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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Sabía que dirías eso —repuso George, sonriente, y le dio una palmada en el brazo.
—¿Los prefectos también? —preguntó Fred observando inquisitivamente a Ron y a Hermione.
—Por supuesto —afirmó ella con frialdad.
—Mirad, ahí vienen Ernie y Hannah Abbott —observó Ron, que había girado la cabeza—. Y esos de Ravenclaw y Smith… Y ninguno tiene muchos granos.
Hermione parecía alarmada.
—Olvídate de los granos. ¿Se han vuelto locos? No pueden venir aquí ahora, resultará sumamente sospechoso. ¡Sentaos! —les dijo a Ernie y a Hannah sin que se la oyera, pero moviendo exageradamente los labios y haciéndoles señas para que regresaran a la mesa de Hufflepuff—. ¡Más tarde! ¡Ya… hablaremos… más tarde!
—Se lo diré a Michael —terció Ginny, impaciente, y se levantó del banco—. Qué burros, francamente…
Fue corriendo hacia la mesa de Ravenclaw y Harry la siguió con la mirada. Cho estaba sentada cerca, hablando con la amiga del cabello rizado que la había acompañado a Cabeza de Puerco. ¿Y si el letrero de la profesora Umbridge la había asustado y no volvía a asistir a las reuniones?
Pero no comprendieron el alcance de las repercusiones del anuncio hasta que salieron del Gran Comedor y se encaminaron hacia la clase de Historia de la Magia.
—¡Harry! ¡Ron!
Era Angelina, que corría hacia ellos. Parecía absolutamente desesperada.
—No pasa nada —afirmó Harry en voz baja cuando Angelina se le acercó lo suficiente—. Seguiremos adelante de todos…
—¿Te das cuenta de que el
quidditch
está incluido en la prohibición? —le comentó Angelina—. ¡Tenemos que ir a pedirle permiso para volver a formar el equipo de Gryffindor!
—¡¿Qué?! —exclamó Harry, incrédulo.
—¡No puede ser! —dijo Ron, atónito.
—¡Ya habéis leído el letrero! ¡Incluye los equipos! Escucha, Harry… Te lo digo por última vez… ¡Por favor, no vuelvas a perder los estribos con la profesora Umbridge o no nos dejará jugar!
—Está bien —aseguró Harry, pues Angelina parecía a punto de llorar—. No te preocupes, me comportaré…
—Seguro que Umbridge está en Historia de la Magia —comentó Ron gravemente cuando emprendieron de nuevo el camino hacia la clase de Binns—. Todavía no ha supervisado a Binns… Me apuesto lo que quieras a que está allí…
Pero Ron se equivocaba: cuando entraron en el aula sólo encontraron al profesor Binns, que estaba flotando un par de centímetros por encima de su silla, como de costumbre, mientras se preparaba para continuar su monótono discurso sobre las guerras de los gigantes. Aquel día Harry ni siquiera intentó seguir lo que decía el profesor; se puso a garabatear, distraído, en su pergamino, ignorando las frecuentes miradas y los codazos de Hermione, hasta que un golpe particularmente doloroso en las costillas lo obligó a levantar la cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó con enojo.
Hermione señaló la ventana y Harry giró la cabeza.
Hedwig
estaba posada en el estrecho alféizar, mirándolo a través del grueso cristal, con una carta atada a la pata. Harry no lo entendía: acababan de desayunar, ¿por qué demonios no le había entregado la carta entonces, como hacía normalmente? Varios de sus compañeros de clase señalaban también a
Hedwig
.
—Siempre me ha encantado esa lechuza, es tan bonita… —oyó Harry que Lavender le comentaba a Parvati.
Entonces giró la cabeza y miró al profesor Binns, que continuaba leyendo sus notas con tranquilidad, sin darse cuenta de que los alumnos le prestaban aún menos atención de lo habitual. Harry se levantó con sigilo de la silla, se agachó y recorrió el pasillo hasta la ventana. Una vez allí, soltó el cierre y la abrió muy despacio.
Suponía que
Hedwig
extendería la pata para que él pudiera retirar la carta, y que luego echaría a volar hacia la lechucería, pero en cuanto abrió la ventana lo suficiente, la lechuza dio un salto y entró, ululando lastimeramente. Harry cerró la ventana y miró preocupado al profesor Binns; después volvió a agacharse y regresó corriendo a su asiento con
Hedwig
sobre el hombro. Llegó a su silla, se puso a
Hedwig
en el regazo y fue a retirar la carta que llevaba atada a la pata.
Entonces se dio cuenta de que su lechuza tenía las plumas muy alborotadas; unas cuantas estaban del revés, y tenía un ala en una extraña postura.
—¡Está herida! —susurró Harry agachando la cabeza. Hermione y Ron se inclinaron hacia él; Hermione hasta dejó la pluma—. Mirad, le pasa algo en el ala…
Hedwig
estaba temblando; cuando Harry le tocó el ala, la lechuza dio un respingo y se le erizaron las plumas, como si se le inflaran, y miró a su amo con reproche.
—Profesor Binns —dijo Harry en voz alta, y todos giraron la cabeza hacia él—, no me encuentro bien.
El profesor Binns levantó la vista de sus notas, sorprendido, como siempre, al ver que estaba ante un aula llena de alumnos.
—¿No se encuentra bien? —preguntó vagamente.
—No, me encuentro muy mal —aseguró Harry con firmeza, y escondiendo a
Hedwig
detrás de la espalda, se levantó—. Creo que necesito ir a la enfermería.
—Sí —repuso el profesor Binns, a quien Harry había pillado desprevenido—. Sí, ya… A la enfermería… Bueno, pues vaya, Perkins…
En cuanto salió del aula, Harry se puso a
Hedwig
sobre el hombro y echó a correr por el pasillo; sólo se paró a pensar cuando perdió de vista la puerta del aula de Binns.
La persona idónea para curar a
Hedwig
habría sido Hagrid, por descontado, pero como no sabía dónde se hallaba su amigo, la única opción que tenía era encontrar a la profesora Grubbly-Plank y confiar en que lo ayudara.
Miró por la ventana hacia los jardines: el cielo estaba nublado y borrascoso. No había ni rastro de la profesora Grubbly-Plank cerca de la cabaña de Hagrid; si no estaba dando clase, seguramente estaría en la sala de profesores. Entonces Harry bajó por la escalera mientras
Hedwig
oscilaba sobre su hombro y ululaba débilmente.
Dos gárgolas de piedra flanqueaban la puerta de la sala de profesores. Cuando Harry se acercó, una de ellas dijo con voz ronca:
—Deberías estar en clase, hijito.
—Esto es urgente —contestó Harry con tono cortante.
—¡Oh! ¡Es urgente! ¿En serio? —repuso la otra gárgola con voz chillona—. ¡No me digas!
Harry llamó a la puerta. Oyó pasos, y entonces la puerta se abrió. Harry se encontró cara a cara con la profesora McGonagall.
—¡No habrán vuelto a castigarte! —exclamó ella inmediatamente, alarmada, mirándolo a través de sus gafas de montura cuadrada.
—No, profesora —contestó Harry.
—Entonces, ¿por qué no estás en clase?
—Por lo visto es urgente —afirmó la segunda gárgola con malicia.
—Busco a la profesora Grubbly-Plank —explicó Harry—. Es mi lechuza. Está herida.
—¿Una lechuza herida? —La profesora Grubbly-Plank apareció detrás de la profesora McGonagall, fumando una pipa y con un ejemplar de
El Profeta
en las manos.
—Sí —dijo Harry levantando con cuidado a
Hedwig
de su hombro—. Ha llegado más tarde que el resto de las lechuzas y no sé qué le pasa en el ala, mire…
La profesora Grubbly-Plank sujetó firmemente la pipa entre los dientes y cogió a
Hedwig
mientras la profesora McGonagall los miraba.
—Humm —dijo la profesora Grubbly-Plank. La pipa se le movía un poco cuando hablaba—. Parece que la han atacado. Pero no sé qué criatura puede habérselo hecho. A veces los
thestrals
atacan a los pájaros, desde luego, pero Hagrid tiene a los
thestrals
de Hogwarts muy bien entrenados para que no se acerquen a las lechuzas.
Harry ni sabía qué eran los
thestrals
ni le importaba; lo único que le interesaba saber era si
Hedwig
iba a ponerse bien. La profesora McGonagall, sin embargo, miró con dureza a Harry y le preguntó:
—¿Sabes si esta lechuza viene de muy lejos, Potter?
—Esto… —dijo Harry—. Desde Londres, creo.
Harry miró brevemente a la profesora McGonagall, pero al ver que ésta fruncía el entrecejo, se dio cuenta de que la profesora había comprendido que «Londres» significaba en realidad «el número 12 de Grimmauld Place».
La profesora Grubbly-Plank sacó un monóculo de un bolsillo de su túnica y se lo colocó en un ojo para examinar meticulosamente el ala de
Hedwig
.
—Si me la dejas, intentaré averiguar qué le ha pasado, Potter —dijo—. De todos modos, no conviene que vuele largas distancias durante unos días.
—Gracias… —dijo Harry, y entonces sonó la campana que anunciaba el descanso.
—No pasa nada —dijo la profesora Grubbly-Plank con brusquedad; a continuación, se dio la vuelta y entró en la sala de profesores.
—¡Un momento, Wilhelmina! —exclamó la profesora McGonagall—. ¡La carta de Potter!
—¡Ah, sí! —dijo Harry, que había olvidado quitarle el rollo de pergamino a
Hedwig
.
La profesora Grubbly-Plank se lo entregó y a continuación desapareció en la sala de profesores con la lechuza, que miraba a su amo como si no pudiera creer que se hubiera desprendido de ella tan fácilmente. Harry, sintiéndose ligeramente culpable, se dio la vuelta para marcharse, pero la profesora McGonagall lo llamó:
—¡Potter!
—¿Sí, profesora?
La profesora McGonagall miró hacia ambos lados del pasillo, por donde empezaban a llegar alumnos.
—Recuerda —dijo rápidamente y en voz baja, mirando el pergamino que Harry tenía en la mano— que los canales de comunicación de entrada y de salida de Hogwarts podrían estar controlados.
—Ya… —respondió Harry, pero el tropel de alumnos que se acercaba por el pasillo casi había llegado hasta donde se hallaban.
Entonces la profesora McGonagall hizo un brusco movimiento con la cabeza y entró en la sala de profesores, mientras que la multitud arrastró a Harry hacia el patio. Éste vio que Ron y Hermione estaban esperándolo en un rincón apartado, con el cuello de las capas levantado para protegerse del viento. Harry abrió el rollo de pergamino mientras iba hacia ellos y descubrió que sólo había cinco palabras escritas con la letra de Sirius:
«Hoy, misma hora, mismo sitio.»
—¿Cómo está
Hedwig
? —preguntó Hermione, preocupada, tan pronto como Harry llegó junto a ellos.
—¿Adónde la has llevado? —preguntó Ron a su vez.
—Se la he llevado a la profesora Grubbly-Plank —respondió Harry—. Y he visto a McGonagall… Escuchad…
Y les contó lo que había dicho la profesora McGonagall. Para sorpresa de Harry, ninguno de sus dos amigos se mostró sorprendido. Más bien al contrario: intercambiaron miradas de complicidad.
—¿Qué pasa? —inquirió Harry observándolos con desconcierto.
