Pero si dejamos a un lado este pequeño detalle, el profeta Habacuc alimentó a Daniel después de que éste fuera milagrosamente transportado de Judea a Babilonia. Daniel quedó libre entonces sin sufrir daño alguno y volvió a triunfar sobre todos sus enemigos.
Oseas • Jezrael • Jareb • Salmán • David
Los libros canónicos finales del Antiguo Testamento son doce obras proféticas relativamente breves que, por conveniencia, se juntaban en la antigüedad en un solo volumen. Por tanto, podría hablarse del «libro de los doce».
En realidad, lo da a entender Jesús, hijo de Sirac. En su recuerdo a los hombres famosos de la historia bíblica (v. cap. 21), repasa por orden los libros de la Biblia, mostrando así cuáles eran los aceptados como canónicos en su tiempo. Tras hablar de Isaías, de Jeremías y de Ezequiel, los profetas mayores, no pasa a enumerar por separado a los restantes, sino que se limita a decir:
Eclesiástico 49.12.
[231]
También los doce profetas; florezcan sus huesos en sus sepulturas...
Obsérvese que no se menciona a Daniel, libro que probablemente se escribiera después de su época.
A veces se los denomina «profetas menores», no porque sus enseñanzas carezcan necesariamente de importancia desde el punto de vista religioso, sino porque sus mensajes son más breves que los incluidos bajo los nombres de Isaías, de Jeremías y de Ezequiel.
Los doce profetas menores no se suceden en orden cronológico, aunque tal vez fuera ésa la intención original. Lamentablemente, el período tradicional de actividad de los profetas no siempre concuerda con el determinado por los estudiosos modernos.
Oseas, que encabeza la lista, es efectivamente uno de los primeros, pero no el más antiguo. Es el único de los doce natural de Israel, hombre del norte, y no un ciudadano de Judá. En realidad, aunque en tiempos posteriores hubo profetas norteños a quienes los judíos rindieron grandes honores (Elías, por ejemplo), Oseas es el único israelita cuyas sentencias se recogieron formalmente en un libro aparte.
No se afirma específicamente que Oseas fuese norteño, pero se deduce de que prácticamente todos sus discursos se dirigen a Israel en vez de a Judá. Además, se refiere al monarca israelita con un posesivo que le incluye a él mismo:
Oseas 7.5.
Ya el día mismo de nuestro rey...
El libro empieza por situarse en el tiempo:
Oseas 1.1.
Palabra de Yahvé dirigida a Oseas..., en tiempo de Ozías, Joatan,
[232]
Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, y en tiempos de Jeroboam..., rey de Israel.
Este versículo introductorio fue probablemente obra de un judeo posterior, deseoso de fechar el libro en términos judaicos.
Ozías se convirtió en rey en el 780 aC, y Ezequías murió en el 692 aC. En cuanto a Jeroboam II, reinó del 785 al 745 aC. El libro da pruebas claras de la anarquía que reinaba en Israel en el cuarto de siglo que va de la muerte de Jeroboam a la destrucción de Israel por Asiria. Si debiéramos suponer que diversas partes del libro representan sentencias pronunciadas entre 750 y el 720 aC, Oseas habría predicado desde los últimos años de Jeroboam II hasta la destrucción de Israel. En términos judeos, eso situaría desde los últimos años de Ozías, pasando por los reinados de Joatán y de Ajaz, hasta el comienzo del reinado de Ezequías. Lo que explicaría la cronología del versículo primero y convertiría a Oseas en un contemporáneo de más edad de Isaías.
Por cierto, el nombre de Oseas es una versión del más correcto Hoshea, nombre que llevó el último rey de Israel.
Según la mayoría de los comentadores, los tres capítulos primeros de Oseas son autobiográficos y relatan la historia del matrimonio del profeta.
Su mujer le fue infiel, pero el profeta descubrió que la amaba de todos modos y volvió a admitirla. Con ello descubrió también una alusión simbólica al amor de Dios hacia Israel y la disposición divina de perdonar a Israel sus transgresiones.
Igual que Isaías en el mismo período histórico Oseas dio nombres simbólicos a sus hijos:
Oseas 1.3.
Fue... y tomó por mujer a Gomer..., que concibió y le parió un hijo,
Oseas 1.4.
y le dijo Yahvé: Ponle por nombre Jezrael, porque de aquí a poco visitaré yo las matanzas de Jezrael sobre la casa de Jehú...
Un siglo antes, Jehú había depuesto a la casa reinante de Omri, estableciéndose en el trono (v. cap. 12). El partido profético justificó ese resultado, porque derribó a una dinastía de reyes idólatras que trataban de introducir a los dioses tirios y que perseguían enérgicamente a los yahvistas. Sin embargo, ni siquiera los correctores yahvistas del texto del segundo libro de los Reyes pudieron ocultar el hecho de que la revolución había sido muy sangrienta y de que Jehú había asesinado cruelmente a gran número de personas indefensas.
