Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Harry subió a todo correr al dormitorio de los chicos para coger la capa invisible y el mapa del merodeador, que guardaba en su baúl; se dio tanta prisa que Ron y él estaban listos para salir por lo menos cinco minutos antes de que Hermione bajara del dormitorio de las chicas, provista de bufanda, guantes y uno de los gorros de elfo llenos de nudos.
—¡Es que fuera hace mucho frío! —se justificó cuando Ron chasqueó la lengua con impaciencia.
Salieron por la abertura del retrato y se apresuraron a cubrirse con la capa; Ron había crecido tanto que ahora tenía que encorvarse para que no le asomaran los pies por debajo. Bajaron despacio y con cuidado las diferentes escaleras, y se detenían de vez en cuando para comprobar, con ayuda del mapa, si Filch o la
Señora Norris
andaban cerca. Tuvieron suerte: no vieron a nadie más que a Nick Casi Decapitado, que se paseaba flotando y tarareando distraídamente «A Weasley vamos a coronar». Cruzaron el vestíbulo con sigilo y salieron a los silenciosos y nevados jardines. A Harry le dio un vuelco el corazón cuando vio unos pequeños rectángulos dorados de luz y el humo que salía en espirales por la chimenea de la cabaña de Hagrid. Echó a andar hacia allí a buen paso, y los otros dos lo siguieron dando traspiés. Bajaron emocionados por la ladera, donde la capa de nieve cada vez era más gruesa, y por fin llegaron frente a la puerta de madera de la cabaña. Harry levantó el puño y llamó tres veces, e inmediatamente se oyeron los ladridos de un perro.
—¡Somos nosotros, Hagrid! —susurró Harry por la cerradura.
—¡Debí imaginármelo! —respondió una áspera voz. Los tres amigos se miraron sonrientes debajo de la capa invisible; la voz de Hagrid denotaba alegría—. Sólo hace tres segundos que he llegado a casa… Aparta,
Fang
, ¡quita de en medio, chucho! —Se oyó cómo descorría el cerrojo, la puerta se abrió con un chirrido y la cabeza de Hagrid apareció en el resquicio. Hermione no pudo contener un grito—. ¡Por las barbas de Merlín, no chilles! —se apresuró a decir Hagrid, alarmado, mientras observaba por encima de las cabezas de los chicos—. Lleváis la capa ésa, ¿no? ¡Vamos, entrad, entrad!
—¡Lo siento! —se disculpó Hermione mientras los tres entraban apretujándose en la cabaña y se quitaban la capa para que Hagrid pudiera verlos—. Es que… ¡Oh, Hagrid!
—¡No es nada, no es nada! —exclamó él rápidamente. Cerró la puerta y corrió todas las cortinas, pero Hermione seguía mirándolo horrorizada.
Hagrid tenía sangre coagulada en el enmarañado pelo, y su ojo izquierdo había quedado reducido a un hinchado surco en medio de un enorme cardenal de color negro y morado. Tenía diversos cortes en la cara y en las manos, algunos de los cuales todavía sangraban, y se movía con cautela, lo que hizo sospechar a Harry que Hagrid tenía alguna costilla rota. Era evidente que acababa de llegar a casa. Había una gruesa capa negra de viaje colgada en el respaldo de una silla, y una mochila donde habrían cabido varios niños pequeños apoyada en la pared, junto a la puerta. Hagrid, que medía dos veces lo que mide un hombre normal, fue cojeando hasta la chimenea y colocó una tetera de cobre sobre el fuego.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntó Harry mientras
Fang
danzaba alrededor de los chicos intentando lamerles la cara.
—Ya os lo he dicho, nada —contestó Hagrid con firmeza—. ¿Queréis una taza de té?
—¡Vamos, Hagrid! —le espetó Ron—. ¡Si estás hecho polvo!
—Os digo que estoy bien —insistió Hagrid enderezándose y volviéndose para mirarlos sonriente, pero sin poder disimular una mueca de dolor—. ¡Vaya, cuánto me alegro de volver a veros a los tres! ¿Habéis pasado un buen verano?
