Guardianas nazis (33 page)

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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

BOOK: Guardianas nazis
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LA PARTE MÁS TÉTRICA DE BERGEN-BELSEN

Desde el año 1936 y hasta su liberación por las tropas británicas el 15 de abril de 1945, el campo de concentración de Bergen-Belsen albergó a unos 95.000 detenidos judíos de ambos sexos que padecieron el hambre, el deterioro físico y sobre todo la ignominia de la injusticia y el crimen. El nivel de mortandad ascendió de 30.000 a 50.000 víctimas debido, en la mayoría de ocasiones, al hacinamiento de reos, a la propagación de enfermedades como el tifus y al maltrato ejercido contra ellos. El personal de este centro de internamiento había instaurado una política de calvario, pánico, espanto y deceso. El brazo ejecutor del
Führer
se materializaba gracias a los guardianes que custodiaban los barracones.

Bergen-Belsen sirvió al caos y a la demencia. La inclemencia corría por las venas de los mandamases como Kramer, Grese y compañía, que utilizaban a secuaces como Juana Bormann para poner en práctica toda clase de experimentos y perversiones dignos de una película de terror. Aquí la
Wiesel
continuó ejerciendo su papel de asesina en potencia mientras se paseaba junto a su Pastor Alemán en busca de una nueva víctima a la que destripar y lanzar a la fosa común. Una y otra vez las reas sufrían los brutales ataques del animal que, incitado por la guardiana, arremetía a mordisco limpio contra todo lo que se moviese. Bormann acompañaba tales incidentes con latigazos perpetrados con una fusta. La ira se apoderaba de ella a la menor infracción de sus subordinados.

Durante el periodo de investigación sobre Juana Bormann encontré datos de gran interés acerca de su terrorífica personalidad. Entre ellos me topé con la biografía de la superviviente polaca Dina Frydman Balbien, que magníficamente recogió la escritora Tema N. Merback en su libro
In the face of Evil: based on the life of Dina Frydman Balbien
. Este volumen cuenta los detalles de los vaivenes sufridos por su protagonista durante su encarcelamiento e internamiento en campos de concentración como el de Bergen-Belsen. Desgraciadamente, allí conoció la soberbia de la
Aufseherin
y cómo actuaba en su rutina diaria. Una de las anécdotas de Dina Frydman dice que Bormann se había percatado de cómo el
SS-Unterscharführer
(jefe de la escuadra juvenil) Tauber se había enamorado de una de las reclusas judías del campamento, una muchacha llamada Esterka Litwak. Este hecho provocó que la vigilante amenazase a su camarada con hacer un informe a la sede central contando lo sucedido —lo que provocaría su traslado automático—, si no le quitaba los ojos de encima a la prisionera. Aquella actitud dejaba entrever que a Bormann lo que en realidad le molestaba era que este joven no le prestara la suficiente atención.

Llegó el invierno y las tormentas de nieve comenzaron a ser muy frecuentes en la zona. Mientras se realizaba el recuento, algunos reclusos debían de permanecer desnudos en el
Appellplatz
. Una vez concluido, se iniciarían las marchas hasta las fábricas a donde llegarían prácticamente congelados de frío, con los pies y las manos entumecidas y el viento helado incrustado bajo su piel.

Una de estas madrugadas Frydman decidió meterse las manos en los bolsillos para calentarse, sin darse cuenta de que Bormann y su pastor alemán caminaban a través de las filas de mujeres. De repente, se pusieron delante de ella. La jovencita se apresuró a sacar las manos para ponerse firme. Ya era demasiado tarde.

«Ella levanta su mano con el guante negro y abofetea tan fuerte mi cara que toda mi cabeza siente como si cayera y veo estrellas bailando ante mis ojos. Me caigo de rodillas incapaz de respirar, mi mejilla quema como fuego y los ojos se llenan de lágrimas que tornan a estalactitas mientras se deslizan por los lados de mi nariz.

"¿Cómo te atreves a meter las manos en los bolsillos, Judía? Si te pillo haciendo algo parecido otra vez dejaré suelto mi perro contra ti y entonces tendrás algo que lamentar".

Mientras lo dice, el perro está gruñendo y ladrando a unos centímetros de mi cara luchando contra la correa de cadena listo para la orden de ataque. Puedo oler el aliento cálido húmedo del animal y sentir la saliva espumosa golpeando mi cara. "¡Levántate ahora!", ordena.

Temblando y llorando desconsoladamente me pongo de pie.

"Sí,
Aufseherin
Bormann, lo siento no lo haré de nuevo".

"¡Asegúrate de que no!".

Ella se marcha arrastrando el perro mientras este continua ladrándome ferozmente enfadado porque le quitaban de la caza. Silenciosamente rezo para que Dios se lleve consigo a ella y a su bestia».

Sin embargo, el destino quiso que tras la liberación del campo de Bergen-Belsen, la inexperta polaca devolviese a Bormann —casi con la misma moneda— parte del sufrimiento que esta le había infringido previamente.