El asesinato de un rey ungido, aparte de las circunstancias personales de tal rey, debe considerarse con horror por un pueblo enseñado a creer que la unción representa la adopción de un monarca por un dios. Este carácter semisagrado de la dignidad real sirvió hasta los tiempos modernos para proteger del asesinato a los reyes, y explica parte del horror producido en la mentalidad conservadora por la ejecución de Carlos I de Inglaterra en 1649 y la ejecución de Luis XVI de Francia en 1793.
Así, pues, existe el sentimiento de que un regicidio tendrá sus consecuencias, aunque puedan retrasarse. De ese modo, Shakespeare, en sus obras históricas, ve algunas de las desgracias que sufre Inglaterra en el siglo XV como el resultado. de la deposición forzada y posterior asesinato de Ricardo II (aunque Shakespeare reconozca que no era un rey de mérito).
De manera semejante pudo existir en Israel la idea de que los horrores cometidos por Jehú en Jezrael (entre los cuales se cuenta la muerte de Jezabel) recaerían sobre sus descendientes. Hasta el momento, Jehú, su hijo, su nieto y Jeroboam II, su bisnieto, habían reinado durante un siglo de relativa paz. En realidad, Israel alcanzó con Jeroboam II un momento de sólido poder. Sin embargo, Oseas vaticina el desastre inminente, y en el 740 aC, a la muerte del rey, comienza la desgracia. Zacarías sucedió en el trono a su padre Jeroboam como quinto miembro de la dinastía de Jehú, pero fue asesinado casi en seguida y entonces comenzó la rápida decadencia.
La subida al trono asirio en el 745 aC de Teglatfalasar III y las súbitas pruebas de que había un monarca fuerte y guerrero que sin duda emprendería acciones agresivas por el oeste, debió de ser un indicio claro para Oseas, igual que para Isaías, de que a los reinos pequeños les quedaba poco tiempo de existencia.
Oseas creyó que ni siquiera el sometimiento a Asiria solucionaría la decadencia general que se cernía sobre Israel y Judá:
Oseas 5.13.
Efraím ve su debilidad, y ve Judá su llaga. Y Efraím se vuelve a Asiria, y mandó embajadores al rey grande,
[233]
pero no podrá curaros ni sanar la llaga.
No hay ningún rey asirio llamado Jareb, de manera que puede ser un apodo. Se asocia con una palabra hebrea que significa «luchar» o «combatir». Tal vez debiera traducirse como «rey luchador» o «rey guerrero»; en cualquier caso, se trata evidentemente de Teglatfalasar III de Asiria. La Revised Standard Version traduce «rey Jareb» por «rey grande», título común del rey de los imperios del Oriente Medio de la antigüedad.
A la larga, el juicio de Oseas fue correcto. El sometimiento a Asiria no salvó a los reinos, porque se rebelaron hasta que el primero fue aplastado por Asiria y el segundo por el imperio siguiente de Caldea.
El desastre que Oseas vaticina, se expresa en una serie de formas diferentes, incluida la muy conocida:
Oseas 7.8.
Pues siembran vientos, recogerán tempestades...
Y la menos poética, pero más concreta:
Oseas 10.14.
... todas tus fortalezas serán destruidas, como destruyó Salmán a Bet Arbel...
Oseas 10. 15.
... Al alba será totalmente arruinado el rey de Israel.
Ni Salmán ni Bet Arbel pueden identificarse con seguridad; el incidente tampoco puede determinarse con exactitud. Algunos sugieren que Salmán es un rey de Moab contemporáneo de Oseas, al que una inscripción asiria se refiere como Salamanu, relacionándolo con alguna victoria local que logró en la Transjordania poco antes de la sentencia del profeta.
Otra posibilidad es que el versículo aluda a Salmanasar V, que sucedió a Teglatfalasar III en el 727 aC. En ese caso, Oseas podría hablar de la marcha de Salmanasar hacia el sitio de Samaria, y referirse a una victoria que éste lograra por el camino. Este asedio es el que llevó a la caída de Samaria y a la destrucción de Israel, aunque Salmanasar V no vivió para ver el final.
Pero como suele ocurrir a los profetas, Oseas ve un futuro ideal más allá de la destrucción inmediata:
Oseas 33.
Luego volverán los hijos de Israel y buscarán a Yahvé, su Dios, y a David, su rey... al fin de los días.
Parece ésta una sentencia pronunciada después de que Sargón llevara a los israelitas a la cautividad, pero esos exiliados no volvieron jamás. La mención del propio David en lugar de uno de sus descendientes puede ser meramente simbólica, pero quizá refleje también una concepción primitiva entre los judíos, anterior al surgimiento de la idea mesiánica.