—¡Hagrid, te han atacado! —exclamó Ron.
—¡Por última vez: no es nada! —repitió Hagrid con rotundidad.
—¿Acaso dirías que no es nada si alguno de nosotros apareciera con casi medio kilo de carne picada donde antes tenía la cara? —inquirió Ron.
—Deberías ir a ver a la señora Pomfrey, Hagrid —terció Hermione, preocupada—. Algunos de esos cortes tienen mala pinta.
—Ya me estoy encargando de ellos, ¿de acuerdo? —respondió Hagrid intentando imponerse.
Entonces fue hacia la enorme mesa de madera que había en el centro de la cabaña y levantó un trapo de cocina que había encima. Debajo del trapo había un filete de color verdoso, crudo y sangrante, del tamaño de un neumático de coche.
—No pensarás comerte eso, ¿verdad, Hagrid? —preguntó Ron inclinándose sobre el filete para examinarlo—. Tiene aspecto venenoso.
—Tiene un aspecto perfectamente normal, es carne de dragón —replicó Hagrid—. Y no pensaba comérmelo. —Cogió el filete y se lo colocó sobre la parte izquierda de la cara. Un hilo de sangre verdosa resbaló por su barba y Hagrid emitió un débil gemido de satisfacción—. Así está mejor. Va muy bien para aliviar el dolor.
—¿Piensas contarnos lo que te ha pasado, o no? —inquirió Harry
—No puedo, Harry. Es secreto. Si os lo cuento me juego el empleo.
—¿Te han atacado los gigantes, Hagrid? —preguntó Hermione con voz queda.
Los dedos de Hagrid resbalaron por el filete de dragón, que descendió hasta el pecho haciendo un ruido parecido al de la succión.
—¿Los gigantes? —repitió Hagrid mientras agarraba el filete antes de que le llegara al cinturón y se lo colocaba de nuevo en la cara—. ¿Quién ha dicho nada de gigantes? ¿Con quién habéis estado hablando? ¿Quién os ha dicho que he…? ¿Quién os ha dicho que estaba…?
—Nos lo imaginamos nosotros —respondió Hermione en tono de disculpa.
—¿Ah, sí? —dijo Hagrid mirándola fijamente con el ojo que el filete no le tapaba.
—Era… evidente —añadió Ron, y Harry asintió con la cabeza.
Hagrid los miró a los tres con severidad; entonces dio un resoplido, dejó el filete en la mesa y fue a grandes zancadas hasta la tetera, que había empezado a silbar.
—No sé qué os pasa, pero siempre tenéis que saber más de lo que deberíais —masculló mientras vertía agua hirviendo en tres tazas con forma de cubo—. Y no os creáis que es un cumplido. Sois unos entrometidos. Y muy indiscretos.
Sin embargo, le temblaban los pelos de la barba.
—Entonces ¿es verdad que fuiste a buscar a los gigantes? —preguntó Harry, sonriente, al mismo tiempo que se sentaba a la mesa.
Hagrid colocó una taza de té delante de cada uno de los chicos, se sentó, volvió a coger el filete y se lo puso de nuevo en la cara.
—Sí, es verdad —gruñó.
—¿Y los encontraste? —inquirió Hermione con un hilo de voz.
—Verás, los gigantes no son muy difíciles de encontrar, francamente —contestó Hagrid—. Son bastante grandes, ¿sabes?
—¿Dónde viven? —preguntó Ron.
—En las montañas —respondió Hagrid a regañadientes.
—Entonces, ¿cómo es que los
muggles
no…?
—Te equivocas —se adelantó Hagrid—. Lo que pasa es que sus muertes siempre se atribuyen a accidentes de alpinismo.
Se ajustó un poco el filete para que le tapara la parte más magullada de la cara y Ron insistió:
—¡Vamos, Hagrid, cuéntanos lo que has estado haciendo! Si nos dices lo que te pasó con los gigantes, Harry te explicará cómo lo atacaron los
dementores
…
Hagrid se atragantó con el té y al mismo tiempo se le cayó el filete de la cara; una gran cantidad de saliva, té y sangre de dragón salpicó la mesa mientras Hagrid tosía y farfullaba. El filete resbaló y cayó al suelo produciendo un fuerte ¡paf!
—¿Qué es eso de que te atacaron los
dementores
? —masculló Hagrid.
—¿No lo sabías? —le preguntó Hermione con los ojos como platos.
—No sé nada de lo que ha pasado desde que me marché. Tenía una misión secreta, ¿de acuerdo? Y no era cuestión de que las lechuzas me siguieran por todas partes. ¡Esos malditos
dementores
!… ¿Lo dices en serio?
—Sí, claro. Fueron a Little Whinging y nos atacaron a mi primo y a mí, y entonces el Ministerio de Magia me expulsó…
—
¿QUÉ?
—…y tuve que presentarme a una vista y todo, pero primero cuéntanos lo de los gigantes.
—¿Que te expulsaron del colegio?
—Cuéntanos lo que te ha pasado este verano y yo te contaré lo que me ha ocurrido a mí.
Hagrid lo fulminó con la mirada de su único ojo sano y Harry le sostuvo la mirada con una expresión que era mezcla de inocencia y determinación.
—Está bien —aceptó Hagrid, resignado.
Se agachó y le arrancó el filete de dragón a
Fang
de la boca.
—¡No hagas eso, Hagrid, es antihigiénico…! —exclamó Hermione, pero él ya se había vuelto a poner el enorme trozo de carne en la hinchada cara.
Bebió otro tonificante sorbo de té y comenzó:
—Bueno, salimos de aquí en cuanto terminó el curso…
—Entonces, ¿Madame Máxime iba contigo? —lo interrumpió Hermione.
—Sí, exacto —confirmó Hagrid, y una expresión más suave apareció en los pocos centímetros del rostro que no estaban tapados ni por la barba ni por aquel filete verde—. Sí, íbamos los dos solos. Y he de decir que a Olympe no le importa prescindir de las comodidades. Veréis, ella es muy fina y siempre va muy bien vestida, y como yo sabía adónde íbamos, me preguntaba cómo encajaría eso de trepar por rocas y dormir en cuevas, pero os aseguro que no la oí rechistar ni una sola vez.
—¿Sabías adónde ibais? —le preguntó Harry—. ¿Sabías dónde viven los gigantes?
—Bueno, Dumbledore lo sabía y nos lo dijo.
—¿Están escondidos? —inquirió Ron—. ¿Es un lugar secreto?
—No, no del todo —respondió Hagrid moviendo la greñuda cabeza—. Lo que pasa es que a la mayoría de los magos no les interesa saber dónde están, con tal de que estén bien lejos. Pero es muy difícil llegar hasta allí, al menos para los humanos, así que necesitábamos las instrucciones de Dumbledore. Tardamos cerca de un mes en llegar a…
—¡¿Un mes?! —exclamó Ron, como si no concibiera que un viaje pudiera durar tanto—. Pero… ¿por qué no utilizasteis un traslador o algo así?
Hagrid entrecerró el ojo que no estaba hinchado y miró a Ron con una expresión extraña, casi de lástima.
—Nos vigilaban, Ron —respondió con brusquedad.
—¿Qué quieres decir?
—Vosotros no lo entendéis. El Ministerio vigila de cerca a Dumbledore y a todos los que están a su favor, y…
—Eso ya lo sabemos —intervino Harry, ansioso por escuchar el resto de la historia de Hagrid—, ya sabemos que el Ministerio vigila a Dumbledore…
—¿Y no podíais utilizar la magia para llegar hasta allí? —terció Ron, estupefacto—. ¿Teníais que comportaros como
muggles
todo el tiempo?