—Bueno, precisamente estaba diciéndole a Ron… ¿Y si alguien ha intentado interceptar a
Hedwig
? Es la primera vez que llega herida de un vuelo, ¿verdad?
—Bueno, ¿de quién es la carta? —preguntó Ron quitándole la nota a Harry de las manos.
—De
Hocicos
—contestó Harry en voz baja.
—¿«Misma hora, mismo sitio»? ¿Se refiere a la chimenea de la sala común?
—Evidentemente —confirmó Hermione, que también había leído la nota. Parecía nerviosa—. Espero que nadie más haya visto esto…
—El rollo todavía estaba sellado —comentó Harry intentando convencerse también a sí mismo—. Y nadie entendería qué significa el mensaje si no sabe dónde hemos hablado con él la vez anterior, ¿no?
—No lo sé —dijo Hermione, angustiada. En ese momento volvió a sonar la campana y se colgó la mochila del hombro—. No sería muy difícil volver a sellar el rollo mediante magia… Y si hay alguien vigilando la Red Flu… Pero ¡no sé cómo vamos a decirle que no venga sin que nos intercepten a nosotros también!
A continuación bajaron cansinamente la escalera de piedra que conducía a las mazmorras donde daban la clase de Pociones. Iban los tres absortos en sus pensamientos, pero, cuando llegaron al final de la escalera, la voz de Draco Malfoy los sacó de su ensimismamiento. Draco estaba de pie junto a la puerta del aula de Snape y exhibía una hoja de pergamino de aspecto oficial mientras hablaba en voz mucho más alta de lo necesario para que lo oyera todo el mundo.
—Sí, la profesora Umbridge ha concedido permiso al equipo de
quidditch
de Slytherin para seguir jugando. He ido a pedírselo esta mañana a primera hora. Bueno, ha sido prácticamente automático, porque la profesora Umbridge conoce muy bien a mi padre, ya que mi padre frecuenta el Ministerio… Será interesante saber si al equipo de Gryffindor también le dan permiso para seguir jugando, ¿verdad?
—No os sulfuréis —imploró con un susurro Hermione a Harry y a Ron, que miraban a Malfoy con los puños apretados y gesto amenazador—. Eso es precisamente lo que está buscando.
—Lo digo —prosiguió Malfoy levantando un poco más la voz y mirando a Harry y Ron con unos ojos que despedían malévolos destellos— porque si es cuestión de influencia en el Ministerio, no creo que tengan muchas posibilidades… Según dice mi padre, hace años que buscan un pretexto para despedir a Arthur Weasley… Y en cuanto a Potter…, mi padre dice que cualquier día el Ministerio lo factura para el Hospital San Mungo… Por lo visto, tienen una planta reservada para gente a la que la magia ha trastornado.
Malfoy hizo una mueca grotesca, con la boca abierta y los ojos bizcos, Crabbe y Goyle se rieron a carcajadas, como de costumbre, y Pansy Parkinson soltó una risita idiota.
De pronto, Harry notó un golpe en el hombro que lo desvió hacia un lado. Unas milésimas de segundo más tarde, se dio cuenta de que Neville lo había apartado de un empujón e iba derechito hacia Malfoy.
—¡No, Neville!
Harry saltó hacia delante y agarró a Neville por la túnica; éste forcejeó con ímpetu, agitando los puños, e intentó abalanzarse sobre Malfoy, que durante un momento se quedó completamente perplejo.
—¡Ayudadme! —gritó Harry.
Consiguió rodear el cuello de Neville con un brazo, tiró de él hacia atrás y lo alejó de los de Slytherin. Crabbe y Goyle se colocaron delante de Malfoy y flexionaron los brazos, listos para pelear. Ron agarró a Neville por los brazos, y Harry y él lograron volver a colocarlo en la fila de alumnos de Gryffindor. Neville estaba rojo como un tomate; la presión que Harry ejercía sobre su cuello hacía que apenas se le entendiera, pero seguía farfullando: