad hizo esta reclusa judía fue proteger a sus compañeras y mantener un nivel musical alto para intentar complacer a sus captores nazis. Cualquier táctica era válida si con ello nadie moría. Y así fue. Durante el tiempo que Alma Rosé formó parte de la orquesta femenina de Birkenau ningún miembro fue asesinado.

Es por eso que podemos afirmar que ciertos textos de Fénelon han surgido de la ficción, sobre todo por la incongruencia en fechas y hechos inexactos. Aunque hay algunos pasajes reales, muchos de ellos son invención de la propia autora. Pese a estos desacuerdos, es verdad que tales memorias suponen un poderoso documento acerca de la vida de los músicos en los campos de concentración nazis.

EL FIN DE LA ORQUESTA FEMENINA

En la primavera del año 1944 Alma Rosé contrajo una enfermedad, no se sabe concretamente cuál, pero se cree que padeció tifus. En el periodo que la directora de orquesta estuvo gravemente indispuesta, Mandel se las arregló para que la trasladaran a una habitación individual obviando un dato importante, que era judía y que, por tanto, debía de ir a la cámara de gas. Pero no solo eso, el mismísimo Dr. Mengele le proporcionó todo tipo de cuidados, porque, aun siendo uno de los mayores torturadores y asesinos que ha dado la historia, apreciaba a la violinista por el virtuosismo que mostraba al interpretar la música de Schumann.

Rosé no pudo vencer a la enfermedad y falleció en abril de 1944. Con su muerte Auschwitz se quedó definitivamente huérfana, sin orquesta femenina. Nadie logró reemplazarla y María Mandel lloró al enterarse de su fallecimiento.

Si algo debían de agradecerle a Rosé sus compañeras y supervivientes de la agrupación es que la música les salvó la vida y que vivieron para contarlo, un futuro que otras prisioneras de Birkenau no tuvieron la suerte de tener.

A finales de ese mismo año Fénelon y el resto de músicas fueron trasladadas a Bergen-Belsen, un campamento sumido en el caos y con una grave falta de organización y suministros. A causa de las malas condiciones en las que vivían, un nueva epidemia de tifus arrasó el barracón del que precisamente fue víctima Fénelon. Tuvo suerte y no murió allí, ya que coincidió con la liberación británica en abril de 1945. Una vez recuperada realizó una nueva actuación retransmitida por la BBC donde cantó «God Save the Queen» y el himno comunista «La Internacional».

Tras la guerra Fénelon viajó mucho. En la década de 1960 se estableció en la República Democrática Alemana, convirtiéndose en una exitosa cantante y maestra de canto, cuyas memorias la hicieron famosa y víctima de la controversia. Fénelon murió en París en diciembre de 1983.

FUGA DE DACHAU: EL FIN DE SUS CRÍMENES

En el verano de 1944 y gracias a los logros conseguidos durante su estancia como
SS-Lagerführerin
de Auschwitz-Birkenau, María Mandel la
Bestia
es homenajeada con la Cruz al Mérito Militar Segunda Clase. Aquel premio recompensaba las actividades de una mujer delgada que aunque de facciones delicadas, poseía un temperamento extremado, insoportable y violento. Su «especialidad» era golpear a las prisioneras hasta romperles los dientes o propinarles puñetazos contra su abdomen de tal atrocidad que acaban por desvanecerse del dolor.

Tras dos años de escrupulosa obediencia al comandante Kramer y de «excelentes» trabajos de supervisión en Birkenau, en noviembre de 1944 Mandel es transferida al subcampo de Mühldorf, en el KL Dachau.

Este recinto se construyó como apoyo al complejo principal de Dachau, donde la mano de obra prisionera se dedicaba entre otras cosas, a fabricar el Messerschmitt 262 (Me-262), un avión de combate diseñado para desafiar la superioridad aérea aliada sobre Alemania. La delincuente era una de las guardianas que se aseguraba de que todos los internos cumpliesen con sus tareas de forma escrupulosa, colaborando como no podía ser de otra manera, en las «selecciones» a la cámara de gas. Allí permaneció hasta abril de 1945 cuando al percatarse de la próxima llegada de los aliados, huyó a través de las montañas del sur de Baviera con destino a su ciudad natal de Münzkirchen (Austria). Tras de sí dejó un pedestal construido a la consternación, el crimen y la maldad con unos 3.600 reclusos intentando sobrevivir a la última etapa de Mühldorf. Imagino que la tan temida supervisora creyó que ese sería un buen plan, que nadie la encontraría. Todo lo contrario.

Después de su espantada, el 10 de agosto de 1945 María Mandel por fin fue detenida por los norteamericanos en su pequeño pueblo. Durante su cautiverio fue interrogada concienzudamente y dejó entrever su inteligencia, manipulación y la especial dedicación empleada durante todos esos años en todos los campos de concentración donde estuvo destinada. Permaneció encerrada un año bajo la supervisión americana. Fue extraditada a Polonia en octubre de 1946 y en noviembre de 1947, tras dos años de custodia, la terrible supervisora es finalmente juzgada por crímenes contra la humanidad en una corte de Cracovia correspondiente a los primeros juicios de Auschwitz.

La vista judicial concluyó el 22 de diciembre de ese mismo año, donde todo el personal capturado fue acusado de ejecutar selecciones para las cámaras de gas e innumerables experimentos médicos y torturas a los convictos.

Un apunte importante aquí es que tan solo 63 de los aproximadamente 7.000 integrantes de las SS que sirvieron en Auschwitz, Birkenau y Buna-Monowitz, incluyendo otros campos satélites, fueron juzgados después de la guerra. El primero de estos juicios se celebró en Cracovia, donde se sentenció a 41 personas, entre ellas María Mandel; y la segunda vista se celebró en Francfort entre diciembre de 1963 y agosto de 1965.

PENA DE MUERTE EN CRACOVIA

Treinta y seis hombres y cinco mujeres pertenecientes al régimen del
Führer
y que sirvieron con orgullo a su país, tomaron asiento en la sala de Cracovia ante un tribunal expectante por conocer los detalles más escabrosos que se dieron cita en los campamentos de concentración de Auschwitz y Birkenau. Entre los acusados se encontraba la cúpula de la jerarquía: los comandantes Rudolf Hoss y Arthur Liebehenschel, María Mandel que controlaba el campo de las mujeres, Johann Kremer un médico de alto rango, entre otros. El máximo responsable de los acusados, Rudolf Höss, testificó a favor de la acusación como parte de los famosos Juicios de Nuremberg.

Durante el mes que duró esta vista se pudieron escuchar no solo los testimonios de los implicados activamente en la masacre, selección y asesinatos de judíos, como fue el caso de la
Bestia de Auschwitz
, sino también a los supervivientes de aquella catástrofe humana que de forma valiente decidieron alzar la voz y señalar a sus verdugos sin temor a represalias.

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