—Bueno, no siempre —puntualizó Hagrid cautelosamente—. Pero teníamos que ir con mucho cuidado, porque Olympe y yo… destacamos un poco… —Ron hizo un ruidito ahogado, un sonido entre un bufido y un resuello, y rápidamente bebió un sorbo de té—, de modo que no resulta muy difícil seguirnos la pista. Fingimos que nos íbamos de vacaciones juntos. Llegamos a Francia e hicimos ver que nos dirigíamos al colegio de Olympe, porque sabíamos que alguien del Ministerio estaba siguiéndola. Teníamos que avanzar muy despacio porque no debíamos emplear la magia, pues también sabíamos que el Ministerio buscaba cualquier excusa para echarnos el guante. Pero en Dijon conseguimos dar esquinazo al imbécil que nos seguía…
—¿En Dijon? —repitió Hermione, emocionada—. ¡Yo estuve allí de vacaciones! ¿Visteis el…?
Hermione se calló al ver la expresión de Ron.
—Después de eso pudimos hacer un poco de magia y el viaje no estuvo tan mal. En la frontera polaca nos topamos con un par de trols chiflados, y yo tuve un pequeño percance con un vampiro en una taberna de Minsk, pero aparte de eso el viaje fue pan comido.
»Entonces llegamos a las montañas y empezamos a buscar señales de los gigantes…
»Cuando nos acercábamos a donde estaban, tuvimos que dejar de emplear la magia. En parte porque a ellos no les gustan los magos y no queríamos irritarlos antes de tiempo, pero también porque Dumbledore nos había advertido que Quien-vosotros-sabéis también debía de andar buscando a los gigantes. Dijo que lo más probable era que ya les hubiera enviado un mensajero. Nos aconsejó que tuviéramos mucho cuidado y no llamáramos la atención cuando estuviéramos cerca, por si había
mortífagos
por allí.
Hagrid hizo una pausa y bebió un largo sorbo de té.
—¡Sigue! —le pinchó Harry.
—Los encontramos —continuó Hagrid sin andarse con rodeos—. Una noche alcanzamos la cresta de una montaña y allí estaban, diseminados a nuestros pies. Allá abajo ardían pequeñas hogueras y unas sombras inmensas… Era como si viéramos moverse trozos de montaña.
—¿Son muy grandes? —murmuró Ron.
—Miden unos seis metros —respondió Hagrid con indiferencia—. Los más altos llegan a medir casi ocho metros.
—¿Y cuántos había? —preguntó Harry.
—Calculo que setenta u ochenta.
—¿Sólo? —se extrañó Hermione.
—Sí —confirmó Hagrid con tristeza—. Sólo quedan ochenta, y eso que antes había muchísimos. Debía de haber unas cien tribus diferentes en todo el mundo, pero hace años que se están extinguiendo. Los magos mataron a unos cuantos, desde luego, pero básicamente se mataron entre ellos, y ahora desaparecen más rápido que nunca porque no están hechos para vivir amontonados de esa forma. Dumbledore opina que es culpa nuestra, es decir, que fuimos los magos los que los obligamos a irse a vivir tan lejos de nosotros, y que ellos no tuvieron más remedio que unirse para protegerse.
—Bueno —intervino Harry—, los visteis, y entonces, ¿qué?
—Esperamos a que se hiciera de día; no queríamos aparecer entre ellos a oscuras porque era peligroso —prosiguió Hagrid—. Hacia las tres de la madrugada se quedaron dormidos donde estaban, aunque nosotros no nos atrevimos a dormir. Primero, porque no queríamos que ninguno despertara y nos descubriera, y además, porque los ronquidos eran increíbles. Antes del amanecer provocaron un alud. En fin, cuando se hizo de día, bajamos a verlos.
—¿Así, sin más? —preguntó Ron, perplejo—. ¿Bajasteis como si tal cosa a un campamento de gigantes?
—Bueno, Dumbledore nos explicó cómo teníamos que hacerlo —puntualizó Hagrid—. Había que llevarle regalos al Gurg y mostrarse respetuoso con él, ya sabéis.
—¿Llevarle regalos a quién? —preguntó Harry.
—¡Ah, al Gurg! Significa «jefe».