Es una idea sugerente, porque una nación que ha vivido días gloriosos en el pasado, o lo imagina, a veces sueña que un rey poderoso, a quien la tradición magnifica, no ha muerto realmente. Así, el rey Arturo reposa en Avalon esperando volver algún día cuando su país lo necesite. De modo semejante, el emperador alemán del siglo XII, Federico Barbarroja, reposa bajo la montaña Kyffhäuser, esperando igualmente la llamada de su patria.
Quizá sea, pues, este versículo el reflejo de un momento en que los judíos esperaban la vuelta de David en persona.
Desde luego, resulta raro que un norteño diga esto. En el mejor de los casos, el reino del Norte sólo fue un súbdito inquieto de David y Salomón, y se rebeló contra la dinastía judea inmediatamente después de la muerte de Salomón, sin dar pruebas posteriores de desear volver a su fidelidad original. ¿Soñaría Oseas con la vuelta de David, o fue este versículo obra de un autor judeo posterior?
Joel • El día de Yahvé • El valle de Josafat
Joel («Yahvé es Dios») es el primero de los once profetas menores de Judá. La colección de sus sentencias no lleva fecha, sino que empieza simplemente:
Joel 1.1.
Palabra de Yahvé dirigida a Joel...
Como el libro no menciona la amenaza asiria o babilonia, puede pensarse que o bien Joel habló antes de que se materializasen tales amenazas, o después de que hubieran pasado. En otras palabras, el libro debe fecharse antes del 750 aC o después del 500 aC.
En el tiempo en que se establecía el canon judío, Joel pareció la primera opción que atrajo a los escribas, y por esa razón se incluyó tempranamente en el grupo de profetas menores.
Pero esto es sumamente improbable, y los comentadores modernos aseguran que el libro se escribió tras la vuelta del exilio. Al fin y al cabo, no hace referencia ni a los reyes ni a las idolatrías que prevalecieron durante el reino. Por otro lado, se menciona la deportación de los judíos y la dispersión subsiguiente a la destrucción de Jerusalén:
Joel 3.2.
... mi pueblo... que ellos dispersaron entre las naciones...
Incluso hay una referencia a los griegos, que no llegaron a conocimiento de los judíos hasta bien entrado el período persa:
Joel 3.6.
Que vendisteis los hijos... de Jerusalén
(Tiro y Sidón)
a los... griegos...
Sin duda, esto se refiere al lucrativo tráfico de esclavos que los fenicios llevaban a cabo en la antigüedad.
En consecuencia, el libro de Joel suele fecharse hacia el 400 aC.
Joel empieza describiendo una plaga de langosta, para pasar luego a interpretar la catástrofe como símbolo de un acontecimiento mucho más penoso que azotará al mundo con mayor fuerza que la plaga de langosta:
Joel 1.15.
... pues el día de Yahvé está próximo.
Vendrá como asolación del Todopoderoso. El día de Yahvé a que se refiere Joel es, por supuesto, el apocalipsis final (v. cap. 23), en el que serán castigados los tiranos que oprimen a los judíos, mientras que a éstos se les recompensará con el Estado ideal y con la seguridad eterna.
Como el día de Yahvé se considera el momento en que se juzgará a las naciones, se le ha llegado a denominar el «Día del Juicio».
Se citan las palabras de Dios que describen los acontecimientos del día del juicio final:
Joel 3.2.
Reuniré a todas las gentes y las haré bajar al valle de Josafat, y litigaré en juicio con ellos a propósito de mi pueblo..., que ellos dispersaron entre las naciones
No se representa a Dios implorando como un suplicante, sino como juez y fiscal. La Revised Standard Version hace más claro este sentido traduciendo así el versículo: «... entraré en juicio con ellos a causa de mi pueblo ... ».
[234]
Nadie ha logrado identificar con exactitud el valle de Josafat, y es probable que no se trate de un lugar real. La palabra «Josafat» significa «Yahvé ha juzgado»; el versículo quizá no se refiera al rey Josafat de Judá, por lo que esa frase debería traducirse así: «... y los bajaré al valle del juicio de Yahvé... ».
Joel se imagina el juicio contra todas las naciones en conjunto, igual que el castigo que corresponderá a los delitos:
Joel 3.4.
... ¿qué sois para mí, Tiro Y Sidón?...
Joel 3.6.
que vendisteis los hijos... de Jerusalén a... los griegos...
Joel 3.7.
he aquí que yo los alzaré del lugar para donde los vendisteis, y haré recaer vuestra acción sobre vuestras cabezas,
Joel 3.8.
y venderé vuestros hijos y vuestras hijas a los hijos de Judá, para que los vendan a... nación apartada...
Poco a poco, la idea del juicio de las naciones fue idealizándose hasta el punto de que el juicio se hizo personal e individual. Esto se manifiesta, por ejemplo, en el último versículo del Eclesiastés, que es una adición tardía al libro compuesto en época posterior al Exilio: