Gusanos de arena de Dune (55 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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Un crac se oyó en el centro de la gran sala de la catedral. Y entonces, en un borrón de espacio plegado, una imagen apareció sobre el suelo manchado de sangre. La transmisión centelleante parecía sólida un momento y fantasmal y llena de estática al siguiente. Momentos después, la figura se convirtió en una mujer hermosa con rasgos de una perfección clásica. Volvió a cambiar, a una figura encanijada, con rasgos inexpresivos y poco atractivos, brazos y piernas cortos y una cabeza excesivamente grande. Un nuevo parpadeo, y la imagen quedó en un rostro sin cuerpo que oscilaba en el aire. Era como si no recordara exactamente qué aspecto debía tener.

Duncan supo enseguida quién —o qué— era.

—¡El Oráculo del Tiempo!

El rostro giró para examinar a las personas y robots de la gran sala, y enseguida se acercó a él.

—Duncan Idaho, te he encontrado. Te he buscado durante años, pero tu no-nave y tu… extrañeza te han protegido.

Duncan ya no se cuestionaba la barroca avalancha de sucesos que le rodeaban.

—¿Por qué vienes ahora?

—Solo en una ocasión has bajado de la no-nave, en el planeta de Qelso, pero no te seguí lo bastante rápido. Volví a intuir tu presencia cuando la no-nave fue tocada y atrapada. Ahora que las máquinas pensantes están atacando, he podido rastrear las líneas de la red de taquiones de la supermente y seguir a Omnius hasta ti. He traído a mis navegantes conmigo.

—¿Qué es esta aparición? —preguntó la supermente con tono de exigencia—. Yo soy Omnius. ¡Vete de mi mundo!

—En otro tiempo mi nombre fue Norma Cenva. Ahora soy exponencialmente mucho más que eso… estoy mucho más allá de lo que una red informática puede comprender. Soy el Oráculo del Tiempo, y voy allá donde deseo.

En su disfraz de vieja, Erasmo extendió el brazo como un niño curioso para tocar, pero su mano arrugada pasó a través de la imagen.

—Hay tantos de los humanos más interesantes que son mujeres… —dijo a modo de reflexión. El robot agitó los dedos por dentro de aquella semblanza, sin alterar la imagen. El Oráculo no hizo caso.

—Duncan Idaho, finalmente te has convertido en lo que eres. Kwisatz haderach, traté de protegerte. Antes que tú, Paul Muad’Dib y su hijo Leto, el Dios Emperador, fueron profetas imperfectos. Incluso ellos se dieron cuenta de sus defectos. Ahora, mediante una confluencia en el cosmos, el nexo de todos los nexos, tú te has convertido en la singularidad de un universo nuevo, el punto a partir del cual todo fluirá por el resto de la eternidad. Las esperanzas de la humanidad, y muchas más cosas, están en ti.

—Pero ¿cómo? —preguntó Duncan, aún perplejo—. Yo no me siento diferente.

—El kwisatz haderach es un «atajo», una figura lo bastante poderosa para forzar un cambio trascendental y necesario que altere el curso del futuro, no solo para la humanidad, sino también para las máquinas pensantes.

—Sí, tú tienes el poder, Duncan Idaho. —Erasmo parecía animarle tanto como el Oráculo—. Confío en que tomarás la decisión correcta. Tú sabes qué es lo que más beneficiará al universo, y sabes que las máquinas pensantes pueden enriquecer vuestra civilización.

Duncan estaba maravillado ante la conciencia de aquella nueva identidad y los pensamientos que tenía sobre esta sorprendente verdad. Finalmente, después de tantos intentos en forma de ghola, conocía su destino. Su mente había despertado.

Veía el tiempo como un gran océano extendiéndose por el cosmos, con sus poderes se veía a sí mismo capaz de analizar cada molécula, cada átomo, cada partícula subatómica. La presciencia llegaría, una presciencia perfecta, pero todavía no, no tan deprisa, porque de lo contrario induciría la misma parálisis destructiva que en Paolo. La mente de Duncan ya podía funcionar mucho más deprisa que la de un mentat, e intuía que su cuerpo podría moverse a velocidades que habrían dejado perplejo incluso al Bashar.

Yo soy el kwisatz haderach último. Después de mí, no habrá otro.

La imagen del Oráculo osciló, y volvió a la forma de la mujer hermosa.

—Duncan Idaho, cuando moriste la primera vez, luchando como soldado por salvar a los Atreides, para salvar al primer kwisatz haderach, los poderes del universo dispusieron tu resurrección como ghola, y muchas otras veces. El Dios Emperador original comprendió en parte tu destino e involuntariamente contribuyó a provocar este momento. El punto donde acaba su Senda de Oro es el principio de algo.

—¿Yo estoy vinculado a la Senda de Oro?

—Lo estás, pero estás destinado a ir mucho más allá.

Paul parecía estar recuperando rápidamente las fuerzas. A su lado, Jessica dijo a aquel visitante ultraterreno:

—¡Pero Duncan no formó parte de ningún programa reproductor! ¿Cómo ha podido convertirse en un kwisatz haderach?

