Harry Potter. La colección completa (263 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¿Veis los números que hay alrededor del borde de las monedas? —dijo Hermione mostrándoles una para que la examinaran al final de su cuarta reunión. La moneda, gruesa y amarilla, reflejaba la luz de las antorchas—. En los galeones auténticos no son más que un número de serie que se refiere al duende que acuñó la moneda. En estas monedas falsas, sin embargo, los números cambiarán para indicar la fecha y la hora de la siguiente reunión. Las monedas se calentarán cuando cambie la fecha, de modo que si las lleváis en un bolsillo lo notaréis. Cogeremos una cada uno, y cuando Harry decida la fecha de la siguiente reunión, él modificará los números de su moneda, y los de las demás también cambiarán para imitar los de la de Harry porque les he hecho un encantamiento proteico. —Las palabras de Hermione fueron recibidas con un silencio sepulcral. Ella observó a sus compañeros, que la miraban desconcertados—. No sé, me pareció buena idea —balbuceó—. Porque aunque la profesora Umbridge nos ordenara vaciar nuestros bolsillos, no hay nada sospechoso en llevar un galeón, ¿no? Pero…, bueno, si no queréis utilizarlas…

—¿Sabes hacer un encantamiento proteico? —le preguntó Terry Boot.

—Sí.

—Pero si eso…, eso corresponde al nivel de
ÉXTASIS
—comentó con un hilo de voz.

—Ya —repuso Hermione intentando parecer modesta—. Ya…, bueno…, sí, supongo que sí.

—¿Por qué no te pusieron en Ravenclaw? —inquirió Ron mirando a Hermione maravillado—. ¡Con el cerebro que tienes!…

—Verás, el Sombrero Seleccionador estuvo a punto de mandarme a Ravenclaw —contestó Hermione alegremente—, pero al final se decidió por Gryffindor. Bueno, ¿qué decís? ¿Queréis usar los galeones?

Hubo un murmullo de aprobación general, y los compañeros se acercaron al cesto para coger su moneda. Harry miró de reojo a Hermione.

—¿Sabes a qué me recuerda esto?

—No, ¿a qué?

—A las cicatrices de los
mortífagos
. Cuando Voldemort toca a uno de ellos, todos notan que les queman las cicatrices y así saben que tienen que reunirse con él.

—Sí, ya —contestó Hermione con tranquilidad—. De ahí fue de donde saqué la idea… Pero te habrás dado cuenta de que decidí grabar la fecha en unos trozos de metal, y no en la piel de los miembros del grupo.

—Sí, claro… Lo prefiero así —respondió Harry, sonriente, y se guardó un galeón en el bolsillo—. Supongo que el único peligro de este sistema es que nos gastemos las monedas sin querer.

—Lo veo difícil —intervino Ron, que estaba examinando su galeón falso con cierta tristeza—. Yo no tengo ni un solo galeón auténtico con el que confundirlo.

Al acercarse el día del primer partido de
quidditch
de la temporada, Gryffindor contra Slytherin, las reuniones del
ED
quedaron suspendidas porque Angelina se empeñó en hacer entrenamientos casi diarios. Dado que hacía mucho tiempo que no se celebraba la Copa de
quidditch
, el inminente encuentro había producido grandes expectativas y emoción. Como era lógico, los de Ravenclaw y los de Hufflepuff demostraban un vivo interés por el resultado del partido, pues ellos jugarían contra ambos equipos en el curso de aquel año. Los jefes de las casas de cada uno de los dos equipos enfrentados, pese a que intentaban disimularlo bajo un considerable alarde de espíritu deportivo, estaban ansiosos por ver ganar a los suyos. Harry comprendió hasta qué punto le importaba a la profesora McGonagall que Gryffindor venciera a Slytherin cuando la semana previa al partido decidió abstenerse de ponerles deberes.

—Creo que ya tenéis suficiente trabajo de momento —dijo con altivez. Nadie dio crédito a lo que acababa de oír hasta que la profesora McGonagall miró directamente a Harry y Ron y añadió con gravedad—: Ya me he acostumbrado a ver la Copa de
quidditch
en mi despacho, muchachos, y no tengo ningunas ganas de entregársela al profesor Snape, así que emplead el tiempo libre para entrenar, ¿entendido?

Snape tampoco disimulaba que defendía los intereses de su equipo. Había reservado tantas veces el campo de
quidditch
para los entrenamientos de Slytherin que los de Gryffindor tenían dificultades para utilizarlo. También hacía oídos sordos a los continuos informes de los intentos de los de Slytherin de hacer maleficios a los jugadores de Gryffindor en los pasillos del colegio. El día que Alicia Spinnet se presentó en la enfermería con las cejas tan crecidas que le impedían ver y le tapaban la boca, Snape insistió en que debía de haber probado por su cuenta un encantamiento crecepelo y no quiso escuchar a los catorce testigos que aseguraban haber visto cómo el guardián de Slytherin, Miles Bletchley, le lanzaba un embrujo por la espalda mientras ella estaba estudiando en la biblioteca.

