Guardianas nazis (35 page)

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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

BOOK: Guardianas nazis
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LA BATALLA DE BELSEN: ¿SE HIZO JUSTICIA?

Al término de la guerra y en vista de las situaciones encontradas en los últimos meses en aquellos campos de muerte y destrucción, los tribunales militares británicos iniciaron una serie de juicios para dictaminar hasta qué punto el personal subyacente en dichos recintos era responsable del fallecimiento de miles de presidiarios. Una de estas vistas judiciales fue el denominado «Juicio de Bergen-Belsen» —anteriormente mencionado en el capítulo de Irma Grese— donde el comandante Josef Kramer y otros 44 acusados fueron inculpados de crímenes contra la humanidad por su atroz participación en el Holocausto y la alta mortandad registrada en su campo. Como veremos más adelante, la mayoría fueron ejecutados en diciembre de 1945 en la población alemana de Hamelín.

El proceso que duró 54 días (del 17 septiembre al 17 noviembre de 1945) se realizó en presencia de unos 200 periodistas y observadores internacionales quienes pacientemente esperaban a conocer los testimonios y declaraciones, no solo de las víctimas, sino sobre todo de sus verdugos. ¿Hasta qué punto serían capaces de negar la brutalidad ocurrida tras las paredes del centro de Bergen-Belsen?

Este campamento de exterminio fue el único que estuvo bajo el control del Ejército Británico, de ahí que no tuvieran jurisdicción alguna para juzgar y acusar al resto de los criminales de guerra pertenecientes a otros centros de internamiento nazi. Aunque las pruebas presentadas fueron claras, no solo por la aportación de los testimonios de los supervivientes de la masacre, sino por el material fotográfico y de archivo incautado en los múltiples registros, el personal de Bergen-Belsen por orden del comandante Kramer intentó borrar todas las posibles huellas que les señalasen como lo que en realidad habían estado siendo: unos asesinos.

Debido a la envergadura de las causas que se procederían a enjuiciar en los días posteriores, el Tribunal tuvo muy claro desde el primer instante que los acusados eran inocentes hasta que se demostrase lo contrario. Creían en la presunción de inocencia y así se lo hicieron saber a los 45 detenidos a quienes se les proveyó de un abogado defensor. En total dispusieron de doce letrados de los cuales once eran británicos y uno polaco. La
Aufseherin
fue representada por el mayor Munro.

Juana Bormann fue acusada, como la mayoría de sus camaradas, de dos cargos importantes: uno perpetrado en Bergen-Belsen entre el 1 de octubre de 1942 y el 30 de abril de 1945, cuando, siendo miembro del personal de dicho campamento, violó las leyes y costumbres de la guerra vejando física y psicológicamente a los internos hasta causarles la muerte; y el segundo, en Auschwitz del 1 de octubre de 1942 al 30 de abril de 1945, cuando siendo responsable de velar por el bienestar de los reclusos, ejerció malos tratos contra sus prisioneros hasta verlos morir.

Entre los nombres de las víctimas que se suman a su lista de asesinatos —la mayoría procedentes de países aliados—, se encuentran el de Rachella Silberstein, Ewa Gryka, Hanka Rosenwayg y otras personas anónimas. Tanto la
Aufseherin
como el resto de sus compañeros se declararon inocentes de los cargos hechos en su contra.

El 17 de septiembre de 1945 da comienzo la vista judicial. En este primer día todas las miradas se centraron en la enigmática y sádica Irma Grese, compañera de «correrías» de Bormann, quien acaparó la atención de todos los medios de comunicación presentes en la sala. Pero a medida que pasaban los días, la temida
Wiesel
, con el número 6 en el pecho, se fue haciendo un hueco ya que las testigos la incriminaban como una de las mayores responsables de las torturas perpetradas en Bergen-Belsen. Las tornas cambiaron después de su espeluznante declaración.

SÓLIDO INTERROGATORIO

Viernes, 12 de octubre de 1945, es el día elegido por la Corte para interrogar a la acusada Juana Bormann. Los nervios se pueden palpar en el ambiente. Existe gran expectación al respecto, especialmente después de los testimonios escuchados en jornadas anteriores. La guardiana nazi sube al estrado y esta es examinada escrupulosamente por el mayor Munro.

Desde un primer momento existen discrepancias en torno a ella. La fecha de su nacimiento no concuerda en absoluto con su apariencia física, ni por supuesto, con la documentación requisada. Inclusive fue sorprendente escuchar de su boca que el único motivo por el que había ingresado en las SS, supuestamente como empleada civil, era para «ganar más dinero». Tras la descripción hecha por Bormann de las fechas y lugares donde se encontraba en la época de los presuntos crímenes, aparte de sus funciones en tales campos de concentración, vinieron las respuestas cargadas de total frialdad e impunidad.