El Oráculo prosiguió.

—Duncan, cada vez que volvías a nacer, te acercabas más a la plenitud. En lugar de ser creado mediante un programa reproductor, tú pasaste por un proceso de evolución personal. Cada nueva encarnación te daba nuevos conocimientos, capacidades, experiencias… como un escultor que moldea con su cincel un bloque de piedra, despacio, muy despacio, hasta conseguir una estatua perfecta. Con tu cuerpo, has pasado por una evolución taquiónica, un viaje hiperrápido de desarrollo que te ha impulsado hacia tu destino.

Duncan había vivido su vida repetidas veces durante miles de años. Los tleilaxu no solo habían jugado con sus caracteres genéticos para que pudiera luchar contra las Honoradas Matres, habían combinado sus células para que retuviera sus vidas previas, todas y cada una de ellas. Gracias a estos recuerdos, tenía una amplitud de experiencias y un saber que nadie podía igualar. El actual Duncan Idaho tenía más conocimientos que el mentat más avanzado, o que la supermente, y comprendía la naturaleza humana mejor incluso que el gran tirano Leto II. Duncan había sido la misma persona, una vez y otra vez, perfeccionándose, eliminando impurezas, como si pasara continuamente por un fino cedazo que dejaba solo las mejores cualidades, las que le convertirían en el Elegido. Duncan se permitió sonreír para sus adentros por la ironía. Si lo había logrado había sido por los manejos de los tleilaxu, aunque estaba seguro de que los maestros nunca tuvieron intención de crear un salvador para la humanidad.

La mente de mentat de Duncan comprobaba datos febrilmente, confirmando su conclusión, consciente de que el Oráculo del Tiempo tenía razón.

—¡En verdad soy el kwisatz haderach! —Deseó que Miles Teg pudiera estar con él—. ¿Y qué pasa con la gran guerra… Kralizec?

—Estamos en medio de ella. Kralizec no es solo una guerra, es un punto de inflexión. —Su imagen parpadeó—. Y tú eres la culminación.

—Pero ¿y el resto de la humanidad? —
Murbella
— Tienen que saberlo. ¿Cómo van a entender lo que ha pasado?

—Mis navegantes les informarán, hasta puede que traigan aquí a sus líderes. Sin embargo, primero tengo que eliminar una amenaza que tendría que haber desaparecido hace miles de años. Un enemigo al que me enfrenté por primera vez diez mil años antes de que tú nacieras.

El Oráculo se deslizó por el aire hacia la figura del anciano indignado, Omnius. Una vez ante él, habló con una voz más atronadora de la que podían crear todos los altavoces de la supermente.

—Debo asegurar que las máquinas pensantes no hacen daño a nadie más. Esa fue mi misión en otra era, cuando no era más que una mujer, cuando desarrollé el concepto de los motores que plegaban el espacio, cuando descubrí la capacidad de la melange de expandir la mente. Debo eliminarte, Omnius.

La supermente rio, con la risa remota de un anciano. Aquella manifestación ligeramente encorvada de pronto se hizo más grande, como un gigante cerniéndose sobre ella.

—No puedes eliminarme, porque no soy un ser corpóreo. Soy información, y mi existencia se extiende allá donde llega mi red de taquiones. Yo estoy en todas partes.

La imagen femenina formó una sonrisa.

—Y yo soy más de lo que ves. Soy el Oráculo del Tiempo. Oye cómo río. —Con una voz extraña, Norma Cenva profirió una risa larga y dura, que hizo que incluso la supermente extragrande retrocediera—. Mi voz se oye por sistemas estelares y eones, por el tiempo y el espacio, mucho más allá de donde llega tu red.

Omnius retrocedió otro paso.

—Primero debilité a tu flota. Y ahora te arrancaré como una mala hierba y te tiraré.

—Imposible… —El anciano empezó a disolverse y fundirse con su red.

—Te sacaré de ahí… sacaré cada pedazo de información de cada nódulo. —Su imagen nebulosa de volvió amorfa y envolvió a Omnius, que casi tropieza contra Erasmo, pero el robot independiente se apartó enseguida, con expresión divertida y curiosa en su rostro de anciana.

—Te llevaré a un lugar donde esa información ya no será comprensible, donde no aplican las leyes físicas.

Duncan oyó la voz de la supermente gritar de rabia, pero era un grito amortiguado. En la sala abovedada, los robots insectoides que trataron de avanzar para ayudar a Omnius parecían extrañamente torpes y desorientados.

—Hay muchos universos, Omnius. Duncan Idaho ha visitado más de uno, y conoce el lugar del que hablo. Hace mucho, yo les rescaté a él y a su no-nave de allí. En cambio, tú nunca encontrarás la salida.

Duncan pensó en la extraña lucha que estaba presenciando. Ciertamente, cuando huyó con la no-nave de Casa Capitular, saltó por el tejido del espacio en un intento desesperado por evitar que los atraparan y los llevó a todos a un universo barroco y alternativo. Se estremecía solo de pensarlo.

