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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Se alejó de ellos, esquivando por los pelos una burbuja de tinta de Peeves que fue a parar sobre la cabeza de un estudiante de primer curso, y se perdió de vista.
La amplia sonrisa de Ron disminuyó un tanto cuando éste miró por la ventana, a través de la cual ya no se veía nada, pues la lluvia había dejado los cristales opacos.
—Espero que deje de llover. ¿Y a ti qué te pasa, Hermione?
Hermione también miraba por la ventana, pero no observaba nada en concreto. Tenía la mirada perdida y el entrecejo fruncido.
—Estaba pensando… —murmuró sin dejar de mirar la ventana y la lluvia que golpeaba los cristales.
—¿En Sir…
Hocicos
? —apuntó Harry.
—No, no exactamente… Más bien… me preguntaba… Supongo que estamos haciendo lo correcto, ¿no?
Harry y Ron se contemplaron durante un momento.
—Bueno, eso lo aclara todo —dijo Ron—. Habría sido un fastidio que no te hubieras explicado adecuadamente.
Hermione lo miró como si acabara de reparar en su presencia.
—Me preguntaba —continuó con una voz más fuerte— si estamos haciendo lo correcto al organizar el grupo de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—¿Qué? —dijeron Harry y Ron a la vez.
—¡Fuiste tú quien tuvo la idea, Hermione! —saltó Ron, indignado.
—Ya lo sé —admitió ella entrelazando los dedos—. Pero después de hablar con
Hocicos
…
—Pero si él nos apoya… —afirmó Harry.
—Sí —dijo su amiga, y volvió a mirar hacia la ventana—. Sí, precisamente por eso pensé que quizá no fuera tan buena idea después de todo…
Peeves flotó hacia ellos panza abajo, con una cerbatana preparada; automáticamente, los tres cogieron sus mochilas y se taparon con ellas la cabeza hasta que Peeves hubo pasado de largo.
—A ver si lo entiendo —dijo Harry de mala gana mientras volvían a dejar las mochilas en el suelo—: ¿Sirius está de acuerdo con nosotros y por eso tú crees que no deberíamos seguir con el proyecto?
Hermione parecía tensa y abochornada. Mirándose las manos, replicó:
—¿Tú confías sinceramente en su criterio?
—¡Pues claro! —exclamó Harry sin vacilar—. ¡Siempre nos ha dado buenos consejos!
Una burbuja de tinta pasó zumbando al lado de ellos y le dio de lleno en la oreja a Katie Bell. Hermione vio cómo ésta se ponía en pie y empezaba a lanzarle cosas a Peeves; pasados unos momentos, Hermione volvió a hablar, y tuvieron la impresión de que elegía las palabras con mucho cuidado.
—¿No crees que se ha vuelto… un poco… imprudente… desde que está encerrado en Grimmauld Place? ¿No crees que… en cierto modo… vive a través de nosotros?
—¿Qué quieres decir con eso de que «vive a través de nosotros»? —replicó Harry.
—Lo que quiero decir… Bueno, creo que a él le encantaría formar una sociedad secreta de defensa ante las narices de alguien del Ministerio… Creo que se siente muy frustrado por lo poco que puede hacer desde donde está… Y creo que, en cierto modo, es por eso por lo que nos incita a crear el grupo.
Ron estaba atónito.
—Sirius tiene razón —afirmó—. Hablas igual que mi madre.
Hermione se mordió la lengua y no dijo nada más. La campana sonó justo cuando Peeves descendía sobre Katie y le vaciaba un tintero en la cabeza.
El tiempo no mejoró a lo largo del día, y a las siete en punto, cuando Harry y Ron bajaron resbalando por la mojada hierba hasta el campo de
quidditch
para el entrenamiento, quedaron empapados en cuestión de minutos. El cielo estaba gris oscuro y tormentoso, y sintieron un gran alivio cuando llegaron a los vestuarios, cálidos e iluminados, pese a saber que la tregua sólo era pasajera. Encontraron allí a Fred y George, que estaban discutiendo si debían utilizar una golosina de su Surtido Saltaclases para no tener que volar.
—… pero seguro que nos descubriría —comentaba Fred con voz queda—. Ojalá ayer no le hubiera dicho que nos comprara unas cuantas pastillas vomitivas.
—Podríamos probar con un tofe de la fiebre —murmuró George—. Eso todavía no lo ha visto nadie…
—¿Funcionan? —preguntó Ron, esperanzado. El golpeteo de la lluvia en el tejado se había intensificado y el viento aullaba alrededor del edificio.
—Bueno, sí —respondió Fred—. Te sube la temperatura, desde luego.
—Pero también te salen unos enormes granos llenos de pus —añadió George—. Y todavía no hemos encontrado la forma de hacerlos desaparecer.
—Yo no veo que tengáis ningún grano —comentó Ron escudriñando las caras de los gemelos.
—No, bueno, es lógico —explicó Fred, compungido—. No están en un sitio que solamos mostrar en público.
—Pero te aseguro que duelen un montón cuando te sientas en una escoba.