Harry era optimista en cuanto a las posibilidades que Gryffindor tenía de ganar; al fin y al cabo nunca habían perdido contra el equipo de Malfoy. Había que admitir que Ron todavía no había alcanzado el nivel de rendimiento que Wood habría aprobado, pero se estaba esforzando muchísimo para mejorar. Su punto débil era la tendencia a perder la confianza en sí mismo después de meter la pata; cuando le marcaban un tanto, se aturullaba mucho y entonces era probable que le marcaran más goles. Por otra parte, Harry había visto a Ron hacer algunas paradas francamente espectaculares cuando su amigo estaba inspirado; en uno de los entrenamientos más memorables, Ron se había quedado colgado de la escoba, cogido con una sola mano, y le había dado una patada tan fuerte a la
quaffle
para alejarla del aro de gol que la pelota recorrió todo el terreno de juego y se coló por el aro central del extremo opuesto. El resto del equipo comentó que aquella parada no tenía nada que envidiar a la que había hecho poco antes Barry Ryan, el guardián de la selección irlandesa, contra un lanzamiento del cazador estrella de Polonia, Ladislaw Zamojski. Hasta Fred había dicho que quizá Ron lograra que él y George se sintieran orgullosos de su hermano, y que estaban planteándose muy en serio reconocer que Ron tenía algún parentesco con ellos, lo cual le aseguraron que llevaban cuatro años cuestionándose.

Lo único que de verdad preocupaba a Harry era lo mucho que a Ron le afectaban las tácticas usadas por el equipo de Slytherin antes de que llegara el enfrentamiento. Harry, lógicamente, también había soportado los insidiosos comentarios de los de Slytherin durante cuatro años, de modo que cuando alguien le susurraba al oído: «Eh, Potty, me han dicho que Warrington ha jurado que el sábado te derribará de la escoba», en lugar de asustarse se ponía a reír. «Warrington tiene tan mala puntería que me preocuparía más si apuntara al jugador que estuviera a mi lado», replicó en aquella ocasión, con lo que Ron y Hermione se echaron a reír, y la sonrisita de suficiencia se borró del rostro de Pansy Parkinson.

Pero Ron nunca había estado sometido a una implacable campaña de insultos, burlas e intimidaciones. Cuando los de Slytherin, entre ellos algunos de séptimo curso mucho más altos que él, murmuraban al cruzárselo en un pasillo: «¿Ya has reservado una cama en la enfermería, Weasley?», Ron no se reía, sino que se ponía verde en cuestión de segundos. Cuando Draco Malfoy intimidaba a Ron dejando caer la
quaffle
(y lo hacía cada vez que ambos se veían), a éste se le ponían las orejas coloradas y empezaban a temblarle las manos de tal modo que si en ese momento llevaba algo en ellas, también se le caía.

El mes de octubre fue una sucesión ininterrumpida de días de viento huracanado y lluvia torrencial, y cuando llegó noviembre, hizo un frío glacial; el gélido viento y las intensas heladas matinales herían las manos y las caras si no se protegían. El cielo y el techo del Gran Comedor adoptaron un tono gris claro y perlado; las montañas que rodeaban Hogwarts estaban coronadas de nieve, y la temperatura dentro del castillo descendió tanto que muchos estudiantes llevaban puestos sus gruesos guantes de piel de dragón cuando iban por los pasillos de una clase a otra.

La mañana del partido amaneció fría y despejada. Cuando Harry despertó, giró la cabeza hacia la cama de Ron y lo vio sentado muy tieso, abrazándose las rodillas y mirando fijamente el vacío.

—¿Estás bien? —le preguntó Harry. Ron asintió con la cabeza sin decir nada. Harry se acordó de cuando Ron, por error, se hizo a sí mismo un encantamiento
vomitababosas
; estaba tan pálido y sudoroso como entonces, y se mostraba igual de reacio a abrir la boca—. Lo que necesitas es un buen desayuno —le dijo Harry para animarlo—. ¡Vamos!

El Gran Comedor estaba casi a rebosar cuando llegaron; los alumnos hablaban más alto de lo habitual y reinaba una atmósfera llena de vida y de entusiasmo. Cuando pasaron junto a la mesa de Slytherin, aumentó el nivel del ruido. Harry se volvió y vio que, además de los acostumbrados gorros y bufandas de color verde y plateado, todos llevaban una insignia de plata con una forma que parecía la de una corona. Curiosamente, muchos alumnos de Slytherin saludaron con la mano a Ron riendo a mandíbula batiente. Harry intentó leer lo que estaba escrito en las insignias, pero como le interesaba mucho conseguir que Ron pasara de largo rápidamente, no quiso entretenerse demasiado.

Llegaron a la mesa de Gryffindor y recibieron una calurosa bienvenida. Todos iban vestidos de rojo y dorado, pero, lejos de levantarle los ánimos a Ron, los vítores no lograron más que minar la poca moral que le quedaba; Ron se dejó caer en el banco más cercano con el aire de quien se sienta a comer por última vez.

—Debo de estar loco para hacer lo que voy a hacer —dijo con un susurro ronco—. Loco de atar.

—No seas tonto —repuso Harry con firmeza, y le pasó un surtido de cereales—. Jugarás muy bien. Es lógico que estés nervioso.