—Nada podrá salvarte, Omnius.

—¡Imposible! —dijo el anciano a voces, perdiendo su forma física y convirtiéndose en poco más que una silueta de destellos.

—Sí, imposible. Maravillosamente imposible.

En la sala, el ambiente chisporroteaba mientras unas nubes de electricidad cada vez más finas se extendían y el Oráculo envolvía como una red a aquella máquina pensante icónica. Por un momento, Duncan Idaho vio el rostro de Norma superpuesto al del anciano. Los dos semblantes se fundieron en uno: el de ella. La hermosa mujer sonrió, y el aire se llenó de hebras centelleantes de electricidad con las que la mujer se envolvió como si fuera una elegante capa.

Y entonces se arrancó de la realidad y se desvaneció en el vacío incomprensible, llevando consigo todo rastro de Omnius.

Para siempre.

81

Tú ves enemigos por todas partes, yo solo veo obstáculos… y sé muy bien qué debo hacer con los obstáculos. O los aparto, o los aplasto, para que podamos seguir nuestro camino.

M
ADRE
COMANDANTE
M
URBELLA
, palabras dirigidas a la Hermandad unificada

Aunque los navegantes habían destruido el grueso de la flota enemiga con una andanada inesperada de destructores, una segunda oleada de naves de las máquinas avanzaba hacia Casa Capitular.

Después de localizar a Duncan Idaho y la no-nave perdida, el Oráculo se había llevado a la mayoría de sus cruceros a Sincronía, y tan solo había asignado un pequeño porcentaje a la defensa de los planetas habitados por los humanos. Y puesto que el resultado de tales misiones era incierto, algunos planetas o quizá todos ellos seguían siendo vulnerables. Una cosa estaba clara: en Casa Capitular Murbella y los suyos estaban solos frente al Enemigo. Y, entre tanto ajetreo, la madre comandante no tuvo tiempo para digerir la noticia de que Duncan Idaho seguía con vida.

El administrador Gorus gimió.

—¿Nunca se detendrán?

—No. —Murbella lo miró con expresión severa por obligarla a decir lo obvio—. Son máquinas pensantes.

En el exterior de la órbita del planeta, el centenar de naves estaba rodeado por los restos de miles de naves de combate de las máquinas. Aquella lucha había infligido importantes pérdidas al Enemigo, pero por desgracia no era suficiente.

La nueva oleada de naves de Omnius no pasaría pavoneándose ante los defensores humanos como había hecho la primera. Esta vez Murbella no esperaba compasión, y tampoco albergaba esperanzas para las naves de los otros puntos estratégicos. Las máquinas tenían intención de aniquilar Casa Capitular y todos los mundos que encontraran en su camino.

Maldijo las naves inservibles que les habían proporcionado en los astilleros de Conexión, las armas inútiles de los ixianos. Trató de pensar algo.

—No dejaré que nuestras naves se queden aquí con el cuello al descubierto, como corderos esperando el degüello.

—Los compiladores matemáticos controlaban los pasos para plegar el espacio y los sistemas…

—¡Arranca esos condenados sistemas de navegación! —le gritó—. ¡Tripularemos las naves manualmente!

—Pero no sabremos adónde vamos. ¡Colisionaremos!

—Entonces colisionaremos, pero con el Enemigo, no con los nuestros. —Se preguntó si las máquinas sentirían sed de venganza cuando vieran el descalabro de la primera oleada de naves. Las Honoradas Matres lo habrían hecho.

El Enemigo seguía avanzando. Murbella estudió las complejas proyecciones tácticas. Obviamente no necesitaban una cantidad tan enorme de naves para conquistar Casa Capitular, que tenía una población bajo mínimos. Era evidente que Omnius había aprendido la importancia de la intimidación y la ostentación, y lo aconsejable de la redundancia.

En el centro de control del crucero, dos hombres de la Cofradía discutían con Gorus. Uno decía que desconectar el compilador matemático era imposible; el otro, que era una imprudencia. Murbella atajó la discusión con la fuerza irresistible de la Voz Bene Gesserit. Los hombres de la Cofradía se estremecieron e hicieron lo que decía sin poder resistirse.

Aunque las fuerzas mecánicas los superaban en armamento de forma importante, Murbella no se escondería. En lugar de eso, permitió que su ira de Honorada Matre volviera a aflorar. No era momento para ponerse a calcular probabilidades. Era momento de causar tanta destrucción como pudieran. Y ahora sus probabilidades eran mucho mejores que cuando se había iniciado la batalla. Si todos abrazaban una actitud de ensañamiento y luchaban como Honoradas Matres furiosas, podían causar un daño significativo. Es posible que todas sus naves acabaran en llamas, pero si ganaban tiempo suficiente para que el Oráculo y sus navegantes derrotaran a Omnius, Murbella lo consideraría una victoria. Lo único que lamentaba era no poder ver a Duncan una vez más.

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