—Muy bien, escuchadme todos —dijo de pronto Angelina con una voz atronadora. Acababa de salir del despacho del capitán—. Ya sé que no hace el tiempo ideal, pero cabe la posibilidad de que tengamos que jugar contra Slytherin en condiciones como éstas, así que no estará mal que nos acostumbremos a apañárnoslas con ellas. Harry, ¿es verdad que les hiciste algo a tus gafas para que la lluvia no las empañara cuando jugamos contra Hufflepuff en medio de aquella tormenta?
—Lo hizo Hermione —contestó Harry. Y sacó su varita, dio con ella unos golpecitos en sus gafas y dijo—:
¡Impervius!
—Creo que todos deberíamos intentarlo —propuso Angelina—. Si conseguimos apartar la lluvia de nuestra cara, tendremos mejor visibilidad. Vamos, todos juntos:
¡Impervius!
Muy bien, en marcha.
Todos guardaron las varitas mágicas en los bolsillos interiores de las túnicas, se cargaron las escobas al hombro y salieron de los vestuarios detrás de Angelina.
Fueron chapoteando por el barro, cada vez más profundo, hasta el centro del terreno de juego; la visibilidad seguía siendo muy escasa a pesar del encantamiento impermeabilizante; estaba oscureciendo y la cortina de lluvia impedía que se distinguiera el suelo.
—Muy bien, cuando dé la señal —gritó Angelina.
Harry pegó una patada en el suelo, salpicándolo todo de barro, y emprendió el vuelo. El viento lo desviaba ligeramente de su trayectoria. No tenía ni idea de cómo se las iba a ingeniar para distinguir la
snitch
con aquel tiempo, pues ya le costaba bastante ver la única
bludger
con la que practicaban. Cuando sólo llevaba un minuto volando, la
bludger
casi lo derribó de la escoba y tuvo que utilizar la voltereta con derrape para esquivarla. Desgraciadamente, Angelina no lo vio. De hecho, parecía que no veía nada; ninguno de los jugadores tenía ni idea de lo que estaban haciendo los otros. El viento arreciaba; incluso Harry oía a lo lejos el rumor y el martilleo de la lluvia aporreando la superficie del lago.
Angelina insistió durante casi una hora antes de admitir la derrota. Acompañó al empapado y contrariado equipo a los vestuarios e intentó convencer a sus compañeros de que el entrenamiento no había sido una pérdida de tiempo, aunque no lo decía muy segura. Fred y George eran los que parecían más fastidiados; ambos caminaban con las piernas arqueadas y hacían muecas de dolor a cada momento. Harry los oyó quejarse por lo bajo mientras se secaba el pelo.
—Me parece que a mí se me han reventado unos cuantos —comentó Fred con voz apagada.
—A mí no —replicó George apretando los dientes—. Me duelen muchísimo. Creo que se han hecho aún más grandes.
—¡Ay! —exclamó entonces Harry.
Cerró los ojos y se tapó la cara con la toalla. Había vuelto a notar una punzada de dolor en la cicatriz, más fuerte que las de las últimas semanas.
—¿Qué pasa? —le preguntaron varias voces.
Harry se retiró la toalla de la cara. Veía el interior del vestuario borroso porque no llevaba las gafas, pero aun así se dio cuenta de que todo el mundo se había vuelto hacia él.
—Nada —masculló—. Me he metido un dedo en un ojo.
Pero lanzó una mirada de complicidad a Ron, y ambos se quedaron rezagados cuando el resto del equipo salió del vestuario, envueltos en sus capas y con los sombreros calados hasta las orejas.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Ron en cuanto Alicia hubo salido por la puerta—. ¿Ha sido la cicatriz? —Harry asintió con la cabeza—. Pero… —Ron, asustado, fue hacia la ventana y miró al exterior—. No puede estar por aquí cerca, ¿verdad que no?
—No —dijo Harry sentándose en un banco y frotándose la frente—. Seguramente está a kilómetros de distancia. Me ha dolido porque… está furioso.
Harry había pronunciado aquellas palabras sin haberlas pensado, y al escucharlas tuvo la sensación de que las había dicho otra persona. Sin embargo, supo inmediatamente que era cierto. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía: Voldemort, estuviera donde estuviese, hiciera lo que hiciese, estaba de muy mal humor.
—¿Lo has visto? —le preguntó Ron, horrorizado—. ¿Has tenido… una visión o algo así?
Harry se quedó muy quieto, mirándose los pies, y dejó que la mente y la memoria se le relajaran tras el momento de dolor.
Una desordenada maraña de sombras, un torrente de voces…
—Quiere que alguien haga algo, pero no va tan deprisa como a él le gustaría —dijo.
Una vez más, le sorprendió escuchar las palabras que salían por su boca, aunque a pesar de todo estaba convencido de que lo que acababa de decir era verdad.
—Pero… ¿cómo lo sabes? —inquirió Ron.
Harry hizo un gesto negativo con la cabeza y se tapó los ojos con las manos, apretándolos con las palmas. Vio surgir unas pequeñas estrellas en la oscuridad. Percibía la presencia de Ron a su lado, en el banco, y sabía que su amigo lo miraba fijamente.
