Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
El martes, Harry, Ron y Hermione, muy atribulados, se encaminaron hacia la cabaña de Hagrid a la hora de Cuidado de Criaturas Mágicas, bien abrigados para protegerse del frío. Harry estaba preocupado no sólo por lo que a Hagrid se le habría ocurrido enseñarles, sino también por cómo se comportaría el resto de la clase, y en particular Malfoy y sus amigotes, si los observaba la profesora Umbridge.
Con todo, no vieron a la Suma Inquisidora cuando avanzaban trabajosamente por la nieve hacia la cabaña de Hagrid, que los esperaba de pie al inicio del bosque. Hagrid no presentaba una imagen muy tranquilizadora: los cardenales, que el sábado por la noche eran de color morado, estaban en ese momento matizados de verde y amarillo, y algunos de los cortes que tenía todavía sangraban. Aquello desconcertó a Harry; la única explicación que se le ocurría era que a su amigo lo había atacado alguna criatura cuyo veneno impedía que las heridas que producía cicatrizaran. Para completar aquel lamentable cuadro, Hagrid llevaba sobre el hombro un bulto que parecía la mitad de una vaca muerta.
—¡Hoy vamos a trabajar aquí! —anunció alegremente a los alumnos que se le acercaban, señalando con la cabeza los oscuros árboles que tenía a su espalda—. ¡Estaremos un poco más resguardados! Además, ellos prefieren la oscuridad.
—¿Quién prefiere la oscuridad? —preguntó Malfoy ásperamente a Crabbe y a Goyle con un deje de pánico en la voz—. ¿Quién ha dicho que prefiere la oscuridad? ¿Vosotros lo habéis oído?
Harry recordó la única ocasión en que Malfoy había entrado en el bosque; aquella vez tampoco demostró mucha valentía. Sonrió; después del partido de quidditch, a Harry le parecía magnífica cualquier cosa que produjera malestar a Malfoy.
—¿Listos? —preguntó Hagrid festivamente mirando a sus estudiantes—. Muy bien, he preparado una excursión al bosque para los de quinto año. He pensado que sería interesante que observarais a esas criaturas en su hábitat natural. Veréis, las criaturas que vamos a estudiar hoy son muy raras, creo que soy el único en toda Gran Bretaña que ha conseguido domesticarlas.
—¿Seguro que están domesticadas? —preguntó Malfoy, y el deje de pánico de su voz se hizo más pronunciado—. Porque no sería la primera vez que nos trae bestias salvajes a la clase.
Los de Slytherin murmuraron en señal de adhesión, y unos cuantos estudiantes de Gryffindor también parecían opinar que Malfoy tenía razón.
—Claro que están domesticadas —contestó Hagrid frunciendo el entrecejo y colocándose bien la vaca muerta sobre el hombro.
—Entonces, ¿qué le ha pasado en la cara? —inquirió Malfoy.
—¡Eso no es asunto tuyo! —respondió Hagrid con enojo—. Y ahora, si ya habéis acabado de hacerme preguntas estúpidas, ¡seguidme!
Se dio la vuelta y entró en el bosque, pero nadie se mostraba muy dispuesto a seguirlo. Harry miró a Ron y a Hermione, que suspiraron y asintieron con la cabeza, y los tres echaron a andar detrás de su amigo, precediendo al resto de la clase.
Caminaron unos diez minutos hasta llegar a un sitio donde los árboles estaban tan pegados que no había ni un copo de nieve en el suelo y parecía que había caído la tarde. Hagrid, con un gruñido, depositó la media vaca en el suelo, retrocedió y se volvió para mirar a los alumnos, la mayoría de los cuales pasaban sigilosamente de un árbol a otro hacia donde estaba él, escudriñando nerviosos los alrededores como si fueran a atacarlos en cualquier momento.
—Agrupaos, agrupaos —les aconsejó Hagrid—. Bueno, el olor de la carne los atraerá, pero de todos modos voy a llamarlos porque les gusta saber que soy yo.
Se dio la vuelta, movió la desgreñada cabeza para apartarse el cabello de la cara y dio un extraño y estridente grito que resonó entre los oscuros árboles como el reclamo de un pájaro monstruoso. Nadie rió: la mayoría de los estudiantes estaban demasiado asustados para emitir sonido alguno.
Hagrid volvió a pegar aquel chillido. Luego pasó un minuto, durante el cual los alumnos, inquietos, siguieron escudriñando los alrededores por si veían acercarse algo. Y entonces, cuando Hagrid se echó el cabello hacia atrás por tercera vez e infló su enorme pecho, Harry le dio un codazo a Ron y señaló un espacio que había entre dos retorcidos tejos.
Un par de ojos blancos y relucientes empezaron a distinguirse en la penumbra, poco después la cara y el cuello de un dragón, y luego el esquelético cuerpo de un enorme y negro caballo alado surgió de la oscuridad. El animal se quedó mirando a los niños unos segundos mientras agitaba su larga y negra cola; a continuación agachó la cabeza y empezó a arrancar carne de la vaca muerta con sus afilados colmillos.
Harry sintió un alivio inmenso. Por fin tenía pruebas de que no se había imaginado aquellas criaturas, de que eran reales: Hagrid también las conocía. Miró ansioso a Ron, pero su amigo seguía observando entre los árboles, y pasados unos segundos dijo en un susurro:
—¿Por qué no sigue llamando Hagrid?
El resto de los alumnos de la clase ponían la misma cara de aturdimiento y de nerviosa expectación que Ron, y miraban en todas direcciones menos al caballo que tenían delante. Al parecer, sólo había otras dos personas que podían verlo: un muchacho nervudo de Slytherin, que estaba detrás de Goyle y contemplaba al caballo con una expresión de profundo disgusto en la cara, y Neville, que seguía con la mirada los movimientos oscilantes de la larga cola negra del animal.
—¡Ah, aquí llega otro! —exclamó Hagrid con orgullo cuando otro caballo negro salió de entre los oscuros árboles. El animal plegó sus coriáceas alas, las pegó al cuerpo, agachó la cabeza y también se puso a comer—. A ver, que levanten la mano los que puedan verlos.
Harry la levantó. Estaba muy contento porque por fin iban a desvelarle el misterio de aquellos caballos. Hagrid le hizo una seña con la cabeza.
—Sí, claro, ya sabía que tú los verías, Harry —dijo con seriedad—. Y tú también, ¿eh, Neville? Y…
—Perdone —dijo Malfoy con una voz socarrona—, pero ¿qué es exactamente eso que se supone que tendríamos que ver?
Por toda respuesta, Hagrid señaló el cuerpo de la vaca muerta que yacía en el suelo. Los alumnos la contemplaron unos segundos; entonces varios de ellos ahogaron un grito y Parvati se puso a chillar. Harry entendió por qué: lo único que veían eran trozos de carne que se separaban solos de los huesos y desaparecían, y era lógico que lo encontraran muy extraño.
—¿Quién lo hace? —preguntó Parvati, aterrada, retirándose hacia el árbol más cercano—. ¿Quién se está comiendo esa carne?
—Son
thestrals
—respondió Hagrid con orgullo, y Hermione, que estaba al lado de Harry, soltó un débil «¡Oh!» porque sabía de qué se trataba—. Hay una manada en Hogwarts. Veamos, ¿quién sabe…?
—Pero ¡si traen muy mala suerte! —lo interrumpió Parvati, alarmada—. Dicen que causan todo tipo de desgracias a quien los ve. Una vez la profesora Trelawney me contó…
—¡No, no, no! —negó Hagrid chasqueando la lengua—. ¡Eso no son más que supersticiones! Los
thestrals
no traen mala suerte. Son inteligentísimos y muy útiles. Bueno, estos de aquí no tienen mucho trabajo, sólo tiran de los carruajes del colegio, a menos que Dumbledore tenga que hacer un viaje largo y no quiera aparecerse. Mirad, ahí llega otra pareja…
Dos caballos más salieron despacio de entre los árboles; uno de ellos pasó muy cerca de Parvati, que se estremeció y se pegó más al árbol, diciendo:
—¡Me parece que noto algo! ¡Creo que está cerca de mí!
—No te preocupes, no te hará ningún daño —le aseguró Hagrid con paciencia—. Bueno, ¿quién puede decirme por qué algunos de vosotros los veis y otros no?
Hermione levantó la mano.
—Adelante —dijo Hagrid sonriéndole.
—Los únicos que pueden ver a los
thestrals
—explicó Hermione— son los que han visto la muerte.
—Exacto —confirmó Hagrid solemnemente—. Diez puntos para Gryffindor. Veréis, los
thestrals
…
—Ejem, ejem.
La profesora Umbridge había llegado. Estaba a unos palmos de Harry, luciendo su capa y su sombrero verdes, y con el fajo de hojas de pergamino preparado. Hagrid, que nunca había oído aquella tosecilla falsa de la profesora Umbridge, miró preocupado al
thestral
que tenía más cerca, creyendo que era el animal el que había producido aquel sonido.
—Ejem, ejem.
—¡Ah, hola! —saludó Hagrid, sonriendo, cuando por fin localizó el origen de aquel ruidito.
—¿Ha recibido la nota que le he enviado a su cabaña esta mañana? —preguntó la profesora Umbridge hablando despacio y elevando mucho la voz, como había hecho anteriormente para dirigirse a Hagrid. Era como si le hablara a un extranjero corto de entendimiento—. La nota en la que le anunciaba que iba a supervisar su clase.
—Sí, sí —afirmó Hagrid muy contento—. ¡Me alegro de que haya encontrado el sitio! Bueno, como verá…, o quizá no… No lo sé… Hoy estamos estudiando los
thestrals
.
—¿Cómo dice? —preguntó la profesora Umbridge en voz alta, llevándose la mano a la oreja y frunciendo el entrecejo.
Hagrid parecía un poco confundido.
—
¡Thestrals!
—gritó—. Esos… caballos alados, grandes, ¿sabe?
Hagrid agitó sus gigantescos brazos imitando el movimiento de unas alas. La profesora Umbridge lo miró arqueando las cejas y murmuró mientras escribía en una de sus hojas de pergamino:
—«Tiene… que… recurrir… a… un… burdo… lenguaje… corporal.»
—Bueno…, en fin… —balbuceó Hagrid, y se volvió hacia sus alumnos. Parecía un poco aturullado—. Esto…, ¿por dónde iba?
—«Presenta… signos… de… escasa… memoria… inmediata» —murmuró la profesora Umbridge lo bastante alto para que todos pudieran oírla.
Draco Malfoy estaba exultante, como si las Navidades se hubieran adelantado un mes. Hermione, en cambio, estaba roja de ira reprimida.
—¡Ah, sí! —exclamó Hagrid, y echó una ojeada a las notas de la profesora Umbridge, inquieto. Pero siguió adelante con valor—. Sí, os iba a contar por qué tenemos una manada. Pues veréis, empezamos con un macho y cinco hembras. Éste —le dio unas palmadas al caballo que había aparecido en primer lugar— se llama
Tenebrus
y es mi favorito. Fue el primero que nació aquí, en el bosque…
—¿Se da cuenta de que el Ministerio de Magia ha catalogado a los
thestrals
como criaturas peligrosas? —dijo Umbridge en voz alta interrumpiendo a Hagrid.
A Harry se le encogió el corazón, pero Hagrid se limitó a chasquear la lengua.
—¡Qué va, estos animales no son peligrosos! Bueno, quizá te peguen un bocado si los fastidias mucho…
—«Parece… que… la… violencia… lo motiva» —murmuró la profesora Umbridge, y continuó escribiendo en sus notas.
—¡En serio, no son peligrosos! —dijo Hagrid, que se estaba poniendo un poco nervioso—. Mire, los perros muerden cuando se los molesta, ¿no? Lo que pasa es que los
thestrals
tienen mala reputación por eso de la muerte. Antes la gente creía que eran de mal agüero, ¿verdad? Porque no lo entendían, claro.
La profesora Umbridge no hizo ningún comentario más; terminó de escribir la última nota, levantó la cabeza, miró a Hagrid y volvió a hablar lentamente y en voz alta:
—Continúe dando la clase, por favor. Yo voy a pasearme —con mímica hizo como que caminaba y Malfoy y Pansy Parkinson rieron a carcajadas, aunque sin hacer ruido— entre los alumnos —señaló a unos cuantos estudiantes— y les haré preguntas —añadió, señalándose la boca mientras movía los labios.
Hagrid se quedó mirándola; no se explicaba por qué la profesora Umbridge actuaba como si él no entendiera su idioma. Hermione tenía lágrimas de rabia en los ojos.
—¡Eres una arpía! —dijo por lo bajo mientras la bruja se acercaba a Pansy Parkinson—. Ya sé lo que pretendes, asquerosa, retorcida y malvada…
—Bueno… —continuó Hagrid haciendo un esfuerzo por recuperar el hilo de sus ideas—.
Thestrals
. Sí. Veréis, los
thestrals
tienen un montón de virtudes…
—¿Te resulta fácil —le preguntó la profesora Umbridge a Pansy Parkinson con voz resonante— entender al profesor Hagrid cuando habla?
Pansy, como Hermione, tenía lágrimas en los ojos, pero las suyas eran de risa. Cuando contestó, apenas se la entendió porque, al mismo tiempo que hablaba, intentaba contener una carcajada.
—No…, porque…, bueno…, no pronuncia muy bien…
La profesora Umbridge escribió más notas. Las pocas zonas de la cara de Hagrid que no estaban amoratadas se pusieron rojas, pero intentó fingir que no había oído la respuesta de Pansy.
—Esto…, sí, son muy buenos chicos, los
thestrals
. Bueno, una vez que estén domados, como éstos, nunca volveréis a perderos. Tienen un sentido de la orientación increíble, sólo hay que decirles adónde quieres ir…
—Lo increíble es que esos caballos lo entiendan a él, desde luego —observó Malfoy en voz alta, y Pansy Parkinson tuvo otro ataque de risa. La profesora Umbridge les sonrió con indulgencia y luego se volvió hacia Neville.
—¿Tú puedes ver a los
thestrals
, Longbottom? —inquirió. Neville asintió con la cabeza—. ¿A quién has visto morir? —preguntó nuevamente con indiferencia.
—A… mi abuelo —contestó Neville.
—¿Y qué opinas de ellos? —continuó la profesora Umbridge, señalando con una mano pequeña y regordeta a los caballos, que ya habían arrancado una gran cantidad de carne a la res, dejándola reducida a los huesos.
—Pues… —dijo Neville, acongojado, y miró a Hagrid—. Pues… están… muy bien.
—«Los… alumnos… están… demasiado… intimidados… para… admitir… que… tienen… miedo» —murmuró la profesora Umbridge tomando otra nota en sus pergaminos.
—¡No! —protestó Neville—. ¡No, yo no tengo miedo!
—No pasa nada —dijo la profesora Umbridge, y le dio unas palmaditas en el hombro a Neville mostrando una sonrisa que pretendía ser de comprensión, aunque a Harry le pareció maliciosa—. Bueno, Hagrid —se volvió hacia él una vez más, y elevó el tono de voz—, creo que ya he recogido suficiente información. Recibirá —mediante signos hizo como que cogía algo que estaba suspendido en el aire— los resultados de su supervisión —señaló sus notas— dentro de diez días.
Y levantó ambas manos, extendiendo mucho los dedos, y a continuación amplió más que nunca aquella sonrisa de sapo bajo el sombrero verde, se abrió paso entre los alumnos y dejó a Malfoy y a Pansy desternillándose de risa, a Hermione, temblando de ira, y a Neville, muy confundido y disgustado.