—Lo haré fatal —lo contradijo Ron—. Soy malísimo. No acierto ni una. ¿Cómo se me ocurriría meterme en semejante lío?

—Contrólate —le ordenó Harry severamente—. Piensa en la parada que hiciste con el pie el otro día. Hasta Fred y George comentaron que había sido espectacular.

Ron giró el atormentado rostro hacia Harry.

—Eso fue un accidente —susurró muy afligido—. No lo hice a propósito. Resbalé de la escoba cuando nadie miraba, y en el momento en que intentaba volver a montarme en ella le di una patada a la
quaffle
sin querer.

—Bueno —dijo Harry recuperándose rápidamente de aquella desagradable sorpresa—, unos cuantos accidentes más como ése y tendremos el partido ganado, ¿no?

Hermione y Ginny se sentaron enfrente de ellos; llevaban bufandas, guantes y escarapelas de color rojo y dorado.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Ginny a Ron, que contemplaba la leche que había en el fondo de su cuenco de cereales vacío como si estuviera planteándose muy en serio la posibilidad de ahogarse en ella.

—Está un poco nervioso —puntualizó Harry.

—Eso es buena señal. Creo que en los exámenes nunca obtienes tan buenos resultados si no estás un poco nervioso —comentó Hermione con optimismo.

—¡Hola! —saludó entonces una vocecilla tenue y soñadora detrás de ellos.

Harry levantó la cabeza: Luna Lovegood se había alejado de la mesa de Ravenclaw y había ido a la de Gryffindor. Mucha gente la miraba sin parar, y unos cuantos estudiantes reían sin disimulo y la señalaban con el dedo. Luna había conseguido un gorro con forma de cabeza de león de tamaño natural y lo llevaba precariamente colocado en la cabeza.

—Yo estoy con Gryffindor —declaró la chica señalando su gorro pese a que no hacía ninguna falta—. Mirad lo que hace… —Levantó una mano y le dio unos golpecitos con la varita. El gorro abrió la boca y soltó un rugido extraordinariamente realista que hizo que todos los que había cerca pegaran un brinco—. ¿Verdad que es genial? —preguntó Luna muy contenta—. Quería que tuviera en la boca una serpiente que representara a Slytherin, pero no hubo tiempo. En fin… ¡Buena suerte, Ronald!

Y tras decir eso, la chica se marchó. Cuando todavía no se habían recuperado de la impresión que les había causado el gorro, Angelina fue muy deprisa hacia ellos acompañada de Katie y de Alicia, cuyas cejas habían vuelto a su estado normal gracias a la señora Pomfrey.

—Cuando terminéis de desayunar —les indicó—, podéis ir directamente al terreno de juego. Comprobaremos las condiciones del campo y nos cambiaremos.

—Iremos enseguida —le aseguró Harry—. Es que Ron todavía tiene que comer un poco.

Sin embargo, pasados diez minutos quedó claro que Ron no podía ingerir nada más, y Harry creyó que lo mejor que podía hacer era bajar con él a los vestuarios. Cuando se levantaron de la mesa, Hermione se levantó también y, cogiendo a Harry por un brazo y apartándolo un poco, le susurró:

—No dejes que Ron lea lo que hay escrito en las insignias de los de Slytherin. —Harry la miró de manera inquisitiva, pero ella negó con la cabeza para avisarle, porque Ron se acercaba a ellos sin prisa, con aire perdido y desesperado—. ¡Buena suerte, Ron! —le deseó Hermione poniéndose de puntillas y besándolo en la mejilla—. Y a ti también, Harry…

Pareció que Ron volvía un poco en sí cuando recorrieron el Gran Comedor hacia la puerta. Entonces se tocó el sitio donde Hermione lo había besado, un tanto aturdido, como si no estuviera muy seguro de lo que acababa de ocurrir. Estaba tan distraído que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor, pero Harry, intrigado, al pasar junto a la mesa de Slytherin echó una ojeada a las insignias con forma de corona, y esa vez vio las palabras que había grabadas en ellas:

A Weasley vamos a coronar.

Con la desagradable sensación de que aquello no podía presagiar nada bueno, Harry se llevó a toda prisa a Ron por el vestíbulo; bajaron la escalera de piedra y salieron a la fría mañana.

La helada hierba crujió bajo sus pies cuando descendieron por la ladera hacia el estadio. No había ni gota de viento y el cielo era una extensión uniforme de un blanco perlado, lo cual significaba que la visibilidad sería buena, pues el sol no los deslumbraría. Harry le remarcó a Ron aquellos esperanzadores factores mientras caminaban, pero no estaba seguro de que su amigo estuviera escuchándolo.

Angelina ya se había cambiado y estaba hablando con el resto del equipo cuando ellos entraron. Harry y Ron se pusieron las túnicas (Ron estuvo un buen rato intentando ponérsela del revés, hasta que Alicia se compadeció de él y fue a ayudarlo); luego se sentaron para escuchar la charla previa al partido, mientras en el exterior el murmullo de voces iba aumentando de intensidad a medida que el público salía del castillo y bajaba al campo de
quidditch
.

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