—¿Has sentido lo mismo que la última vez, cuando te dolió la cicatriz en el despacho de la profesora Umbridge? —le preguntó Ron con voz queda—. Es decir, ¿que Quien-tú-sabes estaba enfadado? —Harry negó de nuevo con la cabeza—. Entonces, ¿qué es?
Harry hizo memoria. En aquella ocasión estaba mirando a la profesora Umbridge a la cara… Le había dolido la cicatriz… y había notado algo raro en el estómago…, un extraño aleteo…, una sensación de júbilo… Pero, como es lógico, no la había reconocido, porque él se sentía muy desgraciado…
—La última vez me dolió porque él estaba contento —explicó—. Muy contento. Creía… que iba a pasar algo bueno. Y la noche antes de que viniéramos a Hogwarts… —recordó el momento en que le había dolido mucho la cicatriz en el dormitorio que compartía con Ron en Grimmauld Place— estaba furioso…
Miró a Ron, que lo observaba a su vez con la boca abierta.
—Podrías quitarle la plaza a la profesora Trelawney, Harry —murmuró, sobrecogido.
—No estoy haciendo profecías —replicó Harry.
—De acuerdo, pero ¿sabes lo que estás haciendo? —sentenció Ron, entre asustado e impresionado—. ¡Le estás leyendo la mente a Quien-tú-sabes, Harry!
—No —corrigió éste moviendo negativamente la cabeza—. Más que su mente es su… estado de ánimo, supongo. Recibo impresiones del estado de ánimo que tiene. Dumbledore me habló de esto el año pasado. Dijo que yo percibía cuándo Voldemort estaba cerca de mí, o cuándo sentía odio. Pues bien, ahora también noto cuándo está contento…
Hubo una pausa. El viento y la lluvia azotaban el edificio.
—Tienes que contárselo a alguien —sugirió Ron.
—La última vez se lo conté a Sirius.
—¡Pues cuéntale lo que te ha pasado ahora!
—No puedo, Ron —reflexionó Harry con gravedad—. La profesora Umbridge vigila las lechuzas y las chimeneas, ¿no te acuerdas?
—Entonces cuéntaselo a Dumbledore.
—Él ya lo sabe, acabo de decírtelo —dijo Harry de manera cortante. Se puso en pie, cogió su capa del colgador y se la echó sobre los hombros—. No tiene sentido volver a contárselo.
Ron se abrochó el cierre de la capa mientras observaba atentamente a su amigo.
—A Dumbledore le gustaría saberlo —afirmó.
Harry se encogió de hombros.
—Vamos, todavía tenemos que practicar los encantamientos silenciadores.
Recorrieron los oscuros jardines hasta el castillo, resbalando y tropezando por la hierba fangosa, pero no hablaron. Harry iba pensando. ¿Qué debía de ser lo que Voldemort quería que alguien hiciera, y que no se hacía suficientemente deprisa?
«… tiene otros planes, unos planes que puede poner en marcha con mucha discreción… Cosas que sólo puede conseguir furtivamente… Como un arma. Algo que no tenía la última vez.»
Harry no había vuelto a pensar en aquellas palabras desde hacía semanas; estaba demasiado absorto en lo que estaba ocurriendo en Hogwarts, demasiado ocupado pensando en las batallas con la profesora Umbridge, en la injusticia de la intromisión del Ministerio… Pero en ese momento las recordó y le hicieron reflexionar. Cabía la posibilidad de que Voldemort estuviera furioso porque todavía no había podido hacerse con el arma, fuera cual fuese. ¿Habría desbaratado la Orden sus planes, habría impedido que se apoderara de ella? ¿Dónde estaba guardada? ¿Quién la tenía?
—
¡Mimbulus mimbletonia!
—pronunció Ron, y Harry salió de su ensimismamiento justo a tiempo para pasar por la abertura del retrato y entrar en la sala común.
Por lo visto, Hermione se había acostado temprano, pero había dejado a
Crookshanks
acurrucado en una butaca y un surtido de gorros de elfo de punto, llenos de nudos, sobre una mesa junto al fuego. Harry se alegró de que Hermione no estuviera allí, porque no le apetecía seguir hablando del dolor de su cicatriz ni que su amiga insistiera en que fuera a hablar con Dumbledore. Ron no paraba de lanzarle miradas de inquietud, pero Harry sacó sus libros de Encantamientos y se puso a terminar la redacción, aunque lo único que hacía era fingir que estaba concentrado. Cuando Ron anunció que él también se iba a la cama, Harry no había escrito casi nada.
Pasó la medianoche, y Harry continuaba leyendo y releyendo un párrafo sobre los usos de la coclearia, el ligústico y la tármica sin entender ni una sola palabra.
«Estas plantas resultan muy eficaces para la inflamación del cerebro, y de ahí que se empleen corrientemente en la fabricación de filtros para confundir y ofuscar, o allí donde el mago pretenda producir exaltación e imprudencia…»
… Hermione decía que Sirius estaba volviéndose imprudente porque se hallaba encerrado en Grimmauld Place…
«… muy eficaces para la inflamación del cerebro, y de ahí que se empleen corrientemente…»