Negó rotundamente haber sido parte activa en la selección de prisioneros para la cámara de gas en Birkenau; haber visto siquiera el crematorio, a pesar de que los camiones tenían que pasar por la carretera principal. Se ceñía a decir que no sabía dónde se dirigían aquellas camionetas. Su única función se limitaba a estar presente en los pases de revista que se hacían por la mañana y por la noche. «Yo no tenía tiempo para asistir», espetó.

Bormann admitió que tenía un perro de su propiedad en Belsen a modo de mascota, pero desmintió haber incumplido los reglamentos del campo al intentar instigar a los reclusos ayudándose del animal.

«
P:
Un gran número de testigos ha dicho que se acuerdan de verla a usted con un perro. ¿Tenía usted un perro?

R:
Sí, lo llevé conmigo. Se lo di al
Sturmbannführer
Hartjenstein a principios de junio. Cuando cazaba quería llevarse el perro, y me lo devolvió sobre principios de marzo de 1944, cuando el perro se enfermó.

P:
Ambas testigos Szafran y Wohlgruth dicen que usted ordenó que su perro atacara a una mujer, y que usted se jactó de lo que había hecho a un hombre de las SS que pasaba en aquel momento. ¿Es eso cierto?

R:
Las prisioneras lo alegan pero no es verdad. Yo nunca tuve un pastor alemán. Nunca ordené a un perro que atacase a personas, y es más, en Birkenau nunca tuve perro.

P:
¿Era usted la única
Aufseherin
en Birkenau con perro?

R:
No, había muchas
Aufseherinnen
que tenían perros negros. Mi perro no era negro. Dos
Aufseherinnen
llamadas Kuck y Westphal tenían perros adiestrados profesionalmente. Mi perro era mío, no un perro oficial, y no me permitían que atacase a los prisioneros. Si lo hubiera hecho habría recibido un castigo severo.

P:
¿Cómo eran estas Aufseherinnen?

R:
Kuck era bastante parecida a mí y luego me enteré por las reclusas que muchas veces nos confundían la una con la otra. Westphal también era morena, pero era más alta que yo»
[53]
.

La supuesta confusión de los internos sobre si era ella o no quien tenía aquel peligroso perro, sembraron la duda en la Corte. Desafortunadamente no fueron capaces de encontrar ningún registro que les llevara a la tal «Kuck». De ahí que la conclusión que sacasen fuese que Bormann estaba llevando a cabo una especial estratagema para ser absuelta de los cargos por mala conducta.

La criminal nazi rechazó las declaraciones de algunos testificantes que la establecían en determinados lugares y en fechas muy concretas. No obstante, Bormann hizo gala de su brusquedad manifestando que los testimonios tenían una base falsa porque realmente ella no estaba donde decían cuando ocurrieron los presuntos delitos.

Aquí me gustaría puntualizar que la guardiana no estuvo destinada de forma permanente en un solo centro de internamiento, sino que como hemos comprobado con anterioridad, sus superiores la iban transfiriendo durante temporadas muy cortas para apoyar a las camaradas de los campamentos que resultaban más problemáticas o necesitadas de mano dura. Ahora bien, el empeño de la acusada no le valió de mucho, las pruebas entregadas al Tribunal echaban por tierra todas sus mentiras.

Helena Kopper fue una de las supervivientes que se refirió a
La Mujer de los Perros
como la vigilante más odiada del campamento y tuvo la valentía de admitir que sus funciones no se circunscribían a lo expuesto hasta entonces. Bormann fue responsable del racionamiento de ropa en una de las tiendas del recinto. Esta se limitó a contesta
R:
«No, nunca estuve a cargo de la tienda de ropa y en 1944 no estuve en Birkenau».

Otra de las testigos, Keliszek, apuntaba en su declaración previa que en el verano de 1944 la
Aufseherin
había participado en un
Strajkommando
de 70 mujeres. Allí las hacía permanecer todo el día de pie golpeando con un pico el suelo, mientras Bormann se divertía lanzándoles los perros. La acusada solo repetía que en aquella época no había estado en Birkenau y que jamás había salido del campo con ningún Kommando.

Otra de las preocupaciones que rondaba al Tribunal era si en verdad Juana Bormann había maltratado y asesinado o no a los prisioneros, tal y como muchos de los supervivientes habían explicado en días anteriores. Si nos ceñimos a las pruebas testificales deberíamos decir que sí, pero la réplica que lanzaba la protagonista de dichas imputaciones se mantenía tan firme que podía dar lugar a la duda.

«
P:
¿Alguna vez pegó usted a las chicas?

R:
Sí, Cuando no obedecían las órdenes o lo que les había dicho que hicieran, entonces les golpeaba su cara o les daba un bofetón en sus orejas, pero nunca de una forma que les saltasen los dientes.

P:
Se ha dicho que usted administró un tratamiento salvaje y brutal a internas hambrientas y que solía golpear a mujeres con su porra de goma. ¿Es eso cierto?

R:
No, yo ni sabía lo que era una porra de goma hasta que estuve en la prisión de Celle cuando vi una por primera vez en las manos de un soldado británico.

P:
Siwidowa dice en su declaración que usted zurró a muchas prisioneras por llevar ropa buena, y que usted las obligó a que se desnudaran y a hacer ejercicios extenuantes. ¿Es eso cierto?

R:
Igual me había llevado su ropa, porque intentaron sacarlas del campamento para venderlas a la población civil, pero de ningún modo les golpeé y no tenía ningún derecho para que hicieran deporte.

P:
¿A veces usted consideró necesario abofetear las orejas de las chicas?

R:
Si no obedecían las órdenes o si repetidamente hacían cosas que estaban prohibidas. Era muy difícil controlarlas, Birkenau era un campamento muy grande».

Aquel detalle del bastón de goma enfureció a los testigos que se encontraban expectantes ante las palabras de Bormann. Negar una evidencia era de necios, ¿o de tontos? Quien sabe si replicando de esta guisa la inculpada podía vislumbrar que sería puesta en libertad. Sus esfuerzos por conseguirlo cayeron en saco roto, también después de afirmar que intentó salir de las SS en el año 1943. La guardiana decidió enviar una carta a su
Oberaufseherin
para marcharse de allí:

«Ella me reenvió la carta, y la recibí con la noticia de que el permiso no estaba concedido. Después una fábrica quería que les asistiera y me enviaron una carta diciendo que debería ir, pero no me lo permitieron».

Ahora le tocaba el turno de preguntas al coronel Backhouse quien presionó a la acusada sobre la cuestión del dichoso animal. Bormann siguió manteniendo su versión, que se trataba de un perro doméstico y que jamás le había entrenado para atacar a nadie y menos aún a los cautivos. Otra de las imputadas, la número 8, Herta Ehlert, opinaba todo lo contrario sobre la
Aufseherin
y así se lo hizo saber tanto al presidente como al resto de miembros del Tribunal cuando aseguró en su declaración lo siguiente. Y cito textualmente:

«Desde mi conocimiento personal sobre Johanna Bormann y por trabajar con ella creo que las historias sobre su brutalidad hacia las prisioneras son verdad, aunque yo misma no lo he visto. Muchas veces vi al perro que ella tenía y escuché que lo dejaba suelto para atacar a las reclusas. Aunque no lo he visto perfectamente puedo creer que es verdad».

Bormann insistió en que su camarada, la que había sido su compañera en el campo de concentración, estaba mintiendo. Algo contradictorio si nos fijamos en la respuesta que la procesada dio al coronel Backhouse, al cuestionarle si el tratamiento que empleaba con las internas era más severo que el de otras
Aufseherinnen
. «Solo quería mantener el orden. (…) Yo tenía que vigilar los bloques para ver que las camas estuviesen correctas, y si todo estaba limpio, y para mantener el orden. Yo era la única
Aufseherin
haciendo eso», replicó. Aquella sugerencia dejaba entrever a los allí presentes que en realidad estaba preparada para hacer lo que fuese necesario para alcanzar ese objetivo. El castigo y la muerte podrían ser dos buenos pretextos.

Otro de los temas que turbaron a la criminal nazi fue cuando el coronel Backhouse le preguntó acerca de la piara de cerdos de la que fue responsable en Belsen hasta la liberación del campo. Bormann comentó que hasta ese momento tenían 52 gorrinos y que los alimentaba a base de patatas y nabos.

«
P:
¿Y así fue mientras los prisioneros se morían de hambre?

R:
Durante el tiempo que estuve allí era lo que teníamos para ellos».

Si había comida para estos puercos, ¿por qué dejaban morir de hambre a los cautivos? Ese era el
quid
de la cuestión. Los argumentos que desarrollaba Bormann sobre esta cuestión eran de lejos razonables pero abominablemente reales.

ALEGACIONES DE SU ABOGADO DEFENSOR

Antes de llegar a la resolución del juicio y conocer la sentencia que se le impuso a la acusada número 6, Juana Bormann, su paladín el mayor Munro hizo un discurso de clausura donde pretendía probar la inocencia de su cliente y la falsedad de las pruebas aportadas durante la vista.

El letrado inició su alegato aludiendo a que no era tarea de la Corte juzgar la política de la exterminación o la persecución de los judíos. Que «la Corte tenía que juzgar a las personas llamadas obligatoriamente por sus gobiernos para participar en la ejecución de sus políticas, al igual que él y los miembros de la Corte habían sido llamados por su Gobierno en virtud de los poderes de emergencia que le confiere el Parlamento. Cuando hay un conflicto entre derecho interno e internacional, un hombre no se supone que sabe de Derecho Internacional y lo aplica en contra de su propia ley».

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