Frydman no daba crédito a lo que le estaba ocurriendo. Aunque por fin era libre no comprendía la realidad, hasta que vio al personal de las
Waffen-SS
con las manos en la cabeza y con miedo en sus ojos.

«Con la poca fuerza que me queda cojo una piedra y la lanzo en su dirección. Golpeo a la
Aufseherin
Bormann justo en el entrecejo y ella se estremece mirándome, su cara está horriblemente gris y con miedo. De repente, estoy llena de fuerza mientras la sangre corre por mis venas. Con el gozo de la venganza alimentándome, escupo en su dirección».

Si en Bergen-Belsen antes nadie sonreía por culpa de los castigos de sus superiores, a partir de aquel instante las víctimas —ahora convertidas en inmediatos supervivientes— comenzarían a sentirse aliviados por salvarse de una triste muerte anunciada. Como decía Calderón de la Barca, «la venganza no borra la ofensa», pero es cierto que contribuye a sentirse aliviado.

Durante la ronda de interrogatorios celebrados en septiembre de 1945 a colación del juicio de Bergen-Belsen, me gustaría destacar los que hacían referencia a la actividad efectuada por Juana Bormann durante su estancia en el campamento. Este último ciclo fue decisivo para juzgar los crímenes perpetrados en las Waffen-SS.

Entre las víctimas que lograron salvarse destacaba la judía procedente de Hungría, Ilona Stein que, tras ser detenida y enviada a Auschwitz el 8 de junio de 1944, terminó su reclusión en Belsen en 1945. Allí conoció a la
Aufseherin
que, y así consta textualmente, «golpeaba a la gente con frecuencia».

Asimismo, gracias al texto
Law Reports of Trials of War Criminal. Volumen II The Belsen Trial
—ya mencionado con anterioridad—, podemos conocer datos relevantes. Como aquel que se refiere a la testigo judía polaca Hanka Rozenwayg, que tras ser apresada y encerrada en Auschwitz en 1943, la transfirieron a Bergen hasta la liberación del centro. Allí conoció a Juana Bormann que era famosa por atemorizar con un perro grande a los presos y por practicar modalidades de ferocidad y castigo.

Rozenwayg también recordó la vez que encendieron un fuego en la habitación para calentarse del frío. Bormann se presentó en su barracón y comenzó a golpear en la cara de todas las chicas.

Anita Lasker, que vivía en Breslau antes de su detención, fue enviada a Auschwitz en diciembre de 1943 y trasladada a Belsen en noviembre de 1944. Entre las acusaciones que realizó, hubo una que hacía referencia a la clara participación del comandante Kramer y del Dr. Kelin en las selecciones de reclusos para la cámara de gas. Y aunque rememoró que Juana Bormann infringió miedo a los reos gracias a su pastor alemán en su largas caminatas por las instalaciones, no pudo afirmar que fuese testigo de ninguna de las barbaridades que se escucharon en la vista. Anita Lasker nunca vio a la inculpada hacer nada malo y por tanto, no tuvo ningún motivo para quejarse de ella.

No obstante, como estamos viendo a la largo de este libro, no todos los testigos tenían recuerdos tan favorables sobre las criminales nazis. Uno de ellos fue el Dr. Peter Leonard Makar de 37 años, que escapó de Polonia en enero de 1940 por difundir propaganda británica. Durante su huida recorrió Yugoslavia, Zagreb y Malinski, donde fue capturado finalmente por los italianos y enviado a Dachau en 1944. Su traslado a Belsen se produjo en el verano de ese mismo año. En su declaración Makar reconoció a Juana Bormann por ser entonces la encargada de la pocilga y de otros quehaceres nada agradables.

«En Marzo de 1945, la vi golpear a prisioneras en dos ocasiones. La primera vez golpeó con sus puños a una chica, cuyo nombre no sé, en la cara y en la cabeza porque le había pillado robando verduras. La chica se cayó al suelo y su amiga la ayudó a marcharse. La segunda vez, una chica intentó robar ropa del almacén, así que Bormann le golpeó en la cara y lo hizo con sus puños. Cuando me marché, seguía golpeando a la chica cuyo nombre no sé».

Según Makar, la violencia empleada por Bormann hacia las confinadas era demencial, propia de una persona sin entrañas. Este tratamiento tan específico consistía en una serie de puñetazos en la cara de la chica y patadas en todo su cuerpo y siguió sucediéndose hasta la liberación del campo de concentración en 1945.

El pánico de aquellos internos se podía ver en sus ojos. «Cada fibra de mi cuerpo me advirtió que tuviese cuidado. Estas guardianas femeninas no eran las mismas que nos habían visitado antes en el dormitorio. Mi instinto me dijo que estas dos mujeres eran muy diabólicas», contaba Hetty E. Verolme, una de las supervivientes de este campo de concentración en su libro
The Childrens house of Belsen
.

El temor y la turbación iban haciendo mella cada vez más en el ánimo de unas gentes —hombres, mujeres y niños— que suspiraban todos los días por salir indemnes de una dramática situación sinsentido. No eran cobardes por doblegarse ante el «enemigo», eran valientes por aguantar hasta la extenuación disparatadas fechorías, a veces sangrientas a veces depravadas, procedentes de otros seres humanos ciegos de ira, rabia y ávidos de sangre.

Curiosamente, no solo las prisioneras hablaban mal de Juana Bormann, Helena Kopper antigua reclusa polaca del centro de interna-miento de Auschwitz y posterior trabajadora en el de Bergen-Belsen durante 1945, afirmó que a pesar de tener tatuado un número en el brazo los golpes que le propinaron pararon cuando ella se quejó a sus superiores. «Estaba trabajando muy bien y no había razón para pegarme», apuntó Kopper al teniente Jedrzejowicz. Cuando se le preguntó por la denominada como
La Mujer de los Perros
ella testificó lo siguiente:

«
R:
En Ravensbrück y Auschwitz, ella tenía un perro marrón oscuro con manchas claras. Ella siempre andaba con este perro.

P:
En su declaración usted habló sobre dos casos independientes de Bormann ordenando a un perro que atacase a la gente —una vez a usted misma—. ¿Existe alguna posibilidad que usted confunda a Bormann con una Aufseherin llamada Kuck?

R:
Conocía a las dos muy bien y no confundiría la una con la otra.

P:
Cuándo Bormann ordenó al perro que le atacase a usted, ¿fue deliberado?
R:
Sí.

P:
Con respecto al otro incidente, ¿estuvo muy herida la mujer que mencionaba?

R:
Ella estaba muerta, y el Leichenkommando llevó el cadáver al bloque 25. Había unas 30 chicas en aquel Kommando.

P:
¿Llevar cadáveres cada día a la morgue era su única tarea?

R:
Sí, era su única y permanente tarea.

P:
Cuando Bormann ordenó a su perro que la atacase y usted fue al hospital, cuando le dieron el alta ¿recibió otra paliza por el mismo delito de tener cigarrillos?

R:
Sí. Hizo un informe escrito y recibí 12 días de prisión».

Era evidente que Bormann no generaba ninguna simpatía ni entre sus subordinadas ni entre sus propias camaradas. Las exabruptas medidas que impartía y las decisiones o conclusiones a las que llegaba, no eran santo de devoción de ninguna de ellas. Helena Kopper señaló a la guardiana como la peor persona del campo, la más odiada, que jamás se separaba de su perro y a quien vio en más de una ocasión cómo se acercaba a una reclusa, le sacaba algo del bolsillo y entonces comenzaba a golpearla. No contenta con esto la tiraba al suelo para que el animal la mordiese hasta hacerle sangre. Aquel grado de violencia también lo sufrió Kopper debido al ataque del perro de Bormann que la mantuvo seis semanas en el hospital del campamento. Pese a ello esta polaca convertida en Kappo durante su incursión en el centro de Bergen-Belsen fue condenada a 15 años de prisión por participar en los malos tratos a prisioneros.

Otra de las Kappos que corrieron la misma suerte que Helena Kopper fue Stanislawa Starostka que, pese a su descendencia polaca, trabajó para el personal nazi de Bergen-Belsen ayudando en las labores de repartición de la comida a los presos. Fue condenada a 10 años de prisión por impartir toda clase de penitencias y guantazos a sus correspondientes compañeras. Tal y como queda recogido en su declaración ante el Tribunal Starostka admitió que prácticamente estaban muertos de hambre y que los guardianes les trababan muy mal. De hecho, la muchacha con el número 6.865 tatuado en su piel señaló a Bormann como una de las
Aufseherinnen
que se encontraban en los barracones de Belsen, siempre acompañada por su pastor alemán. Gran parte de los vigilantes colocados en Komandos externos instigaban a los internos con estos animales.

ESPAÑOLES EN EL RECINTO

La ciudad griega de Salónica se convirtió a partir de 1492 en el refugio de aquellos judeoespañoles que fueron expulsados de nuestro país por los Reyes Católicos. Desde entonces esta población pasó a ser modelo de urbe receptora de la inmigración judía en Europa, especialmente de los llamados sefardíes. A pesar de su riqueza cultural, la maquinaria nazi decidió arrasarla durante la Segunda Guerra Mundial implantando su tan terrible antisemitismo destructor. La aniquilación de este pueblo se originó por el traslado de sus habitantes a los diversos campos de concentración alemanes distribuidos en especiales puntos neurálgicos. Dichas localizaciones les sirvieron para mantener un control prácticamente absoluto sobre la población de sus países vecinos a la par que enemigos.

A partir de aquí se acomete la deportación de los 48.000 sefardíes de Salónica al campamento de Auschwitz-Birkenau ante la pasividad del gobierno español que actuó con gran insolidaridad. De hecho, el régimen nazi envió varios telegramas a Franco —consistían en una serie de mensajes secretos cifrados— donde Eberhard Von Thadden, encargado de ejecutar tales destierros en el verano de 1943, explicaba desde Grecia a Berlín lo que estaba sucediendo:

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