Harry Potter. La colección completa (268 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
2.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

Éste cogió las tazas de Harry y de Ron y las puso debajo del cojín del cesto de
Fang.
El perro arañaba la puerta con las patas delanteras, y Hagrid lo apartó con un pie y abrió.

La profesora Umbridge estaba plantada en el umbral, con su capa verde de tweed y un sombrero a juego con orejeras. Se echó hacia atrás con los labios fruncidos para ver la cara de Hagrid, a quien apenas le llegaba a la altura del ombligo.

—Usted es Hagrid, ¿verdad? —dijo despacio y en voz muy alta, como si hablara con un sordo. A continuación entró en la cabaña sin esperar una respuesta, dirigiendo sus saltones ojos en todas direcciones—. ¡Largo! —exclamó con brusquedad agitando su bolso frente a
Fang
, que se le había acercado dando saltos e intentaba lamerle la cara.

—Oiga, no querría parecer grosero —dijo Hagrid mirándola fijamente—, pero ¿quién demonios es usted?

—Me llamo Dolores Umbridge.

La profesora Umbridge recorrió la cabaña con la mirada. En dos ocasiones fijó la vista en el rincón donde estaba Harry apretado entre Ron y Hermione.

—¿Dolores Umbridge? —repitió Hagrid absolutamente confundido—. Creía que era una empleada del Ministerio. ¿No trabaja con Fudge?

—Sí, antes era la subsecretaría del ministro —confirmó la bruja, y empezó a pasearse por la cabaña reparando en todo, desde la mochila que había apoyada en la pared hasta la capa de viaje colgada del respaldo de la silla—. Ahora soy la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras…

—Es usted valiente —comentó Hagrid—. Ya no hay mucha gente dispuesta a ocupar esa plaza.

—… y la Suma Inquisidora de Hogwarts —añadió Dolores Umbridge como si no hubiera oído el comentario de Hagrid.

—¿Qué es eso? —preguntó él frunciendo el entrecejo.

—Precisamente iba a preguntarle lo mismo —dijo la profesora Umbridge señalando los trozos de porcelana de la taza de Hermione que había en el suelo.

—¡Ah! —exclamó Hagrid, y sin poder evitarlo miró hacia el rincón donde estaban escondidos Harry, Ron y Hermione—. ¡Ah, eso! Ha sido
Fang.
Ha roto una taza. Por eso he tenido que usar esa otra.

Hagrid señaló la taza con la que había estado bebiendo. Todavía se sujetaba con una mano el filete de dragón contra el ojo magullado. La profesora Umbridge dejó de pasearse y miró a Hagrid, fijándose en todos los detalles de su apariencia.

—He oído voces —comentó con calma.

—Estaba hablando con
Fang
—aseguró Hagrid con firmeza.

—¿Y él le contestaba?

—Bueno, en cierto modo… —dijo Hagrid, que parecía un poco incómodo—. A veces digo que
Fang
es casi humano…

—Hay tres rastros en la nieve que conducen desde la puerta del castillo hasta su cabaña —declaró la profesora Umbridge con parsimonia.

Hermione ahogó un grito y Harry le tapó la boca con una mano. Por fortuna,
Fang
olfateaba ruidosamente el bajo de la túnica de la profesora Umbridge, que no pareció haber oído nada.

—Mire, yo acabo de llegar —explicó Hagrid señalando su mochila con una enorme mano—. A lo mejor ha venido alguien antes y no me ha encontrado.

—No hay huellas que salgan de la puerta de la cabaña.

—Bueno…, no sé por qué será —dijo Hagrid, nervioso, tocándose la barba, y volvió a mirar hacia el rincón donde estaban Harry, Ron y Hermione, como pidiéndoles ayuda—. No sé…

La profesora Umbridge se dio la vuelta y volvió a recorrer la cabaña, estudiando atentamente todo lo que la rodeaba. Se agachó y miró debajo de la cama. Abrió los armarios de Hagrid. Pasó a sólo cinco centímetros de donde estaban Harry, Ron y Hermione, pegados contra la pared; Harry hasta encogió el estómago cuando ella pasó por su lado. Tras examinar detenidamente el interior del inmenso caldero que Hagrid utilizaba para cocinar, volvió a darse la vuelta y preguntó:

—¿Qué le ha ocurrido? ¿Cómo se ha hecho esas heridas?

Hagrid se apresuró a quitarse el filete de dragón de la cara, lo cual, en opinión de Harry, fue un error, porque dejó al descubierto el tremendo cardenal que tenía alrededor del ojo, por no mencionar la gran cantidad de sangre fresca y coagulada que le cubría la cara.

—Es que… he sufrido un pequeño accidente —contestó sin convicción.

—¿Qué tipo de accidente?

—Pues… tropecé.

—Tropezó —repitió la profesora Umbridge con frialdad.

—Sí, eso es. Con…, con la escoba de un amigo mío. Yo no vuelo. Comprenderá que con mi estatura… No creo que haya escobas adecuadas para mí. Tengo un amigo que se dedica a la cría de caballos
abraxan
, no sé si los habrá visto alguna vez, son unas bestias enormes, con alas, ¿sabe? Una vez monté uno y fue…

—¿Dónde ha estado? —lo interrumpió la profesora Umbridge, cortando por lo sano el balbuceo de Hagrid.

—¿Que dónde he…?

—Estado, sí —acabó de decir ella—. El curso empezó hace dos meses. Otra profesora ha tenido que hacerse cargo de sus clases. Ninguno de sus colegas ha sabido darme ninguna información acerca de su paradero. No dejó usted ninguna dirección. ¿Dónde ha estado?

Entonces se produjo una pausa durante la cual Hagrid miró a la profesora Umbridge con el ojo que acababa de destapar. A Harry le pareció que podía oír el cerebro de su amigo trabajando a toda máquina.

—Pues… he estado fuera por motivos de salud —aclaró al fin.

—Por motivos de salud —repitió la profesora Umbridge recorriendo con la mirada la descolorida e hinchada cara de Hagrid; la sangre de dragón goteaba lenta y silenciosamente sobre su chaleco—. Ya.

—Sí, necesitaba un poco de aire fresco, ¿sabe?

—Claro, porque como guardabosques no debe de tener ocasión de respirar mucho aire fresco —replicó la profesora Umbridge con dulzura. El único trozo de la cara de Hagrid que no estaba de color negro ni morado se puso rojo.

—Bueno, me convenía un cambio de ambiente…

—¿Ambiente de montaña? —sugirió la profesora Umbridge con rapidez.

«Lo sabe», pensó Harry desesperado.

—¿De montaña? —repitió Hagrid exprimiéndose el cerebro—. No, no, fui al sur de Francia. Me apetecía un poco de sol… y de mar…

—¡No me diga! —saltó la profesora Umbridge—. Pues no está muy moreno.

—Sí, ya… Es que tengo una piel muy sensible —dijo Hagrid intentando forzar una sonrisa conciliadora.

Harry se fijó en que le faltaban dos dientes. La profesora Umbridge se quedó mirándolo fríamente, y la sonrisa de Hagrid flaqueó. Entonces la bruja se subió un poco más el bolso, hasta el codo, y dijo:

—Informaré al Ministerio de su tardanza, como es lógico.

—Claro —repuso Hagrid, y asintió con la cabeza.

—También debería usted saber que como Suma Inquisidora es mi deber supervisar a los profesores de este colegio. De modo que me imagino que volveremos a vernos muy pronto —añadió, dando la vuelta bruscamente y dirigiéndose hacia la puerta.

—¿Que nos está supervisando? —preguntó Hagrid, desconcertado, mirando la espalda de la profesora Umbridge.

—En efecto —afirmó ésta girando la cabeza cuando ya tenía una mano en el picaporte—. El Ministerio está decidido a descartar a los profesores insatisfactorios, Hagrid. Buenas noches.

Y a continuación salió de la cabaña y cerró la puerta, que hizo un ruido seco. Harry fue a quitarse la capa invisible, pero Hermione le agarró la muñeca.

—Todavía no —le susurró al oído—. Quizá aún no se haya ido.

Hagrid debía de estar pensando lo mismo, porque cruzó la habitación y apartó un poco la cortina para mirar afuera.

—Vuelve al castillo —dijo en voz baja—. Caramba, así que está supervisando a los profesores, ¿eh?

—Sí —afirmó Harry quitándose la capa—. La profesora Trelawney ya está en periodo de prueba…

—Oye, Hagrid, ¿qué tienes pensado hacer en nuestras clases? —preguntó Hermione.

—Oh, no te preocupes por eso, tengo un montón de clases planeadas —respondió Hagrid con entusiasmo. Cogió el filete de dragón de la mesa y volvió a ponérselo sobre el ojo—. Tenía un par de criaturas guardadas para vuestro año del
TIMO
. Ya veréis, son muy especiales.

—Especiales… ¿en qué sentido? —inquirió Hermione, vacilante.

—No pienso decíroslo —repuso Hagrid alegremente—. Quiero que sea una sorpresa.

—Mira, Hagrid —dijo la chica con tono apremiante, pues no podía seguir disimulando—, a la profesora Umbridge no le va a hacer ninguna gracia que lleves bichos peligrosos a las clases.

—¿Bichos peligrosos? —se extrañó Hagrid, risueño—. ¡No seas tonta, jamás se me ocurriría llevar nada peligroso! Bueno, vale, saben cuidarse solitos…

—Hagrid, tienes que aprobar la supervisión de la profesora Umbridge, y para ello sería preferible que viera cómo nos enseñas a cuidar
porlocks
, a distinguir a los
knarls
de los erizos, y cosas así —expuso Hermione con mucha seriedad.

—Es que eso no es interesante, Hermione —argumentó Hagrid—. Lo que tengo preparado es mucho más impresionante. Llevo años criándolos, creo que tengo la única manada doméstica de Gran Bretaña.

—Por favor, Hagrid —le suplicó Hermione con verdadera desesperación en la voz—. La profesora Umbridge está buscando excusas para deshacerse de los profesores que estén, según ella, demasiado vinculados a Dumbledore. Por favor, Hagrid, enséñanos algo aburrido que pueda salir en el
TIMO
.

Pero Hagrid se limitó a abrir la boca en un enorme bostezo y a mirar con languidez con su ojo sano la inmensa cama que había en un rincón.

—Mira, ha sido un día muy largo y se hace tarde —dijo, dándole unas palmaditas en el hombro a Hermione, a quien se le doblaron las rodillas y cayó al suelo con un ruido sordo—. ¡Oh, lo siento! —La ayudó a levantarse tirando del cuello de su túnica—. No te preocupes por mí, te prometo que tengo cosas estupendas pensadas para las clases ahora que he vuelto… Será mejor que regreséis cuanto antes al castillo, ¡y no olvidéis borrar vuestras huellas!

—No sé si habrás conseguido que lo capte —comentó Ron poco después, cuando, tras comprobar que no había peligro, volvían al castillo por la espesa capa de nieve sin dejar rastro tras ellos gracias al encantamiento de obliteración que Hermione realizaba a medida que avanzaban.

—Pues mañana iré a verlo otra vez —afirmó ésta muy decidida—. Si es necesario, le programaré las clases. ¡No me importa que echen a la profesora Trelawney, pero no voy a permitir que despidan a Hagrid!

21
El ojo de la serpiente

El domingo por la mañana, Hermione volvió a la cabaña de Hagrid caminando con dificultad por la capa de medio metro de nieve que cubría los jardines. A Harry y a Ron les habría gustado acompañarla, pero la montaña de deberes había vuelto a alcanzar una altura alarmante, así que se quedaron de mala gana en la sala común e intentaron ignorar los gritos de alegría provenientes de los jardines, donde los alumnos se divertían patinando en el lago helado, deslizándose en trineo y, lo peor de todo, encantando bolas de nieve que volaban a toda velocidad hacia la torre de Gryffindor y golpeaban con fuerza los cristales de las ventanas.

—¡Ya está bien! —estalló Ron, que finalmente había perdido la paciencia, y sacó la cabeza por la ventana—. Soy prefecto, y si una de esas bolas de nieve vuelve a golpear esta ventana… ¡Ay! —Metió la cabeza rápidamente. Tenía la cara cubierta de nieve—. Son Fred y George —dijo con amargura, y cerró la ventana—. ¡Imbéciles!

Hermione volvió de la cabaña de Hagrid poco antes de la hora de comer, temblando ligeramente y con la túnica mojada hasta las rodillas.

—¿Y bien? —le preguntó Ron, que levantó la cabeza al verla llegar—. ¿Ya le has programado las clases?

—Bueno, lo he intentado —contestó ella con desánimo, y se sentó en una butaca al lado de Harry. Luego sacó su varita mágica e hizo un complicado movimiento con ella. Del extremo salió un chorro de aire caliente que Hermione dirigió hacia su túnica, y ésta empezó a despedir vapor hasta que se secó por completo—. Ni siquiera estaba en la cabaña cuando he llegado, y he pasado media hora llamando a la puerta. Hasta que he visto que venía del bosque…

Harry soltó un gemido. El Bosque Prohibido estaba lleno del tipo de criaturas que podían hacer perder el empleo a Hagrid.

—¿Qué tiene guardado allí? ¿Te lo ha dicho? —inquirió.

—No —respondió Hermione tristemente—. Dice que quiere que sea una sorpresa. He intentado explicarle qué clase de persona es la profesora Umbridge, pero él no lo entiende. Insiste en que nadie en su sano juicio preferiría estudiar los
knarls
a las quimeras. No, no creo que tenga una quimera —añadió al ver las caras de horror de Harry y de Ron—, pero no será porque no lo haya intentado, pues ha hecho un comentario sobre lo difícil que es conseguir sus huevos. No sé cuántas veces le habré dicho que haría mejor siguiendo el programa de la profesora Grubbly-Plank. Francamente, creo que ni siquiera me escuchaba. Está un poco raro, la verdad. Y sigue sin querer explicar cómo se hizo esas heridas.

La reaparición de Hagrid en la mesa de los profesores al día siguiente no fue recibida con entusiasmo por parte de todos los alumnos. Algunos, como Fred, George y Lee, gritaron de alegría y echaron a correr por el pasillo que separaba la mesa de Gryffindor y la de Hufflepuff para estrecharle la enorme mano; otros, como Parvati y Lavender, intercambiaron miradas lúgubres y movieron la cabeza. Harry sabía que muchos estudiantes preferían las clases de la profesora Grubbly-Plank, y lo peor era que en el fondo, si era objetivo, reconocía que tenían buenas razones: para la profesora Grubbly-Plank una clase interesante no era aquella en la que existía el riesgo de que alguien acabara con la cabeza seccionada.

Other books

Blood of Eden by Tami Dane
The Saints of the Cross by Michelle Figley
Twelve Truths and a Lie by Christina Lee
Revenge of a Chalet Girl: by Lorraine Wilson
Menage by Jan Springer
A Death Left Hanging by Sally Spencer